La guerra de Augusto ha sido el
intento más acabado de refundar un país, afirmando, al mismo tiempo, su
tradición oligárquica. Esta empresa, empero, está llegando a su fin. En
este “ahora” del siglo actual surge con mayor claridad el imperativo de
dejar atrás las formas arcaicas de una democracia oligárquica
sedimentada desde los albores de nuestra independencia y cuya expresión
más reciente es la constitución de facto impuesta por una dictadura
militar.
1.- PARADOJA CHILENA
A fines de la década de los años 80
del siglo XX, Chile y el mundo parecen inaugurar un nuevo tiempo
histórico. Por aquellos años, cae el muro de Berlín, poniendo fin a la
llamada Guerra Fría. Un cambio macro político destinado a abrir un nuevo
curso a la historia de la humanidad. Al mismo tiempo, en Chile, un
plebiscito sacaba al dictador Augusto Pinochet de la primera
magistratura del país. Un cambio micro político que significó el inicio
de un proceloso camino hacia la restauración democrática, un camino que
después de 40 años todavía no termina.
Sin tener plena conciencia de ello, el
nuevo escenario nacional, e internacional, nos ofrecía lo que podemos
llamar “la paradoja chilena”. Si bien el dictador se retiraba de la
Moneda, refugiándose como comandante en jefe de su ejército, había
dejado todo “atado, bien atado” para que la institucionalidad
dictatorial siguiera presidiendo la política nacional por décadas. Con
ello se garantizaba la impunidad de civiles y militares que habían
actuado como verdugos, Pinochet el primero. Asimismo, se mantuvo un
orden económico tremendamente ventajoso para banqueros e inversionistas
criollos y extranjeros. Por último, se estructuró una legislación que
dio garantías a los sectores de derecha para preservar mayorías
parlamentarias mediante el llamado sistema binominal.
En pocas palabras, mientras el planeta
entero enfrentaba una apertura inédita en la historia, preparándose
para ingresar en procesos de mundialización, la institucionalidad
chilena operó una clausura. Lejos de prepararse para cambios
democráticos en la sociedad chilena, las elites locales se aferraron a
una constitución heredada de la dictadura, acomodándose a ella. En una
sociedad que hasta el presente se estructura casi como un régimen de
castas, la constitución de Pinochet cristalizó una democracia
oligárquica: clasista, excluyente y anti democrática.
De este modo, la dictadura de Augusto
Pinochet fue el instrumento de una clase social para realizar el
“trabajo sucio”, descabezando un movimiento popular ascendente a sangre y
fuego, sembrando el territorio nacional de cadáveres. La barbarie en
que se ha sumido la derecha chilena se prolonga hasta el presente bajo
la forma de impunidad para los responsables –civiles y militares- de
crímenes de lesa humanidad. Pero también en impedir la expresión
democrática de las mayorías ciudadanas y en la represión de amplios
sectores de chilenos que reclaman sus derechos, estudiantes,
trabajadores.
En la hora presente y superada ya la
falsa dicotomía que nos proponía como únicos modelos posibles el
“socialismo real” de cuño soviético o el “neoliberalismo” de estilo
occidental; surge en Chile, como en otros países de la región, la
verdadera contradicción histórica y social que nos acompaña desde la
independencia: Una democracia oligárquica que legitima la injusticia de
los más o una democracia participativa que restituya la soberanía de
nuestros pueblos.
2.- DOLORES Y ENSEÑANZAS
Las circunstancias históricas más
aberrantes y trágicas han sido también una ocasión propicia para el
aprendizaje y la reflexión. El sufrimiento individual y colectivo
pareciera ser un acicate que nos muestra el significado de ciertos
acontecimientos, más allá de lo intelectual, más allá de la emoción. Ni
entender la racionalidad política de una acción militar ni la
consternación ante la barbarie parecen suficientes ante tanto dolor y
tanta muerte. Para entender cabalmente ciertos acontecimientos se
requiere además “comprenderlos en su profundidad”. Esta
comprensión está más allá de los conceptos y las emociones e implica una
aprehensión que reclama un compromiso integral, pleno de intensidad y
radicalidad, una genuina experiencia espiritual.
