Para llegar al Cerro de Pasco en Perú no es
difícil. Se toma un bus desde una terminal de Lima o unos cómodos carros
colectivos.
Hay que hacer varias escalas eso si. Se recorre
un camino estrecho y tortuoso que te hace llegar desde el nivel del mar
y la insoportable humedad de la metrópoli a una altura de 4.300 metros
sobre el nivel mar. Pasas en medio de enormes montañas, el cielo en Lima
gris y oscuro de pronto se vuelve azul y el aire se hace cada kilómetro
más fresco.
Me siento tranquila, relajada, acepté ir porque
quería ver con mis ojos un lugar que los peruanos y los
latinoamericanos en general no quieren ver y del cual no quieren saber.
Un lugar remoto muy lejos del bullicio de la
capital, de sus ofertas de compras de sus publicidades mundialistas que
vuelven a todos niños mal crecidos y eufóricos.
En el camino me empiezo a dar cuenta que el
paisaje cambia. El color de las montañas se hace raro, parece un cuerpo
al que le han quitado la piel.
El agua de los ríos al lado está entrampada en
tubos que la desvían a saber para donde. Las lagunas, que deberían ser
transparentes asumen de repente un color raro, verde ácido. La persona
que me acompaña, experta del área y buen conocedor de los entornos me
explica que ya llegamos a territorio minero. Es uno de los enclaves
económico del país latinoamericano, uno de los centros de la riqueza
que sirve para echar andar el mundo. Me quedo atónita. En un valle que
aparece majestuoso en su belleza hay camiones y máquinas
excavadoras. Están construyendo un terraplén en medio de peligrosos
rellenos de material minero. Mi escalofrío se justifica inmediatamente
con sorprendente exactitud. El pueblo que esta arriba debe ser
desplazado. Así, los chinos que compraron la tierra (o se la regalaron
quien sabe), que son muy bien organizados, van a trasladar a la gente a
otro lado. Así como un golpe en el estómago, como un viento de aire
helado se me hace claro cómo funciona la liberalización de la economía:
la gente son cosas, sin alma ni sentimientos. El fin justifica los
medios, la razón instrumental, el tecnicismo economicista lo justifica
todo. La gente, la gente de los Andes, territoriales por naturaleza,
ligados obligadamente a su tierra, son traspasados de un lugar a otro
sin importar el lugar. Solo que sea apto para que viva gente sin muchas
pretensiones al trabajo, piensa la empresa.
Sigo el camino y voy pasando tierra desgarrada,
rótulos continuos desafiantes y alertas de “Propiedad Privada”. La
colonia nunca terminó. La conquista esta aquí, presente y más opresora
que nunca, y me pregunto en mi ingenuidad de que propiedad privada
estamos hablando, si estos territorios les han pertenecido siempre a las
comunidades que viven aquí, a la gente de los Andes.
Pero hoy en este tiempo que nos toca vivir, la
tierra se regala, se vende, se utiliza pedazo por pedazo como lomo en
una carnicería.
En los rincones de la carretera casuchas grises
y feas se muestran al viajante, fantasmas vestidos de buzos deambulan
por las calles. Son los mineros, salen de trabajar y a comer en el plato
la fatiga del día. Niños corren, saltan, los niños pienso son niños en
cualquier lado hasta en la mierda. Qué te parece... me dice mi
acompañante. Seguro asustado de mi silencio. No sé digo yo, ¿ la
gente...parece... triste? ¿Deprimida? No, digo yo …acabada.
Llegamos finalmente a la Oroya. Enorme centro
refinero de Perú. Aquí se refinan los metales. Los cerros están
cubiertos de polvo. La zona cercada parece una zona militar gringa,
tiene el mismo falso aspecto pulcro y ordenado, la misma violencia
ocultada, más tarde descubro que efectivamente fueron los gringos
quienes la construyeron. En la Oroya se miran más casas, pero no aparece
cierto un lugar próspero, más bien más movido. Cruce de carreteras,
lugar para subir al cielo de las montañas más altas.
