“¿Por qué no te callas?”
Juan Carlos, rey de España, interpelando a Hugo Chávez, presidente de Venezuela.
Juan Carlos, rey de España, interpelando a Hugo Chávez, presidente de Venezuela.
Luis Alberto Lacalle, ex presidente del Uruguay, le reclama al
actual mandatario de su país, José Mujica, que le haga un favor a la
República y se calle por un mes. Tomado en sentido literal, el planteo
es brutal y asombroso. Leído en sentido figurado, no deja de ser
impresionante aunque cabe reconocerle una encomiable franqueza. La
derecha de los países de América del Sur quiere, y está en su derecho,
relevar a los gobiernos nacionales, populares, de izquierda,
radicalizados o reformistas que cunden en la región. Y, sin tanto
derecho, brega por amordazarlos porque en las urnas le va costando
lograrlo. Es consabido el papel que juegan en esa pugna (que las
derechas libran con herramientas ora democráticas, ora no tanto, ora
destituyentes) los grandes medios de difusión masiva. Son, por doquier,
integrantes calificados o eventualmente vanguardias de la oposición a
quienes lideran procesos democráticos que no reconocen precedentes.
Ningún presidente puede ni debe callarse en estas comarcas o en
cualquier otra. Barack Obama, Angela Merkel, Mariano Rajoy, François
Hollande tomarían en solfa la petición, en el mejor de los casos.
Hablar, empero, es complicado en un sistema mediático dominado por
adversarios. Los presidentes en ejercicio, entonces, buscan mecanismos
propios de interlocución más o menos directa, supliendo mediaciones y
ediciones incómodas o distorsivas. Su mensaje debe llegar, pues es
sustento de su legitimidad.
El clásico apotegma “mejor que decir es hacer, mejor que prometer es
realizar” merece ser reformulado en la aldea de masas. Es imperioso
“decir” o “prometer” qué va a hacerse o realizarse. Debe explicarse,
fundarse, hacerse inteligible. A tal efecto, la comunicación masiva por
canales propios deviene una necesidad política.
Dista de ser una novedad, ya lo hicieron antaño el presidente
norteamericano Franklin Delano Roosevelt (sujeto sospechoso, como todos
los que son plebiscitados más de una vez por sus pueblos) o el mismísimo
Juan Domingo Perón.
Pero como explica el politólogo Philip Kitzberger (investigador del
Conicet, docente de la UTDT) toma otra magnitud en un contexto de
gobiernos que confrontan con los grandes medios dominantes. Kitzberger,
quien dialogó con este cronista y amablemente lo relevó de la cita
textual, agrega que el mecanismo no es monopolio de los gobiernos de
centroizquierda o izquierda. El presidente colombiano Alvaro Uribe,
recuerda, propagó discursos mediante la televisación de consejos
comunales que congregaba, itinerando por su país. Fue cuestionado por
sus opositores aunque tal vez no tanto por los medios hegemónicos que
simpatizaban con su praxis y su narrativa.
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Aló, café, cadena, enlaces: Los formatos elegidos
son variados, dependen de la lógica de cada nación, acaso tanto como de
las características personales de sus dirigentes. Cuando algunos
critican a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner homologando sus
discursos al Aló presidente de Hugo Chávez rondan un hecho concreto que
interpretan de modo parcial, en la doble acepción de la palabra. El
estilo, digámosle tropical y desbordante, del líder bolivariano es uno
entre tantos: un pariente de otros modismos elegidos por presidentes a
quienes la Vulgata argentina reconoce sensibilidad democrática.
Kitzberger agrega el Café com o presidente que puso al aire el
presidente brasileño Lula da Silva, que se emite por la Radio Nacional
frecuencia AM de Brasilia y por las emisoras del sistema Radiobras. Le
valió al gran Lula denuestos tremendos del establishment brasileño, que
nunca lo pone de modelo como el argentino. La actual mandataria, Dilma
Rousseff, conserva la costumbre, por ahora le llueven menos críticas
aunque algunas recibe.
