Acaba de aparecer un estudio
que pone los pelos de punta sobre las consecuencias personales de la
pobreza y sus implicaciones a gran escala para el desarrollo de un país.
Sus autores (Eppig, Fincher y Thornhill) ponen de manifiesto que los
cerebros de los niños que sufren infecciones o enfermedades parasitarias
tienen problemas de desarrollo como consecuencia de que los parásitos
absorben parte de la energía que sus cerebros necesitarían para
desarrollarse
Así, el cerebro de un recién nacido necesita el 87% de la energía de
los alimentos que ingiere para poder desarrollarse y funcionar
adecuadamente; a los cinco años, utiliza el 44% de esa energía; a los
diez años, el 34%; y ya de adulto usa el 25%. En la medida en que ese
niño sufra enfermedades parasitarias, los parásitos absorberán parte de
esa energía y, por tanto, impedirán el desarrollo adecuado del cerebro,
siendo el efecto mayor cuanto menor sea el niño.
Los resultados por sí mismos no dejan de ser aterradores a poco que
uno piense dos minutos sobre ellos, pero el estudio no se queda ahí y
avanza sobre las consecuencias estructurales de este problema.
Así, los países donde el nivel de inteligencia es menor son,
precisamente, aquéllos en los que la proporción de personas que padecen
enfermedades infecciosas es mayor y, viceversa, los países en los que
las infecciones son menos frecuentes presentan unos niveles de
inteligencia mayores. De hecho, según el estudio, la incidencia de las
infecciones sobre el nivel de inteligencia es mayor que la de otros
factores como pueden ser una alimentación sana, la riqueza, la educación
o el clima.
La razón, según los autores, es clara: una sociedad formada por
individuos más inteligentes no sólo es probable que generen una mayor
cantidad de producto, sino que también mostrará unos niveles de
sensibilidad mayor de cara a crear un sistema de educación y salud
pública, lo que supone el acceso generalizado a información sobre
prevención e higiene, aspectos fundamentales para evitar este tipo de
enfermedades.
Como fácilmente podréis imaginar, estas conclusiones apuntalan la
dimensión de círculo vicioso que tiene la pobreza y el subdesarrollo: en
los países subdesarrollados se generan, por sí mismas, las condiciones
estructurales que les impiden salir de la pobreza y, en la medida en que
no se alteren las condiciones objetivas que dan sustrato a esa pobreza,
difícilmente podrán salir de ella. Si esperamos a que sea el mercado el
que venga a quebrar esta dinámica vamos listos: millones de niños
seguirán condenados cada año a ser mero pasto para parásitos.
fuente, vìa :
http://www.attac.es/pasto-para-parasitos/
http://www.attac.es/pasto-para-parasitos/
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