El grueso del
padrón electoral argentino está en la provincia de Buenos Aires –el
distrito electoral más poblado–, en la de Córdoba, en la capital federal
y en la provincia de Santa Fe. En esos distritos se decide cuál será el
gobierno del país. Este domingo, por ejemplo, se votará en Córdoba,
donde muy probablemente ganará el caudillo peronista de derecha José
Manuel Gallego de la Sota, quien dijo de sí mismo que hasta hace poco
era un peronista cordobés y ahora es un cordobés peronista, queriendo distanciarse así del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y anteponer los intereses de su grupo provincial, a pesar de que encabeza la lista del Partido Justicialista, del cual Néstor Kirchner era presidente. La principal pelea del kirchnerismo en Córdoba, que no consiguió presentarse con lista propia, será pues no contra el candidato de la Unión Cívica Radical, viejo partido liberal trasnochado, sino contra un integrante de la derecha peronista, tal como sucedió en las elecciones en la provincia patagónica de Chubut.
En las elecciones en Santa Fe sucedió algo parecido. Pero la derecha
peronista se dividió, por una parte, entre quienes votaron por un cómico
de baja estofa, Miguel Del Sel, reaccionario y sin ideas ni cultura,
–que declara que no sabe nada sobre los problemas planteados y hace reír
a los de paladar grueso vistiéndose de mujer o haciéndose el maricón–,
personaje que perdió por un puñado de votos, y por otra, el aparato
local del kirchnerismo, que se opuso al candidato oficial de Cristina
Fernández, Agustín Rossi, vencedor en una elección interna para escoger
al representante partidario y, por tanto, dicha derecha votó la lista de
diputados y senadores, pero no al candidato a gobernador. Este sector
se apoyó en el descontento de los cultivadores y arrendatarios trigueros
y soyeros por la política agraria del gobierno nacional, votó por Del
Sel y castigó al candidato kirchnerista, que es también presidente del
bloque nacional de diputados. En Santa Fe ganaron por un pelito los
socialistas del también agricultor, el gobernador saliente Hermes
Binner, pero sólo gracias al voto urbano, obrero y de clases medias
pobres, de Rosario, la segunda ciudad de Argentina.
Por último, en Buenos Aires, la capital del país, el derechista y
racista Mauricio Macri derrotó de modo aplastante al candidato
kirchnerista, el ministro de Educación, Daniel Filmus. Tanto en los
barrios ricos como en los más pobres, Macri obtuvo aproximadamente el
mismo promedio (63 por ciento contra 37 por ciento en el balotaje).
Filmus disminuyó esa distancia sólo en los pocos barrios donde se
concentran los judíos (cuya comunidad no perdona a Macri haber nombrado
un jefe de policía que trató de enterrar las investigaciones por el
atentado a la Mutual Judía y controlar los teléfonos de las víctimas) y
los intelectuales
progresistas. Ante este resultado, el cantautor rockero Fito Páez declaró que la ciudad
le daba asco. Otros, menos viscerales pero de igual superficialidad, opinaron que en Buenos Aires están concentrados los esquizofrénicos de todo el país.
Esa visión basada en el lugar común de que
los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, prescinde de todo análisis histórico, sociológico, cultural y, sobre todo, evita preguntarse por qué el candidato de quien protesta contra los votantes no convenció ni supo llegar al electorado (el 63 y el 37, no olvidemos, son una proporción apenas sobre el 70 por ciento de los votantes, no sobre todos los electores. El 30 por ciento que no votó no fue atraído por ninguno de los dos candidatos, los cuales tienen además votos
prestados). Esa idea de comadres incultas es, por consiguiente, un exabrupto, una demostración de impotencia.
No trata de ver si hubo algún error de enfoque o de método por parte
del gobierno y de sus candidatos porteños, ni de analizar cuál es el
nivel real de conciencia de los que votaron, confrontando el modo en que
sufragaron con otras manifestaciones de la vida social, barrio por
barrio, clase por clase. Esa condena en bloque a los electores que dan
la espalda a quienes se presentan como salvadores obvia la pregunta de
si aquéllos los ven realmente como salvadores y no como burócratas
elegidos a dedo y a último momento por la presidencia. De modo muy poco
inteligente pasa también por alto que posiblemente la mitad de
los equizofrénicosque votaron por el derechista Macri y por su cáfila de asistentes peronistas de derecha votará en octubre, sin problema alguno, por Cristina Fernández de Kirchner, o sea, por la candidata de los asqueados por los porteños.
Así sucederá, porque la derecha peronista recoge el descontento pero
no tiene candidato creíble a escala nacional. La derecha antiperonista,
por su parte, no puede cosechar apoyos con ninguno de sus personajes y
seudopartidos, y el llamado centro, a la hora de votar en el balotaje
porteño, dio dos tercios de su caudal a Macri, que es la principal
figura de la derecha peronista, pero que no se presenta como candidato a
presidente.
En 2003, el candidato más votado (Carlos S. Menem) contaba con una
parte de la derecha peronista, pero tuvo que desistir de presentarse
frente a Néstor Kirchner (que estaba apoyado por otra parte, hoy en la
oposición), porque éste iba a reunir contra él todos los votos,
peronistas o no, en torno al magro 20 por ciento que había logrado. Hoy,
nuevamente, la lucha real es entre la derecha de origen peronista,
apoyada en el resto de las derechas, y el centroderecha kirchnerista,
también de origen peronista, que está unido al centroizquierda
progresistaque lo sigue. ¿La clase obrera? Ausente como tal, con sus integrantes apoyando mayoritariamente a Cristina Kirchner. ¿La izquierda socialista? Ojalá llegue en las elecciones primarias obligatorias a 1.5 por ciento porque, si así no fuere, no podrá participar en las elecciones nacionales.
Fuente, vía :
http://www.jornada.unam.mx/2011/08/07/opinion/022a2pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/08/07/opinion/022a2pol
No hay comentarios:
Publicar un comentario