Entre el 12 de
junio –cuando desaparecieron los tres jóvenes colonos en Cisjordania
ocupada– hasta el 30 en que se hallaron sus cuerpos, Israel llevó a cabo
la operación “Guardián de mi hermano” con el fin explícito de destruir a
Hamas, al que Netanyahu –sin ninguna evidencia– acusó del hecho.
En
dos semanas 600 palestinos fueron detenidos, 12 fueron asesinados,
incluyendo cuatro niños de 10, 13, 16 y 17 años; dos personas murieron
de ataque cardíaco cuando las tropas israelíes invadieron sus hogares;
hubo más de un centenar de heridos (15 de ellos niños y niñas), algunos
graves (incluyendo una niña de 9 años deliberadamente arrollada por un
automóvil de colonos cerca de Belén); más de 2200 viviendas fueron
allanadas y vandalizadas con extrema violencia, y algunas decenas fueron
directamente demolidas (una práctica despiadada y abominable que los
sionistas heredaron de los colonizadores británicos). Además Israel
realizó 35 ataques aéreos sobre Gaza (contra 18 cohetes caseros de la
resistencia palestina que, como es habitual, no causaron víctimas).
Hebrón,
la mayor ciudad palestina (casi 200.000 habitantes), fue puesta bajo
toque de queda, el ejército ocupó edificios y azoteas y rastreó todas
las localidades vecinas en la zona donde desaparecieron los colonos. No
deja de ser sospechoso que con todo ese despliegue (y la eficiencia de
los servicios de inteligencia israelíes) tardaran más de dos semanas en
encontrar los cuerpos a pocos metros de donde habían desaparecido.
Algunas fuentes calificadas han filtrado el dato de que el hallazgo
habría sido hecho mucho antes, pero se ocultó para poder continuar con
la operación de persecución de Hamas y la detención de varios centenares
de sus miembros.
Poco importó que
ninguna organización palestina reivindicara el secuestro y asesinato de
los colonos (como sí ha ocurrido en el pasado) y que los líderes de
Hamas negaran toda responsabilidad. Tampoco se necesita imaginación para
darse cuenta de que, si no era para canjearlos por presos palestinos,
el crimen no podía reportarle beneficio alguno a Hamas, a solo dos
semanas de haber alcanzado un acuerdo con Fatah y establecido un
gobierno transitorio de unidad nacional. En cambio, quienes tenemos
memoria sabemos bien que esta dinámica no es nueva: cada vez que los
palestinos obtienen algún avance en el plano político (ya sea dentro de
su territorio ocupado o en el plano internacional), Israel lanza una
operación para hacer trizas ese logro y hacerlos regresar al único
terreno que conoce: el de la violencia.
El
mismo Ban Ki-Moon pidió a Israel que presentara evidencias de la
responsabilidad de Hamas en el crimen de los jóvenes, y Amnistía
Internacional afirmó que la operación de castigo colectivo sobre la
población palestina (un crimen de guerra según el derecho internacional
humanitario) no haría justicia al homicidio de los colonos. Israel,
haciendo como de costumbre oídos sordos a las exhortaciones de la
comunidad internacional, cercó el barrio de Hebrón donde viven los dos
principales sospechosos (según afirma) y procedió a destruir con
explosivos sus viviendas; una medida punitiva brutal, sin mediar juicio
ni garantías de ningún tipo, que afectó a los numerosos integrantes de
ambas familias (incluyendo muchas niñas y niños).
Inmediatamente
después del hallazgo de los cuerpos de los tres colonos se desató en
Israel una ola de furia colectiva, con llamados de “Muerte a los árabes”
para tomar venganza y exigiendo al gobierno que acabe con ellos de una
vez para siempre. No faltaron políticos israelíes que se sumaran a esta
campaña. Hubo ataques de turbas a personas y propiedades palestinas y un
par de intentos de secuestro de niños. Mohammed Abu Khdeir (16) fue
secuestrado, torturado y quemado vivo por colonos enfurecidos en
Jerusalén Este, lo cual desató una inusual ola de protestas violentas
que ya han dejado un saldo de más de 250 palestinos heridos en la
ciudad. Su primo Tarek Abu Khdeir (que vive en EEUU, tiene ciudadanía de
ese país y estaba de vacaciones) fue golpeado salvajemente por la
policía, que además lo detuvo sin proporcionarle atención médica. Solo
fue liberado dos días después, bajo fianza y con prohibición de
acercarse a Shuafat, el barrio de su familia.
Víctimas invisibles
Todos
los medios occidentales se han hecho eco de la muerte de los tres
jóvenes colonos. Los gobiernos no tardaron en condenar el hecho y
expresar su pésame a su par israelí. Pero ni unos se molestaron en
informar sobre la violencia desproporcionada desplegada por Israel
durante la operación reciente, ni los otros en condenar los 15
asesinatos de palestinos (incluyendo niños y adolescentes) ni en
expresar sus condolencias a ese pueblo. Ni los tabloides ni las
pantallas de televisión han registrado sus nombres o sus rostros, ni
hemos visto imágenes de sus funerales ni del llanto desconsolado de sus
madres.
