* Por Derecho a Leer – Este artículo será publicado en la Revista Users #230.
Mucho
se debate sobre el surgimiento del “libro electrónico”: las
características de los dispositivos, la competencia por liderazgos en el
negocio, el posible “fin” del libro de papel1
… sin embargo poco se habla sobre cómo muchas de las prácticas que
habitualmente realizamos con los libros “analógicos” se perderán en el
modelo propuesto por la industria para el mundo digital.
No
más préstamos, no más regalos, no más donaciones a bibliotecas, no más
anonimato, son algunas de las preocupantes consecuencias que traerá el
sistema de comercialización de libros electrónicos, tal como quieren
imponerlo las editoriales y los grandes jugadores del negocio.
La vida de los libros
Si
pensamos en el azaroso itinerario recorrido por los libros a través de
su vida, encontramos que el período controlado por los aspectos más
comerciales, es apenas al comienzo. Una vez que el libro sale vendido
del estante de la librería, ni el autor, ni el editor o el distribuidor
pueden imaginar su destino. Es ahí donde el verdadero recorrido del
libro comienza. Conocerá lectores, estantes, cajones y mesas de luz.
Será motivo de disputas y préstamos eternos. Pasará por tiendas de
usados. Será olvidado en altillos por años y redescubierto por los
nietos del dueño original. O quizás sea un heroico libro víctima de
épocas de persecución y encuentre anónimos lectores que se atrevan a
leerlo y protegerlo. Culminará con suerte en el santuario de los
libros, la biblioteca. Sin embargo, todo este caótico recorrido no es
inconveniente desde la perspectiva comercial, todo lo contrario.
Un mercado saludable
Cuando
el objetivo es promover un mercado de libros activo y vigoroso, son
esos hábitos y prácticas que rodean a los libros, motivo de fomento:
las “librerías de viejo”, las bibliotecas de barrios, clubes o
escuelas, los lectores generosos en intercambios, préstamos y
recomendaciones. Son estos circuitos los que mantienen animado el
interés por los libros y ponen de manifiesto la presencia de un público
ávido por la lectura, que en definitiva, es quien estimula el mercado
comercial: cerca de las bibliotecas y las librerías de usados, no
faltarán los shoppings con sus vidrieras bien iluminadas, llenas de
best-sellers y libros nuevos, un consumo quizás menos bohemio… pero mas
redituable para el negocio. Desde siempre, ambos circuitos han
convivido sin conflictos.
Sin embargo ¿cómo se proyecta en la
plataforma digital toda esta cultura del intercambio? Ese es el
problema, no se proyecta. Al menos, según las editoriales. Lo que en el
mundo real es un signo de saludable de vida cultural, en el ámbito
digital muchas veces es estigmatizado como “piratería”.
Una industria con miedo
En
el mundo digital no hay diferencia entre original y copia. Tampoco
copiar es algo excepcional, cada operación que procesa una computadora
no es otra cosa que una copia de bits de un lugar a otro de la memoria o
el disco. Por esto “copiar” se vuelve una tarea trivial, y sin costo.
Acostumbradas a un negocio donde la venta de copias es la principal
fuente de ingresos, es lógico que este nuevo escenario descoloque a la
industria editorial. El problema es que cuando se piensa en quiénes
deberían ser los encargados de decidir sobre cómo articular “el libro”
con la nueva plataforma, a todo el mundo le parece lo más natural, que
la industria editorial sea quien decida: cuando se diseñan los
dispositivos, se toman en cuenta las necesidades de la industria, cuando
se decide el marco legal, se consulta a los abogados especialistas de
la industria, cuando se desarrolla el software, es a la medida de los
requerimientos de la industria. Pero la industria editorial, asustada,
es posible que no sea la mejor candidata para tomar todas las
decisiones…
Que sea la escasez
¿Cómo volver valiosa la
copia, cuando la copia es lo único que no vale nada?, esa es la clase
de preguntas que se formulan quiénes no hicieron otra cosa ¡que vender
copias toda su vida!¿Y en que pensaron? no mucho ingenio, disponer de
medidas que impidan y dificulten la copia… de esta forma la copia se
vuelve nuevamente escasa y recupera su valor. Y la industria editorial
satisfecha: se libran del problema de pensar en un nuevo modelo
comercial y pueden seguir en lo suyo: vendiendo copias…
Para
materializar nuevamente la escasez hay dos estrategias a aplicar: las
medidas técnicas y las legales. Entre las técnicas, los sistemas de
restricciones digitales especialmente implementados (como los DRM2
), que impiden que el usuario haga más copias de sus archivos que las
que haya decidido la editorial por él (generalmente ninguna), sumado a
un modelo muy controlado de distribución, que hace posible que cada
dispositivo de lectura (de los libros electrónicos) sea monitoreado
desde un sistema central. Y entre las medidas legales, avanzar con
modificaciones en las leyes que eliminen cualquier ambigüedad y dejen
expuestos a los copiadores desobedientes a demandas legales, volviendo
acciones aparentemente inofensivas, en delitos graves.
