Ramalá.
Acababa yo de visitar la tumba del viejo guerrero cuando, a menos de 50
metros de la plaza Manara, donde los leones de concreto de Ramalá están
posados con las fauces abiertas de aburrimiento, apareció Yasser Arafat
en persona. Caminando, vivo, respirando: el rostro de Arafat –lo más
parecido posible, menos la horrible barba rala–, su chaqueta verde de
batalla, el famoso pañuelo keffiye doblado para semejar el mapa de la
Palestina original sobre la cabeza y el hombro derecho.
Venía seguido por multitud de niños que agitaban banderas, en una
semejanza casi perfecta con el que reposa en la tumba: un Arafat de
fantasía para un Estado de fantasía. “Solía vagar ataviado así después
de que murió Abú Amari –comentó con frialdad un hombre a la entrada de
la panadería–. Ahora los niños arman un alboroto con él; creen que es de
verdad.”
El falso Arafat –en la vida real, un hombre de negocios de Hebrón
llamado Salem Smerat– me tendió la mano, y tengo que reconocer que tuve
la misma sensación blanda y húmeda que dejaba la del
presidente de Palestinafallecido hace siete años, décadas después de la primera vez que me reuní con él en Líbano.
Seremos una democracia entre las armas, me dijo una vez. Y sí, dijo que amaba a la ONU.
Este miércoles en Ramalá nadie amaba a la ONU, aunque todos entendían
su utilidad. Varios de los que hacían compras, todos hombres, por
supuesto, hasta llegaron a insinuar el deseo de que Obama vetara una
votación en el Consejo de Seguridad sobre un Estado palestino, porque
eso probaría por fin a todos los árabes que Estados Unidos no es su
amigo. Nadie sugirió que Obama, quien con tanta ligereza proclamó una
nueva relación con el mundo musulmán en El Cairo y se pronunció en favor
de un Estado palestino en 2012, pudiera –haciendo honor al espíritu de
Woodrow Wilson– tener el valor de respaldar una votación por Palestina,
aun al costo de su relección. Pero eso sería fantasía, ¿verdad?
En las calles sonaban tambores y música marcial grabada; los niños se
montaban en los cansados leones y los jóvenes tapizaban las paredes con
carteles que mostraban un puño estadunidense sujetando la balanza de la
justicia. La charola dorada de
Palestinaestaba vacía, desde luego; la de Israel rebosaba de las estadísticas de costumbre: 750 mil palestinos detenidos de 1967 a la fecha, más de 6 mil de ellos presos en cárceles israelíes, Israel en control de más de 50 por ciento de Cisjordania, 519 mil colonos judíos en 144 colonias en la
Palestinaocupada.
Era una especie de verbena, que Majdi resumía bastante bien, aunque no con tanto valor como para darme su apellido.
“Esta gente festeja sin saber el resultado de la votación en la ONU
–dijo–. Tenemos que esperar estos dos días para saber si hay algo que
celebrar. Oslo fue una pérdida de tiempo; el único ganador fue Israel.
En esos días sólo tenía 10 mil colonos aquí, pero la mediación de
Estados Unidos ha sido una estupidez. Interfiere con otros países árabes
y apoya revoluciones, pero cuando se trata de Palestina, no le
importa.”
Y Majdi, que vende joyas, es supersticioso. “Todo nos sale mal
en septiembre –dice–. Hubo un septiembre negro en 1970, y luego la
masacre de Sabra y Chatila en septiembre de 1982 (nota para los
lectores: ¿cuántos, luego del aniversario del 11-S, recordaron que esta
semana marca el 29 aniversario de la matanza de mil 700 palestinos en
Beirut?), y después vino la primera intifada en septiembre de 1987,
luego Oslo y ahora esto, otro septiembre, y vamos a la ONU. Pero está
bien ir y mover las cosas. Si un bebé no llora, ¿quién le va a dar
leche?”
Pero en ese preciso instante, fuera de esa tienda de ropa en
Palestina–fundada por el abuelo del propietario cuando sí existía Palestina, bajo el mandato británico–, dos hombres informaron que israelíes lanzaban gas lacrimógeno hacia Qalandria.
Echamos, pues, a correr hacia Qalandria, la mítica frontera entre el
área A de Cisjordania (supuestamente bajo control de la Autoridad
Palestina, según el acuerdo de Oslo, tan muerto como el propio Arafat) y
el área C (en teoría bajo control israelí), donde 80 soldados israelíes
–ciudadanos de un Estado que sí existe– confrontaban a 20 jóvenes que
en definitiva no serán ciudadanos de un Estado esta semana si Obama y la
Clinton se salen con la suya.
Fue la típica revoltura de neumáticos quemados, hombres gritando,
traqueteo de balas de acero de 5.56 milímetros (forradas de goma) y
lanzamiento de piedras (sin forro de goma) que aterrizaron entre los 40
periodistas y provocaron que un camarógrafo se pusiera a dar de gritos
con una herida en el brazo.
Ridículo, desde luego: teatro de rutina para los equipos de la
televisión –montado deliberadamente por ambas partes, sospecho–, que
culminó con la acostumbrada carga de soldados antimotines con viseras,
mezclados con policías en ropa de civil blandiendo pistolas, quienes
sujetaron a dos jóvenes, los tiraron al suelo, los patearon y los
golpearon para luego llevarlos a rastras más allá del retén de Qalandia,
seguramente para unas cuantas preguntas amistosas y un tratamiento que
sin duda cumplirá las más elevadas normas de cuidado humanitario.
El gas lacrimógeno nos irritó a todos. Yo consumí el usual bocado de
limón para limpiarme los ojos y me retiré a mi habitación en el hotel
Rey David, en Jesuralén oeste, con el rostro ennegrecido por el humo.
Pero, al pasar por el corredor, no pude dejar de notar las antiguas
fotos. En una se veía una bandera de la ONU, ondeando con garbo en la
azotea del mismo hotel; fue tomada poco después de que la ONU votó en
favor de constituir el Estado de Israel. Y allí estaba Ben Gurion,
resplandeciente de orgullo en la celebración del aniversario de su nuevo
Estado y de la victoria de su nación en la ONU. Qalandria, por cierto,
está a ocho kilómetros de Jerusalén… y a más de 60 años en el tiempo.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Imagen :
Un miembro del grupo ultraortodoxo judío Neturei Karta participa en una manifestación de apoyo al reconocimiento del Estado palestino en la ciudad cisjordana de Nablus..Foto Ap
Un miembro del grupo ultraortodoxo judío Neturei Karta participa en una manifestación de apoyo al reconocimiento del Estado palestino en la ciudad cisjordana de Nablus..Foto Ap
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/09/22/opinion/004a1pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/09/22/opinion/004a1pol
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