Irónicamente, Netanyahu
afirmó que los colonos “fueron secuestrados y asesinados a sangre fría
por animales”. Uno se pregunta cómo se debe calificar a un ejército que
mató a 15 jóvenes en pocos días, o que asesinó a un niño palestino cada
tres días en los últimos 13 años, y a 1500 desde el año 2000; o que cada
madrugada irrumpe con violencia en los hogares palestinos, arranca a
los niños de sus camas, los lleva esposados y de ojos vendados con rumbo
desconocido, los interroga bajo torturas e incomunicación y los juzga
en tribunales militares por el (supuesto) delito de tirar piedras a las
fuerzas que ocupan su país.[1]
Ante
la parcialidad con que los medios occidentales (des)informan sobre este
conflicto, una vez más debemos repetir que la violencia de los ocupados
no es la causa de la ocupación: es un síntoma, una consecuencia de la
violencia original e impune que desde hace casi 70 años ejerce uno de
los ejércitos más poderosos del mundo sobre un pueblo limpiado
étnicamente, ocupado militarmente, colonizado territorialmente y
discriminado jurídicamente. No por casualidad las víctimas palestinas
son entre cuatro y cinco veces más que las israelíes.
Esta
desproporción de los medios y gobiernos parece indicar que para el
mundo la vida palestina es barata y desechable, mientras que la judía es
sacrosanta. Toda vida humana es preciosa, y la muerte violenta de un
joven –cualquiera sea su filiación étnica o religiosa– es un crimen que
debe ser repudiado y castigado. Precisamente por eso Occidente debe
admitir de una vez por todas que la vida de miles de niños y jóvenes
palestinos es tan valiosa como la de tres colonos judíos, y el dolor de
sus madres y sus familias es igual de profundo.
En
medio de la explosión de rabia, recriminaciones y odio generalizado que
campean en este momento, no deja de ser un alivio escuchar algunas
voces sensatas de las propias familias de las víctimas: “Estoy contra el
secuestro y el asesinato. Ya sea judío o árabe, ¿quién aceptaría que su
hijo o hija sean secuestrados o asesinados? Llamo a las dos partes a
parar el derramamiento de sangre”, dijo el padre de Mohammed Abu Khdeir.
“El asesinato es asesinato. No importa la nacionalidad o la edad, no
hay justificación ni perdón para cualquier asesinato”, dijo el tío de
Neftalí Fraenkel, uno de los tres jóvenes colonos.
Sin
olvidar que una de las familias es víctima de una violenta ocupación
desde hace tres o cuatro generaciones, y la otra es víctima de su propia
decisión de vivir en un territorio robado que (independientemente de su
particular interpretación teológica) la comunidad internacional entera
considera que pertenece y debe ser devuelto a otro pueblo.
[1]
Conviene recordar, en este contexto, que en febrero Amnistía
Internacional denunció a Israel por su “cruel indiferencia hacia la vida
humana” en la matanza de decenas de adultos y niños palestinos en los
últimos tres años, asegurando que las fuerzas israelíes cometen
constantes abusos de derechos con uso “innecesario, arbitrario y brutal”
de la fuerza, y con “total impunidad”.
Esta es la lista de las víctimas palestinas, hasta el 5 de julio:
Ahmad
Sabarin (20) fue asesinado en el campo de refugiados de Jalazone
(Ramala) Mohammad Dodin (13) fue asesinado en Dura (Hebrón) Mustafa
Aslan (21) en el campo de refugiados de Qalandiya (donde también le
dispararon a Yazan Odeh, que está luchando por su vida); Jawad Muhammad
Dawud (60) murió de un ataque cardíaco después que los soldados
invadieron su casa en Hares (Salfit) y lo golpearon; Ahmad Said Khalid
(27) del campo de refugiados de Al Ein, fue asesinado en Nablus Mahmud
Atallah (30) de Betunia, fue asesinado en Ramala Sakher Burhan Abu
Muhsen, de Tubas, fue asesinado en el Valle del Jordán Yusuf Abu Zaghah
(16) fue asesinado en el campo de refugiados de Jenin Fatima Ismail Issa
Rushdi (78) murió de un ataque cardíaco después que los soldados
invadieron y vandalizaron su hogar en Hebrón Alí al-Awour (10) murió por
un ataque aéreo israelí cuando viajaba en moto con su tío en el norte
de Gaza Mohammed Ziyad Abeed (29) murió por otro ataque aéreo israelí en
Al Qarara, al este de Khan Younis (Gaza). Mohammed Al Suni (23) y Osama
Teziz (26) fueron asesinados por drones israelíes en el campo de
refugiados de Shati, Gaza. Mohamad Abu Khdair (16) fue secuestrado a las
4 AM en la mezquita de Shuafat (Jerusalén Este) por colonos judíos que
lo torturaron hasta la muerte; su cuerpo apareció totalmente quemado.
Además,
Joud al-Danaf (2) murió en Gaza cuando un cohete lanzado por la
resistencia palestina desde al-Atatrah, en el área de Beit Lahia (norte
de Gaza) cayó por error donde jugaban varios niños y niñas. Su hermanita
y dos primos (entre 2 y 4 años) resultaron heridos y tuvieron que ser
hospitalizados.
http://desinformemonos.org
http://desinformemonos.org/2014/07/algunas-vidas-valen-mas-que-otras/
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