Condenados siempre a librar la guerra pasada, volvemos a cometer el mismo viejo pecado en Libia.
Muammar Kadafi desaparece luego de prometer pelear hasta la muerte.
¿No es lo mismo que hizo Saddam Hussein? Y, por supuesto, cuando Hussein
desapareció y las tropas estadunidenses sufrieron sus primeras bajas
ante la insurgencia iraquí, en 2003, se nos dijo –por boca del procónsul
estadunidense Paul Brenner, de los generales, los diplomáticos y los
decadentes
expertosde la televisión– que los combatientes de la resistencia eran
fanáticos,
desesperadosque no se daban cuenta de que la guerra había terminado.
Y si Kadafi y su sabihondo hijo siguen prófugos –y si la violencia no
termina–, ¿cuánto falta para que otra vez nos presenten a los
desesperadosque sencillamente no habrán entendido que los chicos de Bengasi están a cargo y que la guerra ha terminado? De hecho, no menos de 15 minutos –literalmente– después de que escribí las palabras anteriores (14 horas del miércoles), un reportero de Sky News reinventó la palabra
fanáticospara definir a los hombres de Kadafi. ¿Ven a lo que me refiero?
Inútil decir que todo es para bien en el mejor de los mundos
posibles, en lo que concierne a Occidente. Nadie desbanda al ejército
libio y nadie proscribe a los kadafitas de un papel futuro en el país.
Nadie comete los mismos errores que cometimos en Irak. Y no hay tropas
en tierra. Ningún zombi encerrado en una Zona Verde occidental
amurallada intenta dirigir el futuro de Libia.
Es asunto de los libios, se ha vuelto el jubiloso refrán de todo factótum del Departamento de Estado/Oficina del Exterior/Quai d’Orsay. ¡Nosotros nada tenemos que ver!
Pero, desde luego, la presencia masiva de diplomáticos occidentales,
representantes de magnates petroleros, mercenarios occidentales de altos
salarios y oscuros militares británicos y franceses –todos simulando
ser
consejerosy no participantes– es la Zona Verde de Bengasi. Puede que no estén (todavía) rodeados de murallas, pero en los hechos ellos gobiernan por conducto de los distintos héroes y granujas locales que se han establecido como los amos políticos. Podemos pasar por alto el asesinato de su propio comandante –por alguna razón, ya nadie menciona el nombre de Abdul Fatá Yunes, aunque apenas fue liquidado hace un mes en Bengasi–, pero sólo pueden sobrevivir si se aferran a los cordones umbilicales con Occidente.
Desde luego, esta guerra no es la misma que nuestra perversa invasión
de Irak. La captura de Saddam sólo provocó a la resistencia a
multiplicar los ataques contra las fuerzas occidentales porque quienes
habían rehusado participar en la insurgencia, por miedo de que los
estadunidenses volvieran a poner a Saddam al mando, ya no tuvieron esas
inhibiciones. En realidad, el arresto de Kadafi, junto con el de Saif,
precipitaría sin duda el final de la resistencia de los fieles al
dictador. El verdadero temor de Occidente –en este momento, aunque
podría cambiar de la noche a la mañana– sería la posibilidad de que el
autor del Libro Verde haya logrado llegar hasta sus antiguos andurriales
de Sirte, donde la lealtad tribal podría resultar más fuerte que el
miedo a una fuerza libia respaldada por la OTAN.
Sirte –donde Kadafi, al principio de su dictadura, convirtió
los campos petroleros de la región en el primer dividendo internacional
para los inversionistas que quisieran tomarlo luego de su revolución de
1969– no es Tikrit. Es la sede de la primera gran conferencia de la
Unión Africana, a escasos 30 kilómetros del lugar natal de Kadafi: una
ciudad y una región que recibieron enormes beneficios de su gobierno de
41 años. Strabo, el geógrafo griego, escribió que los puntos de los
asentamientos en el desierto, al sur de Sirte, convirtieron a Libia en
una piel de leopardo. A Kadafi le debió de haber gustado la metáfora.
Casi 2 mil años después, Sirte era todavía la bisagra entre las colonias
italianas de Tripolitania y Cirenaica.
Y en Sirte los
rebeldesfueron derrotados por los
lealesen la guerra de seis meses de este año. Pronto, sin duda, tendremos que cambiar esas ridículas etiquetas: los que apoyan al pro occidental Consejo Nacional de Transición tendrán que ser llamados leales, y los rebeldes partidarios de Kadafi se volverán los
terroristasque podrían atacar a nuestra amistosa nueva administración libia. En cualquier caso, Sirte, cuyos habitantes se supone que negocian ahora con los enemigos de Kadafi, podría pronto figurar entre las ciudades más interesantes de Libia.
¿Qué pensará Kadafi ahora? Creemos que está desesperado, pero, ¿será
cierto? En el pasado hemos escogido muchos adjetivos para él: irascible,
demente, perturbado, magnético, incansable, obstinado, extraño,
estadista (así lo describió Jack Straw), críptico, exótico, loco,
idiosincrásico y –en fechas más recientes– tiránico, asesino y salvaje.
Pero en su visión sesgada y astuta del mundo libio, Kadafi haría mejor
en sobrevivir –para proseguir un conflicto civil-tribal y así consumir a
los nuevos amigos libios de Occidente en el pantano de la guerra de
guerrillas–, y debilitar poco a poco la credibilidad del nuevo poder de
transición.
Sin embargo, la naturaleza impredecible de la guerra en Libia
significa que las palabras rara vez sobreviven al momento en que son
escritas. Tal vez Kadafi se oculta en un túnel debajo del hotel Rixos, o
se relaja en una de las villas de Robert Mugabe. Lo dudo. Mientras a
nadie se le ocurra librar la guerra anterior a ésta.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/08/25/opinion/004a1pol
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