Por
la vía de un veto, finalmente, el Ejecutivo impuso su reajuste nominal
de los salarios mínimos lo cual disminuye el poder adquisitivo de
quienes lo perciben. Ello se produce porque el índice de la canasta de
alimentos en doce meses aumentó en un porcentaje mayor a dicho
incremento nominal, afectando proporcionalmente con mayor fuerza a los
sectores de la población de menores ingresos que deben dedicar un alto
porcentaje de ellos a su adquisición. El salario mínimo en un
acontecimiento sin precedentes fue cursado con votaciones en contra
durante su trámite regular parlamentario que expresó la oposición al
bajo reajuste. Se confirma así que el país cuenta con un Gobierno que
se encuentra en oposición a los intereses de las grandes mayorías. La
última encuesta de Adimark al anotar que menos de la tercera parte de la
población aprueba la gestión de Piñera, mientras un 62% lo rechaza, es
expresión de este malestar, que se expresó claramente en las grandes
movilizaciones de masas efectuadas en las últimas semanas. El
descontento adquiere otras expresiones. Los trabajadores de Codelco
acordaron un paro de 24 horas, que no se producía desde los años de
dictadura, ante todo por el incumplimiento de algunos compromisos y las
expresiones de privatización de algunas filiales. En verdad, ya se
desprendió de empresas como la generadora eléctrica EC-L (ex Edelnor),
la actitud privatizadora por tanto no es nueva.
La
discusión sobre el reajuste del salario mínimo a regir desde el mes de
julio volvió a demostrar las múltiples falencias de la tan pregonada
“política social” del gobierno Piñera. El ministro de Hacienda, Felipe Larraín,
sostuvo en su intervención en el seminario “Perspectivas Económica
2011-2012” que la discusión sobre el reajuste producida en el Congreso le
resultó frustrante dado que “los que tienen menos, no importan mucho”
(24/06/11). Considerando que los salarios mínimos son percibidos
básicamente por trabajadores que se encuentran en situación de pobreza
podría deducirse de las palabras de Larraín que se estaría efectuando un
esfuerzo por ir modificando esta situación. No es así.
Al
contrario, el Gobierno busca reducir al máximo los mejoramientos en las
remuneraciones. La propuesta inicial de reajuste en el salario mínimo
fue aumentarlo en sólo un 4,7%. Este porcentaje conducía a una
reducción en términos reales si consideramos que el costo de la canasta
básica de alimentos calculado por Mideplan al mes de
mayo había aumentado en doce meses un 7,5%. Por tanto, de concederse
ese nivel de incremento las capas de la población adquirentes de la
canasta básica habrían visto reducirse su capacidad adquisitiva en 2,6%.
En cifras anualizadas, a su vez, el IPC de energía aumentó el mismo mes
en 16,7%.
Para lograr su aprobación en la Cámara de Diputados
al ejecutivo elevó el incremento a 5,5% que continuaba estando dos
puntos porcentuales por debajo del aumento en doce meses del costo de la
canasta básica de alimentos. “(…) esta miseria de la chaucha de $500
no los va a llevar a nada –dijo en ese momento el diputado independiente
Miodrag Marinovic- (…) no podemos estar bolicheando
con los trabajadores de nuestro país” (22/06/11). Por lo demás el
salario mínimo debe llevarse a un nivel tal que saque a sus receptores
de la situación de pobreza.
El 5,5%
lo mantuvo inmodificado en el Senado, siendo su propuesta rechazada,
pasando el trámite legal a la Comisión Mixta de ambas ramas. En esta
instancia Larraín elevó la propuesta a un siempre insuficiente 5,8%, el
que tampoco concitó acuerdo. “Tomarse todos estos días para subir la
oferta en $500 –exclamó el diputado DC Pablo Lorenzini-
es una burla para los trabajadores” (06/07/11). La situación quedó a
la espera de un veto presidencial. “Llegar al veto –recalcó el senador
Eugenio Tuma- revela una tremenda falta de manejo de las autoridades. Solo vimos –añadió- planteamientos rígidos en el trámite” (07/07/11).
El
mensaje de veto del Ejecutivo insistió en el 5,8% de incremento,
llevando el salario mínimo a $182.000. Larraín al ingresarse el veto
al parlamento insistió que con el porcentaje de aumento “se está
mejorando el poder adquisitivo de quienes ganan el salario mínimo”
(08/07/11). Reiteró así una falacia que mantuvo durante todo el proceso
de discusión, ya que como se ha reiterado el aumento es inferior al
incremento de la canasta de alimentos, consumo fundamental de los
receptores de esta remuneración.
