martes, 7 de junio de 2011

Mèxico : Por el voto blanco. Orlando Ortiz



El pasado 7 de mayo ocurrió algo que me arrojó a la incertidumbre, que me llevó a no sentirme seguro de estar en este país y en 2011. Fue como si de golpe hubiera retrocedido cincuenta años, a la época de los cuartelazos en nuestra América, de los gorilatos y los espadones. El motivo fue que encendí el televisor para enterarme de lo ocurrido en el día y lo primero que vi fue la nota de que habían llegado a Torreón no sé cuántos cientos –o miles– de soldados para reforzar (y multiplicar la capacidad de fuego, obviamente) a los que ya estaban ahí. La imagen era la de unos cuantos militares descendiendo de un avión, pero la siguiente fue la que me causó escalofríos: una amplia avenida de esa ciudad, por la cual se desplazaba una impresionante columna de transportes militares de combate. No podría describir las imágenes que de pronto me asaltaron, iban del '68 (cuando el ejército nos desalojó del Zócalo a los estudiantes, o cuando patrullaban las calles de la ciudad después del 2 de octubre) hasta los cuartelazos en Argentina, Venezuela, Chile, Bolivia y otros países latinoamericanos, en la segunda mitad del siglo pasado. De inmediato me pregunté: ¿si yo viviera en Torreón, me sentiría más seguro viendo esa movilización militar, sintiéndome rodeado por miles de soldados armados y con actitud amenazadora? La respuesta fue inmediata y obvia: no, definitivamente habría quedado aterrorizado. Y eso me lo confirmaba la expresión de los pocos laguneros que estaban a la vera de ese río de fuerza y muerte: azoro, incredulidad, miedo, incertidumbre.
Debí hacer un esfuerzo para evitar que otra asociación se apoderara de mí: los escuadrones nazis sembrando el terror en las ciudades alemanas, cuando Hitler comenzaba a hacer de las suyas. Sí, no pude asociar la escena descrita con los muchos documentales que he visto y recogen esa época del terror nazi. Contribuyó a bloquear tales imágenes la noticia de que la Marcha por la Paz  con Justicia y Dignidad encabezada por el poeta Javier Sicilia había llegado esa noche a Topilejo (si mal no recuerdo) y lo que ahí dijo. Verdades. Eran sólo eso, verdades, que se dice fácil pero se encuentran muy rara vez en el ambiente político mexicano. Entre ellas, una que me recordó mi inquietud hace pocos años, cuando el actual presidente de la República andaba en campaña e intenté encontrar los medios para difundir la conveniencia del “voto blanco”, pues ya Vicente Fox, entonces presidente del cambio y similares, había demostrado que el camino no era por ahí; algo semejante había ocurrido con los otros poderes.
Desde luego que, también en aquel entonces, podía aseverarse que las cámaras no habían cantado mal las rancheras, y los curuleros (ojo: que una lectura rápida no los haga eliminar la sílaba intermedia “ru”), sí, ellos, ya evidenciaban que sólo les interesaba responder a los intereses de sus respectivos partidos y para nada tomaban en cuenta a quienes los habían elegido: los habitantes de su distrito. En pocas palabras, era muy evidente que, como lo he planteado en otras ocasiones, la contradicción social en México ya no era entre burgueses y proletarios, sino de la clase política contra la sociedad civil.
Sigo creyendo que el voto blanco reconocido como tal a la hora del cómputo en casillas, sería un primer paso para avanzar hacia un cambio del estatu quo. Carezco de estadísticas o encuestas, pero siento que desde hace algunos años ha venido creciendo en el mundo el número de ciudadanos que se sienten defraudados por los actuales sistemas de gobierno y por los partidos políticos y su oferta. La raíz de tal desencanto, decepción y pesimismo se ubica no en el aspecto ideológico –aunque desde la caída del Muro de Berlín  y del socialismo real se creó un vacío hasta el momento insuperable–, sino, repito, se encuentra en la mezquindad, y más específicamente en el pragmatismo de los partidos u organizaciones electorales, que al llegar al poder actúan en función de sus intereses como partidos y se olvidan del país y de los ciudadanos. Esto, a su vez, parece apuntar hacia algo que debe ser analizado: la vigencia u obsolescencia del sistema de partidos, así como también la funcionalidad o eficacia de la alternancia del poder sólo por la alternancia.
Dejaré para otra ocasión lo de la militarización del país, pues no debe tomarse a la ligera, mucho menos plantearse desde una perspectiva militarofóbica (o como se diga), sino sopesando los índices de eficacia posible y los riesgos que se corren, mismos que, me temo, ya tenemos encima y estamos sufriendo sus consecuencias. 

Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/06/05/sem-orlando.html

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