En sus esfuerzos por huir de la fealdad y de la desgracia, el rico las
intensifica. Cada nueva yarda de West End (sector rico de Londres) crea
un nuevo acre de East End (sector pobre de Londres). (1)
A
lo largo de años de una pedagogía de la desinformación al servicio del
poder, la mayoría de la gente se ha acostumbrado a pensar que la pobreza
y quienes la encarnan, los pobres, son algo así como una parte del
ambiente. Sería como si la Naturaleza que crea y recrea la flora y la
fauna planetaria, también alumbrara pobres.
Muchos
atribuyen esa malhadada existencia a una suerte de determinismo
histórico, otros a una maldición, hay quienes piensan en una plaga
bíblica, no faltan tampoco los que culpan a los pobres de su propia
pobreza.
Coincidente con esas percepciones, en
la década del ‘90, un mal recordado presidente argentino, pontificaba:
"Pobres hubo siempre y siempre los habrá", ante los aplausos de sus
seguidores y los “vivas” de sus corifeos, muchos de ellos todavía
sentados en los despachos oficiales.
En el
plano de las relaciones internacionales, se nos ha adoctrinado que el
mundo se dividía entre países ricos y países pobres, hoy llamados
eufemísticamente: desarrollados y en vías de desarrollo, también primer y
tercer mundo. Lo peor es que nunca intentamos hacer un análisis crítico
de esta afirmación
Alguna vez tendríamos
seriamente que preguntarnos, si una isla rocosa perdida en el Océano
Pacífico, como Japón; o Inglaterra, inserta en la bruma del Mar del
Norte; o Italia una lonja de rocas que penetra al Mediterráneo, entre
tantos otros ejemplos, son países ricos y en caso contrario, Argentina,
Bolivia, Paraguay, Costa de Marfil, Nigeria y muchos más, son en
realidad países pobres.
Este simple
interrogante no admite respuestas ambivalentes. Categóricamente podemos
afirmar que en el mundo no existen países ricos y pobres, sino países
enriquecidos y empobrecidos, lo cual es muy distinto.
En
un mundo finito, en el que la desigualdad y el atropello son las
reglas, para que algunos pocos se enriquezcan es necesario que muchos se
empobrezcan.
Una situación similar ocurre
hacia el interior de cada nación, país, provincia, ciudad o pueblo. Muy
pocos con mucho y muchos con muy poco.
Miremos
nomás, cerca nuestro, un hecho, que ha sido motivo de guerras y disputas
fraticidas por más de un siglo, consistente en que mientras las
condiciones económicas de los porteños (ciudad de Buenos Aires) iban en
franco crecimiento y mejoraba su calidad de vida, para el resto del
interior del país, esto significó un menoscabo histórico de las
economías regionales y el aumento de la pobreza e indigencia de sus
habitantes.
Para que ese esquema haya sido
posible y se mantuviera en el tiempo, los mecanismos que generan y
reproducen hasta el cansancio legiones de pobres debían estar
absolutamente planificados y aceitados. Para ello, nada mejor que la
máquina de hacer pobres.
Debemos entender que
así como los autos, los muebles, las casas, los automotores y tantas
otras cosas para el consumo, se fabrican, los pobres también se hacen,
en uno y otro caso, existen técnicas, métodos, tecnologías y recetas
para su fabricación.
Para concretar estos
objetivos se deben cumplir determinados procedimientos; en primer lugar
desde lo ideológico, imponiendo un lenguaje o discurso con palabras para
nada inocentes, que encierran una pedagogía de la apropiación y de los
más aptos. Después vendrán las fases operativas propiamente dichas, que
apuntarán a la producción real y sostenible en el tiempo, de millones de
pobres, cuando más mejor. No vaya a ser, que por alguna falla en la
línea de montaje, aquellos se terminen o escaseen.
La
merma en el producto final (pobres), lleva inexorablemente a la
declinación de la capacidad de acumulación de los cada vez más, pocos
ricos, en cualquier lugar y tiempo que sea.
Abajo la esclavitud!!!
Nada
de esto es nuevo, pero cobra dimensión histórica, a partir del
maquinismo y la revolución industrial, cuando el incipiente capitalismo
de entonces, toma nota que la fuerza de trabajo proporcionada por la
esclavitud se convertía rápidamente en antieconómica.
A
los esclavos había que alimentarlos, darles viviendas y cubrir otras
necesidades, pero lo peor en una economía en continua expansión, era que
no eran consumidores.
