No
tengo problemas con el reggae. Me gusta. Creo que hay piezas
extraordinarias en su repertorio. Estéticamente posee rasgos
interesantísimos y, aunque la mayoría de las veces está en compases
simples de 4/4 (cuatro cuartos), su acento en el tiempo tres, casi
siempre a cargo de una tarola (tambor agudo de la batería), complementa
sabiamente la propulsión de un bajo que domina al tiempo dos, con todo
y los vacíos que va dejando. Ni qué decir de su guitarra, elemento
señero. Firme en el up beat o tiempo de “arriba”, causa el
mismo efecto que los platillos de pie de la electrónica. Digamos que le
pone andaderas a nuestro balanceo; que nos permite agarrarnos de lo
invisible. Con lo que tengo problemas, eso sí, es con la fragilidad
filosófica y religiosa que muchos de sus seguidores, ignorantes por
decisión propia, inmóviles al cobijo de la permisividad, han deformado a
su gusto.
Digamos que su
propuesta comunitaria se relacionó naturalmente con el movimiento
rastafari de Jamaica surgido en los años treinta y que, gracias a la
oratoria y carisma del líder negro Marcus Garvey, creció en tierra
fértil como tantas veces ha pasado con los paliativos de la esclavitud,
la explotación y la sed espiritual. En tal contexto y fortalecido al
paso de los lustros, ya con figuras como Bob Marley, la cosa se
complicó y encontró un excipiente para su vigorosa expansión a lo largo
del mundo necesitado, más tarde del sistema comercial y del turismo
relacionado con la marihuana y el mar. Baste decir que los rastafaris
ortodoxos piensan que el antiguo Ras (príncipe) de Etiopía, Tafari
Makonnen (1892-1975), luego nombrado Rey de Reyes, era la reencarnación
de Cristo en África. Este hombre, llamado Haile Selassie ya convertido
en emperador, pasó distintas pruebas políticas, incluida la invasión
italiana. Vivió en el exilio en Inglaterra y volvió a Etiopía para
ocuparse del trono y negar su rol divino en la tierra, aunque no su
estirpe monárquica, una de las más antiguas de que se tenga memoria.
Sin pisar más tierras
movedizas, diremos que hoy, 6 de febrero, Bob Marley hubiera cumplido
sesenta y seis años de edad. Se trata de una fecha importante si
pensamos que en mayo próximo contaremos tres décadas de su muerte.
Músico extraordinario, en él se juntaban todas las cualidades de los
tocados por la gracia. Más allá de su genuino compromiso social, este
artista era un magnífico intérprete, un carismático entertainer,
un compositor eficaz, un líder auténtico. De ahí que su música continúe
sonando cual símbolo del género, fluyendo apaciblemente en los oídos
de cualquier melómano, sin importar geografías o condiciones.
Suavidad, poca velocidad, balanceo, unos cuantos acordes, electricidad al servicio de la piel, el reggae
de Marley conocía las baladas americanas de los cincuenta tanto como
las formas más rudas del dub y los mc’s (dj’s) jamaiquinos; entendía la
improvisación del jazz tanto como los fraseos vocales de Elvis y los
Beatles (¿recuerda el lector el videoclip de “One Love” en donde Paul
McCartney sale bailando y cantando?). Por supuesto que por encima de
todo ello, el hacer de Marley conocía las formas góspel de las
iglesias, la importancia del coro –voz del pueblo– dialogando con su
voz.
Con y sin los Wailers,
canciones como “I Shot the Sheriff”, “No Woman, No Cry”, “Exodus”,
“Stir It Up”, “Jamming”, “Redemption Song”, “Could You Be Loved?”,
“Three Little Birds” son elegías de perfecta construcción juglaresca que
vale la pena escuchar de vez en cuando, con y sin sol, en verano o en
invierno, en la playa o la montaña, en la ciudad o el campo, para sentir
que las cosas pueden andar mejor. No por nada el álbum recopilatorio Legend, lanzado en 1984, tres años después de su muerte, es el más vendido en la historia del reggae
con cerca de 25 millones de copias desplazadas. Así, en acuerdo o
desacuerdo con sus principios, es impresionante el movimiento que la
música de Marley suscita diariamente en el planeta. Pese a que sus
seguidores dan la impresión de estatismo y necedad, lo cierto es que su
tolerancia permite la inclusión de cualquier interesado, una
característica fundamental en obras positivas que buscan unidad y paz
social.
Aunque algunos pensamos
que el arte no debe atarse ni siquiera a las causas más nobles so pena
de anclar su vuelo hacia la belleza, siempre será necesario que
surjan figuras como la de Bob Marley, poderosas y sacrificadas en
momentos como éste, tan llenos de corrupción ramificada. ¿Quién ha
ocupado su lugar treinta años después? Hay muchos conjuntos de reggae notables. Pruebe el lector a los franceses de Seyni-Nana, verbigracia. Pero nadie como él. Eso seguro.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/02/06/sem-alonso.html
http://www.jornada.unam.mx/2011/02/06/sem-alonso.html
alarreo@yahoo.com
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