Ese es el testimonio de doña Elena, poblana que está
aquí unos días, viviendo con una amiga, realizando unos trámites para
obtener su visa canadiense, debido a que su hija, que radica en Canadá,
tuvo a su primer hijo, y ella desea visitarla. Pero como a pesar de
tener viviendo doña Elena 14 años en EEUU y trabajar allá desde
entonces, aún no tiene la residencia legal - se la ha pasado con visa de
turista todo ese tiempo -, debió de venir a México para tramitar desde
aquí el visado canadiense, el que también le ha llevado mucho tiempo
conseguir. “Fíjese, primero me dijeron en la embajada de Canadá que una
semana, luego que quince días, y de plano luego me dijeron que un mes”,
nos comenta doña Elena, en resignado tono. Ha sido todo un burocrático
trajín el que ha debido realizar, pues además de pagar $1100 pesos por
los trámites en la embajada, debió de solicitar una invitación de su
hija, enseñar el boleto de viaje redondo del avión, demostrar solvencia
económica… y todo para que le hayan concedido únicamente tres meses de
permiso. “Ese es el trato que nos dan esos países, a pesar de que
explotan nuestros recursos y a nuestros paisanos”, le comento,
diciéndole que son mineras canadienses principalmente las que poseen
buena parte de las minas de plata o de oro en nuestro país y que varias
emplean métodos muy destructivos para obtener el mineral, como es el
caso de “Minera San Javier”, filial de “Metallica Resources”, que está
destruyendo con dinamita el emblemático cerro de San Pedro en San Luís
Potosí, y que usa cianuro para separar el mineral de la piedra, veneno
que está contaminando los acuíferos locales.
“¿¡Pues sí, pero,
a ver, por qué nuestro gobierno lo permite?!”, replica ella, y ya
siguen algunos otros comentarios sobre la corrupción gubernamental y la
blandura ante naciones como Canadá o EEUU, que siempre ha caracterizado a
nuestras ineptas, entreguistas autoridades, pero porque, además, lo que
menos les interesa a esos países es cuidar el medio ambiente de
aquellas naciones en donde hacen muy buenos negocios.
Luego
de ese paréntesis de reflexión y crítica política, doña Elena me sigue
platicando aspectos de su vida. “Fíjese, es como lo que le digo, que a
mí no me han dado mi residencia allá, a pesar de tantos años que llevo
trabajando en Estados Unidos y hasta pago impuestos”. “¿Pero por qué no
se la han dado?”, le vuelvo a preguntar. “Pues que porque no tengo un
trabajo fijo… ¡eso dicen!”, declara, irónica, siendo que casi desde que
llegó a ese país ha estado laborando en algún lugar. “¡Y yo no sólo
trabajo, sino que están allá dos de mis hijos, ya tengo nietos que
nacieron allí, rento un departamento con mi marido, pago impuestos,
compro cosas por allá, rento cable, teléfono… y mire, no me han dado
nada y por eso tengo que venir hasta acá por mi visa canadiense!”, sigue
diciendo, paro ahora un tanto enojada. Es lo que cientos de miles de
connacionales y de migrantes de otras nacionalidades esperan desde hace
años, una reforma migratoria que les dé certeza jurídica para radicar
legalmente en ese país, para que situaciones como la de doña Elena no
sucedan y, en general, otras más urgentes, como el hecho de que sean
expulsados si son atrapados, sin mayor excusa, luego de años de haber
estado trabajando en ese país como ilegales, debido a tanta engorrosa,
complicada tramitología (pero, además, esa incertidumbre legal, los hace
vulnerables a arbitrariedades de todo tipo, como laborales. Cuando se
accidentan en su fuente de trabajo, los indocumentados, cuando mucho,
son llevados con un médico, el que le tratará de curar la herida, si se
puede, y ya, no se les da una indemnización, ni se les pensiona, nada
absolutamente, y por eso las empresas reclutadoras siguen contratando a
ilegales para subcontratarlos a otras empresas, pues además de baratos,
no se obliga a los patrones a pagar nada, aún en caso de accidente. Eso
hace, por ejemplo, la empresa subcontratista The QTI Group).
Nos
platica doña Elena que sus dos hijos tienen cada uno una pequeña
empresa de limpieza, pues es una gran tendencia en ese país la de
convertirlo todo en una mercancía, incluso las labores domésticas. Las
empresas prefieren pagar a compañías especializadas servicios de
limpieza, en lugar de tener sus propios empleados, pues les sale más
barato hacerlo así, ya que no pagan prestaciones, ni tiempo extra, ni
nada (y ni tienen que ver con la calidad migratoria del empleado), sólo
el servicio proporcionado, y como hay tantas de esas compañías, se han
abaratado tanto sus labores, que hasta el lujo se dan aquéllas de elegir
las más baratas. “Sí, fíjese, yo antes de venirme, le ayudaba a mi
marido a limpiar unas oficinas, que entrábamos a las seis de la mañana y
a las siete y media ya estaba todo listo, nos pagaban 900 dólares por
mes, pero llegó otra empresa que les cobró 800 y ¿¡usted cree que los
patrones tacaños les dieron el trabajo a ellos, con tal de ahorrarse
mugrosos cien dólares!?”.