La semana pasada me cuentan hubo un paro de los
trabajadores, el dueño es ahora un gringo que no quiere pagar lo que
por ley debe al Estado, así que sencillamente cerró la refinería dejando
a todos en la calle. La gente lo defiende, el gobierno jode y no deja
trabajar, la empresa declara que no puede pagar porque si no, deja de
ser rentable el oficio y se sabe que no por gusto se invierte dinero.
Pero ahora el cielo se escondió, hace frío, y
me vuelvo pequeñita en el otro carro que nos llevará a nuestro destino
final por hoy, el pueblo de Huariaca, para no ir de golpe a la ciudad de
Pasco, muy alta para mí.
Anochece, no se mira nada pero hay planicie, se
sube se sube, en medio de las estrellas lamparitas muy cercanas, una
se cae hacia mí, en frente de mis ojos. Anuncian lo que vine a ver.
Después de cenar me voy a mi cuarto en el
hotel. En el pueblo están de fiesta. Mañana es el día del
campesino. Hay alegría en el aire, hay dicha, la gente me invita a
quedarme para la ceremonia final de la fiesta: un baño en agua helada
del río a las 5 de mañana. No puedo quedarme pero amaneció con sol, el
mercado está lleno de gente que viene para la juerga de los próximos
días.
Así que seguimos nuestro viaje. El cielo se
vuelve cada vez más azul y transparente, las montañas siguen dominando
la escena, poderosas, agua corre por todo lado. Estamos subiendo pero
todavía hay árboles, pequeños y verdes milagros de adaptación a estos
lugares, últimos vestigios antes de la árida extensión de las alturas.
Cuando subimos solo quedan enormes espacios, alpacas que vagan con sus
pastores, lagunas de agua azul. Y de lejos el Apu, el jefe de todas
las montañas. Es grande y todavía se mira de lejos, está nevado, parece
cerca me dicen pero está lejos. Me gusta, inmediatamente me siento
atraída, gran guerrero, todavía no has sido tocado pienso, por las
garras de los ávidos depredadores. Mi pensamiento me da risa, me encanta
el teatro.
Después de dos horas ya llegamos. El cerro de
Pasco. Ciudad minera, gloria minera del país desde hace 400 años.
Capital bursátil en su época de apogeo
Todas las casas son grises, en el aire flota un
polvo café, que lo llena todo, nada de verde. Bajamos y con un conocido
del lugar empezamos nuestro recorrido por las calles y vías de la
ciudad. Mira me dicen, la ciudad se hace y se destruye continuamente
según avanza el tajo abierto. El tajo abierto es la forma más
destructiva de sacar los minerales de la tierra. Se excava un enorme
hoyo, gigantesco y se avanza a lo largo y a lo ancho y en túneles
también. Este sistema produce una enorme cantidad de desechos que se van
acumulando alrededor formando colinas, túmulos, frágiles valles.
La ciudad debe hacer espacio a la mina, porque
la mina crece y crece y mientras tanto se va comiendo todo: plazas,
barrios enteros, comisarías, escuelas, calles y callecitas. Lugares
donde la historia de los antiguos mineros todavía canta con el viento,
sombras de la noche, inestables, listas para desaparecer, eliminar la
huella de su existencia, de su humanidad. El oro apremia, y todo se lo
come.
Nos acercamos al barrio que desaparecerá, nos
acercamos al hoyo voraz. Es todavía peor de lo que imaginaba. Es enorme,
grande, las casas están a su alrededor pero en la orilla del cráter
está cercado. Propiedad Privada, vedado acercarse. Mis memorias
escolares se activan de manera inadvertida, algo familiar se me
presenta... claro... el infierno de Dante Alighieri. El poeta florentino
se hubiera quedado en Pasco, dibujando su entrada al antro infernal.
Lagunas de color verde atraviesan el valle.
Movimiento de camiones excavadores, enormes jeep que cruzan la calle. Y
alrededor miles de trabajadores, los buzos de color azul, con uniformes.
Veo también muchas mujeres, están afuera comiendo en kioscos, se ríen,
como que nada.
