Un
mes y dos días después de hoy, es decir el 20 de octubre próximo,
Stéphane Fréderic Hessel estará festejando –y con él muchísima gente
alrededor del mundo entero– su cumpleaños número noventa y cuatro.
Casi un siglo de vida dedicada prácticamente toda ella, en palabras del
propio Hessel, a situarse “siempre del lado de los disidentes”.
Nacido en Berlín y
llevado a vivir a Francia siendo un niño de siete años, el menor de los
dos hijos de Franz Hessel y Helen Hund –judíos, él traductor, ella
melómana, ambos escritores– adoptó la nacionalidad francesa a los
veinte. Dos años después ingresó a la Escuela Normal Superior, pero la
segunda guerra mundial interrumpió sus estudios. Otros dos años más
tarde formó parte de la Francia Libre liderada por Charles de Gaulle,
que desde Londres luchaba contra la pérdida de soberanía francesa.
Hessel tenía veinticinco
años de edad cuando, en su calidad de agente de contraespionaje, se
interna en territorio francés a la sazón ocupado por las fuerzas
nacionalsocialistas alemanas. Capturado y torturado por la Gestapo, es
enviado al campo de concentración y exterminio de Buchenwald, donde
gracias a una artimaña evita ser ahorcado. Se le traslada a
Rottleberode, escapa, nuevamente es capturado y una vez más vuelve a
escapar.
Finalizada la guerra, a
los veintinueve años inicia su larga y muy fructífera trayectoria como
diplomático de carrera, en la cual destaca, al principio, su carácter
de secretario de Gabinete de Henri Laugier –en aquel tiempo secretario
adjunto de la onu, así como secretario de la Comisión de Derechos
Humanos–, y más adelante su papel de embajador francés ante la propia ONU.
Sumaba tres décadas y un
año de vida cuando fue uno de los redactores cruciales de la vigente
Declaración de los Derechos Humanos que, como se sabe, fue adoptada por
las Naciones Unidas hace sesenta y tres años, en 1948.
A sus casi sesenta años,
es decir a una edad en la que muchos otros que han hecho mucho menos se
asumen próximos al retiro o se manifiestan proclives a la morigeración,
Hessel milita activamente a favor de la independencia de Argelia. Con
casi ocho décadas de vida, y en respuesta a la “imprudencia de los
franceses” que llevaron al derechista Jacques Chirac a la presidencia,
decide afiliarse al Partido Socialista y, desde ahí, seguir luchando a
favor de causas tanto políticas como socioeconómicas y ecologistas.
Hace dos años y medio, en
compañía de otros dos históricos indignados permanentes como son Daniel
Cohn-Bendit y José Bové, apoyó al partido Ecología Europa para que en
el Parlamento Europeo hubiese una representación de “izquierda
impertinente” que ofreciera contrapeso tanto a la izquierda moderada
como a la derecha más recalcitrante.
Sobre todo desde 2008 y
hasta el momento actual, el incansable Stéphane ha dedicado sus energías
a la denuncia de las atrocidades que se cometen, un día sí y otro
también, en Gaza y Cisjordania, es decir en la Palestina ocupada por
Israel.
Hessel y los indignados
El texto que ocupa las principales páginas de esta edición de La Jornada Semanal
es nada menos que una de las fuentes de inspiración más importantes
para movimientos de protesta masiva como el español conocido como 15M o de los indignados
–mismo que se abordó aquí mismo el pasado domingo 14 de agosto.
Publicado originalmente en francés en diciembre de 2010, traducido al
español y editado en febrero de este año con el título de ¡Indígnense!,
es uno de los frutos más generosos, y también de los más
enriquecedores, que este vitalísimo nonagenario indignado nos entrega a
las generaciones predecesoras, desde la plena conciencia de que el
totalitarismo no ha fenecido sino que, una y otra vez, resurge en nuevas
y sofisticadas transformaciones, hoy bajo disfraces de falsa unidad y
mendaz “igualdad de oportunidades”, como la que implican conceptos
como el de “globalización” –el cual, dijo alguna vez Henry Kissinger,
es “sólo un modo novedoso de nombrar a la hegemonía estadunidense”.
Tiene razón Hessel cuando afirma que “la primera década del siglo XXI
ha sido un período de retroceso”, sobre todo visto desde una
perspectiva como ésa de la cual puede gozar un testigo y protagonista
lo mismo de lo mejor que de lo peor de todo un siglo. Tiene razón,
también, cuando hace un llamado directo a todos aquellos que se
encuentren en la capacidad, pero sobre todo en la necesidad y aun en la
obligación, de revertir dicho retroceso, evidente y cada vez más grave,
tanto en las conquistas duramente alcanzadas en el orden de los
derechos humanos fundamentales, como en otras indispensables para la
dignidad social, verbigracia las que componen el concepto hoy tan
desairado como el de Estado de bienestar.
Es de desear que la
extensa entrevista que Gilles Vanderpooten le hiciera a Hessel hace
medio año, publicada bajo el título original ¡Engagez-vous! –“¡Comprométanse!–,
pronto esté disponible también en español. Pero, sobre todo, es de
desear que dicha disponibilidad pueda fructificar, como lo hizo ¡Indígnense!,
bajo la forma del más saludable revulsivo social, que contribuya a la
constitución de generaciones menos resignadas, menos orientadas al
consumo por el consumo mismo, y menos apáticas ante la descomposición
del espíritu humanista que caracteriza al momento presente.
http://www.jornada.unam.mx/2011/09/18/sem-luis.html
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