Hasta el 6 de agosto de 1945, la amenaza
nuclear era todavía una abstracción. Después de la devastación provocada
ese día en Hiroshima y tres días después en Nagasaki, por la explosión
de una bomba de uranio y otra de plutonio respectivamente, esas dos
ciudades japonesas pasaron a ser símbolos del horror, de las
consecuencias de las verdaderas armas de destrucción masiva. Hoy un
puñado de países controla 22.000 cabezas nucleares. Buena parte de ellas
están en manos de quien protagonizó ese genocidio nuclear, EEUU, el
mismo que se arroga el derecho de proteger a sus aliados que las tienen y
de amenazar a sus enemigos que pretenden tenerlas.
A las 02.15 horas del 6 de agosto de 1945, los 12 miembros de la tripulación del poderoso bombardero B-29 Enola Gay partían de la isla de Tiniaii, en el Pacífico, a 2.500 kilómetros al sureste de Tokio, en busca de su objetivo. Las opciones eran Nagasaki, Kotura o Hiroshima, y se decidiría en vuelo en función del análisis metereológico que hiciera el avión de relevamiento que había partido tres cuartos de hora antes. Sólo el coronel Paul Tebbits, comandante del Enola Gay, conocía que transportaban una bomba atómica. Se sabían importantes, habían sido elegidos para una misión histórica, ordenada por el propio presidente Harry S.Truman. Este mandatario del Partido Demócratahabía sustituido poco antes del ataque en el cargo al fallecido Benjamin Delano Roosevelt.
En su carácter de
vicepresidente, había previsto con Roosevelt usar la bomba contra
Berlín, pero el derrumbe del nazismo se produjo antes de que pudieran
terminarla. Japón sería elegido como objetivo sustituto de Alemania.
EEUU sabía que con ello no sólo obligaría a capitular al imperio nipón,
sino que lanzaba una clara advertencia a la URSS , cuando ya se
avecinaba el reparto de buena parte del mundo entre las dos potencias.
Roosevelt
y Truman desoyeron la opinión de científicos como Albert Einstein de
que no se utilizara para fabricar la bomba nuclear las investigaciones
del Proyecto Manhattan que durante tres años habían realizado en el laboratorio secreto de Los Alamos, en el desierto de Nuevo México.
Y llegó el Día H.
El Enola Gay --el comandante del B-29 grabó el nombre de su madre en el fuselaje— iniciaba su misión llevando en sus entrañas a Little Boy (muchacho),
la bomba de 4.000 kilogramos con un núcleo de uranio enriquecido, de
tres metros de longitud y 70 centímetros de diámetro. Tibbets repartió
en vuelo entre su tripulación las cápsulas de cianuro. Si había algún
percance, no podían ser capturados vivos.
En su
diario (que en 1971 vendió orgulloso por 37.000 dólares), el copiloto,
Robert Lewis, recordaba cuan escuetamente el comandante les anunció
finalmente el objetivo en vuelo:“07.24 horas. Tibbets conecta el
intercomunicador para hablar con la tripulación. Sólo dice dos palabras:
Es Hiroshima; 08.14.El coronel nos ordena que nos coloquemos las gafas
especiales Polaroid contra el fogonazo; 08.15, las compuertas del
compartimento de bombas del Enola Gay se abrieron y la primera
bomba atómica se libera del anclaje». Lewis prosiguió con sus
anotaciones: «08.16. A los 43 segundos del lanzamiento y tras casi seis
millas de caída, la bomba detonó sobre Hiroshima».
Según
Truman, el objetivo fue una base militar japonesa. En realidad, la
bomba, amarrada por tres paracaídas especiales, explosionó a 500 metros
del suelo, en pleno centro de Hiroshima, una ciudad que tenía 250.000
habitantes.
“Un punto de luz purpúrea se expande
hasta convertirse en una enorme y cegadora bola de fuego”, escribió
Lewis. “La temperatura del núcleo es de 50 millones de grados. A bordo
del avión, nadie dice nada. Casi podía saborear el fulgor de la
explosión, tenía el sabor del plomo. La cabina de vuelo se iluminó con
una extraña luz. Era como asomarse al infierno. A continuación llegó la
onda de choque, una masa de aire tan comprimida que parecía sólido.
Cuando la onda de choque alcanzó el avión, Tibbets y yo nos aferramos a
los mandos. (…) El hongo alcanza una milla de altura y su base es un
caldero burbujeante, un hervidero de llamas. La ciudad debe de estar
debajo de eso”.«Sólo fue otro trabajo más”, diría Lewis. “Hicimos de
este mundo un lugar más seguro. Desde entonces nadie ha osado lanzar
otra bomba atómica. Desearía ser recordado como el hombre que contribuyó
a hacerloposible”.
En Hiroshima las cosas se
vivieron de una manera muy distinta. La onda expansiva, con sus 6.000
grados de temperatura, calcinó a más de 70.000 personas de forma
inmediata. Los edificios y árboles quedaron carbonizados en 120
kilómetros a la redonda. La lluvia radiactiva despedida por el hongo
atómico mató en las horas posteriores a varios miles de personas más,
dejando también miles de heridos y mutilados. El uranio enriquecido
acababa con los glóbulos blancos. Antes de que finalizara 1945 habían
muerto ya 140.000 habitantes de Hiroshima. Con los años decenas de miles
de más morirían de cáncer y miles de niños nacerían con graves
deformaciones.
Al conocer los resultados de su hazaña, el presidente Truman dijo: “Este es el suceso más grandioso de la historia”.
Tres días después ordenaba repetir la experiencia en Nagasaki. A las 11.02 horas, otro bombardero B-29, el Bockscar, arrojaba
sobre esa ciudad una bomba con núcleo de plutonio. Cuarenta mil
personas murieron de inmediato. Miles más morirían posteriormente. Miles
de niños nacerían con malformaciones.
Los poco más de 200.000 supervientes de esos genocidios, los hibakusha, que sufrieron graves deformaciones, deterioro genético y cáncer, esperan todavía que EEUU se disculpe por ese genocidio. Nunca lo hizo.
Los poco más de 200.000 supervientes de esos genocidios, los hibakusha, que sufrieron graves deformaciones, deterioro genético y cáncer, esperan todavía que EEUU se disculpe por ese genocidio. Nunca lo hizo.
Por
primera vez, el pasado viernes, al celebrarse los actos por el 65º
aniversario del ataque contra Hiroshima, asistió un representante
norteamericano, el cónsul; y por primera vez también, asistió el
secretario general de la onU.
Esos crímenes de lesa humanidad, siguen impunes 65 años después.
fuente, vìa :
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