Esta es tal vez la sensación más apremiante, la
gente se porta como que nada, hay mercado, bullicio, parece una ciudad
cualquiera de América latina, pero el hoyo esta hay, y se lo come todo y
lo atrae todo. Más tarde entenderé que la relación de la gente con la
mina es la de una madre maldita. De ella dependes para vivir, ella te da
de comer, te lo da todo o te lo quita todo, la mina invade todos los
espacios, no te deja nada. Tu felicidad depende del hoyo y de que siga
comiéndose tu trabajo y tu alma.
Gente de los Andes, de diferentes comunidades y
localidades, la gente de Pasco está feliz de tener trabajo. Aspira a
quedarse cerca de la mina, a ofrecerle sus servicios. Piensan que van a
hacer dinero y un día se irán.
En Pasco el nivel de plomo en la sangre es uno
de los más altos del mundo. El plomo presente en agua, polvo, comida se
deposita especialmente en los tejidos blandos. Se almacena en la grasa
sobre todo de los niños que son los más vulnerables. Causa problemas de
crecimiento, de comprensión, atrasos físicos y mentales, y no te hace
esperar en una larga vida. Aquí se han encontrado niveles de plomos
absurdos, tan altos que la Organización Mundial de la Salud perdería su
cordura.
Y a pesar de la transparente y cristalina
situación del absurdo que lo inunda todo, la gente está aquí, sigue
aquí. Vende sus casas y acepta trasladarse más lejos. Ve desaparecer sus
recuerdos y su memoria, ve plantar su monumento más querido de un lugar
a otro de la ciudad. Siente sin miedo los retumbos siniestros que
vienen del suelo. Están acostumbrados que las casa estén rajadas, que
algunas hasta se hunden. Partes enteras de la ciudad se están hundiendo.
La empresa minera, con capital nacional e
internacional saca zinc, cobre, plomo, y otros minerales preciosos. En
esta época de crisis, los recursos no renovables son para quienes los
tienen la garantía de negocios seguros, de millones de dólares. Pero
sobre todo son la garantía del mantenimiento del sistema globalizado, de
que todo siga funcionando a pesar de todo y con renovada energía.
El tajo se abrirá aun más, me explica el
chofer, han descubierto más mineral y es posible que se duplique en poco
tiempo. El mineral es sacado de la tierra, refinado y dividido y por
ultimo llevado al puerto de Callao a través de trenes.
No se puede sacar fotos y las fotos que saco
son tomadas con prisa y cierto miedo. Me cuentan historias de
periodistas sacados a la fuerza por ellos y delatados por la misma
población que no quiere perder la chamba. El equipo de seguridad de la
empresa es bien entrenado y se maneja con super carros que vigilan que
nadie moleste el trabajo de saqueo.
Un saqueo desmesurado de los recursos no
renovables de estas tierras, un saqueo necesario a los hombres y mujeres
del planeta que deben seguir esta loca carrera hacia el infinito, hacia
el crecimiento continuo, hacia el desarrollo, la modernidad, un
saqueo que, en su viaje, enriquece de manera descarada unos pocos
afortunados.
Los glaciares a lo lejos me recuerdan donde
estamos, qué tierra es esta y pienso en mis hijas, en mis nietos si los
tendré. ¿Qué le habremos dejado, que tierra será la que le dejamos en
herencia?
Solo vestigios, restos de montañas, lagunas
secas y contaminadas, aire lleno de metales. La idea de modernidad
justificada por una falsa idea de racionalidad científica nos condujo a
esta situación. Los problemas morales del hombre, vivir en comunidad,
ser feliz y en equilibrio con su propio entorno aquí se han
resquebrajado para hacer lugar a una afanosa, engañosa y desesperada
corrida hacia el fin.
Los jóvenes sueñan con Lima, con zapatos de
último modelo, con celulares, con equipos de sonidos. Y esto satisface
la sensación de estar en el mundo, de hacer parte de algo más grande y
bueno porque nuevo y moderno.
El radio saca los programas electorales de
candidatos intercalados por una propaganda continua e inexorable de la
Empresa. La Empresa les quiere, les ama, les importan ustedes, la
empresa es desarrollo, la empresa cuida su ambiente, la empresa le
garantiza la vida, la empresa los salva de la pobreza y de un futuro
incierto. Mientras nosotros estamos ustedes pueden estar tranquilos.
