Foto: Bernardo Pérez
¡Indígnense!
Stéphane Hessel
Noventa
y tres años. Es algo así como la última etapa. El final ya no está muy
lejos. ¡Qué suerte poder aprovecharlos para recordar lo que fueron los
cimientos de mi compromiso político: los años de resistencia y el
programa elaborado hace sesenta y seis años por el Consejo Nacional de
la Resistencia! A Jean Moulin le debemos, en el marco de este Consejo,
la unión de todos los miembros de la Francia ocupada, los movimientos,
los partidos, los sindicatos, para proclamar su adhesión a la Francia
combatiente y al único líder que reconocía: el general Charles de
Gaulle. Desde Londres, donde me había unido al general De Gaulle en
marzo de 1941, supe que este Consejo había preparado un programa, que
adoptaría el 15 de marzo de 1944 y que proponía para la Francia
liberada un conjunto de principios y valores sobre los que se asentaría
la democracia moderna de nuestro país.
Lectura pública en Barcelona. Foto: emmaosullivan |
Estos principios y
valores son hoy más necesarios que nunca. Todos juntos debemos velar
por que nuestra sociedad sea una sociedad de la que podamos estar
orgullosos: no esa sociedad sin papeles, de expulsiones, de recelo hacia
los inmigrantes; no esa sociedad que pone en duda la jubilación, el
derecho a la Seguridad Social; no esa sociedad donde los medios de
comunicación están en manos de la gente pudiente: todo ello, cosas a
las que no habríamos dado ningún crédito de haber sido los verdaderos
herederos del Consejo Nacional de la Resistencia.
A partir de 1945, después
de un drama atroz, las fuerzas presentes en el Consejo de la
Resistencia emprendieron una ambiciosa resurrección. Recordémoslo, fue
entonces cuando se creó la Seguridad Social tal y como quería la
Resistencia, como su programa estipulaba: “Un plan completo de
Seguridad Social cuyo objetivo sea garantizar a todos los ciudadanos
los medios de subsistencia, en todos aquellos casos en los que no
puedan procurárselos a través del trabajo”; “una jubilación que permita
a los ancianos trabajadores finalizar sus días con dignidad”. Las
fuentes de energía, la electricidad y el gas, las minas de carbón y los
grandes bancos se nacionalizaron. Era esto lo que el programa
preconizaba: “El retorno a la nación de los grandes medios de producción
monopolizados, fruto del trabajo común, de las fuentes de energía, de
las riquezas del subsuelo, de las compañías de seguros y de los grandes
bancos”; “la instauración de una verdadera democracia económica y
social, que implique la evicción de las grandes feudalidades económicas
y financieras de la dirección de la economía”. El interés general
debía primar sobre el interés particular y el reparto justo de las
riquezas creadas por el mundo del trabajo, sobre el poder del dinero.
La Resistencia propuso “una organización racional de la economía que
garantice la subordinación de los intereses particulares al interés
general, libre de la dictadura profesional instaurada a imagen de los
Estados fascistas”, y el gobierno provisional de la República recogió
el testigo.
¡Indignaos! en la plaza Catalunya, Barcelona Foto: Caroline Bach |
Una verdadera
democracia necesita una prensa independiente; la Resistencia lo sabía y
lo exigió: defendió “la libertad de prensa, su honor y su
independencia con respecto al Estado, los poderes económicos o las
influencias extranjeras”. Esto es lo que, desde 1944, todavía recogen
las ordenanzas de prensa. Sin embargo, es esto precisamente lo que al
día de hoy está en peligro.
La Resistencia apelaba a
“la posibilidad efectiva de todos los niños de beneficiarse de la
enseñanza más desarrollada”, sin discriminación. Sin embargo, las
reformas propuestas en 2008 van en contra de este objetivo. Jóvenes
profesores, a los que apoyo, han llegado al punto de negarse a
aplicarlas y han visto cómo se reducían sus sueldos a modo de castigo.
Se han indignado, “han desobedecido”, han considerado estas reformas
demasiado alejadas del ideal de la escuela republicana, demasiado al
servicio de una sociedad del dinero, un obstáculo para el desarrollo
del espíritu creativo y crítico.
Son los cimientos de las conquistas sociales de la Resistencia lo que hoy se pone en tela de juicio.
