(APe).-
Hay un sujeto mirón del otro lado. Está ahí. Aún con la premisa de la
muerte como telón de fondo del escenario, el show debe continuar. Hay
que escarbar bajo tierra. Hundir las manos y los ojos en el barro.
Desmalezar y separar el oro del fango. Saber qué impactará del otro lado
del cajón que, electrónicamente, transmite imágenes 24 horas sobre 24
horas. Medir los centímetros de cada tipografía y saber que cada cuerpo
adolescente, a kilómetros de distancia uno del otro, no pesará
exactamente igual.
A Angeles y a Juana no las unió ni la vida ni la muerte. Fueron antípodas antes. Antípodas después.
Angeles Rawson, 16 años. Ravignani 2360, Palermo, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Colegio Virgen del Valle.
Juana Emilia Gómez, 15 años. Qom. Barrio Cacique Moreno, de casitas de barro, en las afueras de Quitilipi, Chaco.
Del 10 al 17 de junio –primera semana desde
la desaparición y crimen de Angeles- la historia ganó 206 horas de
programación televisiva. El secuestro y muerte de Candela Sol Rodríguez
mereció –a ojos del poder mediático- 85 horas de pantalla. (Grupo
Identidades)
Angeles vende. Da rating. Desata deseo. Hay que saber. Hacer justicia.
Habrá que azuzar el morbo e ir por más. Revolver en el guiso mediático y
extirpar el mejor de los costados del oyente medio. Aguijonear hasta
que cada cerebro despierte con la historia perfecta. Angeles puede ser
la hija codiciada. Angeles tiene el nombre perfecto para la lógica de la
vulneración en un ámbito social y económico que, como pocas, permite
sostener la crónica como un policial fashion que dura aún hoy en las
tapas de los diarios. Angeles tuvo una monstruosa crucifixión que la
volvió, ante los ojos indicados, en el bocado perfecto. Detrás de
Angeles había una familia “ensamblada”, un “padrastro”. Un colegio
privado. Un padre jefe de compras de Techint, que colabora en el Centro
de Estudios legales sobre el terrorismo y sus víctimas. Un barrio. Una
casa. Un apellido.
12 y 13 de junio. Portada de diarios.
Arriba. 14 de junio, queda relegado por el choque del Sarmiento en
Castelar. “El Sarmiento otra vez. 3 muertos y 315 heridos” (La Nación).
“La tragedia viaja en tren” (Página 12). El 15 y 16 de junio, Angeles
volvió a la preponderancia mediática. Clarín construyó dos tapas el
mismo día: Sospechan del padrastro y de un medio hermano” y luego
“Acusan del crimen al padre y a un medio hermano”. El clímax adquirió
ribetes absolutamente cinematográficos. “Soy el responsable de lo de
Ravignani 2360. Fui yo”, titularon. Después se produjo el descanso hasta
el 24. El 25 de junio recuperó la portada principal. 594 horas de
maratón televisiva en los primeros 17 días. 25 días ininterrumpidos de
transmisión para un solo canal (Ejes de Comunicación).
Juana era qom. Como Félix. Como Lila
Coyipé. Como Imber. Como Roberto López. La encontraron destrozada. Como a
tantas otras chicas de la historia que se devora la crueldad y la
devuelve sin respiro. Pendía de un árbol de tala. La halló un grupo de
chicos que buscaban eucaliptus para medicina entre el follaje de las
afueras.
Juana Emilia Gómez. 15 años. Qom chaqueña.
Diario La Nación, 30 de julio 2013. Sección Seguridad. Título: Síntesis.
Tercer subtítulo: “Asesinaron a una adolescente de la comunidad qom”.
Cuatro líneas de desarrollo de la historia. No hay nombre. Sólo un
lugar: Quitilipi, Chaco. Diario Clarín, 31 de julio 2013. Título de una
columna en tapa. Una joven qom violada y asesinada en Chaco. Página 12.
Tema ausente, sin aviso.
Su nombre simboliza el anonimato. Juana
Gómez. Con la piel amarronada de su pueblo. Con casita de barro crecida
en los márgenes de todo poder. A 1099 kilómetros del centro exacto donde
se mide, se amasa, se cocina, se escucha, se grita, se decide. Allá
lejos, en Quitilipi, un pueblo chaqueño de poco más de 20.000
habitantes. Kinti (par, ambos) llipid (parpadeo veloz). Buho manchado del norte.
Angeles apareció muerta en un basural y la
sociedad estalló con su grito de indignación. Se sintió –como buen
sujeto controlador de la historia- el veraz de la investigación. Acusó
al padrastro como en los viejos cuentos de la infancia. Se irritó ante
la resolución fácil. Y negó el “fui yo” del “vulgar portero” que le
provocó la sensación de que la impunidad pudiera reinar allí donde el
poder económico abunda.
La historia de Juana es otra cosa. Juana
está lejos. Juana vivía en el barro. Juana era como Imber. Como Lila
Coyipé. Pero también era como tantas niñas y mujeres de los márgenes más
márgenes. Que no respiran futuro. Que se hunden en el barro. Que viven
vidas anónimas y mueren muertes que el poder agolpa en el silencio.
La vida y la muerte de Juana Emilia Gómez
no sobresaltan a los comunes mortales que transitan sus días más allá
del hambre y de las manos vacías.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7887:claudia-rafael&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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