Perspectivas del no trabajo.
Los autores defienden que el capitalismo moderno traba e impulsa, a la
vez, la autonomía de los tiempos de la reproducción y la vida.
La introducción de la ciencia en los talleres a finales del siglo XIX y
comienzos del XX supuso el declive definitivo de los trabajadores de
oficio hasta entonces empleados en la industria. La mecanización,
fragmentación y estandarización de los procesos de trabajo que vinieron
de la mano de la ciencia abrieron también las puertas al uso masivo en
las fábricas de trabajadores sin ninguna experiencia previa en el trabajo industrial.
El acceso al consumo de bienes y
servicios para cada vez más segmentos de la población (la reproducción y
supervivencia de las sociedades, en definitiva) pasó a depender de la
participación (propia o de otros miembros de la familia) en el trabajo
asalariado. En consecuencia, el conjunto de las instituciones sociales
fueron orientándose hacia la producción, mantenimiento, reproducción y
formación de esa población de trabajadores: la “sociedad” debía ser
capaz de “producir” (o “importar”) asalariados en las cantidades y
calidades que las empresas
demandaban.
EL CONSUMO CONTINÚA
A lo largo de la segunda mitad del siglo
XX, esta gestión social de las poblaciones asalariadas fue adquiriendo
una autonomía creciente con respecto a los tiempos y lugares en los que
las personas trabajaban, la reposición de materiales y tecnologías o la
circulación del capital financiero. Hoy, los asalariados modernos cesan
su actividad laboral (se ponen enfermos, se quedan sin empleo,
envejecen, disfrutan de un periodo de descanso) y, no obstante, siguen
consumiendo. Los administradores públicos de los centros formativos
proponen currículos que, sin embargo, sólo años después pueden presentar
una utilidad práctica para las empresas. Los fondos socializados
resultantes de las cotizaciones de los asalariados (seguros de desempleo, jubilación, enfermedad) pueden
garantizarles en el futuro un poder de compra no sometido a los
vaivenes de los mercados financieros. Las condiciones de vida de las
poblaciones asalariadas parecen, pues, cada vez menos dependientes de
las prestaciones laborales llevadas a cabo en un momento concreto.
Así pues, en nuestras sociedades, el
tiempo de trabajo directamente implicado en la reproducción y mejora de
nuestras condiciones de vida ha ido reduciéndose progresivamente
conforme se incrementaba la automatización de los procesos productivos
y, en general, la productividad
del trabajo. Como consecuencia, se ha posibilitado un descenso del
tiempo de trabajo humano que, en los países occidentales, se habría
plasmado en diferentes fórmulas: reducción progresiva de la jornada
laboral semanal, prohibición del trabajo infantil y ampliación de la
escolarización obligatoria, institucionalización de la prestación por
jubilación, instauración progresiva de las vacaciones remuneradas, etc. A todos estos
dispositivos de reducción de los tiempos de trabajo humanos se añade
otro de consecuencias menos amables: la extensión del desempleo (hoy,
portada de todos los periódicos, aunque es un fenómeno consustancial a
las sociedades basadas en el trabajo asalariado).
Y NO ES CIENCIA-FICCIÓN
Precisamente en un contexto en el que el
empleo se ha convertido en un objeto de deseo para buena parte de la
población, parece difícil enarbolar la bandera del “no trabajo” como un
horizonte socialmente posible, capaz de convertirse en el principio
constitutivo de nuestras sociedades en lugar de actuar como una realidad
restringida a determinadas etapas de nuestra vida, a ciertos segmentos
de población o a minorías políticamente organizadas dispuestas a hacer
del ‘rechazo al trabajo’ una apuesta política y vital mejor o peor
formulada. El ‘no trabajo’ parece constituir hoy un terreno abonado para
los relatos de ciencia ficción en los que especies alienígenas nos
liberan de nuestras obligaciones laborales. Sin embargo, ¿debemos
considerar el ‘no trabajo’ como un cuerpo extraño a las sociedades
actuales?
La historia del salariado parece
inclinada a avanzar por los ‘malos lados’ y la reducción del tiempo de
trabajo humano se expresa dramáticamente en términos de desempleo para
unos y de intensificación y ampliación del tiempo de trabajo para otros
(postergación de la edad de jubilación, ampliación de la jornada
laboral, concentración del empleo en determinados países). Pero, al
igual que la destrucción de los trabajadores de oficio posibilitó la
extensión de las instituciones del salariado al conjunto de la
población, dicha socialización ha hecho posible, sin pretenderlo, no
sólo otros modos de distribución de la riqueza social, sino también una
reducción real y aún más generalizada de los tiempos de trabajo humanos.