Doña Elena, como
dije, es originaria de Puebla, pero de muy niña se vino a la ciudad de
México, a la colonia Moctezuma, ubicada al oriente, y allí vivió con sus
padres y sus hermanos. “Yo me puse a trabajar desde los 14 años, sí, en
un taller de costura. Se hacían baberos, blusas, pantalones… y otras
cosas, y yo tenía que poner las telas en unas maquinotas… viera que era
pesado, pero a mí siempre me gustó trabajar, porque desde chiquita me
gustó tener mi propio dinero”, dice, mostrando cierto dejo de orgullo.
“Mi papá era ferrocarrilero, telegrafista, de los que estaban con la
maquinita… tic, tic, tac… para avisar a qué hora salían o llegaban los
trenes, y como no ganaba tan mal, por eso pudo comprar la casa en la
Moctezuma”, continúa platicando esos recuerdos que le parecen tan vivos.
Y
nos platica algo de su vida en EEUU. “Mire, yo vivo en California, en
Santa Cruz, cerca de San Francisco, en una calle muy bonita que se llama
River. Al final de esa calle está un bosque que se llama Felton, bien
cuidado y allí hay unos árboles enormes, bien bonitos, puro ciprés y
pinos, pero deveras, unos troncos bien gruesos que tienen y como están
tan juntitos, pues todo el día dan sombra y todas las casas de por allí
tienen prendidas siempre sus luces”, lo cual compruebo, lo del espeso
bosque, en una vista satelital cortesía de Google, que más tarde reviso,
(es, hasta cierto punto, la ventaja de este internetizado mundo,
reflexiono). Eso me hace pensar en que los estadounidenses se consideran
paladines del medio ambiente, y sin embargo, no son así cuando de
recursos naturales de otros países, en donde operan sus contaminantes
empresas, se trata. Y me viene a la mente el derrame petrolero imparable
que está ocurriendo en las costas de Luisiana, en el golfo de México,
lo que los está dejando muy mal parados, pues no sólo se afectarán sus
costas, sino todos los océanos al final se verán afectados directa o
indirectamente, ¡será el peor desastre ecológico marino, no sólo de
EEUU, sino del mundo entero! (al momento de escribir estas líneas, el
derrame abarca ya un área de casi 24,000 kilómetros cuadrados, que
equivaldría aproximadamente a la superficie de una circunferencia que
tuviera unos 175 kilómetros de diámetro, ¡y se incrementa a razón de 140
kilómetros cuadrados por día, equivalentes a la superficie de un
cuadrado de más o menos 11 kilómetros por lado!)
“Pues
allí vivo, en Santa Cruz, con mi esposo, el segundo. Rentamos un
departamento que nos cuesta mil cien dólares… es que no alcanza para
comprar una casa, a pesar de que se abarataron mucho y trabajamos los
dos, pues ni así. Y ya con lo de la luz, el cable, el teléfono, el agua y
el gas… ya con todas nuestras biles, pues pagamos como unos $1500
dólares… más aparte lo que comemos y todo lo demás que se necesita para
vivir, ¿no? Mi marido trabaja en las empresas de mis hijos, limpiando
oficinas, de noche, sí, es pesado, porque entra a veces a las diez de la
noche y sale hasta las siete, ocho de la mañana. Pero además todos los
días llega a la casa a la una y media de la mañana o antes, porque él y
yo nos vamos a entregar periódico a un asilo, el Dominican, a esa hora.
Recogemos los diarios en un local que está como a cuatro calles de donde
vivimos, y luego lo llevamos al asilo, que está como a unos cinco
kilómetros, en el carro de Juan, mi esposo. Entregamos ciento sesenta
periódicos diario, y nos los pagan a cincuenta y ochenta centavos por
cada uno… está muy mal pagado, porque al mes sacamos $680 dólares entre
mi marido y yo, y nos lo dividimos a la mitad… pero qué se le hace, si
no hay trabajo… pero no cualquiera va a aceptar un trabajo en donde
diario se deba de levantar a la una y media de la mañana, ¿no?”, nos
comenta doña Elena, esperando nuestra confirmación, que le hacemos con
un movimiento afirmativo de la cabeza. Y agrega que los diarios que
entregan son el New York Times, el Sentinel y el San José Mercury. Dice
que en ese asilo, a un lado del hospital Dominican, viven personas que
poseen mucho dinero, pero que no tienen ya a nadie que los cuide. Mala
combinación, razono, mucho dinero y ninguna compañía. “¡Pagan cada uno
cinco mil dólares, pero son cuartos grandes, lujosos, con aire
acondicionado y toda la cosa, sí!”, exclama.