Desde una perspectiva tal, todo lo
acontecido en Chile desde 1973 representa una degradación moral que solo
puede avergonzar al género humano. El fatídico golpe de Estado
protagonizado por Augusto Pinochet ha significado, ni más ni menos,
poner en entredicho la “dignidad humana”, violentando los
cuerpos y la vida de hombres y mujeres, muchos de ellos, desaparecidos
hasta hoy. Los actos inspirados en el fanatismo homicida, en la codicia y
el egoísmo solo multiplican el sufrimiento en víctimas y victimarios.
La barbarie pervive cuando sigue impune, pues solo la justicia humana
puede redimir parcialmente la ignominia.
Ningún uniforme es suficiente para
ocultar lo que somos. Abusar o asesinar a otro, sea en nombre de
cualquier ideología o creencia, es abusar o asesinar a un semejante.
Este “saber moral” es aceptado por laicos y creyentes y se
inscribe por derecho propio entre los derechos humanos fundamentales: el
derecho a la vida. Chile ha debido compartir su tragedia con muchos
otros pueblos de la tierra, el momento amargo de su dolorosa
degradación. Un dolor que se expresa en miles de torturados, asesinados,
desparecidos y en el luto de sus familiares. Un dolor que también se
expresa en la vergüenza que ensombrece nuestro país hasta nuestros días,
un dolor que se llama impunidad y se llama desigualdad e injusticia.
Las nuevas generaciones de chilenos
deben aprender a vivir con las cicatrices de un pasado triste y
vergonzante. Sin embargo, por lo mismo, se les impone el desafío de
restituir la “dignidad” a la vida en nuestra sociedad. La
dimensión profunda de nuestra historia, espiritual si se quiere, nos
concierne a todos y atañe a nuestra estatura humana. No se trata de una
cuestión etérea, lejana y ajena, la “dignidad” se realiza en la
vida concreta de los pueblos donde cada individuo encuentra un lugar
para su realización. En el presente, los chilenos estamos llamados a
construir nuevos horizontes democráticos, inclusivos, participativos,
que conjuguen el crecimiento material con el desarrollo moral, dejando
atrás la tristeza y el rencor del siglo precedente.
3.- FUERZAS ARMADAS: TAREA PENDIENTE
Democratizar un país consiste en lo
fundamental en ajustar las instituciones al amplio tejido social de la
nación a la que sirve. En este sentido, se hace indispensable
reconfigurar la institucionalidad chilena y eso pasa por una nueva
constitución para nuestra república. Este nuevo diseño solo puede emanar
de la voluntad soberana de un pueblo, cualquiera sea la forma en que
ésta se exprese. Democratizar Chile es poner todas las instituciones de
un estado responsable como garantía de una vida digna para hombres,
mujeres y niños nacidos en este país, sin importar su condición social,
su credo, ideología u origen étnico. En un Chile democrático todos deben
encontrar su lugar, sin exclusiones.
En ese Chile democrático corresponde
abordar el complejo problema de nuestras fuerzas armadas. Hasta el
presente, se trata de un tópico que nadie quiere abordar, es un tabú
político que los diversos partidos y figuras eluden, ignorando un
aspecto fundamental para el presente y el futuro histórico del país.
Plantear el problema de una profunda democratización de las fuerzas
armadas es políticamente incorrecto, sin embargo, se trata de una
cuestión insoslayable en los años venideros. Esto se explica, en parte,
en el hecho evidente de que han sido las instituciones castrenses las
que han protagonizado una dictadura atroz que nos avergüenza hasta hoy.
El papel de las fuerzas armadas en un
Chile democrático no puede estar disociado del curso histórico del país
en su conjunto. La dictadura de Augusto Pinochet y su constitución de
facto politizó en extremo a los institutos armados, llegando al grotesco
de asegurar a los comandantes en jefe un sillón parlamentario, formando
a generaciones de oficiales en doctrinas foráneas y anti patrióticas de
“seguridad nacional”, que conciben a los sectores sociales oprimidos
como un “enemigo interno”. Esta profunda distorsión de la herencia de
nuestros héroes sigue pesando en los cuarteles, convirtiendo a las
fuerzas armadas en verdaderos gendarmes de un Estado policial.
