(apro).- La “guerra a las drogas” de Felipe Calderón y la expansión
de los cárteles mexicanos como empresas delictivas transnacionales está
causando estragos en la imagen de México en el exterior.
La matanza de 27 campesinos en la comunidad de La Libertad, en el
Departamento del Petén, Guatemala, a manos de un grupo de sicarios
mexicanos y guatemaltecos pertenecientes al cartel de Los Zetas ha
servido para inflamar el antimexicanismo en Guatemala.
Agraviados de por sí por el maltrato a sus connacionales que pasan
por México en su migración hacia Estados Unidos, los guatemaltecos
tienen más motivos para mirar con desconfianza hacia los mexicanos desde
la masacre ocurrida el 15 de mayo en la frontera con México.
Los medios de comunicación desplegaron una intensa campaña para
insistir en los efectos de la presencia de los narcotraficantes
mexicanos en Guatemala. La prensa escrita, la radio y la televisión
mencionan insistentemente a los “zetas mexicanos”, a la “violencia
mexicana” y, en el extremo, “la invasión” mexicana a Guatemala.
Más preocupante aún es la presencia que Brasil está adquiriendo en
esta frontera. Los brasileños están construyendo una carretera que
llegará a las puertas de México, por donde dicen en esta nación les
entra la violencia.
Ese discurso es alimentado por la clase política en medio de la
campaña de la elección presidencial del próximo 11 de septiembre. Aunque
se trata de mensajes para el consumo interno, “el narco mexicano en
Guatemala” es un tema entre los candidatos presidenciales.
El propio presidente Álvaro Colom ha intentado chantajear al Congreso
en un intento de obtener más recursos para seguridad, pues dice que si
Calderón no ha podido con el narco en México, qué se puede esperar en
Guatemala.
En el contexto de la “guerra de Calderón”, el discurso maniqueo
subraya que la violencia asociada al narcotráfico en Guatemala es
resultado del “efecto cucaracha” de las acciones emprendidas por México,
cuando en realidad la expansión del narcotráfico responde a una
dinámica económica en la que se disputan los ingresos ilegales del
tráfico de estupefacientes y de otras actividades de delincuencia
organizada.
Más allá de la utilización política, en algunos sectores de este país
hay una auténtica preocupación y temor por la expansión del
narcotráfico mexicano, particularmente de Los Zetas y sus
enfrentamientos con los grupos locales aliados al cartel de Sinaloa que
encabeza Joaquín El Chapo Guzmán.
Además de algunas poblaciones que han sido controladas por el
narcotráfico, el terror es manifiesto entre los fiscales o ministerios
públicos, luego de que uno de ellos, Allan Stowlinsky fuera
descuartizado en la ciudad de Cobán, al día siguiente de la matanza de
la vecina Petén, en represalia por participar en varias acciones contra
el narcotráfico.
Al igual que en muchas comunidades de México, la sociedad
guatemalteca ha convivido por años con narcotraficantes sacando provecho
del tráfico ilícito de drogas, ante las condiciones de pobreza y la
ausencia institucional. La violencia extrema no es nueva en Guatemala.
Los 36 años de guerra civil dejaron miles de muertos, desaparecidos y
torturados y dejaron como herencia una sociedad armada en extremo.
El cese del conflicto armado también dejó una “infraestructura de la
violencia” aglutinada en fuerzas privadas de seguridad en manos de
militares retirados que suman más de 150 mil hombres, casi cinco veces
superior a la fuerza combinada del Ejército y las Fuerzas Armadas.
En el contexto de extrema debilidad institucional en el que la propia
Fiscal General del Estado, Claudia Paz, reconoce la ausencia del Estado
en vastas zonas del territorio guatemalteco, no sorprende la presencia
de los narcotraficantes mexicanos, que de por sí llevan varios lustros
protegidos por autoridades locales.
Como una actividad transnacional, los narcotraficantes mexicanos
necesitan socios locales y en Guatemala los tienen en todo el
territorio. La presencia del Chapo, los Zetas y el Cartel del Golfo no
se explica sin esa protección y connivencia.
Pero la imagen de violencia que México le ha dado al mundo durante el
gobierno de Calderón ha causado estragos en la consideración hacia lo
mexicano en el extranjero.
Durante los conflictos armados que padecidó en el último tercio del
siglo pasado, Centroamérica tuvo a México como un referente en la
búsqueda de la paz. Hoy México es sinónimo de violencia, y sus vecinos,
que tienen incluso una historia más sangrienta, lo ven de menos y
voltean cada vez más hacia el sur, en particular a Brasil.
Fuente, vìa :
http://www.proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/92021
http://www.proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/92021
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