En alguna de ella te pasas metido la mayor parte de
tu existencia. Además, vives esclavizado, pues no otra cosa es estar
permanentemente condicionado, por quienes te rodean y por lo que te
dictan los protocolos, las modas, los modales y las pautas sociales del
momento. Y si, prematuramente, no estás condicionado (por tu fortuna,
por ejemplo) es probable que el vacío te aniquile prematuramente. Si no
estás en este caso, en las múltiples ocasiones que se te habrán
presentado de elegir, quizá nunca has forzado tu voluntad en el sentido
contrario al que la sociedad necia te exige o espera de ti. Eres, desde
el punto de vista biológico, uno entre infinitos animales que goza sin
vivir en sí. Por eso debió decir John Lennon que la vida es eso que te
sucede mientras tú haces otros planes. Pero todo eso sólo ocurre hasta
que entras definitivamente en la vejez...
Pues
es en la vejez, a condición de tener cubiertas las necesidades básicas,
cuando vives de verdad. Es entonces cuando tú atenazas a la vida y no
al revés, aun cuando la oxidación te alcance: tú la desdeñas o la
dominas, si aún conservas entero el espíritu curtido de la experiencia
el verdadero instinto de libertad. Sabes que, puesto que vives, has
tenido mejor fortuna -si es que crees que la vida es privilegio y no
infortunio- que tantos de tu misma edad han de dejado de vivir o sufren
ahora enfermedad incurable. Eres consciente, y lo gozas, de que, si no
es tan doloroso el momento que no te permite percatarte, de que otros
sufren mucho más que tú. Yo no soy como Montaigne quien, con la excusa
de sufrir severos cólicos nefríticos prefería revivir en sueños pero
despierto su juventud repleta de placer, a vivir el momento de su vejez.
Mi vejez es más dichosa que la madurez y aun que la juventud y la
infancia. Vivo en el acomodo, pero estoy tan preparado para vivir
desposeído de todo que no dejaría de ser feliz en medio del monte. He
acabado la talla de mi carácter. Hasta la vejez gozas a costa de los
demás, y todo te parece poco. En la vejez gozas de ti mismo y de cuanto
te rodea, y cualquier cosa te parece mucho. La locura divina de la vejez
es la plena lucidez que proviene del interior de uno mismo. Tanto te
vas familiarizando poco a poco con la muerte, que hasta la coges cariño.
Así te liberas de la opresión que hasta entonces te causó. Mientras te
llega, te sientes feliz si ves (aunque sea algo), si oyes (aunque sea
algo), si respiras (aunque sea con dificultad), si comes y si asimilas
aceptablemente; si caminas, en fin, sin especial dificultad o aun con
ella. Te das cuenta de que todas esas funciones son una prerrogativa, un
regalo extraordinario que el destino te asigna sin haberte exigido
excesivo sacrificios.
En la vejez, de todo
estás excusado, todo te está permitido, pocas cosas te conciernen si tú
no quieres. Has terminado de "hacerte" y eres dueño absoluto de tu
voluntad. Si quieres más, estás loco. Pero no padeces la locura divina,
sino la locura brutal del necio que siempre fuiste.
Se
necesita ser muy poca cosa, humanamente hablando, para empeñarse en
prorrogar la vida laboral cuando al terminar ésta se abren puertas antes
cerradas. No confundas trabajo y laboriosidad. Si eres mínimamente
inteligente, depende de ti estar menos ocioso que cuando estás ocioso. Y
ten presente que ese empeño por trabajar para otros y dependiendo de
otros, es efecto de la cruel deformación humanística del capitalismo
embrutecedor.
fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/06/la-vejez-faustica.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario