Como tantas cosas que ha iniciado desde la ignorancia, cuando Calderón bautizó como
guerraa su acometida contra el crimen ni idea tuvo de lo que hacía. Menos aún sabía de las implicaciones que una guerra, cualquier guerra, tiene sobre el pueblo y las estructuras de un Estado. Hoy está aprendiendo a costa de los mexicanos. Una muestra es Guadalajara.
Echó a andar una pesadilla, todavía no estimada en sus alcances, sin
saber qué estaba haciendo. Sus asesores Sedena, Semar, SSP y PGR
callaron obsecuentes y lo dejaron rodar. Esto se ha dicho mil veces,
pero nunca serán demasiadas ante el brutal daño histórico del que no
conocemos su alcance final.
Para el fin de esta administración, como resultado de la violencia
que desató, habrán muerto 60 mil personas y resultado desplazadas, en
busca de seguridad, más de 220 mil, sólo de Ciudad Juárez, según el
Internal Displacement Monitoring Center, centro noruego especializado en
la materia, que nos ha puesto en el mapa mundial de los desplazados
junto con Somalia, Libia e Irak.
El ritornelo de Calderón es que
no se puede dejar de combatir al crimen. Pues resulta que en más de cinco años nadie se lo ha pedido. Lo que hubiera sido deseable es que combatiera al crimen con un mínimo de perspicacia, inteligencia y cordura, lo que no hizo. Nos ha metido en una guerra totalmente atípica, pero en una guerra. Si alguien lo duda debe ver las escenas de los conflictos en Guadalajara. Que nos diga cuáles diferencias encuentra con lo visto en El Cairo, Irak o Afganistán. Hay beligerantes, hay muertos contendientes e inocentes, incluidos menores, hay uso de armas de guerra, de tácticas, operaciones o cómo se quieran llamar. Hay muerte, heridos, población que huye, destrucción de bienes de la población, ¿entonces?
Pero hay más: en Guadalajara, como se propaga en el país, hay un
enorme desasosiego social. Se creó una sociedad del miedo y con ello un
individualismo cruel y egoísta, una distensión de los tradicionales
anudamientos sociales llamados cohesión, solidaridad, que fueron tan
ricos de siempre en nuestra sociedad. Hoy parece que anímicamente el
lema es
sálvese quien pueda. Es el miedo actuando.
Las instituciones federales y estatales han sufrido merma en su
prestigio y con toda razón. Como el Ejército y la Armada, la PGR, las
policías, las procuradurías y tribunales locales no estaban preparados
para el esfuerzo que sin cálculo se les exigió. El sistema penitenciario
reventó. Reventó porque se le adjudicaron cargas de control que ni
remotamente podría resistir. Como en pocos casos, la corrupción,
maridada con la ineficiencia, déficit de infraestructura y la ausencia
de sistemas tecnológicos, hizo explotar los ya existentes vicios. Así,
la cadena prevención, procuración, proceso, sentencia y compurgación de
penas sencillamente estalló en la cara de los mexicanos.
Éstos serían los daños más visibles. Hay otros de los que aún
se habla poco: el desprestigio internacional, la pérdida de presencia
moral en los organismos internacionales, el presupuesto público erogado,
cuidadosamente disfrazado por la administración. La caída de la
productividad en servicios, industria y campo, la pérdida de empleo por
cierre de múltiples fuentes por la inviabilidad en que cayeron a causa
de la inseguridad o bien por la extorsión, delito en plena expansión. El
alza del crimen común, resultado de la corrupción oficial y de la
impunidad, es otro resultante.
La inseguridad anímica de la población subsistirá mientras no haya un
proyecto de reconstrucción de su cohesión. Subsistirá porque observa la
destrucción moral de las estructuras oficiales, empezando por los
máximos representantes del poder. La autoridad ante el pueblo perdió
respetabilidad y confianza. La guerra dejará sentimientos que se
proyectarán a futuras generaciones. Ya se produjeron grandes retrasos en
la educación y cultura, daño mayor para los individuos desplazados. Se
está formando un país con la sensibilidad de estar en riesgo permanente y
a la defensiva, y creyente de que todo futuro es nefasto.
El inacabado balance será terriblemente negativo. No son solamente
las lastimosas escenas de fuego y muertes de Guadalajara; ésas son
lamentablemente repetitivas. Llegará el momento en que se organice,
complemente y exponga tal arqueo, y en ese momento las responsabilidades
de Calderón y su gabinete serán expuestas debidamente al juicio de la
historia. ¡Se habla de acabar con la impunidad! Habría que empezar por
ahí.
Vìa,fuente :
http://www.jornada.unam.mx/2012/03/13/opinion/019a2pol
http://www.jornada.unam.mx/2012/03/13/opinion/019a2pol
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