El motivo de la resistencia es la indignación
Se atreven a decirnos que
el Estado ya no puede garantizar los costos de estas medidas
ciudadanas. Pero ¿cómo puede ser que actualmente no haya suficiente
dinero para mantener y prolongar estas conquistas cuando la producción
de riqueza ha aumentado considerablemente desde la Liberación, un
período en el que Europa estaba en la ruina? Pues porque el poder del
dinero, tan combatido por la Resistencia, nunca había sido tan grande,
insolente, egoísta con todos, desde sus propios siervos hasta las más
altas esferas del Estado. Los bancos, privatizados, se preocupan en
primer lugar de sus dividendos y de los altísimos sueldos de sus
dirigentes, pero no del interés general. Nunca había sido tan importante
la distancia entre los más pobres y los más ricos, ni tan alentada la
competitividad y la carrera por el dinero.
Foto: En la Plaza del Sol |
El motivo fundamental
de la Resistencia fue la indignación. Nosotros, veteranos de la
Resistencia y de las fuerzas combatientes de la Francia Libre, apelamos a
las jóvenes generaciones a dar vida y transmitir la herencia de la
Resistencia y sus ideales. Nosotros les decimos: tomen el relevo,
¡indígnense! Los responsables políticos, económicos, intelectuales y el
conjunto de la sociedad no pueden claudicar ni dejarse impresionar por
la dictadura actual de los mercados financieros que amenaza la paz y
la democracia.
Les deseo a todos, a cada
uno de ustedes, que tengan su propio motivo de indignación. Es un valor
precioso. Cuando algo te indigna como a mí me indignó el nazismo, te
conviertes en alguien militante, fuerte y comprometido. Pasas a formar
parte de esa corriente de la historia, y la gran corriente debe seguir
gracias a cada uno. Esa corriente tiende hacia mayor justicia, mayor
libertad, pero no hacia esa libertad incontrolada del zorro en el
gallinero. Esos derechos, cuyo programa recoge la Declaración Universal
de 1948, son universales. Si se encuentran con alguien que no se
beneficia de ellos, compadézcanlo y ayúdenlo a conquistarlos.
Dos visiones de la historia
Cuando intento comprender
qué causó el fascismo, que provocó que fuéramos invadidos por él y por
Vichy, me digo que los propietarios, con su egoísmo, tuvieron un miedo
terrible a una revolución bolchevique. Se dejaron guiar por sus
temores. Pero si, hoy como entonces, una minoría activa se rebela, será
suficiente, tendremos la levadura que levante a la masa. Es cierto que
la experiencia de alguien tan viejo como yo, nacido en 1917, es
diferente a la de los jóvenes de hoy. A menudo les pido a los
profesores de escuela que me permitan hablar frente a sus alumnos y les
digo: “No tienen las mismas razones, tan evidentes, para
comprometerse. Para nosotros, resistir era no aceptar la ocupación
alemana, la derrota. Era relativamente simple. Simple como lo que
siguió, la descolonización. Después llegó la guerra de Argelia. Era
necesario que Argelia se independizase; era evidente. En cuanto a
Stalin, todos nosotros aplaudimos la victoria del Ejército Rojo contra
los nazis en 1943. Pero, desde que tuvimos noticia de los grandes
procesos estalinistas de 1935, y aunque hacía falta tener un oído atento
al comunismo para contrarrestar el capitalismo estadunidense, la
necesidad de oponerse a esta forma insoportable de totalitarismo se
impuso de forma muy clara. Mi larga vida me ha dado una sucesión de
razones para indignarme.”
Stéphane Hessel en un evento público en Lyon. Foto: Koma White |
Esas razones han nacido menos de una emoción que de una voluntad de comprometerme. Al joven normalien* que yo era lo marcó mucho Sartre, un condiscípulo mayor. La náusea, El muro, y no El ser y la nada,
fueron muy importantes en la formación de mi pensamiento. Sartre nos
enseñó a decirnos a nosotros mismos: “Son responsables en tanto que
individuos.” Era un mensaje libertario. La responsabilidad del hombre
que no puede encomendarse ni a un poder ni a un dios. Al contrario,
debe comprometerse en nombre de su responsabilidad como persona humana.
