(apro).- Frente a una desaparición, lo que parece invadir el alma es
la angustia, la ansiedad, la zozobra, la congoja y un sentimiento de
desesperanza y desesperación que crece en espiral.
Esa desaparición inexplicable, inquietante, nos coloca en un estado
de desasosiego permanente. Es como si alguien hubiera quebrado toda
racionalidad.
Desde el 6 de septiembre del año pasado desapareció Adriana Morlett,
hace ya casi cinco meses. Ella dejó de estar, caminó a un no sitio, a un
sin lugar, convertida en humo y sin señales de vida, como si se la
hubiera tragado la tierra, llevada por el viento, evaporada y ausente.
Adriana, con 21 años de edad, no volvió a casa. Vivía en la ciudad de México, con su hermano, desde hacía poco menos de un año.
Ese septiembre, luego de ir a recoger un libro a la biblioteca
central de la UNAM, se citó con Mauro Alberto Rodríguez Romero. Pensaba
ir a casa a ver unas películas, pero después de salir de la biblioteca,
filmada por las cámaras de seguridad, simplemente se eclipsó. Se
sumergió en este océano de la violencia que parece ser la imagen de
México. Lo extraño es que días después, el libro que pidió prestado
regresó a la biblioteca, y nadie sabe cómo.
Estudiante de la Facultad de Arquitectura, Adriana se había citado
con amigas y amigos para tener una velada estupenda. La esperaban a las 8
de la noche, pero no llegó. Ella fue a la biblioteca a las 7 de la
noche, no tardó nada en gestionar el préstamo, y ya en la puerta de
salida sonó su celular, era Mauro Alberto, hoy escondido, atrapado por
quién sabe qué saberes sobre su amiga.
Por supuesto que las autoridades encargadas y responsables de
investigar, de encontrarla, no han explicado nada. La desaparición de
Adriana está en la impunidad y sus padres viven con ese desasosiego de
la desesperación y la zozobra del no saber, del no entender.
Se han dado cuenta del significado de la palabra impunidad que asola a
nuestra realidad, esa impunidad que nos cubre y nos hunde todos los
días frente a la injusticia y la desgracia.
Hace menos de una semana que la diputada Teresa Incháustegui, de la
Comisión Especial de Feminicidios de la Cámara de Diputados, reveló que
el Registro Nacional de Personas Extraviadas de la Secretaría de
Seguridad Pública Federal (SSP) documentó, en la última década, la
desaparición de 676 mujeres.
Los datos son siempre ilustrativos, pero atrás de cada una de esas
676 mujeres hay una vida, una historia, una gama de afectos, un cúmulo
de experiencias y expectativas, de planes, de ilusiones.
Según la SSP, de las 676 mujeres reportadas como desaparecidas, 64.2%
son mujeres de entre 10 y 24 años de edad, es decir, niñas y jóvenes.
Adriana está en la estadística, pero está en un no lugar, borrada,
desvanecida en el mar de expedientes. La diputada Incháustegui,
campechana y politóloga, dijo que el número de mujeres desaparecidas
tendría que ser un asunto importante para la sociedad, esa masa informe
que se debate en el día a día de las preocupaciones urgentes: trabajo,
salario, seguridad e integridad individual.
La desaparición de mujeres en México, la de Adriana, por ejemplo, es
parte de los diferentes contornos de la violencia que se convierte en un
tema, pero que no se resuelve ni se enfrenta por parte del Estado y la
sociedad; que se nombra, pero no se confronta.
Leyes van y vienen. Las desapariciones continúan inexplicablemente,
sumidas en ese mar de amargura que desestructura familias, comunidades y
país.
¿Dónde está Adriana? Seguro que es la pregunta cotidiana con la que
le amanece a su madre, a su padre, a sus más queridas compañeras y
amigas.