A la empresa no se le ocurre ayudar al estado
en sacar la gente de aquí, en utilizar parte de sus millones para que la
gente viva decentemente, trabaje sin estar en una situación de tal
inestabilidad, a encontrar soluciones, a establecer límites para
garantizar la vida de las personas que viven aquí. A la empresa no se
le ocurre dotar los trabajadores de contratos que les permitan jubilarse
y pagarse sus gastos médicos después de haber inhalado mierda por años.
Ni se le ocurre crear atención especial para los niños afectados por el
plomo o clínicas adecuadas para ellos y sus madres. No, porque hay que
producir dinero sin afectar la rentabilidad y la productividad.
A la empresa no se le ocurre mejorar las
calles, mejorar las casas, ofrecer servicios adecuados, producir parques
públicos, hacer la vida más fácil o bonita. No porque no se puede
socavar las ganancias: podríamos siempre irnos a otro lado y este país
no tiene la capacidad tecnológica de sacar el mineral solo.
A través de información pública y fácil de
encontrar es posible ver que: “en
el segundo trimestre de 2007 la empresa obtuvo utilidades por US$ 110
millones, lo que significó un incremento de 131 % con relación al mismo
período del año 2006”. Así mismo con respeto a una empresa suiza,
socia de la misma empresa, es posible alegrarse al saber que: As of 2006, it was Europe's sixth-largest
company in terms of turnover [1]. According
to The Sunday Times,[2] the company had USD 10.9 billion . Y con
más euforia se aprende que durante el 2009 las ventas de la minera se situaron
por alrededor de los US$477 millones, reportando un alza del 44% en sus ganancias
Vamos a comer en un hotel del centro (¿cual
centro?) El lugar está repleto, se nota que es fin de mes, hay muchos
funcionarios peruanos, secretarias, empleados de la empresa. Se respira
un aire de clase media. Casi se me olvida lo que está afuera, pido una
trucha. Me explican que aquí se come comida de todo lado, porque no
existe una identidad propia del lugar dada la heterogeneidad de las
personas que habitan Pasco. El pollo asado es un plato de elite.
Aquí no crece nada todo hay que traerlo de
afuera y los precios no son nada baratos.
Terminamos de comer y por mi sorpresa descubro
que existe un estadio, juegan equipos de los alrededores, de lejos
siempre el tajo que hace de fondo a los jóvenes jugadores que con
alegría le dan a la pelota.
Una última visita al barrio antiguo para sacar
unas de las últimas fotos que recordaran este lugar y las personas que
los habitaron: el próximo año ya nada de esto existirá, la mina ha
comprado todo y ha empezado los trabajos de demolición. Ruinas
de cuando la mina era otra cosa, tiempos gloriosos de prosperidad de la
ciudad, añorados por muchos. Las casas son de estilo colonial con sus
balcones de madera, la plazuela oval, con antiguas tiendas que
todavía enseñan sus letreros con promesas de servicios rápidos,
eficientes y baratos. Lámparas antiguas que un tiempo alumbraron estos
rincones, torcidas por la incuria y el viento.
¿Como será vivir en un lugar en el cual uno no
puede volver a ver la plaza donde un día lejano le declararon amor
eterno, donde le dieron el primer beso, la casa donde se hizo el amor
por primera vez?.¿La plaza donde se jugó de niño, la plaza donde se
jode, donde se grita, donde uno se esconde del papá bravo y enojado
porque esta vez, si la hizo fea. La calle donde se apostó con los
amigos que esta mamacita rica me va a decir que si, para después tener
que pagar porque no nos hizo caso?
¿Como será vivir en un lugar donde los
recuerdos y el propio pasado son comidos sin piedad, sin reparo, donde
el alma de un pueblo agoniza?
Nosotros los europeos, tan pegados a nuestras
plazas turísticas, a nuestras calles….y aquí no existe respeto y
máquinas excavadoras van hurgando las entrañas de la tierra hasta el
fondo.,
El sol se va, el día se termina, las
actividades empiezan a decaer entra la noche en Pasco y con ella un frío
de la gran puta.
La temperatura llega a bajo cero y aquí la
gente no tiene ningún sistema de calefacción, están acostumbrados, es
clima de machos.