“¡Uy…
pero si nomás viviéramos de entregar periódico, no nos alcanzaría. Como
le digo, mi esposo tiene como otros cuatro empleos, todos de limpieza,
unos con mis hijos y otros… pues donde caiga. Y ha de sacar unos tres
mil dólares por mes, y ya con eso más o menos la vamos pasando. No, pero
para comprar una casa o otras cosas, pues no alcanza”. Dice que por la
crisis inmobiliaria, mucha gente perdió su trabajo y sus casas, porque
no pudieron seguirlas pagando, debacle de sobra conocida en todo el
mundo. “Fíjese, uno de mis hijos, el menor, tenía como quince años
pagando dos casas… ¡pues las dos se las quitaron los bancos, así, sin
más… hágame favor! Y mi hijo, muy resignado, me dijo que no quería
estresarse y que mejor ahí se las dejaba”. Pero no es que se las haya
querido dejar, pienso, sino que simplemente se las arrebató el banco y
ya no eran de él, aunque hubiera querido pelearlas legalemente, como
mucha gente ha debido sufrir. “Mi otro hijo, el mayor, también perdió
una de sus casas… y también se la puso en venta el banco. Nada más usted
sale y en cada cuadra va a ver que hay dos o tres casas que están en
venta… y se han abaratado mucho, ¡pero ni así mi marido y yo podemos
comprarnos una!”.
Y regresando a su vida en
México, luego de que doña Elena estuvo trabajando en el taller de
costura en el Distrito Federal, una prima de Oaxaca llegó a visitarla y
como aquélla ya se había quedado sin trabajo, esa prima le propuso irse a
trabajar a Tehuantepec, población de ese estado, en una oficina de
gobierno, como secretaria. “Y ni lo pensé, que me voy y allá me quedé,
hice mi vida. Conocí a mi primer marido, me llevaba 13 años, pero nos
queríamos mucho. Tuve a mis tres hijos y estuve muy contenta hasta que
él se me murió, de un infarto fulminante. El trabajaba en el gobierno… a
los 29 años me quedé viuda, sí, muy joven, y así me estuve ocho años…
hasta que me volví a casar… es con el señor con quien ahora vivo en
Santa Cruz”, agrega.
Otro de los problemas que
enfrentan los migrantes “irregulares”, como ella, o los indocumentados,
como ya señalé, es que de todos modos se les sigue empleando, a pesar
de que no tengan papeles, lo que implica que se les someta a condiciones
verdaderamente muy duras. “Fíjese, una de mis nueras trabaja en una
empresa que hace medicina naturista… no recuerdo el nombre, pero ella
debe de entrar todos los días a las tres de la mañana y sale a las dos
de la tarde, tiene que checar en una computadora que unas máquinas
llenen exactamente con las mismas cápsulas cada frasco, le pagan a diez
dólares la hora… y si hace overtime, de todos modos no le pagan
completas las horas extras, pues le descuentan como una tercera parte,
así de encajosos son los patrones”. Su nuera es indocumentada, al igual
que muchos de los 1500 empleados que, calcula doña Elena, trabajan allí.
“No, y fíjese que tengo una comadre que tiene como quince años
trabajando en un frizer - un congelador -, entra de las seis de la
mañana y sale a las seis de la tarde. Allí preparan ensaladas congeladas
y verdura congelada. Ella empaca las lechugas y las coliflores. Se
envuelve en cuatro pantalones y cuatro suéteres y doble guante y doble
calcetín… y así ha estado quince años, ¿¡usted cree!?, pero dice que le
gusta, y eso que no le pagan mucho, más o menos cien dólares por día,
que es poco… pero como le digo, qué se le va a hacer, si no hay trabajo y
los que lo tengan pues lo deben de cuidar.” Ni quiero imaginar el daño a
la salud que ese tren de trabajo congelador le vaya a ocasionar a la
comadre, que tiene 63 años, según recuerda doña Elena.
