Porque España no es esa pandilla de saqueadores profesionales,
dignos descendientes de quienes cometieron en nuestras tierras el mayor
genocidio de la historia, amparados por la maléfica alianza entre la
cruz y la espada
El entredicho entre el gobierno argentino y la empresa Repsol-YPF
ha desencadenado una virulenta reacción de parte de funcionarios del
gobierno ultraconservador español. Las declaraciones del Ministro de
Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo; de la Vicepresidenta
del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría y la del Secretario de Estado
de España para la Unión Europea, Iñigo Méndez de Vigo, revelan que a
pesar del largo tiempo transcurrido estos funcionarios de la Corona
todavía no se percataron del resultado de la batalla de Ayacucho que, en
1824, terminó de demoler los restos del imperio español en esta parte
del mundo.
Tanto su “puesta en escena” –rostros endurecidos de furia, frases altisonantes, dedo índice en ristre de García-Margallo- como el contenido amenazante de sus declaraciones, especialmente la del tal Méndez de Vigo diciendo que la Argentina se convertiría en un “apestado internacional” y sufriría “consecuencias malísimas” en caso de que se afectaran los intereses de Repsol-YPF son un oportuno recordatorio de que, lamentablemente, las peores tradiciones del colonialismo español siguen vivas y regurgitan cada vez que sienten que alguna de sus antiguas colonias se aparta del curso de acción fijado por la antigua metrópolis.
Tanto su “puesta en escena” –rostros endurecidos de furia, frases altisonantes, dedo índice en ristre de García-Margallo- como el contenido amenazante de sus declaraciones, especialmente la del tal Méndez de Vigo diciendo que la Argentina se convertiría en un “apestado internacional” y sufriría “consecuencias malísimas” en caso de que se afectaran los intereses de Repsol-YPF son un oportuno recordatorio de que, lamentablemente, las peores tradiciones del colonialismo español siguen vivas y regurgitan cada vez que sienten que alguna de sus antiguas colonias se aparta del curso de acción fijado por la antigua metrópolis.
La violencia simbólica desatada en estos
días se inscribe en el sórdido panorama que presenta la España actual,
atribulada por una profunda crisis económica y por el fenomenal
retroceso experimentado en materia de derechos ciudadanos y libertades
públicas. Hace apenas un par de días que el presidente del Gobierno,
Mariano Rajoy, hizo pública su intención de vigilar y maniatar las redes
sociales por lo que toda convocatoria a protestas o manifestaciones
políticas de cualquier tipo hecha a través de las mismas será tipificada
nada menos que como un delito penal. A partir de esa iniciativa, el
gobierno español podrá perseguir a quienes, en su peligroso delirio,
califica como “grupos radicales antisistema” involucrados en novísimas
formas de “guerrilla urbana”.
Todo esto con el afán de impedir que las
víctimas del brutal ajuste neoliberal impulsado por el Partido Popular
puedan oponer resistencia y luchar contra la injusticia de un proyecto
al que sola y exclusivamente le preocupa salvaguardar los intereses del
capital, no el bienestar del pueblo. Pese a ello son muchos quienes con
ingenuidad todavía confunden un régimen capaz de producir estas muestras
de despotismo con la “democracia.”
El argumento más socorrido por estos
enardecidos funcionarios de la Corona es que cualquier agresión a
Repsol-YPF sería un ataque a España y, por ende, a los españoles. No hay
que caer en esa trampa. El pleito no es con España o los españoles sino
con su burguesía, que explota y desangra a los pueblos tanto fuera como
dentro de España, cosa que hoy es evidente hasta para un ciego.
Porque España no es esa pandilla de
saqueadores profesionales, dignos descendientes de quienes cometieron en
nuestras tierras el mayor genocidio de la historia, amparados por la
maléfica alianza entre la cruz y la espada. España no son esos
especialistas en vaciar empresas y en arrancar pingües ganancias como lo
han hecho por toda Latinoamérica y el Caribe bajo la protección de sus
padrinos políticos, sean estos Felipe González, José María Aznar o
Mariano Rajoy. España no es esa Corona nauseabunda y parasitaria,
hundida en una ciénaga de escándalos que “la prensa seria” de la
península se encarga de disimular. Para nosotros España es la poesía de
Miguel Hernández, Rafael Alberti y Federico García Lorca; las pinturas
de Pablo Picasso; la música de Manuel de Falla y Pablo Casals; la
filosofía de Manuel Sacristán Luzón, y de mi inolvidable maestro Adolfo
Sánzhez Vázquez. España es la extraordinaria labor de los republicanos
exiliados en México: Wenceslao Roces, José Gaos y Eugenio Imaz, entre
otros, eximios traductores al castellano de El Capital y otros
textos de Karl Marx, así como de muchos otros autores del pensamiento
clásico. España, por último, es el indoblegable heroísmo de la
Pasionaria y los anarquistas y comunistas que lucharon contra la
barbarie franquista, de la cual Rajoy, Aznar y el Partido Popular son
sus indiscutibles herederos. Estos energúmenos, tardíos sobrevivientes
de un conjuro medieval, representan con sus exabruptos de hoy lo peor de
España. Son los perros guardianes de los filibusteros de traje y
corbata que siembran miseria dentro y fuera de España. La lucha es
contra esa España, no contra los españoles ni mucho menos contra la otra
España, con la cual nos sentimos hermanados.
Vìa,fuente:
http://www.kaosenlared.net
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