Prohibido prestar
Impedir
a los lectores copiar sus archivos tiene consecuencias profundas. La
primera es bastante evidente, los libros ya no se podrán prestar. No se
le podrá pasar a un amigo un ejemplar de un libro electrónico que
hayamos comprado, porque habría que copiarlo de un dispositivo a otro, y
los responsables del hardware y del software, por lo explicado en el
párrafo anterior, se han esforzado para que esto sea completamente
imposible. El préstamo de libros no es una práctica intrascendente: es
la forma más sencilla de permitir el acceso a libros, de hacer de la
lectura una actividad compartida, además de una muy efectiva forma de
promoción boca a boca.
Otro aspecto, es que nada garantiza que el
sistema anti-copia en el futuro, siga funcionando como se espera.
Quizás el candado digital no pueda volver a abrirse. Cuando el
dispositivo se vuelva obsoleto, si se necesita acceder al material
guardado –como quien consulta un libro leído hace 30 años– no sólo se
tendrá que lidiar con tecnologías anticuadas, sino también con un
sistema de restricciones anti-copia anticuado3.
Los
métodos legales para evitar que los libros se compartan no son
mejores. Convertir en delito algo que antes era un práctica normal y
arraigada implica ejercer cierta violencia simbólica sobre la sociedad.
Cambiar nada menos que el “sentido común”, sólo para posibilitar un
cambio en las costumbres que sean favorable ciertos intereses. ¿Qué
consecuencias traerá en los valores de las sociedades, que se empiece a
percibir el préstamo de libros como una actividad deshonesta o
censurable? ¿Acaso eso ya no está sucediendo?
Alquiler, no venta
Al
extremar el control sobre todo el circuito del libro, la industria
editorial despliega una influencia inédita sobre cada aspecto de la
relación entre lectores y libros. Lo que antes era sólo un manejo
inicial, que terminaba cuando el libro salía de la librería –y entonces
seguía su destino venturosamente incierto–, ahora se convierte en
control total. Las tiendas de venta virtuales conservan un control sobre
los archivos del usuario, tanto en el dispositivo de lectura, como en
el servidor remoto. Más que una venta, la relación comercial que se
plantea entre lector y librería se asemeja a un alquiler, sólo se compra
el acceso a los libros. El modelo que las editoriales han decidido
respaldar se parece más a los “pay per view” del cable, que a cualquier
otra cosa.
Una lista de todo lo que lees
Hasta el
momento, los sistemas que comercializan los libros electrónicos, son
tiendas virtuales (como el caso de Amazon para Kindle), lo cual
dificulta –sino impide completamente– la posibilidad de efectuar
compras anónimas. Queda entonces un registro de cada venta efectuada,
conformando un listado de todos los libros que lee cada consumidor.
Sumemos lo centralizado del sistema, y la información acumulada se
vuelve sumamente sensible. En épocas y países donde predomina la
sensatez, esto no parece una amenaza, incluso se pueden aprovechar los
beneficios de recibir una ajustada y precisa lista de recomendaciones, a
partir de los hábitos de lectura propios.
Pero ¿qué ocurre en
los momentos difíciles? es decir, cuando los gobiernos, por diversas
circunstancias, avasallan los derechos de los ciudadanos4
. En ese caso, haber montado semejante sistema de registro sobre un
aspecto tan sensible como son las lecturas de cada persona, permite
construir un detallado perfil de tendencias políticas, ideológicas, y
religiosas. Es un antecedente que horrorizaría a cualquier militante
político con suficiente edad como para haber vivido el clima de
persecución que prevaleció en latinoamérica hace algunas décadas, donde
tener o no libros de determinados autores en su biblioteca podía
significar la diferencia entre la vida y la muerte.
¿Y las bibliotecas?
La
IFLA (organismo mundial que agrupa a los bibliotecarios) indica que
“las bibliotecas juegan un papel crítico para asegurar el acceso de
todo el mundo a la información, incluyendo las obras protegidas por
derecho de autor, y que en el contexto digital esto no es diferente”5 .
Pero de llevarse a cabo semejante recomendación, según las leyes de casi todo el mundo, las bibliotecas estarían entrando en la ilegalidad, al ofrecer por internet libros con derechos de autor, que tienen restricciones a la copia o difusión, o digitalizar material sin permiso. En este caso, el marco legal se adecua claramente a las demandas de la industria editorial, pero no hace nada por definir una función licita para las bibliotecas en el contexto digital. De seguir así, en un mundo donde los libros electrónicos reemplacen completamente a los de papel, no quedaría lugar para las bibliotecas, excepto para las obras en dominio público. Eso, si el dominio público sigue existiendo…
Pero de llevarse a cabo semejante recomendación, según las leyes de casi todo el mundo, las bibliotecas estarían entrando en la ilegalidad, al ofrecer por internet libros con derechos de autor, que tienen restricciones a la copia o difusión, o digitalizar material sin permiso. En este caso, el marco legal se adecua claramente a las demandas de la industria editorial, pero no hace nada por definir una función licita para las bibliotecas en el contexto digital. De seguir así, en un mundo donde los libros electrónicos reemplacen completamente a los de papel, no quedaría lugar para las bibliotecas, excepto para las obras en dominio público. Eso, si el dominio público sigue existiendo…
Libros libres
Una
respuesta al nuevo contexto digital, es la de aquellos que apuestan a
la distribución sin trabas por Internet de sus libros electrónicos.