José Mujica prorroga como presidente su presencia constante en la
radio M 24 donde habla a su guisa, con tono campechano y coloquial y sin
privarse de precisiones. Cuando algunos pretensos republicanos (anche
uruguayos) blanqueaban el “golpe blanco” contra el presidente Fernando
Lugo en Paraguay, el “Pepe” se despachó contra sus autores y
beneficiarios. No apeló a ambages o a la falsa seriedad que ciertos
sectores exigen (o buscan imponer) a los presidentes. Fue al hueso y
dijo: “Esta maniobra tiene como brazo instigante la dirección de parte
del Partido Colorado, que ante el horizonte cercano de futuras
elecciones venía perdiendo terreno en las encuestas, y que con esta
jugada quebró cualquier posibilidad de algún tipo de alianza entre los
sectores que apoyaban a Lugo con algún sector del Partido Liberal (...)
ese sector (colorado) está muy ligado al sector del narcotráfico (...)
en la jerga periodística lo llaman el narco coloradismo”. Caramba,
presidente, por algo quieren cerrarle la boca durante un mes.
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Correa de transmisión: El presidente Rafael Correa
se topó con el mismo desafío que Lugo no pudo resolver y que el
mandatario peruano, Ollanta Humala, busca denodadamente desentrañar.
Llegó como outsider de un sistema político carcomido por sus vicios y
pésimos desempeños, sin partido y con un grado bajo de viabilidad. Supo
construir legitimidad y poder, uno de los recursos fue establecer una
red propia de comunicación. Fernando Alvarado Espinel, a quien designara
secretario de Comunicación, y su hermano Vinicio son dos de sus
asesores más conspicuos y aguzados.
Los Enlaces Ciudadanos de Correa son diarios o más que diarios. El
presidente emerge en horarios misceláneos, desde distintas geografías.
Puede hacerlo desde Nueva York, si está de gira. O en una de sus
habituales reuniones de gabinete, que traslada por todo el territorio de
Ecuador. Uno de sus recursos usuales es “aparecer” en el mismo horario
que los noticieros nocturnos de los medios concentrados a replicar sus
informes u opiniones. La réplica es, entonces, contemporánea al
cuestionamiento, a menudo despiadado o hasta violento.
Correa es, podría decirse, un divulgador permanente. Este cronista
fue a reportearlo para Página/12 hace algo más de cuatro años. Para su
sorpresa, se encontró con que la entrevista era registrada por las
cámaras de tevé de la Presidencia. Se le explicó que todo lo que habla
el presidente se registra para su eventual edición y utilización
ulterior. Y que el formato de un diálogo (cabe resaltar sin condiciones y
con mínimas imposiciones de extensión) puede valer como un insumo
especialmente válido para su propagación.
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Cada uno con su librito: Cada quien elige el medio,
pero todos apelan a recursos alternativos para difundir el mensaje. Sus
antagonistas claman porque abusan de su poder, sin sopesar el que
tienen los medios hegemónicos en el otro platillo de la balanza. De
nuevo: cualquier gobernante ansía (y en alguna medida precisa) que su
discurso llegue a la ciudadanía, que es la que lo inviste de poder, por
plazos determinados. Y que siempre tiene a mano el recurso de hacer
tronar el escarmiento por vía del voto. La opción extendida, ejercida de
modo misceláneo para nada uniforme, traduce una tendencia de época. El
reduccionismo propio de analistas VIP reduce el fenómeno a sus límites
locales. Desconocen el método comparativo o aducen desconocerlo o no se
informan de lo que ocurre en el vecindario.
Las “cadenas” de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se
inscriben en esa realidad circundante, con formato propio. Como a todos
sus pares, le es imprescindible alguna instancia para expresarse sin ser
“editada” por otros. Una primera aclaración se impone: claro que sus
discursos serán recorridos, recortados o reformulados por otras voces
que en buena hora existen y seguirán existiendo. Una de las grandes
preguntas a formular es si hay un David y un Goliat en esta
controversia. Los oligopolios que priman en la Argentina tienen, como su
estilo, una respuesta simplista y banal: se victimizan. Este cronista
cree que la realidad es mestiza y chúcara para dejarse sintetizar, pero
que el establishment, aunque machucado por la “batalla cultural”,
conserva bastantes fierros. Y que sólo la cabal aplicación de la Ley de
Servicios de Comunicación Audiovisual equilibrará la partida.
Por cierto, describir cómo funciona la política democrática en una
etapa auspiciosa y cuál es la lógica del cambio del paradigma mediático
no equivale a convalidar todo lo que dicen los que no se callan. Ni los
modos que eligen, ni sus formatos, ni su intensidad, pertinencia o
frecuencia.
Pero hay buenos motivos para que sigan propagando sus premisas los
presidentes que no callan ni hacen la venia ante los poderes fácticos.
Aunque haya monarcas de todo tipo o dirigentes políticos que se lo
exijan.
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