lunes, 12 de marzo de 2012

Costa Rica : Pasos para la destrucción de un país...Por: Jethro Masís

Por: Jethro Masís
Artículo publicado en Amauta con permiso de Revista Paquidermo
Fuente: Revista Paquidermo


“Nuestro país caminaba hacia el precipicio, pero en nuestro gobierno dimos un paso hacia adelante.”
‘Genialidad’ atribuida a un político costarricense
Hace unos días apareció en La Jornada un artículo intitulado “Cómo destruir un país en 10 pasos”. El parecido con la realidad latinoamericana no es, desgraciadamente, mera coincidencia, sino que condensa la puesta en marcha de una agenda para “modernizar” a América Latina; esto con el fin —según el archiconocido sermón de los políticos— de “adaptarla” y “ajustarla” a los nuevos tiempos que corren, que lleva ya treinta años de implementación y que no ha logrado cumplir su —supuesta— meta de sacar a los países latinoamericanos del subdesarrollo.
(Foto: AnaLuciaJimenez / flickr)
Lo de la modernización, las adaptaciones y los ajustes estructurales es, desde luego, una joda, o, dicho más elegantemente, un eufemismo, como también lo es hablar de “países en vías de desarrollo”. A ese derrotero que pretendidamente lleva al desarrollo se le puede aplicar aquella paradoja de Zenón de Elea: estamos en camino al desarrollo. El desarrollo está frente a nosotros, sólo tenemos que ir hacia él. Lo que pasa es que para llegar al desarrollo, que es nuestro objetivo, hay que recorrer primero la mitad de la distancia que nos separa de él. Y luego, la mitad de esa mitad, y la mitad de esa otra mitad, y así ad infinitum. De forma que nunca llegaremos a la meta, es decir, al desarrollo. (Sebastián Piñera, portentoso multimillonario y actual Presidente de Chile, comprende bien esto de la paradoja de la dicotomía infinita, porque hace algunos años decía que Chile sería el primer país desarrollado de América Latina en 2010; hoy en día, dice que en 2020.)
Esa agenda desarrollista, como bien se sabe, se denomina ‘neoliberalismo’. Empero, debemos advertir que existen esfuerzos ingentes por negar que las consecuencias del estado actual de cosas se deban, en efecto, al neoliberalismo y a la implementación sistemática de sus recetas y programas. Pero primero fijémonos en la propaganda, porque una de las estrategias retóricas de la prensa ideológica es pretender que es de avanzada conceptualmente. Esta es la razón por la cual la prensa empresarial suele recurrir a la acusación de desuso de los términos, al mismo tiempo que dictamina su complejización. Uno de estos términos en pretendido desuso, necesitado supuestamente de complejización por parte de filósofos empresariales (sic), consultores y expertos en psicología de las organizaciones, es, precisamente, ‘neoliberalismo’, utilizado solamente por cabezas calientes, mentes confusas, dementes, comunistas, ateos, anarco-terroristas, homosexuales empedernidos, troskos, pecadores, feministas abortivas, condenados a las llamas del infierno y demás lacras sociales.
Encontramos un ejemplo de esto que digo en sendos artículos de parte, respectivamente, del AntiObispo y del Filósofo Empresarial (sic) del diario La Nación (evidentemente, mi periódico preferido después del New York Times y del Süddeutsche Zeitung). Recurramos a las citas.
Según el primero, “en la prensa ‘neoliberal’ o en ‘la gran prensa comercial’, como habla la paranoia ideológica, se da cita, bajo el signo del pluralismo y no del pensamiento único, gente que piensa y escribe. Si se espiga con buen juicio en este discurrir pluralista, podrán nutrirse las instituciones públicas, en cuenta las universidades”. Suponemos que el columnista se incluye a sí mismo en este discurrir pluralista de la gente que piensa y escribe, es decir, se loa a sí mismo por pertenecer al grupo de las no-lacras y de paso se atreve a dictar lecciones a las universidades (que —suponemos— son las públicas: las cunas de la ‘paranoia ideológica’.)
En concordancia con el segundo, y me permito acá —por mor del argumento— alargar la citación, “el riesgo del cinismo… existe en… ciertas declaraciones de líderes nacionales que acostumbran simplificar hechos en extremo complejos. Este es el caso de quienes utilizan de modo arbitrario vocablos como ‘neoliberal’ y ‘neoliberalismo’. Se trata de palabras que en la mentalidad de quienes las usan con profusión, engloban a partidos políticos, personas y personajes muy diferentes entre sí, no obstante lo cual los presentan como si fuesen iguales. En el pensamiento liberal contemporáneo, ramificado en las más importantes formaciones políticas costarricenses, cabe incluir al liberalismo epistemológico de Popper y Berlin, el liberalismo social de Rawls, el liberalismo conservador de Hayek y Friedmann, el anarcoliberalismo de Nozick, el liberalismo utilitarista de Hart, el liberalismo de mercado de Buchanan, etc., etc. Referirse a las corrientes indicadas, identificarlas en el caso costarricense y, sobre todo, analizar las diferencias entre ellas, no es un ejercicio especulativo; impacta la dinámica política, la estrategia económica, los planteamientos programáticos y las alianzas sociales. Olvidar la diversidad liberal, no tenerla en cuenta, no obtener de su presencia efectos prácticos, equivale a padecer de miopía y condenarse a un suicidio electoral permanente”.
