29 de septiembre de 1964. La tira Mafalda comienza a publicarse (dos veces por semana) en la revista Primera Plana. Aparecen como personajes Mafalda y su papá
Casi medio siglo de
Mafalda
Mafalda
Antonio Soria
La
década de los años sesenta del siglo pasado fue testigo, entre muchos
otros, del esplendor de la variante caricaturística conocida como tira
cómica, misma que formaba parte –y en algunos, pocos rotativos actuales
aún lo hace– de innumerables diarios impresos en todo el mundo. Ya se
tratara del hiperconocido Snoopy, o de sus imitadores tipo Garfield,
específicamente creados para contar una suerte de microcuento de tono
cómico, autosuficiente en términos dramáticos, o de series-personajes
como Fantomas, Mandrake el Mago, Tarzán de los Monos o El Fantasma, entre muchos otros, que a diferencia de aquéllos consistían en una serie de “capítulos” pertenecientes a un continuum
narrativo –el cual, por otro lado, parecía nunca llegar a su
conclusión–, uno de los comunes denominadores de las tiras era, desde
luego aparte de las dimensiones más bien reducidas dentro de las cuales
debían ser solucionados, su procedencia de nacionalidad: hablando en
particular de las tiras asequibles en el México de los años sesenta,
los setenta y los ochenta, dicha procedencia era preponderantemente
estadunidense. A los arriba mencionados se sumaban –y aquí los nombres
con los que eran rebautizados variaba de país en país, al menos
latinoamericano– Lorenzo y Pepita, Maldades de dos pilluelos –o El Capitán y los Cebollitas, según–, Educando a papá, Serapio –es decir Bugs Bunny–, El Ratón Mickey, Calvin y Hobbes, Olafo el Amargado, Trucutú, más un etcétera nutrido que excede a la memoria.Joaquín Salvador Lavado (Quino) en 2009, inagurando una escultura de Mafalda, a pocos metros del edificio donde vivía en el barrio de San Telmo, Buenos Aires; donde se inspiró para ambientar la historieta |
Pero dicha tradición, son menester el énfasis y la insistencia, solía implicar que el desaprensivo lector iría a toparse con una tira casi omnímodamente made in usa, víctima o beneficiaria, según cada caso, de traducciones buenas y malas de sus regularmente escuetos parlamentos; pero sobre todo iría a encontrarse, cómo si no, con el flashazo dibujado de un estilo de vida, unas preocupaciones, un carácter, una idiosincrasia intensamente sajones-clasemedia-analfabeta funcional, como puede verificarse con facilidad en la hemeroteca: por citar sólo un ejemplo prototípico, ahí está Lorenzo, el de Pepita, un empleado de oficina cuyas mayores o exclusivas preocupaciones son conseguir un aumento de sueldo de su cejijunto jefe, cenar sabroso todos los días, así como flojonear a gusto los fines de semana.
En1995 se inauguró la Plaza Mafalda, barrio de Colegiales; ciudad de Buenos Aires |
Es en ese contexto donde surge, por más de un concepto volviéndose inmediata excepción, la argentina Mafalda. De nuevo circunscribiendo el tema al ámbito espaciotemporal del México de hace unas cuatro décadas y media, poco más o menos, debe decirse que Mafalda llegó a este país integrándose a las páginas del hoy extinto diario Novedades, y debe también decirse que en principio no causó –y nada parecía sugerir que lo haría entonces ni después– mayor revuelo ni celebridad notable.
Lo relevante, desde luego, era su procedencia: por fin una tira cómica que no era gringa, que es tanto como decir por fin la presencia de un personaje –mejor dicho, y como todo mundo sabe, un grupo numeroso de ellos– nacido, desplegado, puesto a “vivir”, originalmente en un contexto bastante más afín al nuestro de lo que jamás podrían ser el aséptico suburbio de Charly Brown, el chabacanísimo Riverdale de Archie, ni mucho menos la Metrópolis de Clark Kent o la Gotham City de Bruce Waine.
Imagen de Mafalda con leyendas de apoyo a la democracia durante la celebración del nuevo mandato de la presidenta Cristina Fernández, en la Plaza de Mayo |
La condición excepcional de Mafalda en tanto elemento de una tradición, que la antecedía con mucho y que por eso mismo la determinaba, pero a la que llegó a contradecir con el simple hecho de ser lo que era: no estadunidense, para empezar, y no morigerante, para acabar; dichas excepcionalidad y espíritu contradictorio, pues, quizá expliquen, así sea en parte al menos, el salto trascendental –o cualitativo, si se le tiene repeluz al otro término— que muy pronto y sin lugar a dudas dio hasta hacerse de un sitio propio en el imaginario colectivo, lo cual se hizo asaz evidente en su traslado, poco más adelante tan definitivo como definitorio, de las páginas papel revolución del diario a las hojas bond del librillo-recopilación que para muchísimos lectores son, y no sin paradoja, el único soporte en el que han accedido a las tiras de Mafalda.
