Casanova, libertad y transgresión
Vilma Fuentes
Nada
tan lejano de las tentativas más libertarias que libertinas de 1968
que el libertinaje reivindicado por Giacomo Casanova con su vida y sus
memorias. A distancia de la búsqueda del ’68 de una liberación sexual,
¿y amorosa?, original pero sin pecado, pura y casi puritana, en una
sociedad tan nueva como antigua, tan moderna como primitiva, donde
hombres y mujeres pueden amarse y satisfacerse en grupo, sin celos ni
envidias, castos cual monjes y monjas obedientes, sumisos a la ley del
deseo, Casanova no busca una liberación cualquiera: él busca y ejerce
la transgresión. El placer se multiplica cuando se sabe, se siente, se
palpa con todos los sentidos y la inteligencia con que se lleva a cabo
un acto prohibido, más aún si éste tiene las demoníacas dimensiones del
tabú. Alrededor de un mismo concepto, el de la libertad, toda una
familia de conceptos y palabras ha prosperado: libre, libertino,
libertario, librepensador... atraviesan el pensamiento occidental al
menos desde Platón hasta nuestros días. La Biblioteca Nacional de Francia adquirió en 2010 el manuscrito original, en francés, del libro Histoire de ma vie, un documento excepcional y precioso, de cerca de cuatro mil páginas escritas a mano, en lengua francesa, por el célebre veneciano. Al parecer, este idioma, a pesar de algunos “italianismos”, le pareció más adecuado a su proyecto, a su ambición y, sobre todo, a su deseo de ser claro, leído y comprendido. Para honorar y festejar esta prestigiosa adquisición, la BNF organiza una gran exposición que acaba de ser inaugurada y se prolongará durante el mes de febrero. Excelente ocasión para aprender mucho sobre este singular personaje.
Para Giacomo Casanova, chevalier de Seingalt, no es de ninguna manera cuestión de liberarse, en un movimiento de liberación casi revolucionario, de las costumbres sexuales de su época. Se trata, al contrario, de llevar a los límites más extremos el libertinaje de un aristócrata por encima de las leyes. Pero Casanova no era un aristócrata, a pesar del “chevalier de Seingalt” que le complacía agregar a su apellido plebeyo. Así, en varias ocasiones, fue encarcelado. En Venecia, primero, donde conoció la célebre prisión de Plombs y de la cual logró evadirse, proeza excepcional y tal vez única. Porque Giacomo era una persona dotada, muy dotada. Hijo de un comediante y una actriz, comenzó por aprender a tocar el violín. Siguieron los aprendizajes de las matemáticas, las lenguas y varios otros excelentes estudios, incluso hasta pretenderse mago.
Sus abusos sexuales lo condujeron a la cárcel cuando, en la misma época, verdaderos aristócratas, mejor protegidos que él, perpetraron abusos peores que los suyos sin correr el menor riesgo de una sanción. Basta recordar los años de la Regencia o el nombre de Luis XV, y sus abusos de todo tipo en el famoso Parc aux Cerfs, para comprender que un noble, y con mayor razón un rey, no podía ser sometido a la ley común. Ésta no podía existir en una sociedad regida por las reglas del sistema feudal. Será necesario esperar todavía algún tiempo más para ver caer la cabeza de Luis XVI en esa plaza de París que aún no se llamaba Place de la Concorde. Es significativo observar que Giacomo Casanova, nacido en Venecia en 1725, comenzó a escribir sus famosas Memorias en 1789, mismo año de la gran Revolución francesa. Vale la pena señalar la coincidencia.
El aventurero, en forma sucesiva violinista, escritor, mago, espía, diplomático y finalmente bibliotecario, es sobre todo famoso como el más audaz de los seductores. La exposición, donde puede admirarse el manuscrito (redactado por entero en francés: el veneciano era polígloto), ofrece un vasto espacio a una abundante iconografía. Magníficas telas de la pintura del siglo XVIII, grabados, estampas, objetos, vestimentas, así como otras preciosas reliquias de ese siglo admirable que se denomina de manera usual el Siglo de las Luces. Extraña luz la que proyecta el relato de la vida de Giacomo Casanova; muy extraña luz que ilumina todas las contradicciones de un siglo que debía terminar con la gran Revolución, la de 1789, año en que el libertino comienza a escribir la historia de su vida. Esta voluminosa obra es también la historia del Siglo de las Luces. Es la epopeya de un hombre que no tuvo nunca otro ideal ni otra idea diferente a la afirmación de su propia libertad. Cuando la primera República Francesa, nacida de la Revolución, escoge como divisa: “libertad, igualdad, fraternidad”, se puede considerar que Casanova, quien utilizaba de buena gana seudónimos como el de “Chevalier de Seingalt”, no habría conservado probablemente más que la primera de estas palabras: libertad. Este ideal habría sido más que suficiente para satisfacerlo. La igualdad, como la fraternidad, habrían sido para él palabras extrañas, si no extranjeras, pertenecientes a una lengua que jamás aprendió.
La palabra libertino, del latín libertinus: “esclavo que acaba de ser liberado” posee hoy día dos sentidos: librepensador, en la medida en que el libertino de espíritu se ve emancipado de la metafísica y de la ética religiosa; o bien, libertino de costumbres, que designa a quien se entrega a los placeres carnales con una libertad que rebasa los límites de la moral y de las convenciones, al poner en práctica todos sus deseos, incluida la sexualidad de grupo. Giacomo Casanova es un ejemplo perfecto del libertino en los dos sentidos de la palabra.
Gran viajero, Giacomo conoció todas las ciudades de Europa y frecuentó los mejores espíritus de su tiempo. El relato de sus conversaciones con Voltaire es un trozo de antología, como lo es el de su encuentro con Rousseau. Casanova sabe narrar con genio e ingenio.
La más bella es la última palabra de su libro inacabado, interrumpido por la muerte. Es la palabra tendre (tierna) escrita para una mujer. Ninguna crueldad en este libertino: más bien una pasión dedicada por entero al amor loco.
Vía:
http://www.jornada.unam.mx/2012/02/12/sem-vilma.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario