Monsanto es una de las
empresas más grandes del mundo y la número uno en semillas transgénicas,
el 90% de los cultivos modifica dos genéticamente en el mundo cuentan
con sus rasgos biotecnológicos. Un poder total y absoluto. Asimismo, Monsanto está a la cabeza de la comercialización de semillas, y controla el 26% del mercado. A más distancia, la sigue DuPont-Pioneer, con un 18%, y Syngenta,
con un 9%. Solo estas tres empresas dominan más de la mitad, el 53%, de
las semillas que se compran y venden a escala mundial. Las diez
grandes, controlan el 75% del mercado, según datos del Grupo ETC.
Lo que les da un poder enorme a la hora de imponer qué se cultiva y, en
consecuencia, qué se come. Una concentración empresarial que ha ido en
aumento en los últimos años y que erosiona la seguridad alimentaria.
Monsanto está a la cabeza de la comercialización de semillas, y controla el 26% del mercado.
La avaricia de estas empresas no tiene
límites y su objetivo es acabar con variedades de semillas locales y
antiguas, aún hoy con un peso muy significativo especialmente en las
comunidades rurales de los países del Sur. Unas semillas autóctonas que
representan una competencia para las híbridas y transgénicas de las
multinacionales, las cuales privatizan la vida, impiden al campesinado
obtener sus propias simientes, los convierten en “esclavos” de las
compañías privadas, a parte de su negativo impacto medioambiental, con
la contaminación de otros cultivos, y en la salud de las personas.
Monsanto no ha escatimado recursos para acabar con las semillas
campesinas: demandas legales contra agricultores que intentan
conservarlas, patentes monopólicas, desarrollo de tecnología de
esterilización genética de simientes, etc. Se trata de controlar la
esencia de los alimentos, y aumentar así su cuota de negocio.
La introducción en los países del Sur,
en particular en aquellos con vastas comunidades campesinas capaces
todavía de proveerse de semillas propias, es una prioridad para estas
compañías. De este modo, las multinacionales semilleras han int
ensificado las adquisiciones y alianzas con empresas del sector
principalmente en África e India, han apostado po r cultivos destinados a los mercados del Sur Global
y han promovido políticas para desalentar la reserva de simientes.
Monsanto, como reconoce su principal rival DuPont-Pioneer, es el
“guardián único” del mercado de semillas, controlando, por ejemplo, el
98% de la comercialización de soja transgénica tolerante a herbicida y
el 79% del maíz, como recoge el informe ¿Quién controla los insumos
agrícolas? Lo que le da suficiente poder como para determinar el precio
de las simientes con independencia de sus competidores.
De las simientes a los agrotóxicos
Sin embargo, Monsanto no tiene
suficiente con controlar las semillas sino que, para cerrar el círculo,
busca dominar también aquello que se aplica a su cultivo: los
agrotóxicos. Monsanto es la quinta empresa agroquímica mundial y
controla el 7% del mercado de insecticidas, herbicidas, fungidas, etc.,
por detrás de otras empresas, líderes a la vez en el mercado de las
simientes, como Syngenta que domina el 23% del negocio de los
agrotóxicos, Bayer el 17%, BASF el 12% y Dow Agrosciences casi el 10%.
Cinco empresas controlan así el 69% de los pesticidas químicos de
síntesis que se aplican a los cultivos a escala mundial. Los mismos que
venden al campesinado las semillas híbridas y transgénicas son los que
les suministran los pesticidas a aplicar. Negocio redondo.
El impacto medioambiental y en la salud
de las personas es dramático. A pesar de que las empresas del sector
señalan el carácter “amigable” de estos productos con la naturaleza, la
realidad es justo todo lo contrario. Hoy, tras años de suministro del
herbicida de Monsanto Roundup Ready, a base de glifosato, que ya en 1976
fue el herbicida más vendido del mundo, según datos de la misma
compañía, y que se aplica a las semillas de Monsanto modificadas
genéticamente para tolerar dicho herbicida mientras que éste acaba con
la maleza, varias son las hierbas que han desarrollado resistencias.
