Reducción del daño: Historia de las drogas*
La reducción del daño y las drogas es una muy tentadora seducción que ampara quehaceres y visiones de una política social relativamente nueva. Desde las experiencias acontecidas en Australia, Gran Bretaña y Países Bajos como una respuesta a la transmisión del VIH/SIDA, han sido esfuerzos por mirar a las drogas y su consumo con ojos de encuentro y reconciliación a lo inevitable que implica su presencia en el contexto humano.
Por: Roberto García Salgado**
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La reducción del daño y las drogas es una muy tentadora seducción que ampara quehaceres y visiones de una política social relativamente nueva. Desde las experiencias acontecidas en Australia, Gran Bretaña y Países Bajos como una respuesta a la transmisión del VIH/SIDA, han sido esfuerzos por mirar a las drogas y su consumo con ojos de encuentro y reconciliación a lo inevitable que implica su presencia en el contexto humano.
En Noviembre de 1990, la "Resolución de Frankfurt de Ciudades Europeas Sobre Política de Drogas" declaraba que se había comprobado que "...El intento de eliminar tanto el suministro como el consumo de drogas en nuestra sociedad ha fracasado.
La demanda de drogas continúa al día de hoy, a pesar de todos los esfuerzos educativos, y todo indica que tendremos que seguir conviviendo con la existencia de drogas y consumidores de drogas en el futuro"…
Ante tales afirmaciones, seguía: "...las ofertas de ayuda no deben estar subordinadas a una total abstinencia de drogas. La ayuda no debe estar únicamente encaminada a una total ruptura con las dependencias, sino también a permitir una vida digna con drogas".
A continuación, en dicho documento se exponen algunas ideas sobre intervenciones a realizar en la dirección sugerida incluyendo que "...La prescripción médica controlada de drogas a consumidores empedernidos debe analizarse sin prejuicios y con la vista puesta en la reducción del daño. Debe posibilitarse un ensayo con métodos científicos".
La resolución de Frankfurt es tomada en 1998 en la "Declaración de Ciudades Europeas por una Política sobre Drogas". En ésta y sobre la base de afirmar un enfoque pragmático y no ideológico se incluye como uno de los cuatro puntos principales a encarar el de la reducción de daños. Al respecto afirma: "La reducción de daños consiste en ayudar a los actuales consumidores de drogas a sobrevivir y a superar las crisis agudas, dolorosas y sociales.
Tras los fracasos y logros evaluados en las diferentes experiencias ocurridas en Europa y América respecto de la reducción de daños ante la imposibilidad humana de la privación a las drogas, la contundencia de un hecho lleva a otro hecho de igual o mayor contundencia ¿Qué debemos hacer para que las drogas en el mundo moderno y su rompimiento con la subjetividad de las drogas sacras de la era antigua que nos remitían a la disponibilidad o accesibilidad elevada para el no-siempre-manifiesto1, no se conviertan en el avasallamiento del ser.
Hasta ahora las drogas han cumplido diferentes funciones sociales que han dado cuenta de subjetividades diversas en consuno con las normatividades sociales circundantes.
A este paso tenemos muy buenas razones para acercarnos al aserto de Nietzsche de que poseemos el arte de no perecer por la verdad. En este caso, la presencia de las drogas y el consumo de las mismas son una rutilante verdad. Ahora sería prudente preguntarnos: qué parte de la verdad que conocemos y practicamos incorpora a la reducción del daño y le proporciona las sendas viables de su existencia, en un ámbito en el que la droga representa “la imposible definición objetiva de la palabra, pues no se trata de un concepto sino de una consigna cuyo valor social está dado por su capacidad para encarnar y simbolizar el mal2”.
La acuñación del concepto reducción de daños o reducción del daño, tiene la condición elástica de ser interpretada según el contexto sociocultural en que se esgrime y bajo el amparo de los valores que la arropan. Para seguir con Nietzsche me apego a la afirmación de que el lenguaje es retórica. El argumento de Nietzsche de que el lenguaje se apoya sobre la doxa y no sobre la episteme, es en el sentido de que el lenguaje por sí solo no es, ni expresa, la esencia de las cosas, de la cosa misma; sino de que el lenguaje a lo más que puede –y hace- es tratar de transmitir la sensación que se tiene de la cosa, de que la lengua lo más que puede hacer es transponer una palabra por la cosa, persuade y reconoce a la palabra como una metáfora retórica. Esta "limitación" del lenguaje, a la vez, es lo que lo hace más interesante, más complejo y plural.3
Con lo anterior, queda pues el desafío por entender la potencia preventiva/curativa que una manifestación como la reducción del daño encierra en su propio haber. Podríamos preguntarnos si acaso estamos ante el tránsito para aceptar que podemos y tenemos el derecho a consumir drogas y a ser amparados por los saberes profesionales para no sucumbir en el intento. Para recuperar el esclarecedor momento, ya experimentado en otros estadios de la historia de nuestra llamada civilización, de que cuanto más profunda la experiencia de droga, más imposible la adicción.4
Podrían juzgarse mis reflexiones como presuntuosas tendencias a la invitación descarada al consumo de drogas, nada más distante de estas líneas. El efecto seductor de consumir no se encuentra en la invitación directa de las palabras o de las imágenes, sino en la desgana de ser, y la llegada de la adicción en la pérdida de las condiciones ritualizadas que otorgan a las drogas las características de vehículos hacía los intersticios de la realidad.
