viernes, 13 de agosto de 2010

Significado del Bicentenario: La pérdida de Panamá en 1903, una tragedia histórica Por: José Fernando Ocampo (MOIR)

La pérdida de Panamá fue la tragedia más grande de la historia nacional. Cien años después ya no sentimos lo que significó aquella desmembración. Panamá lleva más de cien años como nación separada de Colombia. Pero su separación tiene que ver con el tema central de la conmemoración de 1810 y de la independencia nacional. Significa un punto de quiebre en las relaciones de Colombia con Estados Unidos y determina una modificación sustancial en el carácter de la nación norteamericana, cuando asciende al escenario de la lucha por la hegemonía mundial.


Estados Unidos carece en ese momento de colonias y, para competir en el mundo como potencia, se abre camino principalmente en América Latina, gracias al poderío de su capital financiero, pero no pocas veces mediante intervenciones directas de sus fuerzas de ocupación y de apoyo a las dictaduras militares del continente hasta la segunda mitad del siglo XX cuando se convierte en la primera potencia militar de la historia. Fue con ella, y no con Panamá, con la que negoció el gobierno colombiano de Carlos E. Restrepo la entrega de Panamá en el tratado Urrutia-Thompson de 1914.

Al menos ocho personajes que eran o llegarían a ser presidentes tuvieron que ver en la traición que condujo a la pérdida de Panamá. José Manuel Marroquín y Rafael Reyes son los principales, el primero porque miró pasivamente el atraco, y el segundo porque eludió su responsabilidad de retomar el Istmo con el ejército como se lo ordenó el Congreso y se lo exigió la protesta popular. Pero están también, José Vicente Concha, embajador en Washington que no protestó el atentado por consideraciones diplomáticas; Pedro Nel Ospina, miembro de la comisión Reyes que fue a mendigar la devolución a los traidores panameños; Marco Fidel Suárez, negociador del Tratado definitivo Urrutia-Thompson que terminó señalando a Estados Unidos como la “estrella polar” hacia la que debía orientarse este país; Miguel Abadía Méndez, ministro de guerra el impávido Marroquín; y Jorge Holguín y Ramón González Valencia, negociadores de la devolución de Panamá y del Tratado Urrutia-Thompson, respectivamente. Esta historia lamentable de los presidentes está por escribirse.

Estos son los presidentes, pero faltan los políticos. En la tragedia de Panamá la historia pudo ser diferente. Si el jefe del liberalismo Benjamín Herrera no se rinde en Panamá en 1902 cuando estaba ganando la guerra contra el régimen conservador; o si el ejército colombiano en Panamá defiende los intereses de la Nación; o si Reyes, como general en jefe del ejército, cumple la misión de dirigirlo para marchar sobre el Istmo; o si los negociadores plenipotenciarios de Colombia no entregan la soberanía en el tratado Herrán-Hay; lo más seguro es que Panamá hubiera seguido siendo parte del territorio patrio. La principal equivocación del Gobierno colombiano fue considerar que había que entregar el canal a cualquier precio a Estados Unidos, aún a costa de la soberanía territorial. Sin embargo, dos personajes son especialmente responsables de prolongar esa traición, Guillermo Valencia y Rafael Uribe Uribe. Ambos fueron enviados como delegados a la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro en 1906, sólo a tres años del despojo. Ni protestaron allí por la presencia de Estados Unidos, ni utilizaron la diplomacia para unir a los latinoamericanos en la defensa de la soberanía colombiana, ni dejaron constancia alguna por el atentado cometido. Al contrario. El informe oficial de la delegación firmado por Uribe Uribe termina declarando su “amor” a la delegación estadounidense: “Contra los pronósticos pesimistas de muchos que auguraban una política egoísta, absorbente e imperiosa de los Estados Unidos de América en el seno de la Conferencia; contra el deseo acaso de los que en muchas partes la anhelaban, para salir verídicos en sus afirmaciones antiyanquistas, la conducta de los representantes de la república del Norte, ha sido inspirada en su conjunto como en el más insignificante de sus detalles, por el más elevado, noble y desinteresado amor al bienestar común. Por ninguna parte ha aparecido la más leve insinuación de imperio, el menor gesto de desdén hacia una nación débil, la más insignificante tendencia a beneficiarse desde el punto de vista comercial, con algún acto impuesto a la asamblea. Dando un hermoso ejemplo del más puro sentimiento republicano, nos han tratado a todos en el mismo pie de igualdad, han hecho uso de una exquisita tolerancia, y en casos en que habrían podido tomar iniciativas incontrastables, han preferido adherir modestamente a las fórmulas de conciliación. El gran trust panamericano, predicho por algunos, no ha aparecido por ninguna parte. La delegación americana ha dado esta vez el inesperado espectáculo de hacerse amar irresistiblemente, aun de sus adversarios naturales.” (Uribe Uribe, Por América del Sur, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Editorial Kelly, 2 vols, Bogotá, 1955, t. I, pag. 135). Como premio, el gobierno de Carlos E. Restrepo lo nombraría negociador del fatídico tratado Urrutia-Thompson de 1914 y ese mismo año caería asesinado en la carrera séptima de Bogotá.

