El presidente de Ecuador, Rafael
Correa, canceló lo que posiblemente fue la iniciativa ambiental más
original de los últimos años en América Latina: impedir la explotación
petrolera en la Amazonia. En su formulación más reciente, el gobierno
ofrecía no extraer hidrocarburos solo si se completaba un fondo de
compensación económica que cubriera aproximadamente la mitad de lo que
esperaba ganar vendiendo ese crudo. Se buscaba preservar los campos
Ishpingo, Tambococha y Tiputini (de allí la sigla ITT), que en parte se
superponen con el parque nacional y reserva de biósfera Yasuní, que en
sus 9820 kilómetros cuadrados, es una de las zonas de mayor riqueza
ecológica del continente.
Después de seis años, Correa canceló
esa iniciativa el pasado 15 de agosto, para dar paso al llamado “plan
B”, que permite la explotación petrolera en la zona. En un discurso por
cadena nacional, lanzó ácidas críticas al ambientalismo, sostuvo que la
comunidad internacional era hipócrita y le falló al país por no haber
depositado dinero suficiente, e invocó repetidamente la miseria como
factor clave para tomar la decisión de exportar el petróleo. Según
Correa, con ese petróleo del Yasuní se conseguirán más de 18 mil
millones de dólares, y que con ello, la Amazonía podría salir con
“holgura” de la pobreza (video del discurso presidencial aquí…).
Dentro de Ecuador, la medida ha
despertado la reacción de organizaciones ambientalistas, y las
federaciones indígenas ya anticiparon su oposición activa. Según las
últimas encuestas de opinión pública, más del 90% de la población urbana
estaba en contra de extraer petróleo del ITT Yasuní. Asimismo,
distintas voces invocaron el marco constitucional para llamar a una
consulta ciudadana sobre ese tipo de explotación. Este pasado sábado, en
su programa de radio y televisión, Correa desafió a esos grupos a que
no fueran “vagos” y recogieran las firmas necesarias para obligar a una
consulta ciudadana (5% del patrón electoral) (la noticia aquí…).
Esta medida ecuatoriana tendrá efectos
tanto sobre los países vecinos como a nivel internacional. Al
desaparecer una de las propuestas icónicas de una alternativa
postextractivista, se refuerzan los avances mineros y petroleros dentro
de áreas naturales y territorios indígenas. En países como Bolivia, Perú
y Colombia se repiten las presiones para comenzar a explotar áreas
silvestres o tierras en manos de indígenas o campesinos.
Al desplomarse la iniciativa, los
gobiernos vecinos reforzarán similares discursos donde se dice que no
hay más opción que el extractivismo para superar la pobreza. Estamos
presenciando un nuevo embate de avance la frontera petrolera sobre las
selvas tropicales.
Otra vez derechos vs dineros
La propuesta de dejar el crudo bajo
tierra nació desde la sociedad civil mucho antes de la presencia
política de Correa, y fue rescatada hacia 2007, por Alberto Acosta,
quien era entonces el ministro de energía de su primer gobierno. En sus
orígenes, la propuesta apuntaba a proteger la biodiversidad y pueblos
indígenas dentro del área, cumpliendo con los nuevos derechos
constitucionales ecuatorianos. En efecto, la Constitución mantenía los
clásicos derechos ambientales de las personas, pero agregaba derechos
propios de la Naturaleza o Pachamama. El Parque Yasuní era una candidato
ideal, ya que dentro existían algunas explotaciones petroleras que le
amenazaban, pero sobre los intereses de petroleras de expandirse sobre
los campos llamados ITT.
A esos argumentos se sumó la idea de
una compensación económica, solicitada a la comunidad internacional como
muestra de solidaridad con el esfuerzo ecuatoriano. El problema es que
ese componente económico cobró cada vez más fuerza. Se sostenía que como
el Ecuador perdería mucho dinero al dejar de exportar el petróleo, los
demás países lo deberían compensar con al menos la mitad de esos valores
(estimados en unos 3 600 millones de dólares).
Al avanzar el tiempo, el compromiso
con la conservación y los pueblos indígenas quedó en segundo plano, y el
interés económico comenzó a ser justificado en el marco de los debates
sobre cambio climático global. Las posturas más recientes del gobierno
sostenían que al preservar el petróleo, éste no sería quemado, y por lo
tanto se evitarían emisiones de gases con efecto invernadero.
Consecuentemente la comunidad internacional debía pagar por esas
emisiones evitadas, e incluso se intentó crear “bonos” atados a la
reducción de emisiones contaminantes.
Todo esto entreverado con las idas y
venidas del propio gobierno, que en más de una ocasión parecía torpedear
su propia iniciativa, minando la confianza internacional en cualquier
fondo. Sin dejar de olvidar que Correa llegó a burlarse de los donantes
internacionales.