Cuando ingresé en la Escuela Normal de la calle de Ulm, en París, en
1939, entré como ferviente discípulo de Hegel y asistía al seminario de
Maurice Merleau-Ponty. Su enseñanza exploraba la experiencia concreta,
la del cuerpo y su relación con el sentido, gran singular frente al
plural de los sentidos. Pero mi optimismo natural, que quiere que todo
aquello que es deseable sea posible, me llevaba hacia Hegel. El
hegelianismo interpreta que la larga historia de la humanidad tiene un
sentido: es la libertad del hombre que progresa etapa por etapa. La
historia está hecha de conflictos sucesivos, la aceptación de desafíos.
La historia de las sociedades progresa y, al final, cuando el hombre
ha conseguido su libertad completa, obtenemos el Estado democrático en
su forma ideal.
Por supuesto, existe otra
concepción de la historia. Los progresos alcanzados por la libertad, la
competitividad, la carrera del “siempre más”, todo eso puede vivirse
como un huracán destructor. Es así como representa la historia un amigo
de mi padre, el hombre que compartió con él la labor de traducir al
alemán En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust: el filósofo alemán Walter Benjamin. Él sacó un mensaje pesimista de Angelus novus,
un cuadro del pintor suizo Paul Klee, en el que la figura del ángel
abre los brazos como si quisiera contener y ahuyentar una tempestad que
él identifica con el progreso. Para Benjamin, quien se suicidó en
septiembre de 1940 para huir del nazismo, el sentido de la historia es
la marcha inevitable de catástrofe en catástrofe.
La indiferencia: la peor de las actitudes
En la acampada de Barcelona. Foto: Julien Lagarde |
Es cierto, las razones
para indignarse pueden parecer hoy menos nítidas, o el mundo demasiado
complejo. ¿Quién manda?, ¿quién decide? No siempre es fácil distinguir
entre todas las corrientes que nos gobiernan. Ya no se trata de una
pequeña elite cuyas artimañas comprendemos perfectamente. Es un mundo
vasto y nos damos cuenta de que es interdependiente. Vivimos en una
interconectividad como no ha existido jamás. Pero en este mundo hay
cosas insoportables. Para verlo debemos observar bien, buscar. Yo les
digo a los jóvenes: busquen un poco, van a encontrar. La peor actitud
es la indiferencia; decir “yo paso, ya me las arreglaré”. Si se
comportan así pierden uno de los componentes indispensables: la
facultad de indignación y el compromiso que la sigue.
Ya podemos identificar dos nuevos grandes desafíos:
a) La inmensa distancia
que existe entre los muy pobres y los muy ricos, que no deja de
aumentar. Es una innovación de los siglos XX y XXI.
Los que son muy pobres apenas ganan actualmente dos dólares por día.
No podemos permitir que esta distancia siga creciendo. Esta
constatación debe suscitar de por sí un compromiso.
b) Los derechos humanos y
la situación del planeta. Después de la Liberación tuve la suerte de
participar en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, adoptada por la Organización de las Naciones Unidas el 10 de
diciembre de 1948 en París, en el palacio de Chaillot. Fue bajo el
cargo de jefe de Gabinete de Henri Laugier, secretario general adjunto
de la ONU y secretario de la Comisión de
Derechos Humanos, que participé, junto a otros, en la redacción de esta
Declaración. No podría olvidar el papel que desempeñó en su
elaboración René Bassin, comisario nacional de Justicia y Educación del
gobierno de la Francia Libre en Londres, en 1941, que fue Premio Nobel
de la Paz en 1968; ni el de Pierre Mendès France en el seno del Consejo
Económico y Social, a quien enviábamos los textos que elaborábamos
antes de ser examinados por la Tercera Comisión de la Asamblea General,
que se encargaba de las cuestiones sociales, humanitarias y
culturales. Formaban parte de ella los cincuenta y ocho Estados
miembros, en la época, de las Naciones Unidas, y yo asumí el
secretariado. Es a René Bassin a quien debemos el término de derechos
“universales” y no “internacionales”, como proponían nuestros amigos
anglosajones. Porque esta era la cuestión al salir de la segunda guerra
mundial: emanciparse de las amenazas que el totalitarismo ha impuesto a
la humanidad. Para ello, es necesario que los Estados miembros de la ONU
se comprometan a respetar estos derechos universales. Es una forma de
desbaratar el argumento de plena soberanía que un Estado puede hacer
valer mientras comete crímenes contra la humanidad en su territorio.