Muy bien, ahí lo tenemos: hablar de neoliberalismo en Costa Rica, es decir, hablar de lo que ha sucedido en las últimas tres décadas, hablar de la sistemática pauperización del país, implica ser un ‘paranoico ideológico’ y ser parte de un descarado ‘pensamiento único’, ajeno al ‘pluralismo’ (sic) de La Nación (?), donde la gente que escribe ‘piensa’. (Pensa pensar de lo que se dice pensar, como diría el Chavo del 8, pues piensa cualquiera, evidentemente.) Por otra parte, el ejercicio del Filósofo Empresarial da la impresión de ser más complejo, pero no es más que la mención disparatada de nombres de autores que puede obtenerse buscando el término ‘liberalismo’ en Wikipedia. (Un simplificador nos viene a dar lecciones de complejidad.)
Ahora bien, en contraste con las simplificaciones antes traídas a colación, David Harvey, Profesor Distinguido de Antropología en CUNY (The City University of New York), es de otra opinión. (Suponemos, por cierto, que al citar al mentado distinguished professor ‘nos curamos en salud’, y evitamos así el que se nos acuse de recurrir a comunistas, a profesores chancletudos de la UCR y a lacras indeseables de esas.) Harvey es el autor de A Brief History of Neo-Liberalism, un texto publicado por la prestigiosa editorial de Oxford en 2005. Y solamente este hecho, quizá, debería levantar cierta suspicacia ante la sugerencia de que a nadie debe interesar, más que a ciertas cabezas calientes, la historia del neoliberalismo. (Al menos los editores de Oxford University Press no han considerado este trabajo ‘paranoia ideológica’. Lo mismo cuenta para The MIT Press, que publica las obras marxistas de la teoría crítica.) En fin, es importante decir esto porque —contrariamente a lo que afirma el AntiObispo— el neoliberalismo es, precisamente, ese ‘pensamiento único’, el dogma incuestionado de que la apertura de mercados desregulados y carentes de toda conducción estatal conduciría a sociedades equilibradas, prósperas, donde cada vez habría una más justa ‘distribución de la riqueza’ (sic) para mayores porciones de la población de los países. (Esto último, claro está, en arreglo con la “teoría del goteo”: traigamos inversión extranjera y los de abajo se verán beneficiados con trabajitos… La mano, no siempre benévola, pero invisible del mercado, que premia sólo a quienes se esfuerzan, te cubrirá, en lugares de delicados pastos te hará descansar…)
Como los resultados soñados e imaginados por la ingeniería social neoliberal claramente contrastan con la muy pauperizada y miserable realidad, la sugerencia del AntiObispo y del Filósofo Empresarial de que acá no hay nada de que hablar, puede comprenderse como una deshistorización y como un intento por obnubilar la historia económica del orbe de las últimas tres décadas; una historia de esa violencia que produce monstruos que es la desigualdad social, que ha mostrado su lado más destructivo y nefasto en la alianza entre poder político y poder económico-militar-religioso, y que consecuentemente disciplinó, emprobreció y desempoderó a las clases trabajadoras. En este sentido, la desaparición paulatina —pero férrea— de la clase media costarricense, la aniquilación de la esfera pública y de los servicios universales, la desfinanciación de la educación, etc., etc., no pueden ser en absoluto ni obra de la casualidad, ni parte del juicio de Dios para un mundo perdido y pecaminoso, ni un efecto de la vagabundería de los pobres: seguramente obedece precisamente a la subordinación mundial de las poblaciones nacionales y de los gobiernos a las políticas diseñadas desde los organismos internacionales que llevan a cabo la ingeniería social. (Insisto en llamarle ‘ingeniería social’ al monstruito, porque muy descaradamente se quiere entender a sí mismo como ritmo natural de las cosas, comportamiento espontáneo de las fuerzas del mercado, la tenue marcha de las olas del progreso, etc.)
Según David Harvey, en efecto, el neoliberalismo puede concebirse como un intento de restauración del poder de clase. Esto es, no se trata de un inevitable proceso de mundialización comercial, del cual sólo podrían abjurar los locos que siempre se niegan al progreso de la humanidad. Por el contrario, se trata de una implantación y de una serie de medidas calculadas, planeadas y provocadas. En lo que respecta a la definición del concepto ‘neoliberalismo’, Harvey afirma que habría que distinguir la teoría neoliberal de su práctica: “Desde el punto de vista de la teoría, la libertad individual y la libertad en general son los puntos más altos de la civilización, por lo cual se llega a afirmar que estas pueden ser mejor protegidas y logradas por medio de una estructura institucional cimentada sobre fuertes derechos privados sobre la propiedad, mercados libres y el libre comercio: un mundo en el que la iniciativa individual pueda florecer. Lo anterior implica que el estado no debería intervenir demasiado en la economía, pero sí usar todo su poder para los derechos a la propiedad privada, las instituciones del mercado y promoverlos en instancias internacionales si fuera el caso.”
