El Estado soy yo
Luis XIV
Las perversidades de Carlos Salinas de Gortari, que tras el
homicidio de Luis Donaldo Colosio impuso a Ernesto Zedillo, han sido
reeditadas y superadas por Felipe Calderón luego de cinco años en el
poder presidencial y que inició cuando, deslegitimado, cínicamente,
justificó su golpe electoral con su “haiga sido como haiga
sido” y se encaramó en la Presidencia de la República con la
complicidad del Instituto Federal Electoral (IFE), del Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación y los militares. Así que no cabe ninguna
duda de que recurrirá, primeramente, a narcocriminalizar el proceso electoral para suspenderlo, lo que hace a dúo con el policía de Gobernación, Alejandro Poiré Romero.
Luego intentará un golpe de Estado con un presidente interino –y si
es un militar, mejor–, ya que no quiere entregar el cargo a los
partidos Revolucionario Institucional ni al de la Revolución
Democrática, pues habiendo pasado el trago amargo de la derrota
de su favorito Ernesto Cordero, a como dé lugar quiere imponer a
Josefina Vázquez Mota. Pero como ésta se rezagará al tercer lugar en
cuanto Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto desplieguen sus alas
electorales y despeguen en busca de los ciudadanos, Calderón está
preparando más maniobras para, de una u otra manera, no entregar la
banda presidencial ni a su enemigo perredista ni su rival priísta.
Quiere lo que se llama una elección de Estado.
Calderón es el “clásico” provocador que antes y después de sus
insolencias como haber presentado una diapositiva para, gráficamente,
mostrar a los consejeros de Banamex (éste privatizado por Vicente Fox
sin pagar un centavo de impuestos), que su candidata “a huevori” (en latín mexicano),
estaba a cuatro puntos del priísta, es un individuo políticamente
perverso y retador; goza de su maldad a sabiendas de que la impunidad
por sus actos está por encima de toda sanción. Primero vomita sus
diatribas y después ordena a sus empleados que emitan un boletín para
aclarar que no quiso decir lo que dijo y, religiosamente, pronuncia su mea culpa en una farsa de fantasma de opereta, con su doble cara a la Victoriano Huerta y a la Tragedia de Macbeth. Algunos de los que le conocen así lo pintan (Julio Scherer García, Calderón de cuerpo entero).
Se comporta como un Luisito XIV, al creer que el
Estado es él, mientras en el Día de la Bandera, tenebrosamente, insistió
que respetará la democracia y las elecciones, al confundir el Estado
con el gobierno e ignorar su ilegitimidad (cada vez se confirma que
López Obrador le ganó en las elecciones presidenciales de 2006 y, en una
de esas, lo repetirá), presume de representar a la sociedad, cuando no
es ni lo uno ni lo otro. Autoritario, antirrepublicano y
antidemocrático, ataca lo de que “El Estado somos nosotros [el pueblo,
la sociedad, los individuos como personas y ciudadanos], donde el Estado
no es un superior de sus súbditos, no domina a los hombres […] Está
constituido como una estructura jurídica y fines políticos y que,
compuesto, pues, por seres humanos, no vive sino de ellos y por ellos, y
no es más que un orden específico de la conducta humana”, como asentó
el jurista, político y filósofo del derecho austríaco, Hans Kelsen, en
su brillante ensayo para la educación política democrática, “Esencia y
valor de la democracia”(tras innumerables ediciones a partir de 1934, la
más reciente en Ediciones Coyoacán, con traducción de Luis Legás
Lacambra y Rafael Luengo Tapia). Pero los autocráticos, los
autoritarios, como Calderón, vociferan frente al espejo “¡el Estado soy
yo!”.
A lo largo de más de cinco años (quehan parecidoun siglo), Calderón avienta la piedra sin esconder la mano. Y acto seguido, envía boletines para negar su acción o, indirectamente sostiene, como cuando echó las campanas
encuestadoras a favor de la candidata del Partido Acción Nacional, que
se mantendrá obediente y respetuoso de las normas electorales que le
impiden intervenir o exponerse a sanciones. Es su táctica para provocar y
amenazar, a sabiendas de que el IFE y el TEPJF no se atreverán ni
siquiera a llamarle la atención o a amonestarlo. Y cuando mucho hacen
pronunciamientos generales para convocar a los funcionarios a respetar
el proceso electoral.
Ya Fox “puso en peligro” las elecciones viciadas de ilegitimidad
por su presunto fraude. Ahora Calderón está poniendo las condiciones
para dar paso al golpismo, al intentar suspender las elecciones al narcocriminalizarlas.
Para esto, Poiré, brazo del titular de la Secretaría de Seguridad
Pública, Genaro García Luna, insistió en la reciente entrevista que le
hizo la reportera Silvia Garduño (Reforma, 25 de febrero de 2012)
–obviamente por órdenes de Calderón–, que la “injerencia de la
delincuencia organizada en la contienda sigue siendo un riesgo”.
A ningún precio aceptará Calderón que la oposición obtenga el
triunfo electoral por la Presidencia de la República. Intentará imponer a
la candidata panista, lo que parece imposible; y de aquí a junio,
seguirá sondeando, provocando e interviniendo para que ni López Obrador
ni Peña ganen en las urnas, para lo cual, continuará con su plan
golpista de narcocriminalizar las elecciones y suspenderlas.
El secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván Galván, ha
contribuido para que Calderón cumpla su amenaza, cuando públicamente
advirtió a la nación que la delincuencia tiene pleno dominio de la mitad
del país y rebasó al estado de derecho. El titular de la Secretaría de
Marina, Francisco Saynez Mendoza anda en las mismas.
El militarismo y el calderonismo se han puesto de acuerdo sobre una
eventual suspensión de las elecciones, provocar la designación de un
presidente interino (mejor si es un general) y dar un plazo para nuevas
elecciones. La alternativa de Calderón es imponer sucesora o cancelar
las votaciones: elección de Estado con Josefina o presidente interino
por la vía del Congreso de la Unión en funciones de colegio electoral o
el golpismo militar sustentado en que la delincuencia pone en riesgo el
proceso electoral.
*Periodista
No hay comentarios:
Publicar un comentario