Las tentativas por lograr una propuesta de atención a las y los consumidores de drogas ha logrado, cuando menos en algunos sectores sociales, trastocar la subjetividad moral pensada de muy distintas maneras y elaborada conceptualmente con estrategias de extraña acuñación entre sí y para quienes buscan en ellas una respuesta a lo que ya tenemos enfrente: la categoría filosófica principal de esta época moderna, la de autonomía, es decir, la capacidad del individuo de pensar y decidir por sí mismo en asuntos prácticos.5
Así que cuando se habla de reducción del daño, debemos suponer que se esta haciendo alusión a las acciones orientadas a la minimización de daños, o la sinonimia de la reducción de riesgos o minimización de riesgos u a las connotaciones aún más oscuras y controladoras conocidas como uso responsable de drogas, prevención de problemas, prevención secundaria y control de riesgos.
Como era de esperarse, las connotaciones descritas no dejan de ser las sensaciones (ya mencionadas por Nietzsche) que se tienen sobre las cosas y los intereses por algunos grupos de concebir al consumo de drogas mediante principios de abordajes racionales y esquemáticos que, al final del día, redunden en la evaluación de los efectos relativos de variadas formas de usos de drogas.
Entre estas diversas aproximaciones y niveles de generalidad sobre el concepto que nos ocupa, puede ser muy controversial aceptar de qué estamos hablando al pronunciarnos por un nuevo horizonte de abordaje al consumo de drogas, sin considerar que éste no se encuentra al margen de otros conceptos tales como narcotráfico, narcocultura, narcopolítica, narcomenudeo, y otros tantos narcoconceptos que narcocomplementan la narcorealidad que nos narcocircunda.
Apegado a esta narcodivagación, me permito expresar que la reducción del daño es un difícil panorama de claridad sobre qué constituye un daño y para quién. Pues muy atinadamente sería considerable girar el curso e iniciar una reducción del daño de no objetivación con la drogas, y si una reducción del daño a los programas existentes y a quienes los operan.
Bajo esta propuesta nos conducimos con mayor certeza ante las interrogantes de: ¿qué constituye un daño en oposición aun beneficio?, ¿para quién?, qué daños deben tener prioridad? y ¿cuándo? Buscar las respuestas en las personas y sus intereses no llevaría a mejores resultados, que intentar encontrarlas en las drogas mismas y sus formas de control.
Amén, de mi anticipada aclaración de no estar en la invitación a las drogas y su consumo, considero fuertemente la posibilidad de que se me intente ubicar nuevamente en el terreno de la promoción. Sin embargo, vuelvo a insistir que dicha posibilidad es nula y completamente distante de mi reflexión.
La invitación concreta es desvelar que tal planteamiento político/social de reducción de daño es otra adopción de políticas orientadas por el idealismo ingenuo como el que caracterizó a las políticas prohibicionistas y que pone énfasis en los cambios, más que de la condición ética de vinculación con las sustancias, en la negociación de las riendas del poder.
La mentalidad belicosa producto de la guerra contra las drogas, no sólo ha sido considerada la herencia de la moral prohibicionista norteamericana, sino que ha representado una de las numerosas barreras para la dignidad de las personas consumidoras, y ha llevado a considerar enemigo a cualquiera que se vincule con ellas, y ha permitido legitimar las acciones de aniquilación o desaparición a fin de salvaguardar la soberanía y la moral de quienes han optado por la vida “sana” y “respetuosa”, basada en la entelequia de un mundo libre de drogas.
Respecto de la reducción del daño, una de las barreras significativas se puede encontrar en el fracaso de la sociedad por aceptar el uso de drogas como forma legítima de correr riesgos, es decir autodeterminación, libertad interior y exterior de los individuos.
Mientras que la sociedad tolera formas diversas de riesgos y hasta los incentiva como las carreras de autos, juegos extremos, entre muchos otros, la posibilidad de consumo de sustancias se antoja como una incentivación decididamente demoníaca, aún cuando su vinculación con la historia de lo que llamamos nuestra civilización esté más que probada.