Larraín
argumentó que esa cifra estaba por encima de la establecida por la
comisión “técnica” que constituyó, la cual estableció como parámetros
explicó “la inflación más la productividad, la cual arrojaba un 4,4% de
reajuste, sin embargo, el Gobierno –subrayó- hizo un esfuerzo adicional y
presentó un 5,5%” (24/06/11). Lógicamente, si se busca compensar la
inflación debe ser la alcanzada en el año transcurrido, que condujo a
una pérdida de poder adquisitivo que debe recuperarse, y su magnitud es
la experimentada realmente por los trabajadores que perciben el salario
mínimo. El indicador que lo mide con una mayor exactitud es el IPC de
la pobreza.
Es a este porcentaje que
se le debe agregar el incremento de la productividad, cuyo cálculo para
los doce meses a considerar, aún no se conoce, pero se puede estimar
considerando las proyecciones para el año del Banco Central
y las cifras entregadas hasta ahora de incremento en doce meses del
empleo. El informe de política monetaria del Banco Central estima una
expansión en el año del PIB que fluctuaría entre 6% y 7%, mientras que
las últimas cifras públicas del INE de crecimiento
anualizado del empleo lo cifran en 5%. Por tanto, la productividad
estaría aumentando por encima de un 1%, porcentaje que se debe sumar a
la inflación experimentada por los receptores del salario mínimo.
Como
es tradicional el argumento principal dado para rechazar incrementos
mayores del salario mínimo fue que perjudicaría a quienes podrían
obtener empleos con remuneraciones aún menores. “Los intentos por
lograr un determinado nivel básico de satisfacción de necesidades
familiares a través del salario mínimo –editorializó La Tercera-
tiene el efecto gravemente inconveniente de limitar la oferta de
trabajo a personas con productividad limitada, condenándolas al
desempleo” (23/06/11). Es un argumento inmoral, ya que propicia su
incorporación al mercado del trabajo con salarios de hambre. Los
hechos, por lo demás, no confirman esta relación lineal entre incremento
del salario mínimo y tasas de desempleo.
En realidad, los salarios mínimos, como ha escrito el director general de la Organización Internacional del Trabajo, Juan Somavía,
debería formar parte de un sistema de protección social “que invierte
en elevar el capital social de las personas en condiciones de mayor
vulnerabilidad, (…) porque –agregó- son parte de las políticas para
combatir la pobreza, así como también mecanismos para contribuir a
disminuir las asimetrías de poder de los trabajadores más jóvenes o
menos calificados en su relación con las empresas y en los procesos de
integración primera a los mercados de trabajo”[1]. Son dos formas
radicalmente diferentes de entender los salarios mínimos, una como un
mecanismo de explotación extrema y la otra de protección social.
Una
vez más el debate llevó a que se diesen propuestas que acentuarían
todavía más la regresividad de los salarios mínimos. Parlamentarios de
la UDI se pronunciaron por ampliar de 18 a 24 años la
edad que permite pagar un monto del salario mínimo equivalente a apenas
un 75% del total, con el ya mencionado argumento de que así no se
afectaría el empleo juvenil, si el reajuste fuese superior al 5,5%.
Más
allá de cálculos matemáticos debe tenerse en cuenta el malestar que
expresa la ciudadanía por diferentes canales y que es una de las
características de lo acontecido en el trimestre que finaliza. “Si uno
se quedara con las exitosísimas cifras de crecimiento económico que nos
mostró el ministro de Hacienda –señaló en el mismo seminario en que
habló Larraín el presidente de Adimark, Roberto Méndez-,
realmente el país debería estar exuberante (…) y la sociedad muy
tranquila, pero la realidad no es esa, es muy diferente (…). Creo
–añadió- que el discurso exitista, sin matices, del Gobierno es ofensivo
al grupo D-E. El grupo D-E –insistió- está peor, y cuando le dicen que
estamos en jauja, que estamos creciendo en el mejor momento de los
últimos 16 años, eso es agresivo para este grupo” (24/06/11).
El malestar existente se expresó también en la decisión de los sindicatos de Codelco, reunidos en torno a la Federación de Trabajadores del Cobre (FTC),
presentados intencionadamente como un sector de trabajadores lleno de
privilegios, que decidieron paralizar el 11 de julio. Al llamado de
paralización, que no se producía desde los años de dictadura en 1983
adhirieron los sindicatos de supervisores y los trabajadores
contratistas, obligando a la empresa a suspender la celebración del
aniversario de Codelco.
Los
fundamentos de la movilización residen en incumplimientos de los
contratos colectivos, el peligro de nuevos despidos y la convicción de
que se avanza hacia medidas privatizadoras. Esta conclusión la
fundamentaron en que se está procediendo a dividir los activos de la
empresa en diferentes sociedades. “Lo que pretenden –declaró el
presidente de la FTC, Raimundo Espinoza-, es establecer
un Codelco A y un Codelco B. Estamos viendo –añadió- que están
tratando de prepararse para tener un Codelco B a la mano en caso de que
la empresa principal caiga en un endeudamiento muy grande (…) como está
sucediendo” (08/07/11). En junio, el directorio de Codelco adoptó la
resolución de traspasar el yacimiento Gabriela Mistral a
una empresa filial, lo que crea el peligro que posteriormente procedan a
desprenderse de ella. El creciente endeudamiento es una consecuencia de
que a la empresa estatal se le autoriza capitalizar por el Gobierno
montos muy bajos con relación a los necesarios planes de inversión
proyectados. Para este año se autorizó capitalizar US$380 millones de
los excedentes del 2010. En 2009, durante la crisis, se autorizó
US$1.000 millones. En 2010 se rechazó la petición de capitalizar parte
de los excedentes.
