En la obra Réquiem por una especie: ¿Por qué nos resistimos a la verdad sobre el cambio climático? Clive Hamilton
describe el lúgubre consuelo derivado de aceptar que “el catastrófico
cambio climático es algo virtualmente seguro”. Dice que para eliminar
cualquier “esperanza falsa” hace falta un conocimiento intelectual y un
conocimiento emocional. El primero es algo posible de lograr. El segundo
es mucho más difícil de adquirir porque los seres querido, incluyendo
nuestros hijos, están condenados a la inseguridad, la miseria y el
sufrimiento en el transcurso de pocas décadas -si no en pocos años.
Asumir emocionalmente el desastre que nos aguarda, lograr comprender a
un nivel visceral que la élite en el poder no responderá racionalmente
ante la devastación del ecosistema, es tan difícil como la aceptación de
nuestra propia muerte. La lucha existencial más abrumadora de nuestro
tiempo es asimilar -intelectual y emocionalmente- esta horrible verdad y
continuar resistiendo contra las fuerzas destructivas.
La especie humana, encabezada por
europeos y euro-americanos blancos, ha lanzado, desde hace 500 años, una
estampida violenta de conquista, saqueo, depredación, explotación y
contaminación de la Tierra -matando al mismo tiempo a
las comunidades indígenas que hallan en su camino. Pero el juego ha
llegado a su fin. Las fuerzas técnicas y científicas que permitieron
crear una vida de lujos sin paralelo son las mismas fuerzas que nos
condenan. La manía de la expansión económica y explotación sin límites
se ha convertido en una maldición, en una sentencia de muerte. Pero
incluso mientras se desintegra nuestro sistema económico y del medio
ambiente, después del año más caliente en los 48 estados contiguos de EE.UU.
desde que se lleva el registro iniciado hace 107 años, carecemos de la
creatividad emocional e intelectual para apagar el motor del capitalismo
global. Nos hemos atado a una máquina de la muerte, como lo explica el
borrador del reporte del Comité Asesor de Evaluación y Desarrollo Climatológico Nacional.
Las civilizaciones complejas tienen el mal hábito de la auto-destrucción. Antropólogos, entre los que se incluye Joseph Tainter en El colapso de sociedades complejas, Charles L. Redman en El impacto humano en los medio ambientes de la antigüedad y Ronald Wright en Breve historia del progreso
han expuesto los patrones comunes que conducen a la desintegración de
los sistemas. La diferencia es que, en esta época, nuestra destrucción
arrastrará a todo el planeta. Con este colapso final no habrá nuevas
tierras para explotar, ni nuevas civilizaciones para conquistar, ni
nuevos pueblos para sojuzgar. La conclusión de la larga lucha entre la
especie humana y la Tierra será que los seres humanos sobrevivientes
aprenderán una dolorosa lección sobre la ambición desenfrenada y el
egocentrismo.
“Hay un patrón que se repite en las
diferentes civilizaciones del pasado de desgaste de los recursos
naturales, sobreexplotación del medio ambiente, expansión desmedida y
sobrepoblación”, sostiene Wright en una conversación telefónica desde su
hogar en British Columbia, Canadá. Agrega: “Según el
patrón, las sociedades tienden al colapso poco después de alcanzar el
periodo de mayor magnificencia y prosperidad. Ese patrón se repite en
numerosas sociedades, los antiguos romanos, mayas y sumerios del actual
sur de Irak. Hay muchos otros ejemplos, incluyendo sociedades a menor escala como la Isla de Pascua.
Las mismas causas de la prosperidad de las sociedades en el corto
plazo, especialmente nuevas formas de explotar el medio ambiente como la
invención de la irrigación, conducen al desastre en el largo plazo
debido a complicaciones que no se pudieron prever. A esto lo llamo “la
trampa del progreso” en el libro Breve historia del progreso.
Hemos puesto en movimiento una maquinaria industrial de tal nivel de
complejidad y dependencia en la expansión que no sabemos cómo
arreglarnos con menos ni como lograr estabilidad en relación a nuestra
demanda de recursos naturales. Hemos fracasado en el control de la
población humana. Se ha triplicado en el curso de mi vida. Y el problema
se agudiza por la brecha creciente entre ricos y pobres, la
concentración de la riqueza, que asegura que nunca habrá suficiente para
repartir. La cantidad de gente en extrema pobreza en la actualidad
-cerca de dos mil millones- es mayor de lo que era la población total
del mundo a principios del siglo XX. Eso no es progreso.”
“Si continuamos negándonos a enfrentar
la situación de una manera racional y ordenada marcharemos, tarde o
temprano, hacia una suerte de gran catástrofe.”, sostiene Wright. “Si
tenemos suerte, será lo suficientemente grande como para despertarnos a
nivel mundial pero no tanto como para eliminarnos. Ese sería el mejor de
los casos. Debemos trascender nuestra historia evolucionista. Somos
cazadores de la Era Glacial afeitados y vestidos de traje. No somos
buenos pensadores a largo plazo. Preferimos atiborrarnos con carne de
mamut sacrificando a todo el rebaño en el precipicio antes que
ingeniarnos para conservar el rebaño y tener alimento diario para
nosotros y nuestros hijos. Esa es una transición que nuestra
civilización debe hacer. Y no la estamos haciendo.”
Wright, que en su novela distópica Un romance científico,
pinta un mundo futuro devastado por la estupidez humana, menciona “los
intereses políticos y económicos afianzados” y la incapacidad
imaginativa de la inteligencia humana como dos de los mayores
impedimentos para un cambio radical. Y dice que estamos en falta todos
los que usamos combustibles fósiles y todos los que participamos de la
economía formal.
