Difícilmente se apruebe en algún país, como herencia
de la justa recién terminada, una nueva política de difusión masiva del
fútbol, o como consecuencia colateral de esta fiebre que se vivió, se
desarrolle una nueva actitud hacia el deporte en general. ¿Habrá más
deportistas luego de Sudáfrica, menos jóvenes consumidores de drogas o,
en todo caso (como efecto no precisamente deseable), no habrá más gente
desesperada que verá el fútbol como una forma –individual, por cierto–
de “salvarse” al poder fichar como profesional? ¿Cambió en algo la
situación de Sudáfrica luego de este mes? ¿Estamos mejor después de esta
“fiesta descomunal, inolvidable, llena de alegría y felicidad”, como
promocionaban sus organizadores?
Obviamente no
se podría esperar nada en especial de esta monumental fiesta en orden a
que algo cambiara: es una fiesta, y como tal, su valor está en eso, en
ser algo fuera de lo común que rompe la rutina. Quizá eso, la
posibilidad de divertirse un poco, en sí mismo ya constituye una
ganancia. Divertirse es grato, sin dudas. ¡Y necesario! Ahora bien: en
relación a cambios… ¡por supuesto que no hay nada! ¿Pero por qué esperar
eso de una fiesta?
En todo caso, como todo
acontecimiento de dimensiones gigantescas, algo deja, no es
intrascendente. Algo tan monumental como la Copa Mundial de Fútbol no es
poca cosa, y sin dudas puede ser leído de modos diversos. La gran masa
planetaria que se emocionó con estos 64 partidos, se divirtió. Esa es
una primera arista del fenómeno. ¿Nos quedamos con ese análisis
solamente? Alguien dijo que la felicidad va de la mano de la ignorancia:
“si quieres ser filíz, no analisís”. ¿Ahí nos detenemos entonces?
¿Suficiente con ser felices sentados ante la pantalla de televisión
durante un mes, quizá tomando una cervecita y alentando a alguno de los
equipos? ¿O qué más nos deja Sudáfrica 2010? Como mínimo, se podrían
sacar algunas otras conclusiones:
1. El
Campeonato Mundial de Fútbol pasó a ser uno de los eventos
mediático-culturales más importantes del mundo moderno. La masificación
de las sociedades en el siglo XX con sus procesos de urbanización e
industrialización obligados, para el inicio del XXI da como resultado
estructuras sociales desconocidas antes en la historia que parecen haber
llegado para quedarse. En ellas, los medios masivos de comunicación van
tomando cada vez más un papel preponderante, a punto que muy buena
parte de las dinámicas del mundo contemporáneo se deben exclusivamente a
los poderes mediáticos que así lo determinan. El Mundial de Fútbol es
una clara expresión de ello, una manifestación evidente de la
manipulación a la que se ven sometidas las grandes masas a escala
planetaria. La conjunción de diversos factores económico-políticos ha
llevado esta manifestación, inicialmente deportiva, al sitial de honor
que ocupa hoy día. Por lo pronto, dejó de ser un simple hecho deportivo:
es un fabuloso espectáculo de la cultura masificada que vivimos desde
el pasado siglo. Para muestra: la final España-Holanda fue el evento más
visto (por televisión y por internet) simultáneamente por la mayor
cantidad de población en la historia: 2.000 millones de personas.
2.
El Mundial es un hecho sociocultural del que nadie puede estar ajeno.
Dado su carácter gigantesco, planetario, y teniendo en cuenta la forma
en que el capitalismo globalizado finisecular expandió sus íconos
triunfales –junto a sus negocios, claro está–, el fútbol, en tanto uno
de esos elementos culturales, es algo tan presente en nuestro mundo
contemporáneo como la Coca-Cola o el Mc Donald’s. Es decir: nadie puede
dejar de darse por enterado de él. En el caso de la Copa Mundial, en
tanto expresión máxima de esa tendencia, poblaciones que habitualmente
no son futboleras entran en la locura mediática de esta época, de esta
¿vacación? de un mes de duración, y con fuerza creciente cada cuatro
años explotan en una fiebre contagiosa de la que no se puede estar al
margen. Grupos que jamás practican ni van a practicarlo, mujeres –en
general alejadas de este deporte–, poblaciones de las más diversas
índoles, países completos se ven arrastrados por una marea de la que es
imposible distanciarse. Visto que el fútbol profesional en general –y en
el caso del Mundial en particular más aún– es un negocio fabuloso, y
considerando el terrible poder político-mediático que encierra, las
poblaciones más dispares se ven arrojadas a un obligado discurso que
inunda todo. Y todos, puestos ante las pantallas de televisión que por
toda la geografía planetaria se extienden omnímodas, repetimos las
mismas conductas de frenesí. En tanto espectáculo audiovisual,
zambullirse en él conlleva una serie de conductas adictivas y
cargadamente afectivas que nos transforman. ¿Quién no se emociona,
incluso grita como loco, ante una pantalla con un partido de fútbol en
el Mundial? ¿Quién no hace parte de la irracional –pero no por ello
cuestionada– locura del pulpo adivino o de las promesas de desnudeces de
algún ícono mediático? Y si no gritamos por un partido de fútbol ni nos
ponemos cotidianamente una camiseta de alguna escuadra de las que
participan en el torneo, el Mundial tiene ese componente de fenómeno
masivo que “obliga” a repetir esas conductas durante este mes de
“vacación” sin mayor posibilidad de distancia crítica.
