(APe).-
Tironeada por la frontera con el Paraguay, Clorinda tiene nombre que
suena a mujer. Segunda ciudad más importante de Formosa. Provincia pico
de la pobreza y el feudalismo en la Argentina. En la oficina del PAMI en
Clorinda vienen olvidando hace tres semanas a una docena de viejos. Los
traen subrepticios. Fatigosos. Lidiando con bastones y rótulas
herrumbradas. Los cruzan del Paraguay y los dejan en la sala. Con un
bolsito de ropa y aspirinas. Con una gorra de lana y una chalina verde
tejida a mano. Sus hijos, sus nietos, los llevan.
Pesadamente
suben el escaloncito del umbral. E irrumpen a la zona sombría del
abandono. Si llegan muy temprano y la oficina está cerrada, los dejan en
la puerta. Cobran pensión en la Argentina y sus familias “no pueden
mantenerlos”. El sol les cae por los huesos pero al alma no llega. A los
90 años, piden ayuda para comer y un lugar para dormir. Y no recuerdan
la dirección donde vivieron.
En extinción
José
tiene 12. No lee ni escribe de corrido. Y si se lo apura, no lee ni
escribe. Lo encontraron en una zona rural de Orán, trabajando en el
desmonte. A mano y cuchillo, doce horas por día. Vivía en el monte –o en
lo que queda- en una choza armada con retazos de plástico y ramas de
árboles. Con el resto del obreraje, dormía en la tierra. La misma tierra
que era su mesa y su baño. La comida, escasa, llegaba una vez por mes.
Se la descontaban a su padre de un salario que al final no aparecía.
José es como un tapir. Esquivo y asustadizo. Un niño. En extinción.
Nochemala
La Navidad suele ser
melancólica en los calabozos. Esa noche mala de 2008 en la comisaría 20
de Orán doce muchachos de 17 años estaban solos con la profunda soledad
del encierro. El agente y el cabo pasarían su propia noche lo más buena
posible en la oficina de calle. Pero comenzaron a beber temprano. Muy
temprano. Y se acercaron al calabozo. Alcohol. Cigarrillos. Tos y ojos
dilatados. Destino desgraciado, nochebuena de calabozo, maldita policía
salteña, el estómago que sube hasta la garganta, el insulto, el golpe,
el fuego. Seis chicos murieron calcinados aferrados a la reja, soñando
con ser humo y trepar a las nubes y que la noche sea buena una vez, sólo
una vez en la vida. (Apenas a cuatro años fueron condenados dos
policías en noviembre de 2012. Todos están en libertad)
Castigo
Venía con su madre de
Santa Cruz de la Sierra. Tiene diez años y los ojos bolivianos, como dos
líneas gruesas y renegridas. Cuando pidió algo para comer lo vieron. En
la terminal de General Guemes los niños suelen andar sueltos. Pero él
estaba solo en el mundo. Y lloraba.
Dijo que su madre le
había dado 20 pesos para un sandwich y se había tomado un colectivo para
Río Negro. Juan Cáceres –se llama- dijo no conocer a otros familiares,
no saber quién es su padre, no haber ido jamás a la escuela y no saber
leer ni escribir.
Se lo llevó la policía de
la terminal de Guemes. Y lo dejó a cargo de la Justicia de Menores. Las
instituciones lo castigarán por las dudas. Lo encerrarán, le buscarán a
su madre, lo darán en adopción, lo devolverán un par de veces. Tan solo
como en la terminal de Guemes.
Vivos
“Cuidá a tus hermanitos”,
le dijo. Su mamá se llama Mayra, tiene 25 años y tres hijos solita.
Como en casa no hay agua, salió a pedir. Agustín tiene apenas 5 y quedó a
cargo de Benja, de 3 y Mayra (como mamá) de un año. El fueguito había
quedado encendido para cuando llegara la olla con el agua. La casilla es
chica y endeble. Armada con maderas. Una chispa que escapó y un fuego
famélico empezó a devorárselo todo. Agustín le dijo a Benja que
corriera. Y entró a la casita para alzar a Mayra que ya lloraba. Cuando
llegó su madre todo era una llamarada. Ella se apretó la cabeza, cerró
los ojos y dio un grito.