El Chile del mañana requiere de unas
fuerzas armadas democráticas, garantizando el acceso a sus institutos de
todos los jóvenes chilenos sin exclusiones clasistas como acontece en
la actualidad. Las instituciones de la defensa nacional requieren
recuperar un nuevo sentido de patriotismo, tan profundo como generoso.
En tanto instituciones del Estado chileno, no es aceptable que sean
convertidas en cotos cerrados donde reina el nepotismo, como una entidad
parásita y ajena a los problemas del país. Una democracia robusta no
puede desarrollarse mirando al mundo militar como una amenaza presente o
futura. Construir una nueva relación con los uniformados en un país
democrático es uno de los grandes desafíos de Chile en el presente
siglo, una nueva relación que deje atrás la triste historia que ya
conocemos.
4.- LECCIONES DE UNA DICTADURA
Suele acontecer en la historia que
tras muchas décadas se vuelve en espiral al mismo punto de partida, pero
en un nivel cualitativamente distinto. El caso del golpe de Estado en
Chile, pareciera confirmar esta sentencia. Al observar las últimas
décadas se constata que las razones profundas que llevaron en su
momento, a la elección de Salvador Allende y su singular “vía chilena al
socialismo” nunca han desaparecido. El fundamento último de la llamada
Unidad Popular fue la aspiración de una parte importante de la población
de ver realizadas sus aspiraciones de justicia social frente a una
democracia oligárquica por definición desigual y excluyente.
Si bien el pasado, el presente y el
futuro constituyen categorías temporales, lo cierto es que el imaginario
histórico y social se define más bien como una “experiencia histórica”,
esto es, como un tiempo vivido. En este sentido, todo “ahora”, tal y
como nos enseña Benjamin, actualiza su pasado histórico como un “otrora”
un presente diferido que adquiere una nueva significación en una
circunstancia actual. Ese “otro ahora” no ha desaparecido de la
subjetividad colectiva, está allí cristalizado en recuerdos,
testimonios, imágenes, en fin, está inscrito simbólicamente como una
posibilidad cierta. No se trata desde luego, de reeditar experiencias
históricas sino de reconocer en ella su fundamento histórico y moral.
Desde esta perspectiva, la superación
de la Guerra Fría y su falsa oposición entre un socialismo de cuño
soviético o un capitalismo al estilo occidental, torna más nítido el
carácter histórico político de la fisura latinoamericana. En efecto, en
este “ahora” del siglo actual surge con mayor claridad el imperativo de
dejar atrás las formas arcaicas de una democracia oligárquica
sedimentada desde los albores de nuestra independencia y cuya expresión
más reciente es la constitución de facto impuesta por una dictadura
militar.
La guerra de Augusto ha sido el
intento más acabado de refundar un país, afirmando, al mismo tiempo, su
tradición oligárquica. Esta empresa, empero, está llegando a su fin.
Como señaló el mismo Allende aquel histórico 11 de septiembre de 1973:
“Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos
sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la
hacen los pueblos”. Tales palabras adquieren hoy su sentido más pleno y
profundo, pues las nuevas generaciones retoman los pasos de un proceso
democrático cuyo sentido es el mismo de hace cuarenta años: el anhelo de
una mayor justicia social para las mayorías.
Es cierto, otros son los
protagonistas, otras las voces. Es cierto, muy diversas las
circunstancias del mundo y de nuestro país. Otros los matices de la
historia presente, mas los gritos y demandas en las calles nos traen los
ecos de ese otrora que reclama su presente. Hay un sutil hilo de seda
que atraviesa el tiempo aparente, diríase un mismo espíritu que anima
dos épocas separadas por tanto dolor, por tanto silencio. Es la marcha
humana de muchedumbres en las calles, hombres, mujeres, niños,
construyendo su destino en el océano infinito de tiempo y de historia,
su propia historia.
Alvaro Cuadra*
*Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS.
LEA ADEMÁS: La guerra de Augusto
Vía:
http://www.elciudadano.cl/2013/08/25/79660/lecciones-de-una-dictadura/
http://www.elciudadano.cl/2013/08/25/79660/lecciones-de-una-dictadura/
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