El dueño del hotel sabiéndome sola y fatigada
por la altura me trae un té de coca para sostenerme, me regala un jarrón
lleno de riquísima agüita caliente y le estoy infinitamente agradecida.
Me hundo en mi cama abrigada hasta de más y me
duermo al fin.
Al día siguiente me voy a desayunar a un café
de la plaza de Comercio. Me doy cuenta después que en cada esquina hay
mujeres y niños con jarrones de plástico esperando. Pregunto qué es lo
que esperan. Agua se me dice. Un camión cisterna pasa todas las mañanas y
distribuye lo que será el agua para toda la familia, para todo el día,
para todo uso.
Mientras esperan los niños juegan y se pelean y
las mamás les regañan sin mucha convicción. Pregunto cómo es posible
que en un lugar con tanta agua la gente tenga tan poca. La mina gasta
3000 litros de agua porl segundo. Y acaparra toda el agua de la zona. Lo
que sobra lo que queda es para la gente. Cuando hay tan poquita agua es
la mujer generalmente la que decide como usarla y hace milagros para
satisfacer las necesidades básicas de todos, privilegiando el uso para
tomar, cocinar, y por ultimo lavarse.
Aquí no hay despilfarro ni duchas de horas,
pienso en mi hija adolescente.
Al día siguiente dejo el Cerro. Hay una
actividad para el día del campesino en Quina una comunidad a una hora de
aquí. Es la reunión de la federación de comunidades Campesinas de
Pasco. Los temas van a ser seguridad alimentaria, riesgos de las
minerías, sostenibilidad ambiental, cambio climático. El salón esta casi
lleno comparto comida, sopa verde, una sopa de hierbas de papas y
después de una ceremonia a la Pacha Mama (la madre tierra) empiezan las
charlas. Me siento bien aquí, hay sol y me siento feliz de haber salido
de Pasco. Una mujer me pregunta si me he dado cuenta de que la mina se
está comiendo las casas, y con aire resignado me dice que aquí también
donde nosotros estamos hay una mina cercana, y que posiblemente los
túneles los tenemos bajo los pies. Así es la vida con la mina, es una
vida de hoyos, túneles, inestabilidad terrícola, movimientos que rompen
el silencio de los bosques, actividad frenética bajo el cielo de los
Andes, bajo los pies y los corazones de la gente.
En increíble que existan quienes se empecinan
en llamar racional este modelo económico, un modelo que no ofrece
autonomía, equilibrio, tranquilidad, un sistema que reproduce sin cesar
dependencia, inestabilidad, angustia. Un sistema que vende por
desarrollo y lucha a la pobreza actividades que sirven para mantener un
sistema global en crisis. Los gobiernos locales se jactan de modernizar
el país cuando para ellos es una maravilla que haya quienes se encarguen
de los más excluidos de la sociedad ofreciéndole trabajos precarios y
un plato de comida.
Pregunto como son los turnos de la mina, de 12
horas me contestan. Y no se puede reclamar sino te sacan, hay millares
de gente que quiere trabajar. Y después de un tiempo los hombres se
enferman de los pulmones pero no te pagan las medicinas.
Descubro que los trabajadores están sujetos a
los avatares del precio de los metales y minerales, en efecto en algunas
ocasiones los trabajos a tajo abierto de la mina de Pasco se
interrumpieron y muchas personas quedaron en la calle.
Me voy, abrazo la gente que con su calidez,
cariño y afecto ha calentado mi alma encogida, me enfrento a la
carretera de nuevo, al paisaje andino que me saluda con un cielo
espectacular.
La palabra se opone al silencio, a la
indiferencia de la nada, el silencio oculta, oprime, defiende la
injusticia, término que hemos perdido en el camino.
La palabra hace aparecer lo que está escondido,
lo que esta velado, lo que no queremos saber, la palabra le da
presencia en la escena a estos miles de hombres y mujeres que a la
sombra de las montañas siguen viviendo, amando, esperando. Esta es su
palabra, esta es su historia.
-- Barbara Trentavizi, antropóloga italiana
residente en Guatemala, autora del libro Itinerario del Movimiento
Indígena Latinoamericano: la Cumbre de Puno.
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