Suele pasar.
Al asombro inicial, las solidaridades y las muestras de afecto le sucede
un vacío seguido de la pregunta ¿y ahora qué? En esta dinámica surgen y
se dibujan múltiples escenarios. Las comparaciones proyectan modelos de
actuación y patrones de comportamiento. Hay quienes ven en las
acampadas y el M-15 el germen de una revolución horizontal. Otros se
decantan por construir un nuevo partido político y buscar alianzas con
las fuerzas de izquierda ya existentes. En medio, un sin fin de
opciones. Los argumentos se agolpan en pro de unas u otras, pero todas
confluyen: sin organización no hay continuidad. El problema es para qué
se quiere y cómo se construye. Es aquí donde surge el desencuentro entre
los hacedores del M-15. Han sido muchos los que se han incorporado a posteriori,
sobre todo los militantes de la izquierda española procedentes del
Partido Comunista, Izquierda Unida, pero también de las juventudes
socialistas, los grupos anarquistas y los llamados progresistas. A
muchos de ellos, el movimiento M-15 los pilló fuera de juego. Seguían
confiando en los circuitos tradicionales. Si los grandes sindicatos no
convocaban a manifestaciones, se rehuía cualquier contacto con
plataformas autónomas, redes alternativas y desde luego muy politizadas.
Hubo múltiples convocatorias para tomar las calles contra la
privatización del agua, la externalización de los servicios de salud
pública, por una vivienda digna o el rechazo al Plan Bolonia. Lo común
fue la poca asistencia y escasa cobertura de prensa. Se volvieron
invisibles. La convocatoria del 15 de mayo era una manifestación entre
otras cuyo común denominador era lo marginal de sus convocantes.
Curiosamente, contó con un despliegue informativo sin precedentes.
Estaban las televisoras, la prensa escrita y las radios. ¿Por qué? La
respuesta es aún un misterio. Lo cierto es que al día siguiente fue
noticia y copó todos los espacios informativos. Se transformó en un
acontecimiento social.
Han trascurrido dos semanas y ya se vislumbran luces y sombras. No
todo lo que brilla es oro. Acólitos y críticos se cruzan
descalificaciones. Quienes ven con recelo la deriva del M-15 centran sus
argumentos en el discurso antipartidista. Ni de derechas ni de
izquierdas. Esta declaración es suficiente para que militantes de
Izquierda Unida se sientan interpelados, y en su defensa arguyen que hay
que diferenciar entre el bipartidismo PSOE y Partido Popular y su
coalición. Dudan del discurso
apartidista. Lo tachan de confuso o directamente reaccionario. No son conscientes de haber desarrollado un discurso light para enfrentar los recortes salariales, la falta de democracia, las políticas privatizadoras y los megaproyectos. Miran hacia otro lado, declarando lo impoluto de su organización en temas de corrupción y tráfico de influencia. Tras las elecciones, las alianzas para pillar cargo les hace negociar con el PSOE. De esta guisa habrá ayuntamientos donde primen los intereses de las mafias partidistas. Y no digamos lo que ocurre donde el Partido Popular ha conseguido mayoría absoluta. Futuros presidentes de comunidades autónomas, alcaldes y concejales imputados por tráfico de influencias, negocios ilícitos, trato de favor y corrupción tomarán posesión de sus cargos con juicios pendientes. En parte ese es el malestar de la ciudadanía. Son los antecedentes que dan lugar a una crítica generalizada hacia el comportamiento de los partidos políticos y de rechazo a la política pactada desde arriba.
En el otro lado, aquellos que se consideran impulsores del
movimiento apelan al sentido inclusivo del movimiento M-15, donde caben
progresistas, apartidistas, anticapitalistas, antisistémicos, gentes de
izquierda y también de centroderecha. Pro abortistas, antiabortistas,
defensores de la universidad laica o religiosa, pública o privada. En
ello estriba su debilidad y también su fuerza. Integrados en las
asambleas y comisiones influyen rebajando las propuestas, censuran y
discriminan. El carácter asambleario y de comisiones supone un tope a
sus acciones. Se practica la democracia pero se burocratizan las
decisiones. La necesidad de aprobar por consenso no garantiza el
cumplimiento de lo acordado. Es un arma de doble filo, se confunde con
unanimidad y si hay quien se declara radicalmente en contra, la
propuesta se elimina del consenso. La casuística para sortear escollos
es variopinta. Así avanza un movimiento cuya mayor virtud, a mi
entender, radica en cuestionar y poner en evidencia las malas artes de
la clase política. Mínimo imprescindible para abrir la puerta y poder
construir una plataforma desde abajo. Nadie puede vaticinar su futuro en
el medio y largo plazo. Sin duda, su presencia ha cambiado por completo
el panorama político en España. Una juventud con la cabeza bien
amoblada, dispuesta a trabajar y sacar adelante una plataforma de
mínimos democráticos es un oasis en medio del desierto. Han creado
prácticas democráticas allí donde hay verticalismo, falta de diálogo y
sectarismo. La sola convocatoria de asambleas de barrio y pueblos en
cientos de ciudades de España, era algo impensable hace menos de 15
días.
Hay mucho camino que andar. Aprobar propuestas por consenso obliga a
dialogar, extenderse y ejercer la crítica. Sin duda retrasa las
decisiones, pero es un verdadero ejercicio democrático. En esta lógica,
las asambleas de barrio y pueblos permitirán dar continuidad a un
proyecto nacido desde abajo y en pro de recuperar el espacio público
cuando las acampadas lleguen a su fin. Se trata de hacer visible la
protesta. El llamamiento ha sido un éxito. Jóvenes, estudiantes,
desempleados, amas de casa, trabajadores jubilados y profesionales han
secundado la convocatoria. Ha sido una catarsis donde los ciudadanos se
reconocen en su dignidad y en su lucha contra la injusticia, la
corrupción y la desigualdad.
Sin embargo, nada se cambia de la noche a la mañana. Hay que ir paso a
paso. Sumar voluntades y fortalecer el movimiento. Unos aportando
experiencia y aprendiendo nuevas prácticas con humildad y sin
protagonismos mediáticos. Una generación pisa fuerte y pide ser
protagonista de su futuro. Entre todos debemos rescatar la política de
quienes la han secuestrado haciendo de ella un oficio espurio, alejado
del bien común y dependiente de los poderes empresariales y financieros.
El esfuerzo vale la pena. Ojalá entre todos logremos el objetivo, por
ello la indignación se organiza.
Fuente, vìa:
http://www.jornada.unam.mx/2011/06/04/opinion/022a1mun
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