Del artículo de Harvey ya citado, “Neo-Liberalism and the Restoration of Class Power”, se pueden entresacar las siguientes pretensiones del neoliberalismo:
(i)            La misión fundamental del estado neoliberal es crear un ‘buen clima para los negocios’ con el fin de optimizar las condiciones para la acumulación del capital, y esto sin importar para el empleo o el bien social.
(ii)          El estado neoliberal buscar promover la causa de los negocios por medio del recorte de impuestos, de concesiones diversas y de provisión estructural de parte del estado mismo, si es necesario. Se afirma que estas medidas traerán crecimiento e innovación y que esta es la única forma de erradicar la pobreza y de proveer a la mayoría de la población, a largo plazo, de altos estándares de vida.
(iii)         El estado neoliberal está principalmente interesado en la privatización de los activos, de forma que esto sirva para abrir nuevos espacios para la acumulación del capital. De esta forma, los sectores que antes estaban regulados por el estado (el trasporte, las telecomunicaciones, los recursos naturales, la educación) pasan a formar parte de la esfera privada y desregulada.
(iv)         El estado neoliberal es hostil (y en algunas instancias es abiertamente represivo) respecto de todas las formas sociales de la solidaridad que pongan restricciones a la acumulación del capital (por ejemplo, los sindicatos o los movimientos sociales que adquieran considerable poder en sociedades democráticas). Reduce, así, al mínimo el papel benefactor del estado en las áreas de la salud, la educación pública y los servicios sociales.
***
Ahora bien, volvamos —aunque ya más bien para concluir— al artículo que originalmente motivó nuestra intervención, porque, además, habría que hacer un recuento —que, ineludiblemente, quedará fuera de estas líneas— de las guerras, de los crímines y las vejaciones de todo tipo, de las violaciones sistemáticas de los derechos humanos, del torcimiento del derecho y de la justicia, y de la destrucción de la razón (por usar la expresión de Lukács), que han acompañado al ascenso del neoliberalismo. (Que nuestro AntiObispo y Filósofo Empresarial, católicos devotos, se hagan de la vista gorda respecto del neoliberalismo y de sus crímenes, me parece, dicho brutalmente, inmoral. Pero esto, no sé por qué, no me extraña en lo absoluto.)
Los diez pasos para destruir un país eran, según Pedro Miguel, los siguientes:
1. Tomar el poder.
2. Proclamar la necesidad de la modernización y de la obsolescencia del Estado de Bienestar.
3. Privatizar todo lo público.
4. Desproteger la industria, los servicios y la agricultura autóctonos, para que participen en la ‘competencia’ con las transnacionales extrajeras.
5. Reemplazar los derechos de los trabajadores por programas mínimos de beneficiencia.
6. Los desempleados y excluidos serán ahora carne de cañón para la propaganda necesaria que perpetúa indefinidamente el régimen.
7. Establecer un régimen fiscal favorable para las empresas, pero que sea sostenido desde abajo, desde la problación general.
8. Promover la perpetuación clientelista, amiguista y partidaria en los puestos públicos.
9. Entregar la soberanía del país, es decir, las potestades en economía, comercio, seguridad, migración, etc., a potencias extranjeras o a organismos internacionales representantes de esas potencias.
10. Proclamar que el país avanza a pasos agigantados hacia el desarrollo.
Como puede verse, el artículo de Pedro Miguel es tristemente lúcido, brutalmente cierto, y cómicamente trágico, si es que tal cosa puede existir. La inexplicable (no porque no pueda explicarse, sino por inaudita) alianza entre victimarios y víctimas, es también un factor esencial en la conformación de ese escenario, donde los residentes de un país cavan su propia tumba, regalan su propia soberanía y entregan todo lo que les pertenece.
Falta, por tanto, un paso más, según mi parecer. El paso número 11: se necesita gente muy maleducada (gente que, digamos, obtenga toda la información de la prensa y televisión comerciales) y, para ello, se necesita un sistemático descuido de la educación del país. El último reporte sobre el Estado de la Educación arrojó datos deprimentes sobre Costa Rica. Un país donde, por cierto, la gente se cree muy educada.
Una formación precaria es muy necesaria en todo esto, porque la formación es la que le permite a uno tener opiniones propias, conocer argumentos contrapuestos y poder tomar decisiones respecto de estos argumentos. No sólo eso, sino también saber argumentar con evidencia, no sólo técnica, sino también histórica. La formación es la que le permite a uno liberarse de las autoridades falsas de la propaganda, de los ídolos de la superstición; en fin, tener una educación política y ciudadana. En suma, pensar no es repetir eslóganes. Y la tribuna publicitaria del político, de ese que estuvo y del que vendrá, está llena de pseudoexplicaciones y vivarachas sentencias comerciales.

Vìa,fuente:
http://revista-amauta.org/2012/03/pasos-para-la-destruccion-de-un-pais/

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