Las sociedades capitalistas modernas,
sostiene Wright en su libro “¿Qué es América: Una breve historia del
Nuevo Mundo”, derivan del saqueo perpetrado por los invasores europeos
contra las culturas indígenas del continente americano desde el siglo
XVI al siglo XIX, combinado con el empleo de esclavos africanos como
fuerza de trabajo sustituta de los nativos. La población de indígenas
americanos decreció en un 90% a causa del sarampión y otras plagas
nuevas. Los españoles no lograron conquistar ninguna de las grandes
civilizaciones hasta que el sarampión empezara a hacer estragos; en
efecto, los aztecas derrotaron a los españoles al principio. Si Europa
no hubiera saqueado el oro de las civilizaciones azteca e inca, si no
hubiera ocupado la tierra y se hubiera apropiado de los altamente
productivos cultivos del Nuevo Mundo para explotarlos en sus granjas
europeas, el crecimiento de la sociedad industrial en Europa habría sido
mucho más lento. Karl Marx y Adam Smith señalaron que el influjo de riqueza desde las Américas
hizo posible la Revolución Industrial y el inicio del capitalismo
moderno. Fue la violación de las Américas, señala Wright, lo que
desencadenó la orgía de la expansión europea. La Revolución Industrial
también equipó a los europeos con sistemas avanzados de armamento, lo
que hizo posible una mayor subyugación, saqueo y expansión.
“La experiencia de 500 años de expansión
y colonización relativamente fáciles, de la constante toma de nuevas
tierras, condujo al mito del capitalismo moderno de que es posible
expandirse indefinidamente”, dice Wright. “Es un mito absurdo. Vivimos
en este planeta. No podemos dejarlo e irnos a otra parte. Tenemos que
hacer ajustes a nuestras economías y demandas de la naturaleza dentro de
los límites naturales, pero hemos tenido 500 años durante los cuales
los europeos y los europeos-americanos, al igual que otros colonialistas
han dominado el mundo. Este periodo de 500 años ha sido visto no solo
como algo fácil sino también normal. Creemos que las cosas siempre serán
más grandes y mejores. Tenemos que entender que ese largo periodo de
expansión y prosperidad fue una anomalía. Algo así ha sucedido muy
raramente en la historia y nunca volverá a suceder. Tenemos que hacer
reajustes en la civilización a nivel integral para vivir en un mundo
finito. Sin embargo, no lo estamos haciendo porque llevamos mucho
bagaje, demasiadas versiones míticas de una historia deliberadamente
distorsionada y un sentimiento profundamente enraizado de que ser
moderno se reduce a tener más. Esto es lo que los antropólogos llaman
una “patología ideológica”, una creencia auto-destructiva que provoca el
colapso y la destrucción de las sociedades. Estas sociedades continúan
haciendo cosas realmente estúpidas porque no pueden cambiar la manera de
pensar. Y en este punto nos encontramos nosotros ahora.”
Y a medida que el colapso se hace
palpable, si la historia de la humanidad puede servir de guía, nosotros
como las sociedades en proceso de desintegración del pasado, nos
refugiaremos en lo que los antropólogos llaman “cultos de crisis”. La
impotencia que sentimos frente al caos ecológico y económico desatará
engaños colectivos más agudos, como la creencia fundamentalista en un
dios o en dioses que vendrán a la tierra para salvarnos.
“Las sociedades a punto de colapso, a
menudo, son víctimas de la creencia de que si realizan ciertos rituales
todo lo malo desaparecerá”, dice Wright. “Hay muchos ejemplos de ello a
través de la historia. En el pasado esos cultos de crisis se impusieron
entre los pueblos que habían sido colonizados, atacados y masacrados por
extranjeros, de los pueblos que habían perdido control de sus vidas.
Esos rituales representan la capacidad de recuperar el mundo del pasado,
al que visualizan como una especie de paraíso. Buscan regresar a como
eran las cosas. Los cultos de crisis se propagaron rápidamente entre las
sociedades de indígenas americanos en el siglo XIX, cuando los
indígenas y los búfalos eran masacrados con rifles de repetición y luego
con metralletas. La gente llegó a creer que, como sucede en la ‘danza
de los fantasmas’, si ellos hacían lo correcto desaparecería el mundo
moderno que les era intolerable: el alambre de púa, las vías
ferroviarias, el hombre blanco, las armas de fuego.
“Todos tenemos el mismo tipo básico de
mecanismos psicológicos: somos muy malos para planear a largo plazo y
nos aferramos a engaños irracionales frente a una amenaza seria”, dice
Wright. “Veamos, por ejemplo, la creencia de la extrema derecha de que
si desapareciera el gobierno, recuperaríamos el paraíso de la década del
50. Veamos de qué manera permitimos que avance la exploración de
petróleo y gas cuando sabemos que una económica basada en el carbón
representa un suicidio para nuestros hijos y nietos. Ya se pueden sentir
los resultados. Cuando se llegue al punto en el que grandes partes de
la Tierra experimenten malas cosechas al mismo tiempo, tendremos
hambrunas masivas y una ruptura del orden establecido. Eso nos depara el
futuro si no tomamos medidas frente al cambio climático.”
Dice Wright: “Si fracasamos en este gran
experimento, el experimento de los simios que desarrollaron la
inteligencia suficiente como para hacerse cargo de su propio destino, la
naturaleza se encogerá de hombros y dirá que fue divertido dejar que
los simios se hicieran cargo del laboratorio por un rato pero que
después resultó una mala idea”.
Chris Hedges
Traducido por Silvia Arana para Rebelión
Enero 19 de 2013
***
Texto -de origen externo- incorporado a este medio por (no es el autor):
Cristián Andrés Sotomayor DemuthVía:
http://www.elciudadano.cl/2013/01/19/62870/el-mito-del-progreso-humano/
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