El mundo árabe, como América Latina en la
década del 2000, parece también en camino de írsele de las manos a
Estados Unidos. ¿Recuerdan las puebladas que derrocaron a capillas
neoliberales en Ecuador, Venezuela, Bolivia y Argentina? El orden
geopolítico internacional podría recomponerse de manera radical en favor
de los pueblos si las revoluciones que estallan hoy del Maghreb al
golfo de Adén –sobre todo la de Egipto– no son mediatizadas, diluidas o
aplastadas a sangre y fuego. Con lograr lo último sueñan y trabajan a
tiempo completo Estados Unidos, sus aliados europeos y especialmente
Israel. Empavorecidos por los últimos acontecimientos, estos enemigos
sempiternos de las masas árabes y de sus movimientos revolucionarios y
progresistas pretenden ahora mostrarse como sus salvadores, mientras
ganan tiempo para lograr un cambio
por arriba, como intentan en Túnez, para que todo siga igual.
Su odio, ignorancia y subestimación de ese mundo y de sus refinadas
culturas y gentes laboriosas no les permite entender los profundos
valores morales y sentido de la dignidad arraigados en el alma de sus
pueblos, ni el orgullo que sienten por héroes como Saladino o Nasser, ni
que estén enterados de la responsabilidad mayúscula de Washington en el
desmantelamiento del nacionalismo árabe, la feroz ocupación de
Palestina por Israel mientras continúa armándolo y apoyándolo
incondicionalmente, la demolición de Irak, la obstinación con que han
implantado y sostenido gobiernos de fuerza serviles y corruptos e
impuesto políticas neoliberales desde el norte de África hasta la
península Arábiga, siempre en nombre de la democracia. Para los egipcios
y la calle árabe no han pasado inadvertidas las cambiantes y
oportunistas declaraciones de Obama y su secretaria de Estado desde que
el 25 de enero se inició el levantamiento popular. Entonces Clinton
proclamó que la situación en el país de los faraones era
estable.
Discrepo de los enfoques que sospechan de una teledirección por el
imperialismo, a través de grupos juveniles amaestrados, del potente
movimiento popular egipcio, y lo instan a modificar sus consignas
exigiendo la partida de Mubarak por otras más radicales contra
Washington, sus bases militares y el neoliberalismo. Además de que no es
nueva la incrustación de grupos pro imperialistas –casi siempre
desenmascarados a la postre– en los movimientos revolucionarios, otras
revoluciones auténticas, como la cubana, movilizaron a millones pidiendo
la salida del tirano, libertad y justicia, y enarbolaron en el momento
preciso, ni antes ni después de ser necesario, las banderas del
antimperialismo y el socialismo hasta convertirse en inspiradora de las
luchas sociales en todos los confines del planeta.
El pueblo es sabio, aprende el camino de la revolución sobre
la marcha al enfrentar a sus enemigos –la inevitable contrarrevolución
con la que habrá que batallar a muerte– y no necesita que se lo dicten
desde fuera, ni siquiera con buenas intenciones. Aunque no haya líderes
raigales a la vista, éstos pueden surgir de las luchas de base, al igual
que Evo Morales, de los indígenas del Chapare; Hugo Chávez, de las
filas de los militares patriotas de rango medio; Lula, del sindicalismo,
o Cristina Fernández, del peronismo de izquierda.
La revolución árabe está en sus comienzos y puede llevar tiempo la
definición de su futuro. Lo importante es que ya el pueblo ha probado el
poder que le da tomar las calles y que nada a partir de ahora será
igual. Mubarak podrá en el pataleo mandar sus esbirros de civil a
ensañarse con los manifestantes, hacer que el ejército trate de
desmovilizar las protestas o presionarlo para que las reprima, pero sus
días en el poder están contados y las multitudes en la plaza Tahrir
serán mayores y más radicales mientras más traten Washington y sus
aliados de evitarlo.
Las masas árabes quieren democracia, sí, pero en su acepción
etimológica de gobierno del pueblo, una que no desea ser de elites como
la occidental, sino en la que el pueblo de veras decida su destino. Y es
que no ha habido mayores enemigos de la democracia en el mundo árabe
que Estados Unidos y sus aliados. Ellos han impuesto a los tiranos de
turno y fresco está el ejemplo del veto a Hamas, votado abrumadoramente
por los palestinos, o a Hezbollah en Líbano, que por mucho que les pese
es la fuerza política más popular del país de los cedros y, por cierto,
inspiradora y ejemplo en muchos sentidos de esta gran revolución árabe.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/02/03/index.php?section=opinion&article=026a1mun
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