Como corolario, se
necesitaba otro sector donde descargar los excedentes de la
productividad industrial, pero además que paguen por ella. En
consecuencia, aparecen los asalariados.
Esto
lleva, no por razones humanitarias precisamente, a que los antiguos
esclavistas, de golpe se conviertan en furibundos abanderados de la
lucha contra la esclavitud.
Inglaterra, que
había prohijado la mayor flota de piratas y traficantes, en sólo algunos
años cambia sus conveniencias y ordena a su almirantazgo la destrucción
de aquellos.
Estados Unidos, con su guerra de secesión entre el norte industrial y el sur agrícola, es un claro ejemplo de lo expuesto.
Y
la máquina empieza a volverse eficiente y las legiones de explotados y
desposeídos crecen de manera exponencial a la apropiación y
concentración de la renta en pocas manos.
Este
rotundo éxito de la misma, hace que comience su exportación y sea
rápidamente adquirida e instalada en casi todo el Planeta.
Como
toda máquina que se precie de tal, viene con sus instrucciones,
prospectos y recetas, casi siempre por derecha, sean estas
ultraliberales, neoliberales, privatistas o estatistas, en todos los
casos con el mismo objetivo, reducir la participación del trabajador en
la repartija de la torta.
Como dice Galeano: “El mismo sistema que necesita vender cada vez más, necesita también pagar cada vez menos.” (2)
Recursos humanos
Para
remate, en las últimas décadas, la persona que se creía o sentía
asalariado, descubre que ha sido catalogada o categorizada como recurso
humano.
Ello encierra una definición perversa y poco debatida en su esencia.
El
concepto de recurso parte de una raíz economisista y está sujeto a los
principios de escasez, apropiación y de la ley de la oferta y la
demanda. A mayor oferta, su valor disminuye.
La arena, por su gran disponibilidad vale poco, a la inversa, el oro es caro.
En
nuestros días, pocas cosas hay en tanta cantidad sobre la tierra, como
seres humanos y por ello la oferta de mano de obra crece y los salarios
bajan.
Cuando un asalariado cuestiona las condiciones laborales, hay miles dispuestos a tomar su lugar en cualquier forma y condición.
Como dice algún grafitti callejero: Quiero que me exploten!!!
En
relación a estas cuestiones Viniane Forrester, en su libro El Horror
Económico, apunta: “dicen que no hay trabajo. Trabajo es lo que sobra,
lo que no quieren es pagarlo”.
En tal
hipótesis, los salarios se recortan, las jornadas se extienden, las
conquistas laborales se diluyen, desaparecen el sábado inglés y el
descanso dominical, se elevan las edades jubilatorias y la pobreza deja
de ser patrimonio de vagos, malentretenidos y desocupados, para asolar
de manera creciente a los asalariados.
Pero no
se confunda y vaya a creer, que la máquina opera en solitario, todo lo
contrario, es toda una corporación global, que casi siempre tiene como
socios a empresas periodísticas, de comunicación, de entretenimientos,
de seguridad, alimentación, financieras y de todo aquello “necesario”
para el tipo de vida que ellos mismos proponen.
Como
si fuera poco, los rendimientos obtenidos por esas actividades,
solventados con magros salarios, son puntualmente remesados a las casas
matrices, casi siempre en el extranjero y de propiedad de los grupos
concentrados de la economía mundial. Este círculo vicioso produce la
desertificación monetaria, agota los recursos naturales y agrava la
pobreza.
Cómo se explica entonces, la
persistencia de la pobreza y la indigencia en la Argentina, un país que
ha crecido en los últimos años a tasas significativamente más altas que
la media mundial.
El desguace de esta máquina
debe ser una decisión política de urgencia, que tiene que ver con la
equidad, la justa distribución de la riqueza y la preservación social,
más allá de los posicionamientos ideológicos de un lado o de otro.
Como
dijera John F. Kennedy: “Si una sociedad libre no puede ayudar a sus
muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos”.
Aunque pueda no compartir este análisis, lo dejo para que lo piense y me despido hasta las próximas aguafuertes.
Ricardo Mascheroni es docente.
Notas:
1) George Bernard Shaw (Ironías y Verdades, Edit. Errepar, Bs. As., 1999)
2) Galeano, Eduardo, Patas Arriba, Edit. Catálogos, 1999
Fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/10/la-maquina-de-hacer-pobres.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario