Cuando estalló
la crisis a finales de 2007, el pronóstico no era nada bueno. Pero la
gravedad del asunto se disfrazó con una terminología inofensiva: se
habló de recesión, lo que inmediatamente invitaba a examinar cómo sería
la recuperación. El debate se encuadró en una discusión sobre la forma
de la recuperación. En especial se habló mucho sobre la posibilidad de
una recesión en forma de W, es decir, con una primera caída seguida de
una recuperación y posteriormente de otra recaída. Hoy parece que ese
pronóstico está por cumplirse. Y no hay que olvidarlo: las recaídas son
peores.
Los principales polos de crecimiento de la economía mundial se
encuentran en dificultades y tenemos por delante un largo proceso de
estancamiento y de desigualdad creciente. China está por enfrentar su
primera crisis capitalista severa. Convencionalmente se le ha presentado
como un modelo exitoso basado en una pujante inversión, cambio
tecnológico y competitividad. Pero pocas veces se reconoce que su sector
bancario está enfrentando graves problemas. Su impresionante cartera
vencida es el resultado de una política monetaria y crediticia que
propició el endeudamiento excesivo y la especulación inmobiliaria. Los
préstamos casi alcanzan 3 billones (castellanos) de dólares y eso ha
empujado los precios de los bienes inmuebles al alza. La inversión en
bienes raíces está saturada y existen departamentos vacíos con capacidad
para 200 millones de personas. La burbuja inmobiliaria en China ya
alcanza proporciones míticas y el día del desplome los efectos se
sentirán en todo el mundo.
La presión sobre los costos laborales se intensifica, al tiempo que
la sobreinversión ha generado un asombroso exceso de capacidad
instalada. Hoy los rendimientos que sirvieron para justificar las
inversiones de ayer no están al nivel requerido para cubrir los costos y
las cargas financieras. Las expectativas favorables de los
inversionistas de años pasados pueden no cumplirse. China descubrirá que
la esencia del capitalismo tiene dos pilares: por un lado el
crecimiento económico, impulsado por la competencia intercapitalista;
por el otro, la tendencia a la inestabilidad y el estancamiento. Se
enterarán en Pekín que los motores del dinamismo y del crecimiento son
al mismo tiempo los generadores de la disfuncionalidad y la crisis.
En la Unión Europea la política de austeridad condena al
estancamiento. No servirá para reactivar la economía a través de una
supuesta reducción en las tasas de interés. Tampoco será útil para
alentar la creación de empleos. Ni siquiera servirá para rescatar las
finanzas públicas porque la recaudación se desplomará y el endeudamiento
tendrá que continuar.
En su carrera loca por maximizar ganancias, el capitalismo
europeo pretende eliminar cualquier indicio de solidaridad con la clase
trabajadora, reduciendo costos laborales y suprimiendo derechos en el
lugar de trabajo. Ese ha sido el sueño de los dueños del capital: la
sumisión del Estado a través del endeudamiento. Para desmantelar lo que
queda del estado de bienestar, el sometimiento político a la esfera
financiera es ideal.
En Europa asistimos a una obra maestra de engaño y manipulación: el colapso financiero se convirtió en crisis de la deuda soberana de los países europeos, lo que incluso amenaza la supervivencia de la moneda única. El derrumbe financiero que se gestó en el sector privado se transmutó en crisis de las finanzas públicas porque el costo gigantesco de la crisis se socializó, mientras que las ganancias permanecieron en la esfera privada. Es un proceso de una gran violencia social.
En Estados Unidos, epicentro de la crisis, la política fiscal ya se inclinó por la austeridad. Decir que los indicadores sobre empleo y evolución de la industria manufacturera son desalentadores es un piropo. A pesar de ello, en Washington nadie quiere oír hablar de estímulos fiscales para la economía, comenzando por Obama: está demasiado ocupado recaudando fondos en Wall Street para la contienda electoral que se aproxima.
En materia de política monetaria, el salvavidas de la flexibilidad cuantitativa está a punto de desaparecer. La Reserva federal no reanudará la inyección de liquidez adquiriendo títulos del gobierno federal. De todos modos, hasta el momento, los únicos que se beneficiaron de dicha política fueron los bancos y las grandes corporaciones que han visto su tesorería ahogarse en liquidez.
Hace mucho que el Estado en las economías capitalistas dejó de ser una instancia para resolver los conflictos sociales (incluyendo el de la distribución). Pero ahora el denominador común es que el Estado se ha consolidado como agente del capital financiero y como instrumento de dominación que repudia las demandas de la población. Se han cumplido así los más caros anhelos de la clase capitalista y se inicia una nueva etapa en la historia del capitalismo. No será una etapa larga y tendrá que resolverse en el terreno de la política.
En Europa asistimos a una obra maestra de engaño y manipulación: el colapso financiero se convirtió en crisis de la deuda soberana de los países europeos, lo que incluso amenaza la supervivencia de la moneda única. El derrumbe financiero que se gestó en el sector privado se transmutó en crisis de las finanzas públicas porque el costo gigantesco de la crisis se socializó, mientras que las ganancias permanecieron en la esfera privada. Es un proceso de una gran violencia social.
En Estados Unidos, epicentro de la crisis, la política fiscal ya se inclinó por la austeridad. Decir que los indicadores sobre empleo y evolución de la industria manufacturera son desalentadores es un piropo. A pesar de ello, en Washington nadie quiere oír hablar de estímulos fiscales para la economía, comenzando por Obama: está demasiado ocupado recaudando fondos en Wall Street para la contienda electoral que se aproxima.
En materia de política monetaria, el salvavidas de la flexibilidad cuantitativa está a punto de desaparecer. La Reserva federal no reanudará la inyección de liquidez adquiriendo títulos del gobierno federal. De todos modos, hasta el momento, los únicos que se beneficiaron de dicha política fueron los bancos y las grandes corporaciones que han visto su tesorería ahogarse en liquidez.
Hace mucho que el Estado en las economías capitalistas dejó de ser una instancia para resolver los conflictos sociales (incluyendo el de la distribución). Pero ahora el denominador común es que el Estado se ha consolidado como agente del capital financiero y como instrumento de dominación que repudia las demandas de la población. Se han cumplido así los más caros anhelos de la clase capitalista y se inicia una nueva etapa en la historia del capitalismo. No será una etapa larga y tendrá que resolverse en el terreno de la política.
Vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/06/15/opinion/022a1eco
http://www.jornada.unam.mx/2011/06/15/opinion/022a1eco
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