Se ha
dicho y escrito todo acerca del amor. El asunto del amor, pese a ser uno
de los tres pilares de la vida -los otros dos son la riqueza y el
poder- se supone agotado en el siglo XXI. Por eso, como son tantos los
chorros de tinta y de semen vertidos sobre el amor a lo largo de la
historia de hombres y mujeres, yo reduzco mi ínfima opinión a los 30
Kbytes de este escrito…
Se
comprende que el amor no siempre se ha entendido, ni en cuanto al
cortejo se ha practicado, de la misma forma a lo largo del tiempo. En la
antigüedad se distinguían tres maneras de amar: Ágape, el amor a Dios,
Eros: el amor sexual, Fileo: el amor de amigo y de familiares. Luego
vinieron el amor galante, el amor cortés, el amor romántico, el amor
libre… Pero nunca se ha dejado de hacer el pensador común esta pregunta:
¿es lo mismo el amor a una persona que el amor al trabajo, a la patria,
a la justicia, a la ciencia, al arte o al amor propio?
La
confusión de sentimientos, los dramas, las tragedias y aún los crímenes
vienen de lo inasible, evanescente y escurridiza que es la palabra
amor. El lenguaje es traicionero y parece inventado para ocultar el
pensamiento. Tan traicionero es, que fácilmente los políticos, la
clerecía y el mercado nos engañan y los amantes se engañan una y otra
vez. Con la palabra justicia, amor es el más equívoco de los conceptos.
Son tantos sus significados, tantas las interpretaciones y tantas las
consecuencias que el legislador o la sociedad debieran prohibir su uso,
como el Decálogo mosaico prohíbe tomar el nombre de Dios en vano.
En
la actualidad hay otras distinciones que se añaden a las tradicionales
más conocidas. Los especialistas, sean dramaturgos, pedagogos, poetas,
filósofos o psicólogos nunca van a dejar de indagar sobre el amor. Nunca
se acabará pese a decir yo al principio que el tema está agotado. La
psicología moderna, por ejemplo y desde su punto de vista, lo explica
todo acerca de lo que es y lo que no es el amor. Ha caído en mis manos
un ensayo complicado pero sumamente interesante que me ha movido a
escribir este breve mío. Se trata de “Bosquejo de la teoría de las
emociones”, de Jean Paul Sartre que podría zanjar la cuestión en
múltiples aspectos de la teoría. Dice Sartre que la verdadera emoción va
unida a la creencia. La emoción es padecida, uno no puede librarse de
ella a su antojo, va agotándose por sí misma pero no podemos detenerla.
La emoción no es simplemente interpretada, no es un comportamiento puro,
es el comportamiento de un cuerpo que se halla en un determinado
estado. Luego, diría yo, creer en otra persona equivale, según esta
teoría, a amarla, y amarla equivale a creerla. Pero la emoción,
cualquiera, es pasajera, y más si es tan breve que se reduce a
sensación. Es más, más o menos pasajera, más o menos buscada o
sobrevenida, es excepcional, una anomalía de la psique, de la conciencia
y del ánimo. Y en eso y en un determinado estado de la conciencia,
consiste la emoción del enamoramiento, que, sabido es, nada tiene que
ver con el amor. Enamorarse es un capricho, por más que lo sea del
instinto. Amar es también instinto, pero es sobre todo voluntad. Aunque,
discursee usted hoy día de la voluntad, como no sea para la tenacidad
para hacer mucho dinero, para acumular riqueza o para apropiarse de
poder... Ello, no obstante saber nosotros, los no capitalistas, que ni
siquiera es por ese conducto cómo se consiguen precisamente ninguno de
los tres sino por las malas artes. En cualquier caso, del amor real y su
medida no dan cuenta ni las palabras ni la sensación ni la emoción:
sólo la circunstancia, las afinidades y el tiempo.
Ahora
iré más allá para quedarme con los aspectos más prosaicos del amor
actual en tiempos poseídos por el individualismo y el egoísmo extremos;
individualismo y egoísmo fruto del capitalismo que la sociedad
occidental se impone a sí misma y trata de imponer al resto del mundo
pese a la resistencia -inútil- que oponen otras culturas. Me refiero a
los soportes del amor moderno: excitación y diversión sin
responsabilidad; ambas ahormadas por una tercera que las materializa en
sí mismas como el oro necesita de la aleación casi para tocarse, o las
potencia: la sugestión. Con excitación y diversión, y más o menos
sugestión, como la misma fe religiosa, discurren las tres cuartas partes
de nuestra vida en un medio socioeconómico que las refrenda. Pero la
culminación del amor es la serenidad. Y puesto que a medida que pasa el
tiempo la excitación y la diversión decrecen por la costumbre o la
rutina, llega una edad en que pierden tal fuerza que casi soliviantan.
Lo que no significa que no se transformen eventualmente en otra clase de
amores. Pero la serenidad, la tranquilidad, la calma, la apacibilidad,
si no las hemos trabajado, difícilmente se alcanzan. Ni siquiera con
fármacos Pueden encontrarse en la soledad, pero en soledad sólo son
imitaciones. Por ello cunde tanta frustración, y por eso la sociedad en
su conjunto se ve abrumada por las rupturas amorosas. Es preciso romper
el pensamiento dominante, pero no empezando por el sentimiento y la
emoción predominantes...
Y
es cierto que dos personas que no se entienden en el tálamo y, además,
no saben divertirse juntas, no pueden llegar muy lejos en materia de su
amor. Pero en cualquier caso la sensación, la emoción y la sugestión
poco a poco se van desvaneciendo. Y si en la vida no hay solaz y la
inquietud se apodera de nosotros, viviremos dejándonos llevar, por
inercia, pero no porque la vida por sí misma valga la pena vivirse.
En
resumen, por imaginar que el amor es sólo impulso o una sucesión de
descargas hay tantas parejas rotas y tanto niño con el alma partida
entre dos egoístas que sólo piensan en satisfacerse ellos antes que en
la prole. Pero es que tampoco miran por sí mismas labrando su senectud
de futuro...
Todavía
le faltan a la sociedad española muchos hervores; en tantos aspectos,
pero también en este del amor. A fin de cuentas quizá la única verdadera
libertad -la única que campa por sus respetos en este país- es la
sexual. El “amor libre”, afortunadamente en ciertos aspectos pero
desafortunadamente por los desarreglos, impera. Pues un “amor “libre”,
que generalizada y sociológicamente todavía no han digerido las
generaciones actuales, trae de cabeza a medio país e incluso a la
justicia.
Hablo
de la justicia, porque la ciudadanía, demasiado acostumbrada a los
tutores y a la tutela en este país por efecto de siglos y siglos de
culpa y remordimiento por nada, aún necesita desmesuradamente de
instituciones como ella para solventar sus problemas en este asunto. No
es capaz en su conjunto de resolverlos por sí misma. Pero el precio del
amor libre, obsesivamente buscado y exageradamente practicado, cuando ha
traído descendencia, es la infelicidad creciente de las generaciones
que se suceden. Para comprobarlo, no tenemos más que cambiar impresiones
un rato con las actuales, tras la tristeza post coitum de la noche
anterior.
fuente, vìa :
http://cultural.argenpress.info/2010/08/hablemos-un-poco-del-amor-moderno.html
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