Este fue el caso de Hitler, que se creyó un dueño y señor autorizado a
provocar un genocidio. La Declaración Universal le debe mucho a la
reacción universal contra el nazismo, el fascismo, el totalitarismo e,
incluso, por nuestra presencia, al espíritu de la Resistencia. Yo
sentía que había que ir aprisa, que no podíamos dejarnos engañar por la
hipocresía que había en la adhesión proclamada por los vencedores a
unos valores que no todos tenían la intención de promover con lealtad,
pero que nosotros intentábamos imponerles.
Indignados en Atenas, Grecia |
No me resisto a citar
el artículo 15 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
“Toda persona tiene derecho a una nacionalidad”, y el artículo 22:
“Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la
Seguridad Social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la
cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los
recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos,
sociales y culturales indispensables para su dignidad y para el libre
desarrollo de su personalidad.” Y aunque esta declaración tiene un
alcance declarativo y no jurídico, ha desempeñado un papel muy
importante desde 1948; hemos visto cómo hacían uso de ella los pueblos
colonizados en sus luchas por la independencia; sembró los espíritus en
su combate por la libertad.
Constato con satisfacción
que, a lo largo de las últimas décadas, se han multiplicado las
organizaciones no gubernamentales, los movimientos sociales como ATTAC (Asociación para la Fijación de Impuestos en las Transacciones Financieras), FIDH
(Federación Internacional de Derechos Humanos), Amnistía…, que son
activos y eficientes. Está claro que, para ser eficaz hoy en día, se
debe actuar en red, aprovechar los medios modernos de comunicación.
A los jóvenes les digo:
miren a su alrededor, encontrarán los hechos que justifiquen su
indignación –el trato a los inmigrantes, a los sin papeles, a los
gitanos. Encontrarán situaciones concretas que los llevarán a emprender
una acción ciudadana fuerte. ¡Busquen y encontrarán!
Mi indignación a propósito de Palestina
Actualmente mi principal
indignación concierne a Palestina, la franja de Gaza y Cisjordania. La
fuente de mi indignación es el llamamiento lanzado por los israelíes
valientes en la Diáspora: ustedes, nuestros antepasados, vengan a ver a
dónde han llevado nuestros dirigentes a este país, olvidando los
valores humanos fundamentales del judaísmo. Me desplacé hasta allá en
2002 y luego cinco veces más hasta 2009. Es absolutamente necesario
leer el Informe Richard Goldstone sobre Gaza de septiembre de 2009, en
el que este juez sudafricano, judío, que incluso se reconoce sionista,
acusa al ejército israelí de haber cometido “actos asimilables a
crímenes de guerra y quizás, en determinadas circunstancias, a crímenes
contra la humanidad” durante la Operación Plomo Fundido, que duró tres
semanas. En 2009 volví con mi mujer a Gaza –donde pudimos entrar
gracias a nuestros pasaportes diplomáticos–, con el objetivo de evaluar
con nuestros propios ojos lo que decía el Informe. La gente que nos
acompañaba no fue autorizada a entrar en la franja de Gaza. Ni allí ni
en Cisjordania. También visitamos los campos de refugiados palestinos
creados en 1948 por la Agencia de las Naciones Unidas, la UNRWA,
donde más de tres millones de palestinos expulsados de sus tierras por
Israel esperan un regreso cada vez más problemático. En cuanto a Gaza,
es una prisión a cielo abierto para un millón y medio de palestinos.
Una prisión en la que se organizan para sobrevivir. Más que las
destrucciones materiales, como la del hospital de la Media Luna Roja
por la Operación Plomo Fundido, es el comportamiento de los gazatíes,
su patriotismo, su amor por el mar y las playas, su constante
preocupación por el bienestar de sus hijos, innumerables y risueños, lo
que permanece en nuestra memoria. Nos impresionó su ingeniosa manera de
hacer frente a todas las penurias que les son impuestas. Vimos cómo
confeccionan ladrillos a falta de cemento para construir las miles de
casas destruidas por los carros de combate. Nos confirmaron que,
durante la Operación Plomo Fundido llevada a cabo por el ejército
israelí, los muertos habían sido mil 400 –mujeres, niños y ancianos– en
el lado palestino, frente a únicamente cincuenta heridos del lado
israelí. Comparto las conclusiones del juez sudafricano. Que los
propios judíos puedan perpetrar crímenes de guerra es insoportable.