Pero muchos colombianos defendieron a Panamá con valentía y consecuencia. Hay que hacer honor a Juan Bautista Pérez y Soto, panameño y senador, que luchó sin descanso contra los gobiernos de Marroquín y Reyes por su traición; a Oscar Terán, panameño y representante a la Cámara, autor de la mejor obra sobre la pérdida de Panamá; a Miguel Antonio Caro que hizo una defensa impecable de los derechos de Colombia sobre Panamá en el Congreso de 1903; a los senadores que improbaron el Tratado Herrán-Hay; a los miembros de la sociedad La Integridad Colombiana fundada por Fabio Lozano Torrijos para defender la soberanía de Colombia sobre Panamá; a la Asamblea de Panamá que votó en contra de la separación; al general Diego Ortiz con su contingente listo en la aldea chocoana de Titumate a recuperar por tierra el territorio perdido; a los indígenas de San Blas en Panamá que se unieron al ejército de Titumate; a Diego Mendoza, nombrado embajador en Washington por Reyes, pero destituido y perseguido por defender los intereses colombianos. Y también honor a los 100.000 voluntarios que se alistaron en el ejército de liberación; a Pedro A. Cuadrado y Eleazar Guerrero, prefecto y alcalde de Colón que se negaron a colaborar con los nuevos amos; y al pueblo de Bogotá que se amotinó contra Marroquín; y a los de Barranquilla y Magangué que se levantaron a su paso contra todos los traidores: Pompilio Gutiérrez (general de la República que prefirió seguir a Cuba por unos novillos y no dirigir la tropa acantonada en Colón); Cortés (delegado por Reyes para firmar el tratado Cortés-Rooth); Vásquez Cobo (que como ministro de guerra de Marroquín persiguió a los manifestantes y buscó al delegado gringo a su paso por Barranquilla para congraciarse con él); Antonio José Uribe, Suárez y Uribe Uribe (negociadores del tratado Urrutia-Thompson que negociaron a Panamá por 25 millones de dólares y la entrega del subsuelo petrolero). El movimiento popular por la traición que sobrevivió a los gobiernos de Reyes, Concha, Suárez y Ospina, logró aplazar la aprobación de la entrega de Panamá hasta 1924, fecha de su reconocimiento como nación independiente.

Ya Panamá no es Colombia. Pero su robo por Estados Unidos inicia la historia de un país que se convirtió de vanguardia de la revolución democrática en 1784 con su independencia de Inglaterra, en un imperio que impone su hegemonía con el capital y la fuerza de las armas por todo el mundo. Y en Colombia, su pérdida progresiva de soberanía durante el último siglo.
fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/08/significado-del-bicentenario-la-perdida.html

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