
La
cubana no fue una revolución radical y profunda de masas para cambiar
el sistema: fue una revolución antidictatorial, democrática y
antimperialista radical, contra la corrupción y la violencia, dirigida
por un grupo reducido y heterogéneo de jóvenes revolucionarios de clase
media, en cuyo seno sólo unos pocos eran comunistas y que, además, tuvo
que vencer la resistencia del partido comunista cubano (el PSP,
entonces) y la suspicacia del Partido Comunista soviético, al mismo
tiempo que los intentos del gobierno de Estados Unidos de cooptar a su
dirección, e incluso a Fidel Castro. Ésta llegó al gobierno en 1959 con
el apoyo militante y entusiasta de la mayoría de la población y de los
trabajadores urbanos y rurales más pobres, porque pocos apoyaban al
batistismo, pero no con un proyecto de construcción del socialismo ni
con un pueblo ganado mayoritariamente a la idea socialista. Fue la
presión contrarrevolucionaria del imperialismo la que obligó a solamente
una parte del gobierno antibatistiano –dirigida por Fidel Castro– a
avanzar con contramedidas sociales y políticas, lo cual hizo que muchos
flamantes ministros, encabezados por el presidente Manuel Urrutia, y
hasta comandantes revolucionarios, se exiliasen en Miami asustados por
la profundización de ese proceso. La misma Unión Soviética dudó mucho
antes de reconocer a Cuba (más de dos años), Fidel Castro declaró que
Cuba era socialista sólo después de rechazar la invasión de Playa Girón
en 1961 y fue hasta 1972 que Cuba entró en el Comecon o Came, el sistema
económico-político dirigido por la burocracia soviética.
En ese lapso se habían producido ya varias depuraciones: en primer
lugar, la de la burguesía cubana y sus servidores, que en ondas
sucesivas huyeron a Miami, dando de paso homogeneidad política y social a
la inmensa mayoría del pueblo cubano, que es independentista,
antimperialista y por muchos años comenzó a luchar contra el capitalismo
con una visión internacionalista. La otra depuración, en el marco del
aparato burocrático, fue la liquidación del grupo más sectario y ligado a
los soviéticos en el aparato estatal cubano –la
microfracción
del secretario de organización del partido, Aníbal Escalante–, pues la
misma quería transformar a Cuba en un seudo Estado independiente de la
URSS, como los de Europa Oriental, a pesar de que el sometimiento
incondicional al Kremlin desde hacía rato hacía aguas en el mundo, con
la rebelión yugoslava de 1948, la húngara de 1956, la crisis con China y
con los principales partidos comunistas europeos. La originalidad de la
revolución en la isla consistió en que fue parte de la revolución
anticolonialista mundial y se hizo en tiempos de crisis profunda del
estalinismo y después de la muerte de Stalin.

Recuerdo todo esto, que es conocido pero, en los hechos, olvidado o
mistificado, para subrayar algunos puntos esenciales: un gobierno
revolucionario asume el control de un país capitalista, en el que aún no
tiene base social sino que debe construirse una concepción
contrahegemónica, anticapitalista, socialista. El poder, sobre todo en
los pequeños países dependientes, está todavía en buena medida en manos
del capital internacional que, con el mercado mundial, su tecnología y
sus finanzas, domina y arrastra a la escasa y débil burguesía nacional,
que se fusiona con aquél y es antinacional. En Cuba el capitalismo no
reside en una burguesía que huyó del país y se ubicó en Miami, sino en
la dependencia del mercado mundial capitalista y en la influencia
cultural hegemónica capitalista, heredada junto con el aparato del
Estado por el gobierno revolucionario, que es continuamente frenado por
el espesor sociocultural de aquél, entre otras cosas porque a la
tradición del aparato estatal capitalista se agregó el burocratismo
importado de los soviéticos. En Cuba hay lucha por construir el
socialismo, voluntaria y conscientemente, pero no hay socialismo porque
éste es imposible en una pequeña isla poco poblada, tal como fue
imposible en la vasta Unión Soviética, y se construye recién cuando la
sociedad autorganizada comienza a diluir el aparato habitual del Estado y
a asumir muchas de sus funciones, cosa que no sucede hoy ya que el
aparato de Estado se refuerza y constituye lo que –Lenin decía– imperaba
en los primeros años en la Unión Soviética, o sea, un capitalismo de
Estado con un gobierno anticapitalista: un capitalismo sin capitalistas.

La burocracia es en cierta medida inevitable no sólo por la
escasez y el atraso técnico, que le da un papel de intermediario, sino
también porque en un largo periodo de transición subsiste la
diferenciación entre
los que piensan y deciden
y
los que ejecutan
.
Para controlarla políticamente, aunque no sea muy fácil controlarla en
su papel de intermediaria en un régimen de escasez acentuado por el
bloqueo imperialista, no hay otra arma que la participación consciente y
militante y el control de los trabajadores en todas las instancias de
la vida: social, cultural, económica, productiva, en la elaboración de
planes, en la supervisión constante de los mismos. La lucha burocrática
contra la burocracia –inspectores, comisiones, evaluaciones, etcétera–
es necesaria pero insuficiente. El único antídoto antiburocrático es la
democracia plena en el partido y en toda la vida social y política, con
la consiguiente posibilidad de discutir en aquél, de disentir, de hacer
contrapropuestas y con la consiguiente libertad, respetando siempre la
defensa del país sitiado, para quienes disienten pero no organizan
acciones contrarrevolucionarias. El intento de sustituir las decisiones
de los trabajadores mediante un aparato
iluminado
fomenta la
ineficiencia y la corrupción, además del amiguismo. O sea, elementos
culturales capitalistas, no socialistas. Y el esfuerzo por acallar voces
revolucionarias disidentes, partidarias de la autogestión, lleva a la
pasividad política, al desarme ideológico. Todo eso es
contrarrevolucionario, sobre todo en un periodo en que Cuba y la lucha
por la liberación nacional y social se preparan a sufrir duras pruebas
debido a la situación mundial. Democracia plena y autogestionaria: ese
es el remedio contra la burocracia, que es la principal fuerza
contrarrevolucionaria.
fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2010/07/25/index.php?section=opinion&article=015a1pol
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