Desafortunadamente, la historia da pocos ejemplos de pueblos que saquen
lecciones de su propia historia.
Indignados en Londres, Inglaterra |
Lo sé: Hamas, que ganó
las últimas elecciones legislativas, no ha podido evitar que se lancen
cohetes a los pueblos israelíes en respuesta a la situación de
aislamiento y bloqueo en la que se encuentran los gazatíes.
Evidentemente pienso que el terrorismo es inaceptable, pero hay que
admitir que, cuando un pueblo está ocupado con medios militares
infinitamente superiores, la reacción popular no puede ser únicamente no violenta.
¿Le sirve de algo a Hamas
enviar cohetes a la ciudad de Sdérot? La respuesta es no. No sirve a su
causa, pero podemos explicar estos actos por la exasperación de los
gazatíes. En la noción de exasperación hay que comprender la violencia
como una lamentable conclusión de situaciones inaceptables para
aquellos que las sufren. Entonces, podría decirse que el terrorismo es
una forma de exasperación, y que esta exasperación es un término
negativo. No deberíamos exasperarnos; deberíamos esperanzarnos. La
exasperación es una negación de la esperanza. Es algo comprensible, casi
diría que natural, pero precisamente por eso no es aceptable. Porque
no permite obtener los resultados que puede eventualmente producir la
esperanza.
La no violencia, el camino a seguir
Estoy convencido de que el
porvenir pertenece a la no violencia, a la conciliación de las
diferentes culturas. Es por esta vía que la humanidad deberá alcanzar
su próxima etapa. Y aquí, coincido con Sartre, no podemos excusar a los
terroristas que tiran bombas, pero podemos comprenderlos. Sartre
escribe en 1947: “Reconozco que la violencia, cualquiera que sea la
forma bajo la que se manifiesta, es un fracaso. Pero es un fracaso
inevitable puesto que estamos en un mundo de violencia. Y si es cierto
que el recurso a la violencia contra la violencia corre el riesgo de
perpetuarla, también es verdad que es el único medio de detenerla.” A
lo que yo añadiría que la no violencia es un medio más eficaz de
detenerla. No podemos apoyar a terroristas tal y como lo hizo Sartre en
nombre de este principio durante la guerra de Argelia, o en ocasión
del atentado de los juegos de Munich, en 1972, cometido contra atletas
israelíes. No es eficaz, y el propio Sartre acabó por interrogarse, al
final de su vida, sobre el sentido del terrorismo y llegó a dudar de su
razón de ser. Decir “la violencia no es eficaz” es harto más relevante
que saber si se debe condenar o no a quienes se entregan a ella. El
terrorismo no es eficaz. En la noción de eficacia es necesaria una
esperanza no violenta. De existir una esperanza violenta, ésta se
encuentra en la poesía de Guillaume Apollinaire: “Qué violenta es la
esperanza”; pero no en política. En marzo de 1980, a tres semanas de su
muerte, Sartre declaraba: “Hay que intentar explicar por qué el mundo
actual, que es horrible, no es más que un momento en el largo desarrollo
histórico, que la esperanza ha sido siempre una de las fuerzas
dominantes de las revoluciones y de las insurrecciones, y cómo todavía
siento la esperanza como mi concepción del porvenir.”
Hay que comprender que la
violencia da la espalda a la esperanza. Hay que dotar a la esperanza de
confianza, la confianza en la no violencia. Es el camino que debemos
aprender a seguir. Tanto del lado de los opresores como de los
oprimidos, hay que llegar a una negociación que haga desaparecer la
opresión; eso es lo que permitirá que no haya violencia terrorista. Es
por esta razón que no deberíamos acumular mucho odio.
Santa indignación, en las protestas estudiantiles en Chile |
El mensaje de un
Mandela, de un Martin Luther King, encuentra toda su pertinencia en un
mundo que ha sobrepasado la confrontación de las ideologías y el
totalitarismo conquistador. Es un mensaje de esperanza relativo a la
capacidad de las sociedades modernas para lograr la superación de los
conflictos a través de una mutua comprensión y una atenta paciencia.
Para conseguirlo hay que basarse en los derechos, cuya violación,
cualquiera que sea el autor, debe provocar nuestra indignación. No cabe
transigir respecto a estos derechos.