Para finalizar, me gustaría esbozar algunas propuestas que por fortuna y debido al tiempo no pueden ser desarrolladas en esta mesa, con la demanda teórica que se requiere para su discusión profunda.
La reflexión de esta subjetividad normativa, a la que hago alusión en líneas anteriores, con el principio de autonomía, se describe en el devenir histórico con el periodo comprendido entre el fin del renacimiento y el presente y se puede dividir en tres grandes etapas: I) Etapa de la constitución de la categoría normativa de sujeto y de los conceptos con que éste se piensa (libertad, autonomía, responsabilidad, interés, conciencias moral, igualdad, sentimientos, etc.) Esta gran etapa cubre el periodo que va del Renacimiento a la Ilustración, digamos de Montaigne a Kant y Fichte. II) La segunda etapa es la del descentramiento del sujeto, de crítica de la moral y la política centrada en la noción de sujeto autónomo y autotransparente. Este periodo comprende las tentativas de socavar el sujeto (a menudo en nombre de un sujeto todavía no existente) desde Hegel y Marx hasta Adorno, Foucault y Derrida. III) La última y más reciente etapa es la de la reconstrucción y rehabilitación de la subjetividad normativa, una etapa que se inicia en los años sesenta y en la que destacan nombres como los de Rawls, Habermas, o con otras estrategias teóricas, Rorty y Taylor.6
El horizonte de mis reflexiones deberán circundar puntualmente los criterios del descentramiento del sujeto contenidos en los preceptos de la segunda etapa y, desde luego, los de la tercera etapa. Ya que la intuición filosófica de estos pensadores es la creencia de que existen estructuras de conciencia específicamente morales comunes a todos los seres humanos que permiten la adopción de un punto de vista específicamente moral y posibilitan la autonomía de los individuos entendida como autodeterminación bajo leyes racionales.
Esta intuición es una expresión de lo que se denomina individualismo ético, con sus cinco ideas normativas fundamentales:
- Dignidad del ser humano individual o alguna variante de ella
- Autodesarrollo individual
- Autodeterminación o autodirección
- Privacidad
- Automodelación (o cuidado de sí , en la terminología Foucaultiana)
A manera de colofón, me gustaría comentar que el desarrollo de tales conceptos vinculados a la llamada política de reducción del daño daría como resultado más que una multifacética opción de atención a la representación del consumo de drogas y sus consecuencias asociadas, una mirada de tintas cargadas hacia la discusión ética y factible sobre las drogas que se pudieran discutir bajo tal propuesta de intervención.
Pues la reducción del daño no es pensada para todas las drogas y para todos los usuarios, además de enfatizar que la reducción del daño es un proceso social que no responde sólo a los quehaceres de los agentes de salud pública y sus imposiciones.
El universos de las drogas y el universos de los daños es de igual magnitud que la cuestión más elemental generada por el abordaje de reducción del daño es el significado del mismo termino “daño”. Al decidir qué constituye daño, cuales daños hay que reducir y en qué orden, obviamente se provocan efectos políticos, morales y otros7.
Los daños entendidos de una persona pueden ser beneficios sentidos de otra y aquí inicia la dificultad.... inicia la continuación de los placeres del poder y las maquilladas formas de limitaciones del goce.
En palabras, no finales y si iniciales, quiero destacar que la seducción a cambiar la estafeta del prohibicionismo a la reducción del daño es la intima necesidad y necedad de conservar el poder como ha ocurrido en el periodo de la perdida política de la prohibición-prevención-persecución que supuso la respuesta rápida en detrimento de los derechos humanos y del derecho a ser humano.
* Ponencia presentada en el Coloquio Internacional sobre Políticas de Drogas. Encuentro de Saberes y Experiencias. Prevención, Tratamiento y Reducción del Daño. 12 y 13 de noviembre de 2007, Escuela Nacional de Trabajo Social, UNAM.
** Profesor de la División de Estudios de Posgrado de la Escuela Nacional de Trabajo Social, UNAM.
1 Cfr. Solterdijk, P. Extrañamiento del mundo, España 2001, p. 132
2 Cfr. Derrida, J. (1997) Retórica de las Drogas. Revista Colombiana de Psicología. Universidad Nacional de Colombia.
3 Cfr. Nietzsche, F. (2000) Escritos sobre retórica, Ed. Trotta, Madrid, Ed. y Trad. de Luis Enrique de Santiago Guervós.
4 Cfr. Sloterdijk, P. (2001) Opus. Cit. p. 137.
5 Cruz, M. (1996) Tiempos de subjetividad. Paidós. España.
6 Cfr. Cruz, M. (1996) Opus. Cit.
7 Cfr. Inchaurraga, S. (2001) Drogas y políticas públicas. El modelo de reducción de daños. Espacio Editorial. Buenos Aires
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