Solo en Estados Unidos, se estima que han aparecido
unas 130 malezas resistentes a herbicidas en 4,45 millones de hectáreas
de cultivos, según datos del Grupo ETC. Lo que ha
llevado a un aumento del uso de agrotóxicos, con aplicaciones más
frecuentes y dosis más elevadas, para combatirlas, con la consiguiente
contaminación ambiental del entorno.
En Chile, la movilización logró, en marzo del 2014, la retirada de la conocida como Ley Monsanto que pretendía facilitar la privatización de la semillas locales y dejarlas a manos de la industria.
Las denuncias de campesinos y
comunidades afectadas por el uso sistemático de pesticidas químicos de
síntesis es una constante. En Francia, el Parkinson es incluso considerado una enfermedad laboral agrícola causada por el uso de agrotóxicos, después que el campesino Paul François ganará la batalla judicial contra Monsanto, en el Tribunal de Gran Instancia de Lyon en 2012,
y consiguiera demostrar que su herbicida Lasso era responsable de
haberlo intoxicado y dejado inválido. Una sentencia histórica, que
permitió sentar jurisprudencia. El caso de las Madres de Ituzaingó, un barrio de las afueras de la ciudad argentina de Córdoba,
rodeado de campos de soja, en lucha contra las fumigaciones es otro
ejemplo. Tras diez años de denuncia, y después de ver como el número de
enfermos de cáncer y niños con malformaciones en el barrio no hacía sino
aumentar, de cinco mil habitantes dos cientos tenían cáncer,
consiguieron demostrar el vínculo entre dichas enfermedades y los
agroquímicos aplicados en las plantaciones sojeras de sus alrededores
(endosulfán de DuPont y glifosato de Roundup Ready de Monsanto). La Justicia
prohibió, gracias a su movilización, fumigar con agrotóxicos cerca de
zonas urbanas. Estos son tan solo dos casos de los muchos que podemos
encontrar en todo el planeta.
Ahora, los países del Sur son el nuevo
objetivo de las empresas de agroquímicos. Mientras que las ventas
globales de pesticidas descendieron en los años 2009 y 2010, su uso en
los países de la periferia aumentó. En Bangladesh, por ejemplo, la
aplicación de pesticidas creció un 328% en la década del 2000, con el
consiguiente impacto en la salud de los campesinos. Entre 2004 y 2009,
África y Medio Oriente tuvieron el mayor consumo de pesticidas. Y en
América Central y del Sur se espera un aumento del consumo en los
próximos años. En China, la producción de agroquímicos alcanzó en 2009
dos millones de toneladas, más del doble que en 2005, según recoge el
informe ¿Quién controlará la economía verde? Business as usual.
Una historia de terror
Pero, ¿de dónde surge dicha empresa? Monsanto fue fundada en 1901 por el químico John Francis Queeny,
proveniente de la industria farmacéutica. Su historia es la historia de
la sacarina y el aspartamo, del PBC, del agente de naranja, de los
transgénicos. Todos fabricados, a lo largo de los años, por dicha
empresa. Una historia de terror.
Monsanto se constituyó como una empresa
química y, en sus orígenes, su producto estrella era la sacarina, que
distribuía para la industria alimentaria y, en particular, para Coca-Cola,
del que fue uno de sus principales proveedores. Con los años, expandió
su negocio a la química industrial, convirtiéndose, en la década de los
20, en uno de los mayores fabricantes de ácido sulfúrico. En 1935,
absorbió a la empresa que comercializaba policloruro de bifenilo (PCB),
utilizado en los transformadores de la industria eléctrica. En los 40,
Monsanto centró su producción en los plásticos y las fibras sintéticas,
y, en 1944, comenzó a producir químicos agrícolas como el pesticida DDT.
En los 60, junto con otras empresas del sector como Dow Chemical,
fue contratada por el gobierno de Estados Unidos para producir el
herbicida agente naranja, que fue utilizado en la guerra de Vietnam. En
este período, se fusionó, también, con la empresa Searla, descubridora
del edulcorante no calórico aspartamo. Monsanto fue productora,
asimismo, de la hormona sintética de crecimiento bovino somatotropina
bovina. En la década de los 80 y 90, Monsanto apostó por la industria
agroquímica y transgénica, hasta llegar a convertirse en la número uno
indiscutible de las semillas modificadas genéticamente.