El ministro Golborne se
declaró sorprendido por la determinación. “No teníamos información
–explicitó- de que hubiese algún conflicto latente. No había un
antecedente para poder anticipar esta situación” (07/07/11). Golborne
también se declaró sorprendido hace algunos meses por el conflicto del
gas en Magallanes. Tampoco reaccionó cuando se privatizó totalmente EC-L (ex Edelnor).
La nueva dirección de Codelco, encabezada por Diego Hernández, puso fin a la llamada “alianza estratégica” establecida cuando era presidente ejecutivo Juan Villarzú, a mediados de los noventa. Para el presidente de su directorio, Gerardo Jofré,
“se debe tener claro los roles de cada estamento. La administración es
la que administra y los sindicatos deben velar por los derechos de los
trabajadores y no por gestionar la empresa. (…) el directorio –recalcó-
tiene un mandato de administrar y no de cogestionar con los sindicatos”
(07/07/11). Con estos criterios no resulta extraño que se declaren
sorprendidos por la decisión de los trabajadores.
El escándalo de La Polar
confirmó que, además, existen prácticas comerciales que afectan
principalmente a las capas de menores ingresos de la población. La
encuesta flash efectuada por Imaginacción, que dio a conocer su gerente de Estudios, Luis Eduardo Escobar,
revela que un 26% de los encuestados, reconoce que “su situación de
deuda es inmanejable, es decir, son los que se endeudan para comer todos
los meses” (03/07/11). Carlos Catalán, director del magíster en Comportamiento del Consumidor de la Universidad Adolfo Ibáñez,
confirma este aserto, recalcando que desde una parte del C2 hasta las
capas más pobres cuentan cada vez con menos liquidez. “Pagan –detalló-
el dividendo, el colegio de los hijos, las cuotas de las casas
comerciales, las cuentas y se acabó el sueldo” (03/07/11).
Por
lo demás, la mecánica de los emisores de tarjetas, incluidas desde
luego las bancarias, es dar las máximas facilidades para endeudarse,
sabiendo que un porcentaje de los compromisos no se podrá cancelar a la
fecha de su vencimiento lo que les permite aplicar tasas de interés
abusivas. Ello es más fuerte aún en el caso de las tarjetas de las
casas comerciales, ya que junto con cobrar la Tasa Máxima Convencional,
que se aproxima al 50% anual, no existen regulaciones que las limiten
por cobros adicionales. Franco Parisi, decano de la Escuela de Negocios de la Universidad Andrés Bello,
constató al acceder a la cuenta de un cliente moroso de La Polar, que
el interés anual total a pagar, si se consideraban todos los cobros,
llegaba en un usurario a 164%.
Las
encuestas de opinión pública de Adimark confirman lo señalado por su
presidente. Roberto Méndez detalló en su intervención que en los cuatro
últimos años la distancia entre la visión que tienen de la evolución
económica los segmentos ABC1 y DE se amplió. La brecha se extendió de
9,8 puntos en 2008 a 18,6 en 2010, para llegar durante el presente año a
24,6 puntos. “Mientras en el grupo más rico –puntualizó Méndez- el 25%
dice que está peor que hace un año, en el más pobre la percepción es de
51,5%”.
La encuesta de Adimark,
correspondiente al mes de junio, confirmó el descontento de la población
por la gestión gubernamental. “Durante el mes de junio –consignó el
informe- la agenda pública estuvo marcada por las movilizaciones
estudiantiles y el conflicto educacional, conflicto que, sin duda, dañó
la evaluación del Gobierno” (08/07/11). “Las encuestas muestran –expresó
Roberto Méndez, en entrevista de prensa- que hay dos mundos que se han
ido separando a medida que aumenta la desigualdad. En el Chile de
hoy –recalcó-, la gran demanda es la igualdad y eso es transversal en
las manifestaciones de los estudiantes, de las minorías sexuales y de
los medioambientalistas” (09/07/11). Apenas un 31% de los encuestados
expresó aprobación de la gestión de Piñera, mientras un 62% manifestó su
rechazo. La imposición de un salario mínimo, que reduce el poder
adquisitivo de sus receptores, no puede sino contribuir en la misma
dirección.
http://www.elciudadano.cl/2011/07/21/salario-minimo-y-%E2%80%9Cpolitica-social%E2%80%9D/
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