¿NO ES EN el año 2012 cuando se acabará el mundo,
según interpretan algunos humanos una leyenda maya? Ahora circula por
estas tierras huasas de la región del Libertador un nuevo e
irresponsable rumor que, lamentablemente, cada día adquiere mayor
fuerza. La voz anónima afirma que el próximo miércoles 18 de agosto de
este año 2010 “algo muy grave y catastrófico” ocurriría en las cercanías
de Angostura de Paine, aquejando de manera especial al Casino
Monticello, ubicado en la entrada norte de la comuna de San Francisco de
Mostazal. .
La misma lenguaraz versión
asegura que una conocida y mediática vidente habría acudido a
Carabineros a estampar allí una de sus ‘visiones’, la cual habla de lo
que hemos referido en estas primeras líneas. Todo ello, obviamente, sin
confirmación alguna por parte de los lenguaraces, y de la manera más
irresponsablemente anónima que es dable encontrar.
Parece
que el aburrimiento –producto de la ausencia de mundiales de fútbol,
festivales de Viña, realities televisivos y demases- logra parir en la
facilona mente de la masa estupideces como esta. No es la primera vez
que sucede algo similar, ni será la última, pues a muchos chilenos les
fascina escuchar anuncios agoreros y tremebundos que señalen el ‘final
de los tiempos’, pero que en los hechos concretos jamás se producen ya
que son otras las fuerzas que dibujan el destino de galaxias y
nebulosas.
Que el mundo –la Tierra- tarde o
temprano dejará de existir, no constituye misterio. El problema reside
en que nadie puede aproximar una fecha certera respecto a la
desaparición (catastrófica o no) que, algún día, experimentará este
hermoso trozo de roca sobre el cual vivimos y viajamos por el espacio
estelar.
Hace muchos años, en 1959 para
mayor exactitud, un par de ‘brujos’ (chileno uno, mexicano el otro)
informó que el último día del mes de julio sería, también, la postrera
jornada de nuestra querida y aporreada Tierra.
Según
esos ‘profetas’, Dios dejaría caer su castigo sobre nuestro mundo
debido a que “los hombres habían pisoteado el orden divino olvidando la
frase de Jesús: al César lo que es del César, y a Dios lo que es de
Dios”, en alusión subliminal al triunfo de los barbudos revolucionarios
cubanos dirigidos por Fidel, Camilo y el Ché, los cuales habían puesto a
la Iglesia Católica –ese mismo año 1959- en un sitial muy por debajo de
la categoría que ostentaba el gobierno.
Además,
cual confirmación de las predicciones agoreras de los ‘brujos’, el día
02 de abril de ese mismo año Juan XXIII ratificó desde El Vaticano las
condenas a las alianzas políticas entre católicos y comunistas, dejando
al borde de la excomunión a muchos cristianos que ya optaban por la
temporalidad de un gobierno socialista, asunto este de las excomuniones
que hoy se considera absolutamente feudal, ridículo, e incluso cómico,
pero en esos años resultaba muy conveniente para los detentadores de la
férula.
Por cierto, muchas de estas
predicciones agoreras obedecen a defensas de intereses económicos y/o
políticos cuando estos huelen que se les avecinan días tormentosos. En
el caso del ‘acabo de mundo’ de 1959 la razón era clara: la iglesia
católica y la derecha política unían sus esfuerzos en orden a evitar que
el ejemplo revolucionario cubano prendiese en otros países de la
región, y por ello amenazaban sin ambages al pueblo, con castigos
bíblicos, si los chilenos tuvieran la preetensión de engrosar la
izquierda política con sus votos y acciones.
Entonces,
resulta también posible que este nuevo rumor de “catástrofe bíblica”
-que según los lenguaraces agoreros ocurriría en la zona de Angostura de
Paine este 18 de agosto- obedezca al inicio de un plan concebido por
uno o más miembros de los think tank derechistas para
desviar la atención de los chilenos ante las próximas movilizaciones de
estudiantes, trabajadores y comerciantes que han decidido exigir el
cumplimiento de las promesas anunciados con bombos y platillos por el
actual mandatario durante su campaña.
No es
posible encontrar otra explicación al rumor, pues a ello apuntaban
antes, lo hacen ahora y seguirán apuntando al mismo objetivo siempre,
aprovechando la escasa capacidad de reflexión crítica y de información
que caracteriza a gran parte de nuestro pueblo. Afirmo mi convicción en
lo anterior gracias a lo que acaeció hace más de cincuenta años, en el
invierno de 1959, cuando el establishment de la época hacía ingentes
esfuerzos por desacreditar a la incipiente revolución cubana.
Por
ello, releer un extracto del artículo “Acabo de mundo, 1959”, publicado
hace algunos meses ya, puede ser no solo sano y oportuno, sino también
aclaratorio de las intenciones que los poderosos, los dueños del capital
y la tierra, manifiestan a través del lenguajeo que sus mejores
sirvientes desarrollan en el seno del pueblo para confundir mentes y
corazones.
LA LARGA TARDE DEL ‘ACABO DE MUNDO’ EN 1959
El
día 29 de julio comenzó acaer una fuerte lluvia sobre Valparaíso y
Santiago, a la vez que en las provincias del centro-sur (O’Higgins,
Colchagua, Curicó, Talca) el frente de mal tiempo alcanzó niveles de un
temporal que abrió las compuertas del cielo durante cuatro días, y que
ya el 30 de ese mes había provocado inundaciones, cortando rutas y
caminos, estragando el tendido eléctrico y, además, regalándole a una
parte de la zona centralel más inolvidable concierto de relámpagos,
truenos y rayos del que tiene memoria quien suscribe estas líneas (que, a
la sazón, contaba con escasos 13 años de vida).
