A 40 Años: Crónica de un Golpe de Estado XIII
1.- La guerra interna
A lo largo de la historia algunos
hombres marcan el destino de sus pueblos con el delirio cruento de
traición y la guerra. Como verdaderos predicadores del odio solo llevan
devastación y muerte a las familias, obligando a sus huestes a la
degradación y el crimen. El cronista suele reconocerlos como bárbaros,
legiones que han sido el azote de los pueblos cuyo legado no es sino la
destrucción y el dolor. La historia atestigua con suficiencia este tipo
de tragedias donde lo que muere no es solo aquello que es, vidas
humanas, sino aquello que pudo ser, los sueños y anhelos de muchos.
La tarde misma del 11 de septiembre de
1973, la soldadesca desplegada por los golpistas se volcaba en todo el
país hacia los barrios populares en busca del “enemigo interno”, esto
es, trabajadores, campesinos, mujeres y niños que habían sido la base
social del gobierno de la Unidad Popular encabezado por el presidente Salvador Allende.
Mientras la cadena radial trasmitía bandos y marchas militares, los
uniformados allanaban universidades, poblaciones y las barriadas pobres
en las ciudades de Chile. Los estadios y muchas
dependencias militares fueron convertidos en campos de prisioneros. Los
soldados se ensañaban contra su propio pueblo desarmado, iniciando así
la pesadilla de una supuesta “guerra interna” de acuerdo a los manuales
sobre “seguridad nacional” editados en Washington. La guerra de Augusto había comenzado.
Al día siguiente del golpe de Estado, Augusto Pinochet
decretó el “estado de guerra interna” (Decreto ley Nª 5 del 12 de
septiembre de 1973), con ello se justificada el fusilamiento sin juicio
simulando consejos de guerra que nunca se efectuaron. Como ha explicado
el abogado de derechos humanos, Eduardo Contreras:” De
tal suerte que aunque en nuestro país lo que sucedió a partir del golpe
fue una masacre, una matanza, un genocidio contra un pueblo desarmado y
no una guerra, desde el punto de vista jurídico y en mérito del DL
citado, sí hubo, legalmente, estado de guerra y por consiguiente los
prisioneros fueron, técnicamente, todos ellos prisioneros de guerra. Así
lo ratificaron además diversos fallos de la mismísima Corte Suprema de aquellos años que, avalando la acción de la dictadura, sostenía invariablemente que en Chile estábamos en guerra”.
Sería esta condición de “guerra interna”
la que posibilitaría los escasos juicios que se han llevado a cabo:
“…al hacer aplicable la legislación de tiempos de guerra la dictadura
hizo aplicables los Convenios de Ginebra, que eran ya hacía
tiempo ley chilena tras su ratificación y aprobación a comienzos de la
década de los años 50 del pasado siglo y cuyo artículo 3º, común a los
cuatro Convenios, establece la imprescriptibilidad de los delitos de
lesa humanidad. Es precisamente lo que ha hecho posible los procesos en
curso hoy en Chile por las violaciones específicas, caso a caso, de los
derechos humanos”.
La guerra de Augusto no fue sino un
coartada pseudo legal para justificar crímenes de lesa humanidad, una
manera de cohonestar la violencia homicida escenificada en todos los
rincones del país. A 40 años del golpe, muchos de los civiles y
uniformados que protagonizaron esta “guerra interna” siguen impunes,
sobreviviendo a su felonía, muchos de ellos enriquecidos, posando de
demócratas. La guerra de Augusto se instala entre nosotros como una
mancha de sangre en las últimas décadas del siglo XX.
2.- Historia nacional de la infamia
La guerra de Augusto representa para las
nuevas generaciones uno de aquellos episodios que merecen un lugar
principal en la “Historia Nacional de la Infamia”. Instrumentalizar a
las fuerzas armadas para servir a una potencia extranjera y volver las
armas contra su propio pueblo, bombardeando el palacio de gobierno,
sirviendo así a las elites de oligarcas temerosas de perder sus
privilegios en un mundo democrático. Pocas veces en nuestra historia se
ha degradado a tal punto el sentido básico de patriotismo y dignidad
nacional. Sembrar un país de tumbas sin nombre, convertir los espacios
públicos dispuestos para la alegría y el esparcimiento en “campos de
concentración”, hacer de la vida cotidiana una amenaza constante de la
“policía secreta”, hacer de la desaparición y la tortura una práctica
naturalizada, tal es la guerra de Augusto.
Las calles desiertas por un “toque de
queda” mantenido durante muchos años. Un país de silencios habitado por
los fantasmas de muchedumbres, levantando sus puños, soñando dignidades,
reclamando justicia. Es el misterio de lo ausente, oquedad infinita de
lo que no pudo ser, simiente para futuras generaciones. La guerra de
Augusto representó la expulsión del país de miles de chilenos, separando
familias y torciendo el destino de tantos. La guerra de Augusto fue el
intento más radical por detener el tiempo histórico, erradicando para
siempre las luchas sociales. Fue el intento de construir un mundo ajeno
al mundo y a la vida en que la paz de los cementerios ordenaría la vida
de los vivos.
Chile adquirió la pátina broncínea de
otrora, los altos oficiales en tenidas de gala y el dictador presidiendo
actos y fiestas con sus cómplices en las páginas sociales de El Mercurio.