Actualmente, muchos de los productos made by Monsanto han sido prohibidos, como los PCB, el agente naranja o el DDT,
acusados de provocar graves daños en la salud humana y el medio
ambiente. Solo el agente naranja en la guerra de Vietnam fue responsable
de decenas de miles de muertos y mutilados, así como de pequeños
nacidos con malformaciones. La somatotropina bovina también está vetada
en Canadá, la Unión Europea, Japón, Australia y Nueva Zelanda, a pesar
de que se permite en los Estados Unidos. Lo mismo ocurre con el cultivo
de transgénicos, omnipresente en Norte América, pero prohibido su
cultivo en la mayoría de países europeos, a excepción, por ejemplo, del
Estado español.
Monsanto, asimismo, se mueve como pez en el agua en las bambalinas del poder. Wikileaks
lo dejó claro cuando filtró más de 900 mensajes que mostraban cómo la
administración de Estados Unidos había gastado cuantiosos recursos
públicos para promocionar a Monsanto y a los transgénicos en muchísimos
países, a través de sus embajadas, su Departamento de Agricultura y su
agencia de desarrollo USAID. La estrategia consistía y consiste en
conferencias “técnicas” desinformando a periodistas, funcionarios y
creadores de opinión, presiones bilaterales para adoptar legislaciones
favorables y abrir mercado a las empresas del sector, etc. El gobierno
español es en Europa el principal aliado de EEUU en dicha materia.
Plantar cara
Ante tanto despropósito, muchos no
callan y plantan cara . Miles son las resistencias contra Monsanto en
todo el mundo. El 25 de mayo ha sido declarado jornada de acción global
contra dicha compañía y centenares de manifestaciones y acciones de
protesta se llevan a cabo ese día alrededor del globo. En 2013 se
realizó la primera convocatoria, miles de personas salieron a la calle
en varias ciudades de 52 países distintos, desde Hungría hasta Chile pasando por Holanda, Estado español, Bélgica, Francia, Sudáfrica, Estados Unidos,
entre otros, para mostrar el profundo rechazo a las políticas de la
multinacional. El domingo pasado, día 25, la segunda convocatoria, menos
concurrida, se llevó a cabo con acciones en 49 países.
América Latina es, en
estos momentos, uno de los principales frentes de lucha contra la
compañía. En Chile, la movilización logró, en marzo del 2014, la
retirada de la conocida como Ley Monsanto que pretendía facilitar la
privatización de la semillas locales y dejarlas a manos de la industria.
Otra gran victoria fue en Colombia, un año antes, cuando el masivo paro
agrario, en agosto del 2013, logró la suspensión de la Resolución 970,
que obligaba a los campesinos a usar exclusivamente semillas privadas,
compradas a las empresas del agronegocio, y les impedía guardar las
suyas propias. En Argentina, los movimientos sociales están, asimismo,
en pie contra otra Ley Monsanto, que pretende aprobarse en el país y
subordinar la política nacional de semillas a las exigencias de las
empresas transnacionales. Más de cien mil argentinos han firmado ya
contra dicha ley en el marco de la campaña No a la Privatización de las
Semillas.
En Europa, Monsanto quiere ahora
aprovechar la grieta que abren las negociaciones del Tratado de Libre
Comercio Unión Europea-Estados Unidos (TTIP) para presionar en función
de sus intereses particulares y poder legislar por encima de la voluntad
de los países miembros, muchos contrarios a la industria transgénica.
Las resistencias en Europa contra el TTIP, esperemos, no se hagan
esperar.
Monsanto es la semilla del diablo, sin lugar a dudas.
Por Esther VivasPúblico.es
Tomado de Rebelion.org, que ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
vía:
http://www.elciudadano.cl/2014/05/30/106306/monsanto-la-semilla-del-diablo/
http://www.elciudadano.cl/2014/05/30/106306/monsanto-la-semilla-del-diablo/
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