La tarde del jueves 25 de julio
se realizó en Santiago una marcha por la despenalización del aborto que
finalizó inesperadamente en el ingreso de cientos de manifestantes al
interior de la Catedral Metropolitana, luego que carabineros y la
intendencia decidieran impedir el paso por la Alameda y desviar a los
protestantes hacia la Plaza de Armas. Los medios de comunicación masivos
han orientado la información hacia un único punto, el de los “daños”
causados por algunos manifestantes, y la palabra “patrimonio” se ha
vuelto el lugar común desde el cual repudiar la acción de protesta.
Como conservador de arte y experto en
patrimonio con más de 35 años de experiencia, me veo en la obligación de
aportar a la discusión para aclarar algunos puntos confusos y desmentir
varias de las afirmaciones que se han realizado sin mayor fundamento o
conocimiento técnico. Y también porque el concepto de “patrimonio” se
está utilizando en forma majadera e intencionada, para desacreditar la
demanda ante un hecho social de enorme relevancia: los derechos de las
mujeres y la necesidad de que el país legisle sobre el tema del aborto.
PONER EN ORDEN LA DISCUSIÓN
Un asunto importante a aclarar en primer
lugar es que los daños que se efectuaron luego del ingreso de
manifestantes a la Catedral (grafittis, quiebre de algunas molduras y
desplazamiento de mobiliario tales como bancas y confesionario), son
relativamente menores, fácilmente recuperables y sobre objetos que no
poseen una real importancia histórica. La Catedral de Santiago que vemos
hoy no corresponde a la concepción arquitectónica o estilística
concebida originalmente por el arquitecto Joaquín Toesca en 1780, sino a
una remodelación del edificio efectuada entre 1898 y 1906. El edificio
original fue proyectado como un arco de triunfo en piedra y mampostería
de carácter neoclásico, plano, austero y sin torres. Todo lo que vemos
actualmente es una remodelación reciente y de corte afrancesado,
incluidas sus torres, las decoraciones, estucos interiores, mármoles
falsos, etc. Dicha remodelación a principios del siglo XX modificó
absolutamente la estética original del edificio, convirtiendo a la
Catedral en una suma patrimonial de estilos y épocas. Desde cierto punto
de vista sería plausible argumentar que dicha modificación en sí fue un
atentado patrimonial puesto que convirtió un edificio único en
Sudamérica por su estilo, en un edificio más dentro de las tantas
Iglesias y Catedrales latinoamericanas.
Si quisiéramos hablar de daños
patrimoniales significativos, podríamos nombrar los daños provocados por
Iglesia católica en un pasado no tan lejano, destruyendo en forma
sistemática patrimonio cultural tangible e intangible por el sólo hecho
de no adecuarse a sus intereses religiosos o monetarios. Son miles los
ejemplos de destrucción sistemática e irrecuperable de objetos,
prácticas, creencias, lenguas y culturas que dejan entrever una
intransigencia y fanatismo poco dignos de la iglesia que fundó Cristo.
Como ejemplo solamente nombraré la santa Inquisición, la destrucción de
libros, bibliotecas y obras de arte, la mutilación del patrimonio de las
culturas precolombinas acusadas de herejía o satanismo, etc. La lista
es interminable.
EL PATRIMONIO VIVO: LAS MANIFESTACIONES SOCIALES TAMBIÉN SON PATRIMONIO
Más allá de un daño material, pareciera
ser que lo que incomoda es el daño simbólico realizado por la protesta
en la Catedral. La sanción o “repudio generalizado” del que hablan los
medios, radica en un asunto moral, relativo, puesto que por un lado se
desacralizó el monumento religioso más importante de este país, y al
mismo tiempo se puso en la palestra una crítica a la hipocresía
nacional, a la postura ciega e intransigente sobre la despenalización
del aborto. No estoy a favor de la violencia o la intolerancia, tanto de
un lado como del otro, no se trata de eso. Pero sí comprendo que la
manifestación que vimos el pasado jueves es un acontecimiento político,
cultural y social no menos importante que el valor patrimonial tangible
de la Catedral de Santiago. Y pienso que ese asunto no puede ser eludido
o desviado en nombre de un concepto de “patrimonio” de carácter
estático y conservador, útil exclusivamente a intereses fácticos que
tratan de imponer sus ideas y convicciones al resto de la sociedad.
El patrimonio no debe ser considerado
como una cuestión inmóvil, inerte. Tampoco corresponde sólo a lo
consagrado, lo que se encuentra en los museos, o en las iglesias. Esa es
una manera paradigmáticamente conservadora y monumental de entender el
patrimonio: como un objeto sagrado que no se puede tocar. Por eso
hablamos de valores patrimoniales, que pueden ser de uso, históricos,
estéticos, etc. El patrimonio también es una manifestación viva, la cual
debe ser usada en pos del bien común, y adecuarse a las
transformaciones sociales, culturales y simbólicas que viven las
sociedades.
Los actos humanos tienen un carácter
patrimonial porque corresponden a manifestaciones culturales. Y cuando
los actos humanos intervienen o interactúan con los monumentos, de algún
modo le devuelven vida y actualidad. Reclaman una actualidad, en pos
del bien común. En cierto sentido, la protesta que viví el jueves
pasado, otorgó vida a ese patrimonio, lo actualizó. Fue un hito sin
duda, que nos recordó otros: la primera toma de la Catedral liderada por
el Movimiento Iglesia Joven en 1968, entre los que se contaba el
dirigente sindical Clotario Blest o las manifestaciones en la Catedral
realizadas por grupos de Derechos Humanos como “Mujeres por la Vida” en
el período de la Dictadura. Todos esos actos fueron en su momento
tildados de extremos, violentos, repudiados por la Iglesia y la prensa
oficial. Pero hoy los recordamos como hechos históricos y valientes, que
expresaron la urgencia de un momento coyuntural. Son patrimonio social.
¿En qué mejor lugar podía protestar el movimiento por la
despenalización del aborto que en la Catedral de Santiago? Porque no es
lo mismo protestar por el aborto en la Plaza Italia, que hacerlo al
interior de la Catedral, en pleno acto litúrgico con autoridades y el
clero en pleno, cuando son precisamente ellos los que se oponen en forma
dogmática al aborto en cualquiera de sus formas, condenando psicológica
y legalmente a miles y miles de mujeres por un derecho que les es
propio.
Frente al uso dogmático y obtuso del
patrimonio, que sirve sólo para los que creen, la protesta o toma de la
Catedral propuso un “patrimonio despatrimonializado”: al
despatrimonializar la Catedral de Santiago, volvemos a darle un carácter
vivo, que más allá de los desmanes, debe hacer reflexionar tanto a la
clase política como a la Iglesia acerca de las necesarias
transformaciones sociales, que urgen al país y que se expresan en
movilizaciones y efervescencia social. Ese es un patrimonio útil, que es
precisamente para el cual fue concebido: el bien común, la vida
comunitaria, la identificación social, y el simple hecho de vivir en
comunidad, tolerándonos, respetándonos como parte de una sociedad que
potencie nuestras diferencias y que se adecue a los cambios.
Alejandro Rogazy Carrillo
Conservador y Restaurador
El Ciudadano
http://www.elciudadano.cl/2013/08/04/75743/sobre-la-toma-de-la-catedral-el-patrimonio-despatrimonializado/
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