Prácticamente
nos hemos pasado la historia de los últimos dos mil años pensando en
las guerras y en la religión, nos gustase o no, las comprendiéramos o
no. Luego, tras la segunda guerra mundial, en la Europa Vieja empezaron a
pensar en claves políticas, como en la antigua Atenas, pero mientras
Europa se iniciaba en la política democrática, en España todos hacíamos
lo que Franco decía: “haga como yo, no se meta en política”. Por eso
entonces, durante cuarenta años, teníamos dos opciones: o pensar en
religión, o pensar en los principios del Movimiento. Nos gustase o no.
Hoy
día todo ha cambiado. Todo aquel o aquella que no comprenda ni jota de
economía capitalista, es un analfabeto técnico que ha de limitarse a ser
un convidado de piedra que soporta las consecuencias de los tejemanejes
de unos cuantos expertísimos que hablan y hablan, que dicen lo que hay y
lo que no hay que hacer, pero para que toda siga igual o de mal en
peor...
Pero se da la circunstancia de que,
salvo esos que con un florilegio de frases inconexas se hacen pasar por
entendidos en economía (como los que dicen entender de fútbol), nadie
entiende este galimatías que nos montan a cuenta de la crisis, de los
desfalcos, de la deuda, del déficit, de la recesión y de la inflación. Y
si lo entendemos, mucho peor. Pues estaremos viendo por dentro lo que
es la estafa de las clases enriquecidas a las clases trabajadoras que no
tienen más remedio que soportarlas sin ir a la revolución. Pero no
basta con mezclar o ir situando cada palabra en sitio distinto en cada
frase para entender de economía, es necesario saber aplicar una frase
distinta a cada palabra y empaparse de los neologismos anglosajones que
inundan los periódicos financieros anglosajones. De pronto aparecen los
hedge founds, los fondos de inversión basura, como aparecen las agencias
de calificación del riesgo de cuyas calificaciones depende la suerte de
cada país y de cada sociedad. Cuantos más factores entren en juego, más
perdidos estaremos...
Los ciudadanos
“menores”, es decir, los centenares de millones de currantes en Europa y
los treinta y cinco millones en España, no entienden nada y han de
limitarse a escuchar a los miles o centenares de miles de economistas,
políticos y periodistas, todos unos pillastres, que se esfuerzan por
parecer todos a cual mejor intencionado pero que al final de lo que
hablan es de cómo hacer o cómo repartirse entre ellos los mayores trozos
de la tarta mientras los demás nos limitamos a pasar por la caja del
desempleo o por la casa de nuestros padres a pedirles una limosna.
Como
siempre ha sido y siempre será. Hasta que en España no desaparezcan la
monarquía, la constitución y el concordato, y la banca, la energía y la
industria sean nacionalizadas, los ciudadanos corrientes no entenderemos
de economía aunque veamos claramente dónde está en cada momento el
truco. Como antaño no entendíamos las abstrusas explicaciones de los
curas sobre la Santísima Trinidad y paridas por el estilo, pero sabíamos
que nos engañaban. Pues, mientras la economía capitalista no es más que
un montón de basura, de artificios y de falsedades donde nos hacen
revolcarnos mientras las clases opulentas los agitan, la economía no
capitalista es simplemente teneduría de libros contables.
Ahora
resulta que la culpa de todo este desaguisado la tiene Alemania. Y todo
por no haber reaccionado a tiempo la canciller Angela Merkel frente a
la crisis de la deuda pública del gobierno griego. Y todo por no haber
entrado en Grecia a sangre y fuego para reintegrarse de la deuda
contraída por Grecia. Y todo porque Alemania ha promocionado una
economía basada en la exportación que ha superado con creces a la
importación; y todo porque gracias a Alemania y a sus préstamos a la
banca española destinados al sector inmobiliario y a la construcción, la
burbuja inmobiliaria terminó por estallar. Y todo porque Alemania se ha
convertido en la mayor propietaria de bonos públicos hoy día en la UE. Y
en lugar de afanarse los países mediterráneos a pagarle le deuda, se
han dedicado a pedir más préstamos, a despilfarrar los obtenidos y a
blindarse los directivos y gestores beneficios millonarios sin
contrapartida en ventas de los inmuebles...
Se
le acusa, en definitiva a Alemania, de falta de liderazgo. Al menos de
eso le acusa Viçens Navarro en su artículo de ayer en “Público”. Según
los casos, a la paciencia le llaman desidia, y a la eficacia falta de
liderazgo porque el acreedor -en este caso Alemania- no ha dado un
puñetazo en la mesa a tiempo y ha embargado al país deudor entero.
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