Licencias como Creative Commons, dan un marco legal a esta modalidad,
donde los lectores, a través de redes P2P, foros o blogs reviven en la
red, los circuitos de préstamo y recomendación del mundo analógico, en
una lectura compartida. Muchas grandes editoriales ya han publicado
libros con licencias Creative Commons, aprovechando el potencial
multiplicador de promoción que otorga la Web. Internet le da a los
autores la posibilidad de dar a conocer sus obras, sin necesidad de
pasar primero por las editoriales. Algunas de las perspectivas
económicas que se abren a los autores son: ventas de libros de papel en
proporción al número de descargas, beneficios de posteriores
adaptaciones al cine o teatro, conferencias, donaciones o micro-pagos
por descarga. Un caso paradigmático es la Colección Planta 29 editada en
España, que publica sus libros en dominio público en la red y en
papel, y obtiene beneficios de las ventas en papel, proporcionales al
número de descargas: mientras más circulen las obras y más se las
comente en blogs y sitios de la web, mejores números y beneficios para
los autores.
- “Hasta ahora, los libros siguen encarnando el medio más económico, flexible y fácil de usar para el transporte de información a bajo costo. La comunicación que provee la computadora corre delante de nosotros; los libros van a la par de nosotros, a nuestra misma velocidad. Si naufragamos en una isla desierta, donde no hay posibilidad de conectar una computadora, el libro sigue siendo un instrumento valioso. Aun si tuviéramos una computadora con batería solar, no nos sería fácil leer en la pantalla mientras descansamos en una hamaca. Los libros siguen siendo los mejores compañeros de naufragio. Los libros son de esa clase de instrumentos que, una vez inventados, no pudieron ser mejorados, simplemente porque son buenos. Como el martillo, el cuchillo, la cuchara o la tijera” Así es como Umberto Eco despejaba los apocalípticos temores sobre la “muerte” del libro en una conferencia ofrecida en Alejandría en 2003, con motivo de la reapertura de la milenaria Bibliotheca Alexandrina. (publicada por el semanario Al-Ahram. Traducción de Sergio Di Nucci en Página/12.) [↩]
- DRM son sistemas diseñados para impedir la copia. Según lo advertido por la campañas anti-DRM difundida por la “Free Software Fundation”, cuya consigna “defective by design”, indica el aspecto más controvertido de estas tecnologías, la inclusión deliberada de una “falla” en el sistema, para que no funcione tan eficientemente como debería. Para hacer una analogía, es como si volviésemos a los autos menos eficientes en el consumo de combustible, para que las empresas que lo venden puedan ganar más. En este caso volvemos a la tecnología digital menos eficaz para copiar, de lo que es capaz. [↩]
- Un ejemplo paradigmático del precario desempeño de los medios electrónicos para preservar la información es el caso de las sondas espaciales Viking. A mediados de los 70, estas sondas transmitieron valiosa información desde Marte. Lo datos quedaron almacenados en cintas magnéticas. En 2001 fue necesario comprobar algunos datos de dichas cintas originales, pero el sistema era tan obsoleto que la NASA ya no tenía forma de acceder debido al formato. Los programadores de aquel momento ya habían muerto. Entonces, si se complica acceder a información –almacenada con la intención de ser recuperable– de hace tan sólo 25 años, ¿qué pasará con los libros electrónicos almacenados en dispositivos plagados de DRM de hace 50? ¿Qué tan difícil será eliminar el DRM obsoleto? [↩]
- Un ejemplo reciente: como consecuencia del atentado del 9/11, el congreso de EE.UU. aprobó una “ley patriótica” que incluía la vigilancia en bibliotecas. Los bibliotecarios debían registrar el destino de determinados libros y identificar a quien los pedía. Esta disposición elevó las quejas de muchas organizaciones de derechos civiles, finalmente la ley dejó de estar vigente. Con el sistema electrónico, la ley no sería necesaria… solo habría que pedirle las bases de datos a las tiendas virtuales. [↩]
- “Documento sobre la postura de la IFLA sobre los Derechos de Autor en el entorno digital”, aprobado por el Comité Ejecutivo de la IFLA en agosto 2000. Publicado en Correo Bibliotecario N°48. [↩]
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