La radicalización de esta tendencia no es pensable fuera de los
dispositivos institucionales que realizan hoy la formación, el reciclaje, el mantenimiento y la
reproducción ampliada de la población asalariada.
REAPROPIACIÓN
Estos procesos se efectúan de manera
cada vez más autónoma respecto de los tiempos de trabajo efectivos:
mediante negociaciones (convenios), impuestos y cotizaciones que
permiten distribuciones y repartos (parcialmente liberados así de los
intercambios de valores equivalentes), en función de necesidades
sociales y políticamente determinadas (de manera cada vez más
descentralizada) para unos u otros colectivos. No obstante, esta
producción y reproducción de la clase de los asalariados se realiza aún a
espaldas de ella. La progresiva reapropiación, por su parte, de dichos
mecanismos aceleraría el proceso de liberación definitiva de los tiempos
de la vida de los del trabajo asalariado: no tenemos que esperar a que
nos invadan los marcianos.
HORAS DE TRABAJO //
francia, de las 35 horas semanales a las horas extra
La jornada laboral de 35 horas semanales
fue implantada en Francia por el Gobierno social-liberal de Lionel Jospin, a partir de dos leyes votadas en 1998 y
2000. Se trataba de implantar una reducción generalizada y obligada de
la jornada laboral de 39 horas a 35. Los objetivos de la reforma
consistían en compartir y redistribuir el volumen de trabajo entre el
conjunto de la población activa, y así crear nuevos puestos de trabajo.
La reforma, que se fue aplicando de forma progresiva, permitía cierta
flexibilidad: se podía, por ejemplo, trabajar 39 horas a la semana, pero
luego tener 25 días de vacaciones, o librar una tarde a la semana.
Además, obligaba a las empresas a no bajar los sueldos a pesar de la
reducción de horas. Hoy en día, si bien la duración legal del trabajo a
tiempo completo sigue siendo 35 horas, las facilidades dadas por Sarkozy a las empresas para
recurrir a las horas extra han hecho que sea muy fácil para éstas
imponer tiempos de trabajo semanales mayores a las 35 horas y así
‘permitir’ a los trabajadores “trabajar más para ganar más”, uno de los
lemas más recurrentes durante su campaña.
RENTA BÁSICA // El
derecho de vivir y no de sobrevivir
Un pleno empleo ni posible ni deseable,
rentas mínimas de inserción o prestaciones contributivas disimuladas
como “ayudas” (verbigracia, los 420 euros que el Gobierno está dando a
los parados de larga duración) son evidencias de la necesidad de un
cambio en las relaciones del Estado con sus habitantes. En el Estado
español conviven distintas convicciones respecto a cómo debe ser esta
renta. Las propuestas más avanzadas consideran que debe ser un derecho
individual, universal,
incondicional y suficiente, es decir, que al menos se sitúe por encima
del umbral de la pobreza. En la actualidad, la Comunidad Autónoma Vasca y
Pamplona mantienen una renta básica de emancipación, aunque tanto los
partidarios de la Renta Básica Universal como quienes defienden la
Renta Básica de los Iguales consideran negativo que el modelo vasco
exija contraprestaciones a quienes perciben este subsidio.
DECRECIMIENTO // una
propuesta que cuestiona la sacrosanta dictadura del PIB
“Un eslogan provocador para que asumamos
lo absurdo de un sistema que nos lleva a la catástrofe”. Así define el
decrecimiento el filósofo francés Serge
Latouche, uno de los gurús de esta corriente de pensamiento
político, económico y social que cuestiona el objetivo del crecimiento
económico del capitalismo, el crecer para seguir creciendo de los países
enriquecidos. Consumir menos para vivir mejor, producir menos y, por lo
tanto, trabajar menos y de forma repartida. En el Estado español, Jorge
Riechmann, Carlos Taibo o Joan Martínez Alier
han desarrollado esta propuesta que busca romper con la lógica de la
acumulación y conseguir el equilibrio de los recursos, la población y el
medio ambiente. En último término y grosso modo, para acabar con las
dinámicas de desigualdad social habría que caminar hacia sociedades
austeras que abandonen el sobreconsumo y el despilfarro, decrecer en los
países ‘desarrollados’ y crecer en los países empobrecidos hasta llegar
a los niveles de bienestar social de los que hoy carecen, con nuevos
índices para unos y otros, más allá del PIB, que nos permitan medir ese
bienestar y la felicidad.
fuente, vìa :
http://www.elciudadano.cl/2010/06/16/%C2%BFes-necesario-trabajar-para-vivir/
http://www.elciudadano.cl/2010/06/16/%C2%BFes-necesario-trabajar-para-vivir/
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