LO QUE USTED leerá a continuación nada tiene que
ver con el verdadero amor y respeto a Dios Padre,a Su Hijo, al Espíritu
Santo, a Alá, a Jehová o a Yahvé…pues lo que usted leerá tiene que ver,
exclusiva y directamente, con algunos miembros de una iglesia que se
dice defensora de los pobres, amiga de la justicia y amante de la
solidaridad. Me estoy refiriendo, clara e inequívocamente, a la Iglesia
Católica en Chile.
Hoy, ser cura o sacerdote
sigue contando con granjerías indisimulables, algunas de las cuales
sobrepasan las legislaciones vigentes, aquellas que el Estado aplica sin
miramientos al 97% de la población, pues el restante 3% pareciera
poseer derechos divinos ya que se sientan en las leyes. Sin duda alguna,
la curia eclesiástica católica cuenta con granjerías que, honestamente,
nadie le ha otorgado, ni por gracia ni por ley.
Ejemplos
de lo anterior hay por montones. Basta recordar lo acontecido con
algunos ‘eméritos’ obispos que la propia curia protegió sacándolos del
país justo a tiempo para escapar de la mano legal que los requería por
actos de pederastia, como fue el bullado caso del ‘curita’ Cox que huyó
desde La Serena para refugiarse en un monasterio europeo, lugar donde
hoy lleva la vida del oso mientras los niños que él abusó enfrentan una
juventud traumada. Es solamente un ejemplo que certifica muchos otros
casos, entre los que se encuentra el de aquel sacerdote de una
institución de niños de la calle, algunos de ellos abusados por el
‘padrecito’, tal cual lo demostró la justicia…pero ese ‘padrecito’ fue
finalmente rescatado por la curia –con el beneplácito servil de las
autoridades de turno- y llevado ya no a Europa sino a otra comuna
chilena donde, de seguro, continuará su práctica de sexo aberrante.
Pero, si ello sucede en ciudades o metrópolis, ¿qué
podría ocurrir en comunas pequeñas, rurales, aisladas del mundanal ruido
y alejadas del interés predador de los políticos? En esos sitios el
problema es otro, igualmente criticable, igualmente cuestionable,
igualmente inmoral.
En variadas publicaciones
(algunas de ellas editadas en este mismo medio) se ha informado que en
pueblos pequeños y rurales el cementerio de la localidad pertenece a la
Iglesia y, por tanto, es administrado por el curita del lugar. Esas
mismas publicaciones dan cuenta del magnífico negocio que significa la
muerte de cristianos y no cristianos para ese sacerdote. Miles de pesos
por el nicho perpetuo (que a los 20 años deja de serlo y los deudos se
ven en la obligación de renovar el contrato con otro pago ‘perpetuo’
para nuevos 20 años); otro monto de dinero –nada despreciable- por la
misa de difuntos, donde, además, las coronas de caridad (cuyo valor
mínimo es de dos mil pesos) representan un ingreso económico atractivo, y
así, suma y sigue esta “fe comercial”.
No
contentos con lo anterior, algunos curitas de pueblo han comenzado ahora
a cobrar por ‘dar la hostia’ a los chiquillos que hacen su primera
comunión. Cinco mil pesos por cada lengüita infantil que se estira para
recibir por vez primera el sagrado sacramento. Resulta asombroso
constatar que el neoliberalismo predador se ha enquistado en la iglesia
católica chilena, y con mayor fuerza en las parroquias de pueblos
rurales donde la gente –buena y quieta por antonomasia- acepta sin
chistar, y casi con temor al reclamo, todas las nuevas disposiciones que
dicta el señor gerente comercial de la parroquia, vulgo: el
‘padrecito’del pueblo.
Increíble, pero cierto.
Los sacramentos los reciben hoy día únicamente aquellos católicos que
pueden pagar por ese ‘servicio’ apostólico romano. Juan el Bautista y el
propio Jesús fueron entonces unos absolutos derrochadores al bautizar a
miles de creyentes sin cobrarles un sólo centavo, lo que resulta ser un
acto ilegal para los actuales curitas de pueblo. Estos últimos no sólo
se niegan a expulsar a los mercaderes del templo, sino que se asocian
con ellos en nombre de los nuevos dioses paganos que caracterizan a la
iglesia católica: el dinero y el neoliberalismo a destajo.
Creo que ya lo he dicho en otros artículos, pero en
este caso resulta oportuno repetirlo: no se equivocaba mi abuelo español
cuando, hace ya una punta de años y siendo yo un mocoso imberbe, me
aconsejaba: “si quieres ganar mucho dinero sin trabajar, y que la gente
te regale la ropa, la casa y la comida, estar por sobre la ley y además
que el Estado y el pueblo te tengan un respeto casi tribal, entonces
métete a cura o a milico”. ¡¡Cuánta razón tenías, abuelo Alejandro!!
Eso es, ¡¡cuánta razón había en esas frases!! Ser
curita de pueblo es hoy no sólo una buena perspectiva económica para
cualquier joven que piense en asegurar un futuro cómodo tomando los
hábitos sacerdotales, sino, principalmente, se ha transformado en una
gran, una magnífica platea de negocios avalada por el obispado y la
curia toda, así como defendida, protegida e incluso implementada por
algunos políticos beatos cuya fe no es ya sólo fundamentalista fanática,
sino principalmente predadora en lo comercial y bursátil.
Y si algún lector no cree una bendita línea de lo aquí
señalado, lo invito a que se dé un tiempito, se acerque a una parroquia
de pueblo (le recomiendo algunas que están ubicadas en comuna rurales
de la provincia de Cachapoal), y ‘cotice’ precios para nichos, misas de
difuntos, bautizos, primera comunión y otros menesteres propios de la
empresa ecle$iá$tica católica chilensis.
Hágalo,
y después nos cuenta cómo le fue.
fuente, vìa :
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