lunes, 21 de junio de 2010

México: Fallece el escritor y crítico del poder Carlos Monsiváis Una de las características fundamentales de la obra de Monsiváis es el humor vinculado a la inteligencia crítica. Por lo que utiliza la ironía. En su columna "Por mi madre bohemios"...

El escritor mexicano, Carlos Monsiváis, murió este sábado a los 72 años de edad, luego de ser internado hace dos meses en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán de México, por problemas respiratorios, según lo    dieron a conocer algunos de sus amigos, así como la Secretaría de Salud en un comunicado. 

Desde el pasado 2 de abril, el autor de Amor perdido ingresó al centro hospitalario antes mencionado para recibir tratamiento, sin embargo en las últimas semanas su estado de salud se complicó. 

Carlos Monsiváis Aceves nació en Ciudad de México el 4 de mayo de 1938. Crítico e irónico, el autor fue según el poeta José Emilio Pacheco, el único escritor "que la gente reconoce en la calle". 

Monsiváis fue considerado un gran cronista de la vida cotidiana de los mexicanos, del arte y de sus personajes populares, escribió multitud de ensayos, un libro de fábulas, así como biografías de personajes que han dejado huella en la vida mexicana como Salvador Novo. 
Una de las características fundamentales de la obra de Monsiváis es el humor vinculado a la inteligencia crítica. Por lo que utiliza la ironía. En su columna "Por mi madre bohemios" compiló declaraciones de políticos, empresarios, representantes de la iglesia y otros personajes de la vida pública, mofándose de su ignorancia o su visión limitada del mundo y exhibiendo la demagogia de las clases que gobiernan al país.
El escritor estudió en la  Facultad de Economía y de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue uno de los participantes del movimiento estudiantil de 1968 que, según los mexicanos, abrió una puerta a la democracia. 

Monsiváis fue uno de los grandes difusores de la cultura mexicana por medio de su trabajo diario en la prensa escrita y en televisión. 
Entre sus libros destacan  Días de guardar  (1971),  Amor perdido  (1977),  Nuevo catecismo para indios remisos(1982),  Escenas de pudor y liviandad  (1988),  Los rituales del caos  (1995),  Salvador Novo. Lo marginal en el centro(2000),  Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina  (2000), entre otros. 
Premios como el Príncipe Claus que otorga Holanda (1998), la medalla Gabriela Mistral que entrega Chile (2001) y el Premio FIL de Literatura de Guadalajara (antes Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo) de 2006, así como con un Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Arizona (2006) fueron otorgados al escritor por sus grandes obras literarias que reflejaban su capacidad crítica, intelectual y su peculiaridad estilística lo convirtieron en una de las voces más reconocibles del panorama cultural hispánico.

