martes, 10 de agosto de 2010

Sociedad : Hablemos un poco del amor moderno Por: Jaime Richart

Se ha dicho y escrito todo acerca del amor. El asunto del amor, pese a ser uno de los tres pilares de la vida -los otros dos son la riqueza y el poder- se supone agotado en el siglo XXI. Por eso, como son tantos los chorros de tinta y de semen vertidos sobre el amor a lo largo de la historia de hombres y mujeres, yo reduzco mi ínfima opinión a los 30 Kbytes de este escrito…

Se comprende que el amor no siempre se ha entendido, ni en cuanto al cortejo se ha practicado, de la misma forma a lo largo del tiempo. En la antigüedad se distinguían tres maneras de amar: Ágape, el amor a Dios, Eros: el amor sexual, Fileo: el amor de amigo y de familiares. Luego vinieron el amor galante, el amor cortés, el amor romántico, el amor libre… Pero nunca se ha dejado de hacer el pensador común esta pregunta: ¿es lo mismo el amor a una persona que el amor al trabajo, a la patria, a la justicia, a la ciencia, al arte o al amor propio?

La confusión de sentimientos, los dramas, las tragedias y aún los crímenes vienen de lo inasible, evanescente y escurridiza que es la palabra amor. El lenguaje es traicionero y parece inventado para ocultar el pensamiento. Tan traicionero es, que fácilmente los políticos, la clerecía y el mercado nos engañan y los amantes se engañan una y otra vez. Con la palabra justicia, amor es el más equívoco de los conceptos. Son tantos sus significados, tantas las interpretaciones y tantas las consecuencias que el legislador o la sociedad debieran prohibir su uso, como el Decálogo mosaico prohíbe tomar el nombre de Dios en vano.

En la actualidad hay otras distinciones que se añaden a las tradicionales más conocidas. Los especialistas, sean dramaturgos, pedagogos, poetas, filósofos o psicólogos nunca van a dejar de indagar sobre el amor. Nunca se acabará pese a decir yo al principio que el tema está agotado. La psicología moderna, por ejemplo y desde su punto de vista, lo explica todo acerca de lo que es y lo que no es el amor. Ha caído en mis manos un ensayo complicado pero sumamente interesante que me ha movido a escribir este breve mío. Se trata de “Bosquejo de la teoría de las emociones”, de Jean Paul Sartre que podría zanjar la cuestión en múltiples aspectos de la teoría. Dice Sartre que la verdadera emoción va unida a la creencia. La emoción es padecida, uno no puede librarse de ella a su antojo, va agotándose por sí misma pero no podemos detenerla. La emoción no es simplemente interpretada, no es un comportamiento puro, es el comportamiento de un cuerpo que se halla en un determinado estado. Luego, diría yo, creer en otra persona equivale, según esta teoría, a amarla, y amarla equivale a creerla. Pero la emoción, cualquiera, es pasajera, y más si es tan breve que se reduce a sensación. Es más, más o menos pasajera, más o menos buscada o sobrevenida, es excepcional, una anomalía de la psique, de la conciencia y del ánimo. Y en eso y en un determinado estado de la conciencia, consiste la emoción del enamoramiento, que, sabido es, nada tiene que ver con el amor. Enamorarse es un capricho, por más que lo sea del instinto. Amar es también instinto, pero es sobre todo voluntad. Aunque, discursee usted hoy día de la voluntad, como no sea para la tenacidad para hacer mucho dinero, para acumular riqueza o para apropiarse de poder... Ello, no obstante saber nosotros, los no capitalistas, que ni siquiera es por ese conducto cómo se consiguen precisamente ninguno de los tres sino por las malas artes. En cualquier caso, del amor real y su medida no dan cuenta ni las palabras ni la sensación ni la emoción: sólo la circunstancia, las afinidades y el tiempo.

Ahora iré más allá para quedarme con los aspectos más prosaicos del amor actual en tiempos poseídos por el individualismo y el egoísmo extremos; individualismo y egoísmo fruto del capitalismo que la sociedad occidental se impone a sí misma y trata de imponer al resto del mundo pese a la resistencia -inútil- que oponen otras culturas. Me refiero a los soportes del amor moderno: excitación y diversión sin responsabilidad; ambas ahormadas por una tercera que las materializa en sí mismas como el oro necesita de la aleación casi para tocarse, o las potencia: la sugestión. Con excitación y diversión, y más o menos sugestión, como la misma fe religiosa, discurren las tres cuartas partes de nuestra vida en un medio socioeconómico que las refrenda. Pero la culminación del amor es la serenidad. Y puesto que a medida que pasa el tiempo la excitación y la diversión decrecen por la costumbre o la rutina, llega una edad en que pierden tal fuerza que casi soliviantan. Lo que no significa que no se transformen eventualmente en otra clase de amores. Pero la serenidad, la tranquilidad, la calma, la apacibilidad, si no las hemos trabajado, difícilmente se alcanzan. Ni siquiera con fármacos Pueden encontrarse en la soledad, pero en soledad sólo son imitaciones. Por ello cunde tanta frustración, y por eso la sociedad en su conjunto se ve abrumada por las rupturas amorosas. Es preciso romper el pensamiento dominante, pero no empezando por el sentimiento y la emoción predominantes...

Y es cierto que dos personas que no se entienden en el tálamo y, además, no saben divertirse juntas, no pueden llegar muy lejos en materia de su amor. Pero en cualquier caso la sensación, la emoción y la sugestión poco a poco se van desvaneciendo. Y si en la vida no hay solaz y la inquietud se apodera de nosotros, viviremos dejándonos llevar, por inercia, pero no porque la vida por sí misma valga la pena vivirse.

En resumen, por imaginar que el amor es sólo impulso o una sucesión de descargas hay tantas parejas rotas y tanto niño con el alma partida entre dos egoístas que sólo piensan en satisfacerse ellos antes que en la prole. Pero es que tampoco miran por sí mismas labrando su senectud de futuro...

Todavía le faltan a la sociedad española muchos hervores; en tantos aspectos, pero también en este del amor. A fin de cuentas quizá la única verdadera libertad -la única que campa por sus respetos en este país- es la sexual. El “amor libre”, afortunadamente en ciertos aspectos pero desafortunadamente por los desarreglos, impera. Pues un “amor “libre”, que generalizada y sociológicamente todavía no han digerido las generaciones actuales, trae de cabeza a medio país e incluso a la justicia.

Hablo de la justicia, porque la ciudadanía, demasiado acostumbrada a los tutores y a la tutela en este país por efecto de siglos y siglos de culpa y remordimiento por nada, aún necesita desmesuradamente de instituciones como ella para solventar sus problemas en este asunto. No es capaz en su conjunto de resolverlos por sí misma. Pero el precio del amor libre, obsesivamente buscado y exageradamente practicado, cuando ha traído descendencia, es la infelicidad creciente de las generaciones que se suceden. Para comprobarlo, no tenemos más que cambiar impresiones un rato con las actuales, tras la tristeza post coitum de la noche anterior.
fuente, vìa :
http://cultural.argenpress.info/2010/08/hablemos-un-poco-del-amor-moderno.html

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