Por una insurrección pacífica
He constatado –y no soy el
único– la reacción del gobierno israelí confrontado al hecho de que
cada viernes los habitantes de la pequeña ciudad de Bil’in, en
Cisjordania, van, sin lanzar piedras, sin usar fuerza alguna, hasta el
muro contra el cual protestan. Las autoridades israelíes han calificado
esta marcha de “terrorismo no violento”. No está mal. Hay que ser
israelí para calificar de terrorista la no violencia. Tiene que
resultar embarazosa la eficacia de una no violencia que tiende a
suscitar apoyos, comprensión, la complicidad de todos aquellos que en el
mundo son adversarios de la opresión.
El pensamiento
productivista, auspiciado por Occidente, ha arrastrado al mundo a una
crisis de la que hay que salir a través de una ruptura radical con la
escapada hacia adelante del “siempre más”, en el dominio financiero
pero también en el de las ciencias y las técnicas. Ya es hora de que la
preocupación por la ética, por la justicia, por el equilibrio duradero
prevalezcan. Puesto que los más graves riesgos nos amenazan. Y pueden
llevar a su término la aventura humana en un planeta que podría volverse
inhabitable para el hombre.
Pero no es menos cierto que se han hecho importantes progresos desde 1948: la descolonización, el final del apartheid, la destrucción del imperio soviético, la caída del Muro de Berlín. Por el contrario, la primera década del siglo XXI
ha sido un período de retroceso. Este retroceso lo atribuyo en parte a
la presidencia estadunidense de George Bush, al 11 de septiembre y a
las desastrosas acciones que como consecuencia ha emprendido Estados
Unidos, como esa intervención militar en Irak. Nos hemos encontrado con
esta crisis económica, pero no hemos aprovechado la ocasión para
iniciar una nueva política de desarrollo. De la misma manera, la cumbre
de Copenhague contra el cambio climático no ha conducido al compromiso
de una verdadera política para la preservación del planeta. Nos
encontramos en un umbral, entre los horrores de la primera década y las
posibilidades de las siguientes. Pero hay que tener confianza, no hay
que perder la confianza nunca. El decenio anterior, el de 1990, fue el
origen de grandes progresos. Las Naciones Unidas supieron convocar
conferencias como la de Río sobre el medio ambiente, en 1992; la de
Beijing sobre las mujeres, en 1995; en septiembre de 2000, a partir de
la iniciativa del secretario general de las Naciones Unidas, Kofi
Annan, los 191 países miembros adoptaron la declaración sobre los ocho
Objetivos de Desarrollo del Milenio, a través del cual se comprometían a
reducir la pobreza en el mundo a la mitad desde 2000 hasta 2015. Mi
principal disgusto es que ni Obama ni la Unión Europea hayan propuesto
una aportación para una fase constructiva apoyada en los valores
fundamentales.
¿Cómo concluir esta
llamada a la indignación? Acordándonos una vez más de que, en ocasión
de los sesenta años del Consejo Nacional de la Resistencia, decíamos,
el 8 de marzo de 2004, nosotros, los veteranos de los movimientos de
resistencia y de las fuerzas combatientes de la Francia Libre
(1940-1945), que ciertamente “el nazismo ha sido vencido, gracias al
sacrificio de nuestros hermanos y hermanas de la Resistencia y de las
Naciones Unidas contra la barbarie fascista. Pero esta amenaza no ha
desaparecido totalmente y nuestra cólera respecto a la injusticia sigue
intacta”.
No, esta amenaza no ha
desaparecido del todo. De la misma manera, apelemos todavía a “una
verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de
masas que no proponen otro horizonte para nuestra juventud que el del
consumo de masas, el desprecio hacia los más débiles y hacia la
cultura, la amnesia generalizada y la competición a ultranza de todos
contra todos”.
A aquellos que harán el siglo XXI les decimos, con todo nuestro afecto: “Crear es resistir. Resistir es crear.”
* Alumno de la Escuela Normal Superior de París, institución educativa de gran prestigio que en sus inicios formaba a los profesores de secundaria y que en la actualidad imparte másteres y estudios de doctorado. Se caracteriza por su espíritu interdisciplinario y su alto grado de exigencia. (N. del t.)
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/09/18/sem-stephane.html
http://www.jornada.unam.mx/2011/09/18/sem-stephane.html
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