Más de una vez asignándoles palabras que en realidad Quino jamás les puso en la boca –se habla aquí de nuevo de esa eclosión icónica que multiplicó la melena negra y abundante y la boca amplísima de la porteñita quinesca–, estos personajes-niños acabaron siendo emblemas generacionales, en particular de quienes, por esas épocas, contaban grosso modo entre los diez y los veinte años de edad.
La piba de todas partes
Al autor de estas líneas le consta: tener treinta o más años de edad no es condición sine qua non para no solamente conocer, sino también gustar de Mafalda, o lo que es lo mismo, para que ella pueda todavía comunicarle algo –mucho en realidad– a generaciones tan benjaminas como las nacidas en la década de los años noventa del siglo pasado y que hoy no tienen siquiera veinte. Más claro: un personaje de caricatura que está cumpliendo cuarenta y ocho años de vida, concebido a partir de la inmediatez intrínseca de la prensa diaria y por lo tanto signado por la amenaza de un potencial desleimiento progresivo, ha dialogado al menos con las tres generaciones más recientes y, en algo que pareciera juego de espejos respecto de la forma en que comenzó su camino –en México al menos–, nada parece sugerir que dejará de dialogar.
¿Cómo se explica la vigencia de un discurso así de claramente inserto –como sin lugar a dudas es el que Quino despliega en las tiras mafaldeanas– en una época concreta, de la cual versa, sobre la cual borda, en torno a la cual reflexiona, en función de la cual asiente, discrepa, celebra o se queja? Y no sólo eso, pues debe añadirse la ya referida ubicación cronológica precisa y, por lo tanto, de/limitada, y a esas dos condicionantes súmese una clara voluntad de localía, lo mismo geográfica que cultural que social: se trata de Argentina o, para ser tan específico como el propio Quino, de Buenos Aires –puntuado apenas con las bien conocidas tiras-secuencias correspondientes a las vacaciones de Mafalda y su familia, sea a la playa o a las montañas–; y no por cierto de la mítica urbe en su totalidad sino, cabe deducir, de alguno de sus innúmeros barrios, obvio es apuntarlo, aquel donde transcurre la cotidianidad mafaldesca.
Mas no paran ahí las condiciones de crasa especificidad quinesco-mafaldeanas, ya que deben incorporarse –y puede que ubicándolas mejor a la cabeza de todas las anteriores– varias otras cuya naturaleza es innegablemente ideológica y cultural: Mafalda es clase media-media; también es, como el Feo Bradomín, “católica y sentimental”; es anticomunista –o por lo menos antiMao y antiFidel–; es buena argentina que se pone su cinta albiceleste en la cabeza en las fechas patrias…
Pero Mafalda es, igual y naturalmente, todo aquello que más encomian sus bienquerientes: crítica, pacifista, demócrata, solidaria, buena amiga de sus amigos, feminista avant la lettre, amorosísima hija y hermana, beatlemaniaca y, en fin, dueña de una personalidad clara, bien definida y mejor defendida.
Acompañada principalmente del avaro codicioso –Manolito–, del atribulado laborioso –Felipe–, del ingenuo buenazo –Miguelito–, de la cursi esnob –Susanita–, de la radical minorista –Libertad–, del aprendiz avezado –Guille–, eso sí, todos ellos en última instancia poseedores de un humanismo que, dado el caso, es antepuesto a sus defectos-cualidades particulares, Mafalda es, con ellos y por su propia cuenta, actor y testigo, protagonista y narradora de su propia historia; es, para decirlo en una sola idea, conciencia actuante o actor consciente, en términos absolutos, de su tiempo y su circunstancia, dibujados-dialogados por Quino con la minuciosidad y la profundidad indispensables, como bien se sabe, para que una historia –en este caso una larga serie– de vocación claramente local acabe convertida en una suerte de paradigma de alcance universal.
Debe ser por eso que, casi medio siglo después, Mafalda sigue pugnando con las mismas fuerzas por la paz mundial, la proscripción de las armas nucleares y la abolición de la sopa.
Fuente,vìa:
http://www.jornada.unam.mx/2012/03/11/sem-antonio.html
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