Es evidente que las autoridades federales incumplen su
responsabilidad, no dan señas de eficacia, porque las desapariciones,
esas que a nadie le importan, más que a las familias, como las
organizadas en Coahuila o las tan antiguas buscadoras de hijos e hijas
del grupo Eureka de la senadora Rosario Ibarra, no tienen respuesta.
Hace algunos días, la agrupación feminista Pan y Rosas lanzó un
pronunciamiento sobre la desaparición de Adriana Morlett Espinoza y ha
gritado fuerte: ¡La queremos de regreso!
El amigo de Adriana, explican las mujeres de Pan y Rosas,
identificado como Mauro Alberto Rodríguez Romero e inscrito en la
Facultad de Psicología de la UNAM, no explica si se encontró con ella, y
lo grave es que no se tienen más datos, porque el estudiante, ante el
temor a pasar de testigo a indiciado, primero evadió dar cualquier
explicación, y cuando finalmente se decidió a dar información, se mostró
renuente, argumentando que no quiere ser un “chivo expiatorio”.
Dio dos versiones de los hechos: en una aseguró que al salir de la
biblioteca, Adriana lo quiso acompañar hasta su casa “por tener una
atención” con él, y que en cuanto llegaron él sólo dejó su mochila y la
acompañó a tomar un taxi. Después dijo que fueron a su casa, porque
Adriana quería ver un sofá que le iba a comprar y que posteriormente la
acompañó a tomar el taxi.
Lo único cierto, cinco meses después, es que la investigación está
estancada, ya que Mauro Alberto acudió a la Comisión de Derechos Humanos
del Distrito Federal para interponer una queja contra las autoridades
de la Fiscalía Antisecuestros, pues, según él, ha sufrido actos de
intimidación y lo han interrogado sin estar plenamente identificados
como personal de la fiscalía o sin las órdenes judiciales
correspondientes. ¿Y las autoridades lo dejaron libre?
El padre y la madre de Adriana, que vivían en Guerrero, dejaron casa y
empleo y dedican todo su tiempo, como parias, a buscar a su hija desde
hace meses.
Ellos, como muchos ciudadanos y ciudadanas, hacen por vía libre
sus investigaciones, frente al casi nulo avance de las pesquisas que
deben realizar las autoridades.
Se ha podido precisar que Mauro Alberto prepara un recurso
psicológico que anule sus probables declaraciones. Es decir que ¿no ha
declarado? ¿Por qué pretende preparar este recurso psicológico de perder
la memoria? Los padres de Adriana cuentan eso, que la familia de Mauro
Alberto se los ha dicho. ¿Dónde está la autoridad? Pan y Rosas no se
explica: el mar burocrático o la falta de todo, ¿no se sabe? Esto es,
¿se ha oscurecido el contexto, las autoridades están muy ocupadas, no
funcionan las oficinas judiciales o qué pasa?
El caso de Adriana muestra el desprecio que sobre la vida de las
mujeres tienen las autoridades y aparece como única verdad la
impunidad. Las militantes de Pan y Rosas sostienen que esta es una
forma de violencia contra las mujeres, ya que los responsables de
investigar la desaparición sólo dicen: “No tenemos nada".
Lo irracional es que el marco legal que nos rige establece que tras
una desaparición, la búsqueda no se inicia hasta 72 horas después,
cuando la experiencia –como sucede en Ciudad Juárez– muestra que las
primeras horas, después de la desaparición de una persona, son
cruciales. Lo asombroso es la pasividad, a pesar de pruebas, como el
que “alguien” regresó a la biblioteca el libro que Adriana sacó, sin
haberlo reportado, o ante llamadas como la que recibió la mamá de
Adriana, de que la tenían privada de su libertad para prostituirla,
llamada que se realizó desde un teléfono público de la delegación
Gustavo A. Madero, pero que los policías “no pudieron localizar”.
Hoy las mujeres organizadas gritan: ¡Devuelvan a Adriana!
saralovera@yahoo.com.mx
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/88064
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/88064
la foto no es de la fuente original
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