El gran crítico del poder 
Luís Hernández Navarro
La Jornada 
Si las llamadas telefónicas entre teléfonos fijos se cobraran por el tiempo aire de uso, Carlos Monsiváis habría tenido que pagar a Carlos Slim recibos millonarios. Y es que, desde muy temprano, el escritor de la colonia Portales pasaba horas hablando por teléfono todos los días. Dominado por un insaciable apetito informativo, alimentaba diariamente su adicción pegado al auricular. Desde allí recorría cada uno de los hilos de la telaraña comunicacional que tejió durante años con amigos, informantes y registros.
Monsiváis fue uno de los hombres mejor informados del país. Lector voraz, era asiduo visitante a distintos cafés, cuando éstos parecían ser lugar en extinción, mucho antes de que vivieran su último  boom  a partir de la proliferación de los Starbucks. Desaparecido el café de Las Américas frecuentó la casa de té Auseba, y cuando ésta se convirtió en estética unisex mudó sus tertulias a El Péndulo. Sin embargo, no despreciaba para sus reuniones los Sanborns o las incursiones nocturnas a Los Guajolotes. Allí se reunía con sus comensales en maratónicas jornadas en las que se intercambiaban chismes, se hacían análisis de coyuntura y se expresaban lamentaciones por el estado siempre deplorable de la salud de la nación. Por supuesto, era el cronista quien narraba siempre las historias más precisas, inverosímiles y sorprendentes sobre personajes de la política y la cultura nacional.
Mordaz, dueño de un demoledor humor ácido, incansable narrador de anécdotas, el escritor era invitado permanente a cocteles y cenas. En ellas se convertía en un irresistible imán que atraía a su lado a la concurrencia, que inevitablemente estallaba en carcajadas ante sus demoledores comentarios o sus indiscretas revelaciones. Dotado de una memoria privilegiada, parecía conocer las estrofas de todas las canciones y poemas, los versículos de la Biblia y las secuencias de toda la filmografía nacional.
Excéntrico en sus hábitos alimentario, era común que en las comidas que se le ofrecían no probara alimentos o que degustara sólo los platos más humildes y sencillos de la dieta T (tacos, tostadas, tlacoyos, totopos). Despreocupado por su vestimenta, ajeno a la dictadura de la moda y los formalismos de la etiqueta, enemigo de la corbata, se dio el lujo de vestir como se le dio la gana.
Sin embargo, su popularidad desbordaba por mucho los salones de artistas, ricos y famosos. En la calle, la multitud lo reconocía y le deparaba trato de celebridad: lo tocaba y le pedía autógrafos y fotos, como si fuera un deportista o una estrella televisiva, y no precisamente por haber participado como actor en nueve películas y en la telenovela  Nada personal.
Carlos Monsiváis fue, indiscutiblemente, el más importante e influyente intelectual público de izquierda del país. Su primer impulso radical le vino de su fe sentimental en la República Española y su primera filiación ideológica estuvo concentrada en la Reforma liberal y en Benito Juárez. Para él, la izquierda debía oponerse a la desigualdad, el mayor problema del país; denunciar sin tregua la corrupción, sacar conclusiones del fracaso del socialismo real, ser antirracista a fondo y defender los intereses nacionales sin ser nacionalista. Apoyó los movimientos ecológicos, la lucha contra el sida, los derechos de los animales, los humanos, los de las minorías, la no privatización del petróleo.
Influenciado por Upton Sinclair, utilizó el periodismo y la crónica como su principal vehículo de expresión. Sin embargo, reconstruyó el género fundiéndolo con el ensayo. Como él señaló: “La crónica puede ser un género de la solidaridad –a veces de la impotencia– que le permite a los lectores enterarse de lo que está pasando sin caer en la desesperanza”. Simultáneamente marcó personalmente el discurso de clérigos, empresarios y políticos, y evidenció, sin concesión alguna, sus lapsus, extravagancias y dislates. Maestro en el arte de dar entrevistas, sus opiniones sobre los más distintos tópicos fueron referencia constante en el debate político y cultural del país. Su influencia y estilo de crítica fueron tan profundos, quemonsivasiano  se convirtió en adjetivo que describe juicios y opiniones ocurrentes, atinadas y llenas de ironía.
Conciencia ética de una época en la que moral y política están más divorciadas que nunca, el escritor se asumió como  ciudadano indignado ante el atropello de la razón, los derechos humanos y la laicicidad. Desde una postura ética fue crítico radical del poder.
Construyó puentes inéditos entre cultura y política. Su trabajo intelectual puso (como dijo él sobre Salvador Novo) lo marginal en el centro y, en una era de anomia social, hizo la crónica de la sociedad que se organiza. Explicó el levantamiento zapatista desde las claves de la discriminación racial contra los pueblos indios y la falta de reconocimiento a sus derechos como minoría étnica. Defendió la causa de las mujeres sin ambigüedad alguna. Denunció y documentó los abusos en contra del mundo evangélico y protestante cometidos en el país. Reivindicó la laicicidad y la educación pública. Se sumó a las luchas contra el autoritarismo estatal, en favor de la democracia y contra los fraudes electorales. Alejado del panfleto, criticó el neoliberalismo. Apoyó a Andrés Manuel López Obrador, pero no dudó en señalar sus objeciones al plantón en Reforma de 2006. Simultáneamente fue opositor sistemático al régimen cubano. Nunca comulgó con el estalinismo. Le pareció inadmisible cualquier forma de violencia política. Condenó al nacionalismo vasco de izquierda.
Interrogado sobre qué le había servido vivir 70 años, Monsiváis respondió: “El líder sindical Fidel Velázquez, al cumplir 80 y tantos años, afirmó: ‘Ya se me pasó la edad de morirme’. No soy tan aventurado, pero sé que ya se me pasó la edad de reflexionar provechosamente sobre siete décadas. Y sí, sí formulo un deseo: que esparzan mis cenizas en el Zócalo para presumir en el más acá o en el más allá de un funeral céntrico.” No sé si su deseo pueda ser atendido, pero al menos su ataúd debería ser llevado al Zócalo para que las miles de personas a las que él en algún momento acompañó le rindan homenaje.

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