Augusto Pinochet construyó una dictadura “pelucona”, un alambicado
mundo de paniaguados y rastreros que le rodeaban, mientras la Dina,
su particular organización criminal, hacía el trabajo sucio en las
ciudades del país. La guerra de Augusto fue, de algún modo, la guerra de
un dictador contra los relojes, como si el calendario pudiese detenerse
para siempre en su hora de gloria un 11 de septiembre de 1973.
3.- A 40 años de la guerra de Augusto
Entre los muchos argumentos que se
esgrimen para justificar la guerra de Augusto está aquel de los logros
materiales de una modernización capitalista. Este tipo de argumentación
olvida que con la misma lógica se puede aducir que Adolf Hitler terminó con la cesantía en la Alemania nacional socialista, ocultando la dimensión ética de dicho régimen que llevó a la perversión el totalitarismo.
El golpe de Estado en Chile se puede
explicar racionalmente como un lamentable episodio de la Guerra Fría que
confrontó, a escala planetaria, dos sistemas económicos y políticos. El
golpe de Estado puede ser interpelado desde una aproximación emocional y
así nos va a conmover el abuso de tantas víctimas inocentes. No
obstante, pocas veces se dimensiona la profundidad de lo acontecido, en
este sentido, el golpe de Estado en Chile puede ser aprehendido en su
dimensión espiritual de “numinoso terror”.
La muerte y el sufrimiento confronta a
las sociedades al pavor y el pánico, estremecimiento ante lo irracional y
la barbarie. Es esta dimensión de profundidad la que hace de estas
experiencias algo que trasciende su circunstancia histórica. La guerra
de Augusto alcanza así su carácter de infamia universal, crimen contra
la humanidad toda. El golpe de Estado en Chile constituye en todo el
sentido del término una aberración que arrastró a un pueblo entero a su
degradación.
A medida que el tiempo nos distancia de
tan trágico acontecimiento, se advierte con creciente nitidez su
significado más sutil. Es difícil encontrar las palabras para la
dimensión inefable de un padecer colectivo que convierte a éstos en
victimarios y a aquellos en víctimas. Solo a modo de aproximación se
podría ensayar términos como estupor, vergüenza, indecible dolor. Al
revisar recuerdos, testimonios e imágenes nos sobrecoge el silencio ante
el mal, la locura y la muerte, cuando ya ni las lágrimas.
4.- El presente de la historia
Suele acontecer en la historia que tras
muchas décadas se vuelve en espiral al mismo punto de partida, pero en
un nivel cualitativamente distinto. El caso del golpe de Estado en
Chile, pareciera confirmar esta sentencia. Al observar las últimas
décadas se constata que las razones profundas que llevaron en su
momento, a la elección de Salvador Allende y su singular “vía chilena al
socialismo” nunca han desaparecido. El fundamento último de la llamada
Unidad Popular fue la aspiración de una parte importante de la población
de ver realizadas sus aspiraciones de justicia social frente a una
democracia oligárquica por definición desigual y excluyente.
Si bien el pasado, el presente y el
futuro constituyen categorías temporales lo cierto es que el imaginario
histórico y social se define más bien como una “experiencia histórica”
esto es, como un tiempo vivido. En este sentido, todo “ahora”, tal y
como nos enseña Benjamin,
actualiza su pasado histórico como un “otrora” un presente diferido que
adquiere una nueva significación en una circunstancia actual. Ese “otro
ahora” no ha desaparecido de la subjetividad colectiva, está allí
cristalizado en recuerdos, testimonios, imágenes, en fin, está inscrito
simbólicamente como una posibilidad cierta. No se trata desde luego, de
reeditar experiencias históricas sino de reconocer en ella su fundamento
histórico y moral.
Desde esta perspectiva, la superación de
la Guerra Fría y su falsa oposición entre un socialismo de cuño
soviético o un capitalismo al estilo occidental, torna más nítido el
carácter histórico político de la fisura latinoamericana. En efecto, en
este “ahora” del siglo actual surge con mayor claridad el imperativo de
dejar atrás las formas arcaicas de una democracia oligárquica
sedimentada desde los albores de nuestra independencia y cuya expresión
más reciente es la constitución de facto impuesta por una dictadura
militar.
La guerra de Augusto ha sido el intento
más acabado de refundar un país, afirmando, al mismo tiempo, su
tradición oligárquica. Esta empresa, empero, está llegando a su fin.
Como señaló el mismo Allende aquel histórico 11 de septiembre de 1973:
“Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos
sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la
hacen los pueblos” Tales palabras adquieren hoy su sentido más pleno y
profundo, pues las nuevas generaciones retoman los pasos de un proceso
democrático cuyo sentido es el mismo de hace 40 años: el anhelo de una
mayor justicia social para las mayorías.
Es cierto, otros son los protagonistas,
otras las voces. Es cierto, muy diversas las circunstancias del mundo y
de nuestro país. Otros los matices de la historia presente, mas los
gritos y demandas en las calles nos traen los ecos de ese otrora que
reclama su presente. Hay un sutil hilo de seda que atraviesa el tiempo
aparente, diríase un mismo espíritu que anima dos épocas separadas por
tanto dolor, por tanto silencio. Es la marcha humana de muchedumbres en
las calles, hombres, mujeres niños, construyendo su destino en el océano
infinito de tiempo y de historia, su propia historia.
• Fragmento del eBook La Guerra de Augusto. 2013
• Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. Elap. Universidad Arcis
Vía:
http://www.elciudadano.cl/2013/08/06/75934/la-guerra-de-augusto/
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