3.
El Mundial representa la expresión máxima de un negocio fabuloso como
es el moderno fútbol profesional. El Campeonato que se realiza cada
cuatro años (hubo voces que pidieron hacerlo cada dos, dicho sea de
paso) es la culminación, el escaparate especial, la “feria
internacional” de un rubro comercial que sigue creciendo día a día. El
fútbol profesional es un gran negocio: decimoséptima economía mundial,
medido globalmente. Como mecanismo económico mueve cantidades enormes de
recursos, y ello se traduce, naturalmente, en poder político. La
tendencia a la profesionalización en el deporte (todos, sin excepción)
es otra línea que exhibe pomposamente el capitalismo globalizado. El
amateurismo es algo que va quedando en el olvido. En el fútbol ello es
groseramente evidente. En definitiva, protestar por esa comercialización
creciente es remar contra la corriente, porque en un régimen de
economía capitalista todo, absolutamente todo es una mercadería más para
vender. ¿Por qué no habría de serlo un espectáculo que mueve millones
de seres humanos? Hoy por hoy, tal como está el mundo, parece quimérico
pensar en desprofesionalizar esos monumentales circuitos económicos de
los deportes, entre ellos el fútbol, el más popular entre todos. Sería
como desarmar la Coca-Cola o el Mc Donald’s: ¿quién comienza? ¿Por
dónde?
4. Como deporte profesionalizado, el
fútbol contemporáneo va perdiendo cada vez más su belleza, su picardía;
el Mundial lo deja ver claramente. La misma hiper competitividad que se
busca, la locamente furiosa obtención de buenos resultados,
contrariamente a lo que sucede en otras actividades deportivas que lleva
a superar día a día marcas y rendimientos, en el fútbol sirve para
fomentar estilos conservadores, esquemas cada vez más defensivos donde
se persigue no tanto “ganar” sino “evitar perder”. Como corolario de
todo ello tenemos una práctica deportiva que se alejó ya definitivamente
–y como están las cosas: sin posibilidades de retorno– de un fútbol
ofensivo donde se premie la creatividad, la improvisación, la picardía.
De ahí que, desde hace ya algunas décadas, jugadores que presentan ese
tipo de talento en vías de extinción (habilidosos, más “poetas de las
piernas” que “atletas robotizados”) inmediatamente se constituyen en
ídolos, porque son “rara avis”. El fútbol practicado en la primera mitad
del siglo pasado, o el fútbol amateur –que aún no ha desaparecido del
todo– permite un juego mucho más “suelto”, con mayor cantidad de goles,
sin los planteamientos hiper conservadores a que ya nos acostumbramos,
donde 4 o 5 tantos en un partido ya parecen goleada estrepitosa. Los
partidos con más goles, con 8 o 10, por ejemplo, comunes décadas atrás,
ya son hoy día absolutas piezas de museo. Hoy ya se nos hizo común ver
equipos que juegan con dos, o un solo delantero, y no cinco como era
antaño. En los Campeonatos Mundiales es algo cada vez más común la
definición por penales, los partidos que terminan cero a cero, el fútbol
conservador, cinco mediocampistas; el catenaccio ya no es patrimonio
sólo de Italia. Todo esto es una consecuencia de la mercantilización
absoluta en que se desarrolla la actividad: se prefieren resultados que
“vendan”, aunque sean rendimientos pobres y conservadores, a un
espectáculo donde brille la picardía.