Sintió el tironeo en los
pantalones y se dio vuelta. Agustín venía de la mano de Benja y sostenía
a Mayra, que tenía los ojos rojos pero ya sonreía. Se sentó en la
tierra seca de San Ramón de la Nueva Orán y la mojó con su lluvia
salada. Apretó a sus hijos y se rio fuerte. No tenían nada. Nada. Pero
estaban vivos. Y ésa era su revolución.
Hambre
Jorge tenía 23 años y
estaba muerto de hambre. Entró en la casa de golosinas donde las fotos
provocan anegamientos de deseo en la boca y pidió comida. “Lo de
Yesica”, se llama. En Santa Catalina al 9500 de Posadas. No hay, le
dijeron. El miró la imagen de un alfajor partido en dos y el dulce de
leche, sensualmente, se derramaba. Sacó un cuchillo y pidió una caja de
ésos. Se la dieron y se fue. Cuando lo atrapó la policía tenía en un
bolsillo el cuchillo y dentro de la campera la caja de alfajores. Lo
pusieron “a disposición de la Justicia”. Nunca antes la Justicia lo
había mirado, ni siquiera de soslayo.
La cara de Abelardo
La cara de Abelardo
parece un mapa de 500 años. Tiene las marcas de la persecución, el
morado del saqueo, las cicatrices de los siglos. Es hijo de Félix Díaz,
el carashi de la comunidad Potae Napocna Navogoh. Vive en la comunidad
qom La Primavera, confinado a un rincón yermo de Formosa. Saqueados por
Gildo Insfran como en la invasión española. Abelardo tiene 21 años y fue
atacado por una patota. Brutalmente golpeado. Eran treinta contra
Abelardo y su amigo Carlos Sosa. “No nos van a quebrar”, dijo Félix
Díaz. El feudo formoseño no tolera la resistencia minúscula de los que
nunca se dejaron vencer. En 500 años. Habla por su boca y por la boca de
todos los medios provinciales que son también su boca. Y dice que fue
una pelea de borrachos.
También dijeron que
estaba borracho Juan Daniel Díaz Asijak, de 16 años, sobrino de Félix
Díaz. Murió después de que lo atropellaran en su moto y lo abandonaran
en la tierra.
Nada dijeron cuando en el
corte de la ruta 86 mataron a tiros a Roberto López. Al otro día lo
atropellaron a Mario López: era un policía que evitó que el pilagá fuera
a una marcha en solidaridad con La Primavera.
Hace ocho meses Abelardo
sufrió el ataque de una patota. Fue el primero. Dos meses después una
camioneta se fue encima del propio Félix Díaz. Las piedras le cortaron
la frente y el golpe le dejó flojos los huesos de brazos y piernas. La
camioneta se fue.
Lila Coyipé, de 10 meses,
y su abuela Celestina Jara, de 49 años, murieron atropelladas por un
gendarme. Ricardo Coyipé, único sobreviviente, lo vio venir. “Lo hizo a
propósito”. Para el feudo son todos accidentes de tránsito. Por
borrachera o insensatez.
En Laguna Blanca, una
patota golpeó a Omar Avalos, de la comunidad La Primavera. Avalos dijo
que lo acusaban –a él y a su esposa, que miraba aterrada- de ser
opositores a Insfran.
Mártires López, dirigente
qom de la Unión Campesina de Chaco murió en un accidente que no fue un
accidente. Yonatan Medrano de 16 fue apuñalado por tres personas cuando
volvía a su casa en El Colchón, Villa Bermejito, Chaco. Alberto Galván,
miembro de la comunidad qom de El Colchón fue baleado y tirado al río.
Imer Ibercio Flores, de 12 años, fue asesinado a golpes en una fiesta en
Villa Bermejito.
Todos son accidentes, borracheras o riñas. Todos son qom, resistentes por siglos. Con el pecho ante la bala de la historia.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7744:cronicas-violentas-de-abandono&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7744:cronicas-violentas-de-abandono&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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