Y
nos sigue narrando pasajes de su vida anterior a la de inmigrante. Con
Juan, su esposo, doña Elena se decidió a poner una paletería en
Tehuantepec. Él manejaba un taxi, que fue el que vendieron para comprar
lo que se necesitara de la paletería. “Nos dieron como cien mil pesos y
con eso la pudimos poner. Nos fue muy bien, la teníamos en el centro de
Tehuantepec, y todos los petroleros de Salina Cruz eran los que más nos
compraban, eran rebuenos clientes. La verdad es que eran buenas ventas,
con eso compramos nuestra casa y yo tenía a mi hija estudiando aquí en
la ciudad - el Distrito Federal -, le pude pagar todos sus estudios… y
también a mis hijos. El mayor estudió para ingeniero mecánico… no, de
verdad que nos iba muy bien… pero cuando llegó (Carlos) Salinas (de
Gortari, fraudulento presidente priísta que estuvo en el poder de 1988,
hasta 1994, durante cuya administración se gestaron los ingredientes
para la megacrisis económica mexicana de finales de 1994), ahí se acabó
todo, bajaron las ventas, yo tenía muchas deudas… y mejor vendimos la
paletería, ¡la malbaraté en treinta mil pesos!... ¡fíjese nomás!”, narra
doña Elena, su rostro reflejando esos amargos recuerdos. “Y ya, como no
había nada qué hacer, ni trabajo ni nada, pues que nos vamos para el
otro lado. Como mi hijo también ya se había ido, y tenía allá como cinco
años, pues que nos vamos mi marido y yo… ¿cómo ve?”, pregunta, en esta
parte sus gestos mostrando cierta satisfacción de que pudieron
resolverse sus problemas.
El caso de su hija es
diferente. Ella (la llamaré Cristina), pudo estudiar, gracias a la
paciencia y ayuda de doña Elena, una carrera universitaria en la UNAM.
Ingeniería en computación fue en lo que se tituló. Muy dedicada, a decir
de doña Elena, trabajó, aún estudiando, en el centro de cómputo de la
UNAM, para adquirir experiencia, antes de terminar. “Ya ve que en todos
lados piden experiencia”, dice doña Elena, a lo cual asiento. Luego,
gracias a eso y a su gran capacidad, Cristina hizo examen para entrar a
la compañía Hewlett-Packard, y le fue tan bien, que muy pronto obtuvo un
muy buen puesto gerencial. “Fíjese que la mandaban a muchos países… a
mí hasta me llevaba… a Miami, Nueva York… allí se estuvo como diez años,
pero fíjese que se fue porque la asaltaban mucho”. Al parecer, Cristina
adoleció del mal de la inseguridad que ha hecho que muchos de nuestros
connacionales busquen refugio y una nueva vida en otro país. “Me
platicaba mi hija que llegaba bien cansada del trabajo… porque ella era
bien trabajadora, si le decían que el horario era hasta las ocho, ella
se quedaba hasta las diez… y así… entonces, que llegaba y que le
hablaban por teléfono y le decían que ya sabían en dónde vivía y que
vivía sola… ¡y pues ella se espantaba mucho! Una vez fue a dejar a una
amiga al metro, creo que Chapultepec, y dice que se le acercó un hombre
con una pistola, y como ella llevaba el cristal cerrado, el tipo que se
la enseña y que le apunta, pero como en la empresa les enseñaban cómo
defenderse cuando estuvieran en peligro, pues mi hija se pegó al claxon,
para que todo mundo la oyera y llamara su atención… ¡y que se va el
ratero y ella que se arranca! Y por eso se fue, me dijo que ya no
aguantaba la inseguridad y que mejor se iba para Canadá”. De cuarenta
años de edad, tiene Cristina viviendo diez por allá, se acaba de casar,
tuvo hace dos meses a su primer hijo, trabaja para una empresa japonesa,
y aunque no gana lo que ganaba aquí, le dice a su mamá que está muy
tranquila, radicando en Toronto. Me pregunto cuánto más durará esa
tranquilidad, si así como vamos, con recurrentes crisis económicas
globales y creciente violencia, pronto la inseguridad va a ser mundial -
Canadá ya muestra también altos índices de desempleo, además de una
elevación en sus niveles de delincuencia. Eso, lo del desempleo, llevó a
sus autoridades a imponer la visa, para volver más estricta la entrada
allá, pues se quejaban de que mucha gente, por las facilidades
anteriores para entrar, en lugar de irse a EEUU, más difícil y también
con millones de desocupados, se estaba yendo a buscar trabajo allá,
quitándoles a los canadienses la “oportunidad”, por ejemplo, de entrar a
trabajar a un McDonalds o alguna otra franquicia. Hay profesionistas
trabajando de despachadores en esos sitios.
“Por
eso voy, para conocer a su primer hijo. Mi hija siempre me dijo que
hasta que tuviera una vida segura y un marido, iba a tener hijos”, dice
doña Elena, pensativa.
“Uy, si yo le contara mi
vida, de verdad que haría hasta una novela”.
fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/06/sobrevivencia-de-los-migrantes-en.html
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