Por
motivos familiares, tuve que viajar desde Santiago a Curicó el mediodía
del 31 de julio de 1959, precisamente el día del ‘acabo de mundo’
vaticinado por los brujos ya referidos. . Mi abuela me dejó instalado en
un carro del tren que salía desde la Estación Central a las 13:20 horas
con destino final San Rosendo, el cual realizaba detenciones en cuanto
lugar habitado o semi habitado se alzaba entre ambos puntos.
Recuerdo
que llovía a cántaros y la tarde era oscura, deprimente. En el carro no
viajaban más de 10 personas; en sus caras se reflejaba el síndrome de
la indolencia ante la vida y el azar. Bajo el diluvio desatado, y con
una marcha bastante lenta, el tren fue dejando atrás las estaciones de
Lo Espejo, San Bernardo, Nos, Buin, Linderos, Paine, Hospital,
Angostura, San Francisco de Mostazal, Graneros, Rancagua…. me percaté
que en ninguna de las detenciones del ferrocarril había subido gente a
mi carro; además, en los andenes de aquellos lugares tampoco observé
movimiento de posibles pasajeros ni de las consabidas ‘venteras’ (mujeres que vendían dulces, emparedados, tortas, etc., en las estaciones del ferrocarril).
Pasada
la ciudad de San Fernando (donde el convoy se detuvo durante quince
minutos sin que nadie nos explicara la razón de aquello), el aguacero se
convirtió en diluvio acompañado por fuertes ráfagas de viento que
azotaban las gotas de lluvia contra las ventanillas de los carros. En
medio de una pampa desolada y húmeda que antecedía la entrada a la
estación de Teno, el tren detuvo su andar. Frente a la máquina estaba el
puente que en ese momento era inundado por el que otrora fuera un
pequeño cauce y que se había transformado en un torrente de agua barrosa
caracoleando sobre los rieles.
Como si todos
los males no fueran suficientes, se desató entonces la tormenta
eléctrica que erizó mi piel con su batería de truenos y relámpagos
iluminando la oscura tarde, mostrándome el paisaje en lontananza, hasta
descubrir incluso los lejanos faldeos de la cordillera. Algunos
pasajeros se aventuraron bajando del carro yendo a investigar donde el
maquinista lo que estaba acaeciendo.
El relampagueo en el cielo los trajo rápidamente de vuelta a la seguridad del vagón, mojados hasta el alma, y cabizbajos ya que lograron informarse de lo que nadie quería escuchar en ese instante. Era posible que el tren iniciara marcha atrás rumbo a San Fernando, o al menos a Chimbarongo, porque aparentemente resultaba peligroso cruzar aquel puente. No obstante, había que esperar la orden pertinente. Media hora después, habida consideración que desde San Fernando la orden fue ‘siga su ruta’, el maquinista decidió avanzar.
El relampagueo en el cielo los trajo rápidamente de vuelta a la seguridad del vagón, mojados hasta el alma, y cabizbajos ya que lograron informarse de lo que nadie quería escuchar en ese instante. Era posible que el tren iniciara marcha atrás rumbo a San Fernando, o al menos a Chimbarongo, porque aparentemente resultaba peligroso cruzar aquel puente. No obstante, había que esperar la orden pertinente. Media hora después, habida consideración que desde San Fernando la orden fue ‘siga su ruta’, el maquinista decidió avanzar.
En Teno, otra mala noticia. Un árbol,
derribado por el fuerte viento, estaba interrumpiendo la vía cerca de
Sarmiento. Había una cuadrilla de trabajadores despejando el lugar, pero
este no se encontraría disponible para el tránsito antes de una hora.
A
las seis y media de la tarde arribamos, por fin, a Curicó. Era de
noche… eso me pareció, pues la oscuridad señalaba que vivíamos un día
especial, extraño, doloroso. Llovía tan intensamente como lo había hecho
durante toda la tarde. Las calles céntricas estaban vacías y muchos
locales y tiendas se encontraban bajando tempranamente sus cortinas
metálicas.
Mi ciudad natal se asemejaba a un
pueblo fantasma ahogado por las precipitaciones y sacudido por fuertes
ráfagas de la ventolera. Corrí como desalado cruzando las calles Prat y
Yungay rumbo a la Plaza de Armas, cuyos frondosos árboles y añosas
palmeras parecían querer atraparme en sus ramajes, mientras en el cielo
se desgajaban relámpagos y truenos.
Llegué
finalmente a mi casa en calle Carmen, empapado como marinero que hubiese
atravesado el Estrecho de Magallanes, tiritando de frío y de miedo pero
feliz por reencontrarme con mi gente, en especial con mi madre.
Sin embargo, el recibimiento de mi vieja no fue de los mejores. “¿Y qué haces tú aquí en un día como este?”, me preguntó luego de abrazarme.
Sin embargo, el recibimiento de mi vieja no fue de los mejores. “¿Y qué haces tú aquí en un día como este?”, me preguntó luego de abrazarme.
- Mamá, ¿es verdad lo que dicen en Santiago, que hoy se acaba el mundo? –pregunté con temor.
-
No prestes oídos a tonteras sin fundamento, mira que a este país
siempre se le acaba el mundo cuando llueve más de dos días seguidos.
(O cuando hay un enjambre sísmico, acoto yo ahora, medio siglo después de aquel ‘acabo de mundo’).
fuente, vìa :
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