Tanto los cambios como los discursos
dejan en claro que Correa, y sus colaboradores más cercanos, en realidad
nunca entendieron el corazón de la propuesta. Eran los mandatos
constitucionales de los derechos de las personas y la Naturaleza los que
le obligaban a preservar el parque nacional. Para cualquier observador
desapasionado es evidente que es muy difícil pedirle dinero a otras
naciones por llevar a la práctica acciones a las que está obligado un
gobierno. Para decirlo en forma más simple, es como si Colombia o Perú
pidieran una compensación internacional por los gastos que deberían
asumir para asegurar la salud o educación de sus niños.
Como primaron las consideraciones
económicas, no puede sorprender que los atributos ecológicos del Yasuní,
uno de los sitios de mayor biodiversidad del planeta, quedaran
desatendidos. Por ello estuvieran ausentes en el discurso presidencial.
Todo esto confirma que ese gobierno, poco a poco, está haciendo
desaparecer los derechos de la Naturaleza. El mismo Correa lo dejó en
claro cuando al final de su discurso se refirió a ellos como “supuestos
derechos”.
De esta manera, la decisión final no
se fundamentó en el marco de los derechos, sino que se articuló como un
ejercicio costo beneficio: como el fondo internacional de compensación
resultó muy pequeño, lo más rentable era comenzar a vender el stock
petrolero. Aquel fondo de compensación sólo recaudó en efectivo poco mas
de 13 millones de dólares, y existían promesas por 116 millones, o sea,
muy por debajo de los 3 600 millones esperados. El gobierno hizo las
cuentas, y partiendo de reservas calculadas en la zona son de 920
millones de barriles, Correa prometió un ingreso de más de 18 mil
millones. Son las matemáticas simples de un análisis costo beneficio.
Los impactos en Sudamérica
La decisión de Correa tendrá
implicancias en el contexto continental de variadas maneras. Comencemos
por señalar que refuerza la postura de gobiernos que se lanzan a la
retórica sobre temas ambientales globales mientras debilitan su gestión
ambiental interna.
Esta postura es sobre todo seguida por
Evo Morales, quien tiene discursos muy radicales en los foros
internacionales sobre cambio climático y propone derechos de la Pacha
Mama planetarios, y esto sin duda es positivo. Pero el problema es que
simultáneamente se desatiende ese compromiso dentro de su propio país.
En Bolivia no se atacan decididamente, por ejemplo, las fuentes de
emisiones (como la deforestación) o se aseguran los derechos de la Pacha
Mama a nivel local (por ejemplo frente a mineras o petroleras). Por el
contrario, la administración Morales quiere seguir un camino muy
parecido al ecuatoriano, ingresando en áreas protegidas o territorios
indígenas y campesinos para explorar y explotar minerales y petróleo.
De alguna manera, el camino seguido
por Correa es similar. Su discurso se centró en el cambio climático y la
hipocresía global, pero no en las demandas ambientales dentro del país.
Siempre es más sencillo atacar a los países industrializado como
contaminantes, que tomar medidas frente a los intereses internos que
defienden el extractivismo.
Regresan actividades de exploración y
explotación, con todos sus conocidos impactos ambientales a zonas
amazónicas de enorme diversidad, y con ello toda la problemática social.
Se siguen encogiendo las áreas verdaderamente silvestres y aumentará la
fragmentación.
Paralelamente, si un gobierno
autoproclamado como del socialismo del siglo XXI o de la nueva
izquierda, redobla la explotación petrolera más allá de advertencias
sociales y ambientales, otros países vecinos que siguen caminos
similares podrán decir que son tan progresistas como Correa. Las
diferencias entre Correa con Santos o Humala se reducen más y más.
Finalmente, se refuerza el corazón
ideológico del fatalismo extractivista como único medio para atacar la
pobreza. Son posiciones que se repiten en casi todos los países
sudamericanos. Se está imponiendo una forma de entender el desarrollo,
donde volvemos a caer en el papel de simples exportadores de materias
primas, y la explotación de la Naturaleza no sólo es necesaria, sino que
se la presenta como un mandato para asegurar el progreso.
Acaba de desplomarse en Ecuador la
iniciativa ambiental más original frente a ese empuje petrolero sobre la
Amazonia. Una vez más, la ambición petrolera pudo más que una ética de
la conservación.-
Por Eduardo Gudynas
Vía:
http://www.elciudadano.cl/2013/09/15/82475/ecuador-rompe-su-mandato-ecologico-y-libera-explotacion-petrolera-en-la-amazonia/
http://www.elciudadano.cl/2013/09/15/82475/ecuador-rompe-su-mandato-ecologico-y-libera-explotacion-petrolera-en-la-amazonia/
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