5. El
Mundial crea una sensación de identidad nacional entre todos los
ciudadanos de un país. Sin dudas que terminado este mes de torneo
vuelven rico, pobre y cura a sus habituales rutinas. En realidad,
durante estos 30 días nunca dejaron de cumplirse aceitadamente sus
papeles: ninguno dejó de ser lo que era, por supuesto. Pero sucede que
durante ese breve período de “locura” mediática llevada a ribetes
monumentales, los poderes dominantes crean la idea de “paréntesis” en la
vida real. El fantasma de los nacionalismos se agita de un modo
gigantesco, colosal, siendo bastante difícil oponerle críticas. De ese
modo el empresario y el trabajador, el docto y el marginal “deponen”
diferencias en función de un supuesto objetivo superior, que para el
caso sería el orgullo nacional. No hay dudas que, más allá de una
concepción crítica de los nacionalismos en tanto forma sutil de
dominación de las grandes masas –el pobrerío no tiene patria–, la ola
irracional, sabiamente manipulada, que se expande por todas las
poblaciones ayuda a hacer creíble el mito de unidad nacional. Y también
es cierto que las identidades nacionales funcionan, haciendo que todo un
pueblo, Honduras, por ejemplo, celebre la derrota del representativo
de, digamos, Estados Unidos, o Alemania, en tanto encarnación de los
poderes reales que manejan buena parte de las vidas de los más débiles.
En ese sentido: el fútbol sería la escenificación de la vida real; o
dicho de otro modo, permite expresar en forma abierta sentimientos
habitualmente acallados. En los estadios de fútbol es donde más grita la
gente, por lejos, a veces irracionalmente. Lo que sucede en los
campeonatos mundiales pone en evidencia que los nacionalismos,
“enfermedad infantil de la humanidad” como dijera alguien, están lejos
de extinguirse aún. El “internacionalismo proletario” parece que, de
momento, deberá seguir esperando un poco. Agitar esos sentimientos
patrios es siempre una buena herramienta para los sectores poderosos de
mantener tranquilizada y divertida a las grandes masas. Así, entre otras
cosas, son posibles las guerras: ¿cómo se haría, si no, para mandar a
morir miles y miles de varones jóvenes en los frentes de batallas en
luchas que no le significan nada? Tradición, familia, patria….son viejas
consignas que siguen siendo efectivas para la dominación.
6.
El Mundial pone en evidencia lo que ha pasado a ser el fútbol
profesional en nuestra aldea global: un fabuloso mecanismo de control
social. Sería ingenuo pensar que el Campeonato Mundial, esa parafernalia
mediática que dura apenas 30 días, sirve a los poderes fácticos para
hacer o dejar de hacer lo que son sus planes geoestratégicos de
dominación a largo plazo. No necesitan de él para invadir Irán, aumentar
el precio de los combustibles, desviar la atención sobre la catástrofe
medioambiental del escape de petróleo en el Golfo de México o aprobar
alguna ley cuestionable, por dar sólo algunos ejemplos. Si hay “lavado
de cerebro” de parte de las clases dominantes –¡y definitivamente la
hay!–, ello no se realiza porque durante un mes se inunden las pantallas
de televisión con partidos de fútbol y media humanidad ande hablando de
Messi, de Ronaldo o llevando una camiseta de algún equipo. No hay dudas
que, al igual que todo gran evento de proporciones enormes, puede
funcionar puntualmente como distractor de masas. Así fue, por ejemplo,
el que organizara la dictadura militar argentina en 1978, con el que se
intentó lavar la cara en su sangrienta guerra sucia (“en el mundial de
Argentina grité como un loco. Firmado: un torturado”, rezaba una pintada
callejera); o el de la Italia fascista de 1934, en el que se buscaba a
toda costa disciplinar y mantener ocupada a una clase obrera demasiado
“rebelde”. De todos modos quedarse con la estrecha idea que estos
campeonatos son las cortinas de humo de gobiernos dictatoriales es ver
sólo un lado del asunto, y quizá sesgadamente; en todo caso, los
Mundiales evidencian el papel que en la moderna cotidianeidad ha pasado a
desempeñar el fútbol profesional. En forma creciente, desde mediados
del siglo pasado, y sin detenerse, aumentando cada vez más, el negocio
del fútbol sirve como “opio de los pueblos”. Lo que sí es evidente es
que el fútbol como espectáculo mediático para consumir –por televisión
más que nada– crece sin parar. Que ello es gran negocio, es innegable.
Lo que sí puede deducirse es que poderes globales de largo aliento que
están más allá de administraciones gubernamentales puntuales, también lo
aprovechan como droga social. El Mundial no es sino una dosis un poco
más fuerte del “pan y circo” cotidiano al que nos someten, con dos, tres
o más partidos diarios durante los 365 días del año. Si algo podemos
criticar con fuerza no es tanto la Copa Mundial propiamente dicha sino
todo el circuito político-económico que ha ido formando la
profesionalización del fútbol y su utilización como mecanismo de control
de masas, ahora ya a nivel planetario. El Mundial es sólo una pildorita
de esa medicina.
fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/07/paso-el-mundial-y-entonces.html
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