No
hace falta ser comunista para levantar la voz ante tanto agravio. Cuán
confundidos nos dejó la historia, que aún hay gente que piensa que pedir
justicia para los ixiles pudiera ser un simple asunto de venganzas
políticas.
No
hace falta ser guerrillero para indignarse ante el hambre y la miseria
rurales. Cuando las columnas de gente del campo descienden sobre la
Capital complaciente, pidiendo ser oídas, pidiendo tierra, sobre todo
pidiendo oportunidades, lo fácil es dejarse llevar por la patraña
absurda y egoísta que dice que lo primero es el «derecho a la libre
locomoción».
No hace falta ser noruego para denunciar cada atropello. No hace falta ser sueco para estremecerse ante la sangre, que pareciera no tener fin, que como reloj perverso brota puntual una desgracia por semestre: masacre en Totonicapán, tic; lideresa baleada, tac. Masacre de policías en Salcajá, tic; baño de sangre en San Juan, tac.
No hace falta conspirar con reporteros preguntones y editores chismosos para ver que los funcionarios son mercaderes ruines de influencia; no hace falta conspirar para señalar su rapiña y denunciar el atropello a la prensa.
No hace falta haber votado en las últimas elecciones para reconocer que el Congreso es un rastro inmundo, un vulgar mercado. Compraventa de votos, compraventa de empleos, compraventa de favores donde el pueblo nunca figura.
No hace falta odiar al empresariado, para denunciar los malos negocios que se cierran con la minería. No hace falta odiar la riqueza para indignarse ante cada intento por sacar más privilegios disfrazados de productividad. No hace falta odiar a los ricos para decir que así no se construye la concordia, y que el gobierno no se elige para esto.
Basta ser ciudadano para decir aquí, hoy: estoy harto de la arbitrariedad. No fueron puestos en presidencias, vicepresidencias y ministerios para hacer su regalada gana, sino para responder al interés general.
Basta ser ciudadano para decir aquí, hoy: estoy harto de la rapiña. No quiero sus proclamas insolentes en la Plaza de la Constitución, ni sus magistrados abyectos, sus jueces rastreros. Estoy harto de sus casas, sus carros, sus viajes, sus relojes de oro; harto de su riqueza que brota de ninguna parte.
Basta ser ciudadano para decir aquí, hoy: estoy harto de tanta injusticia. Me cansa ver que los más pobres no tengan nunca oportunidad, y encima se les tache de criminales por reclamar un trozo de esta mentira que llamamos patria. La ciudadanía no es un crimen, entiendan.
Basta ser ciudadano para pedir, ¡para exigir!, que los que más tienen, más pongan. Para exigir un fin a los privilegios de los más privilegiados, para exigir un fin a la exclusión de los más excluidos. Basta ser ciudadano para entender que en mi comodidad de clase media, en mi comodidad de vida urbana, también tengo espacio para el sacrificio, la solidaridad y la responsabilidad.
Basta ser ciudadano para soñar, para saber que las cosas aquí se pueden hacer bien, que podemos ser más justos, más productivos y más felices. Que podemos ser más solidarios, organizados y exigentes. Ya lo hicimos una vez y funcionó. Ya lo hicimos una vez, empezó justo en un octubre, hace 70 años. Así que me consta que se puede.
Pero hace falta ser ciudadano.
vía:
http://www.plazapublica.com.gt/content/en-octubre-no-hace-falta-ser-comunista
No hace falta ser noruego para denunciar cada atropello. No hace falta ser sueco para estremecerse ante la sangre, que pareciera no tener fin, que como reloj perverso brota puntual una desgracia por semestre: masacre en Totonicapán, tic; lideresa baleada, tac. Masacre de policías en Salcajá, tic; baño de sangre en San Juan, tac.
No hace falta conspirar con reporteros preguntones y editores chismosos para ver que los funcionarios son mercaderes ruines de influencia; no hace falta conspirar para señalar su rapiña y denunciar el atropello a la prensa.
No hace falta haber votado en las últimas elecciones para reconocer que el Congreso es un rastro inmundo, un vulgar mercado. Compraventa de votos, compraventa de empleos, compraventa de favores donde el pueblo nunca figura.
No hace falta odiar al empresariado, para denunciar los malos negocios que se cierran con la minería. No hace falta odiar la riqueza para indignarse ante cada intento por sacar más privilegios disfrazados de productividad. No hace falta odiar a los ricos para decir que así no se construye la concordia, y que el gobierno no se elige para esto.
Basta ser ciudadano para decir aquí, hoy: estoy harto de la arbitrariedad. No fueron puestos en presidencias, vicepresidencias y ministerios para hacer su regalada gana, sino para responder al interés general.
Basta ser ciudadano para decir aquí, hoy: estoy harto de la rapiña. No quiero sus proclamas insolentes en la Plaza de la Constitución, ni sus magistrados abyectos, sus jueces rastreros. Estoy harto de sus casas, sus carros, sus viajes, sus relojes de oro; harto de su riqueza que brota de ninguna parte.
Basta ser ciudadano para decir aquí, hoy: estoy harto de tanta injusticia. Me cansa ver que los más pobres no tengan nunca oportunidad, y encima se les tache de criminales por reclamar un trozo de esta mentira que llamamos patria. La ciudadanía no es un crimen, entiendan.
Basta ser ciudadano para pedir, ¡para exigir!, que los que más tienen, más pongan. Para exigir un fin a los privilegios de los más privilegiados, para exigir un fin a la exclusión de los más excluidos. Basta ser ciudadano para entender que en mi comodidad de clase media, en mi comodidad de vida urbana, también tengo espacio para el sacrificio, la solidaridad y la responsabilidad.
Basta ser ciudadano para soñar, para saber que las cosas aquí se pueden hacer bien, que podemos ser más justos, más productivos y más felices. Que podemos ser más solidarios, organizados y exigentes. Ya lo hicimos una vez y funcionó. Ya lo hicimos una vez, empezó justo en un octubre, hace 70 años. Así que me consta que se puede.
Pero hace falta ser ciudadano.
vía:
http://www.plazapublica.com.gt/content/en-octubre-no-hace-falta-ser-comunista
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