En
primer lugar tiene sentido preguntarse ¿quiénes somos ese "nosotros"
implícito en la pregunta? En el siglo XIX habitaron este "trozo
colonial", por arriba, la oligarquía criolla -mezcla de rentistas,
capitalistas del comercio, del transporte y la extracción, y la
burocracia religiosa y cívico-militar- y por abajo, el artesanado, el
peonaje, y pueblos indígenas aún en franca resistencia e insumisos. El
proceso de independencia, sabemos, no fue una obra de ese "nosotros"
sino solo de una fracción de los de arriba, por más que segmentos
populares e indígenas constituyeran una fuerza social de apoyo
imprescindible. De los de abajo, muchos ni siquiera comprendieron el
significado de la ruptura y otros tantos aprovecharon el desenlace para
pasar a otra fase de la larga guerra contra el invasor.
Sabemos
que aquí la independencia fue impulsada y organizada por los de arriba,
que a diferencia de Haití o de otros territorios como la Gran Colombia o
la mayor de las Antillas, la presencia "política" de los dominados fue
subordinada, que su contenido descolonizador y popular, siempre
subalterno, fue utilizado por una reconfigurada clase dominante para sus
propios fines. En efecto, los colonialistas ahora devenidos
"independentistas", "patriotas", "chilenos", tuvieron que hacer lo que
toda elite de poder debe hacer para constituirse y legitimarse:
proveerse de una identidad política-ideológica, de una iconografía, de
una institucionalidad y de normas, todas condiciones necesarias para
inventar, sobre un territorio originariamente robado, una nación, un
Estado y un país a su imagen y semejanza. Y este invento histórico, como
antes la conquista y la colonización, se fundó en un acto de fuerza,
fuerza ejercida ahora contra los realistas y sus aliados pero sobre todo
contra los de abajo, fueran éstos los integrados al nuevo modelo de
acumulación (los explotados), o bien, los "extranjeros internos, los
pueblos indígenas resistentes (los oprimidos). Por ello, este invento
acaecido en la periferia de la economía mundial, nació doblemente
fracturado: el "nosotros" incluía en calidad de explotados a las masas
trabajadoras destinadas a generar excedentes (primera fractura), y
excluía, en calidad de oprimidos aunque no explotados, a los que había
que desplazar o exterminar para continuar la ocupación y apropiación de
tierras y demás recursos (segunda fractura). Estas fracturas serán el
trasfondo estructural de la lucha de clases entre capital y trabajo y
entre opresor y oprimido que recorrerá toda la historia de este invento
llamado Chile. Toda la política, todas las estrategias y todas las
tácticas, de los de arriba y de los de abajo, tendrán ese telón de
fondo; desde el lejano pasado hasta este mismo instante cuando, en el
norte, 33 mineros, enterrados a más de 700 metros, sufren la impudicia
del capital y en el sur, 32 presos políticos mapuche, enfrentan esa
misma impudicia del mismo capital, apelando al dramático recurso de la
huelga de hambre.
En segundo lugar, debemos
insistir en que el proceso de consolidación del capitalismo chileno ha
requerido disciplinar social e ideológicamente a los explotados
incluidos y a los oprimidos excluidos. La estrategia de disciplinamiento
social y económico combinó garrote e imposición de la escasez. Las
leyes contra el bandolerismo y el vagabundaje para forzar al trabajo
asalariado, las guerras de pacificación para someter, desplazar y
"liberar" tierras y recursos, y las múltiples formas de represión,
dejaron una estela de lodo y sangre, fue la huella del capital obligando
a grandes masas a emplearse para hacerse de las mercancías para vivir, y
a otras, al éxodo hacia las profundidades o hacia los bordes del
territorio para sobrevivir a la constitución de la Patria, de la
República. El disciplinamiento ideológico, buscando legitimidad y
consentimiento, apeló al nacionalismo y al racismo. Al nacionalismo,
porque se afanó por absorber lo popular en el "ser chileno", ora
enalteciendo la imagen del "roto", el valiente y aguerrido defensor de
la patria, ora apelando a la "chusma" cuando éstos, los incluidos súper
explotados, maduraban en conciencia de clase. Y al racismo que, luego de
la "pacificación", se transformaría lentamente en el sutil expediente
que hasta hoy hace iguales a empleado y patrón frente "los otros", los
"indios", la masa excedente del territorio a la cual hay que negar. A
estos, los "extranjeros del interior", sólo les queda el sometimiento,
el silencio, la ausencia como pueblo, como cultura, como nación.
No
son de extrañar entonces los ce-hache-í-ele-é, las banderas chilenas en
el fondo del socavón, la valentía "del chileno", alentada y difundida
por toda la prensa del poder, mientras el silencio, la negación, se
reservan para las vidas que hora a hora continúan consumiéndose en las
celdas de las chilenas cárceles del sur. Solo las franjas más
conscientes de los explotados y los oprimidos, solo los espíritus más
sensibles, los luchadores a toda prueba, han sacado la voz denunciando
la trampa ideológica y el cerco informativo del poder, un poder que ha
colonizado nuestras mentes con su Patria y su "Raza".
Y
en tercer lugar, no está demás recordar que la clase dominante
reconfigurada al ritmo de la independencia, por más que apelara al
nacionalismo frente a las masas, no asumió nunca un carácter "nacional"
con intereses estructuralmente opuestos al orden mundial. Por el
contrario, desde siempre ligó su ideología e intereses al centro. Y que
no nos llamen a confusión las múltiples contradicciones fraccionales que
la han acompañado, pues desde carreristas y o´higginistas a
neoliberales y republicanos, pasando por liberales y conservadores,
éstas se relacionaron más con las vicisitudes del propio centro
metropolitano que con la emergencia de proyectos genuinamente
"nacionales" con propósitos contrapuestos al capital mundial. La
economía chilena, desde el boom del trigo, del guano, del salitre, del
cobre, o de los recursos naturales no cupríferos de nuestros días, así
como la propia "sociedad chilena", ha sido en general una sociedad
extravertida y dependiente. Por ello en el origen de la independencia,
la disputa entre pro yanquis y pro ingleses; por ello ahora, después de
casi un siglo de hegemonía estadounidense, la recolonización del
territorio y sus riquezas por el imperialismo europeo y en particular
por el español. Casi pudiera decirse, rememorando a Luis Vitale, que las
clases dominantes inventaron Chile para venderlo, que inventaron este
artificio jurídico-político, este Estado, para expropiar a los
originarios y para explotar a los trabajadores haciéndolos titulares de
una supuesta ciudadanía reconocida por ese truco llamado Chile que hoy
cumple doscientos años.
Así las cosas, la
independencia ha sido, por una parte, un largo proceso de apropiación y
expropiación de las fuentes de riqueza de los originarios, y por otra,
de apropiación y expoliación del talento productivo de los nacidos y
criados como fuerza de trabajo. Se trata de una independencia del
capital, de una independencia cuyo lado oscuro ha sido y es la
sistemática y creciente guerra contra la autonomía, soberanía, y
libertad sustantivas de los oprimidos y explotados, valores que
reconocidos episódicamente en las constituciones y leyes, se niegan
diariamente en las prácticas vitales. El capital ha construido su matrix
patriótica, racista y capitalista y se dispone triunfante a celebrar su
cumple siglo. Es tarea nuestra, al menos en esta vuelta, aguarle la
fiesta; ya habrá ocasión para enfrentarle en toda la línea y disputarle
radicalmente el presente y el futuro. Por ello entonces, nada que
celebrar, mucho que organizar.
Fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/09/chile-1810-2010-nada-que-celebrar-mucho.html
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