(APe).-
Su manojo frágil de 18 años le quedó detenido para siempre. Nélida
Soledad Bowe no escuchó música esa noche ni ninguna otra. No hay ya
partituras para sus sueños. Un trozo de plomo policial le arrebató los
días, las noches, la historia. No la dejó enamorarse. Ni sonreir. Ella
sólo estaba allí. Me pegaron, me pegaron, gritó antes de caer. Y no hubo tiempo de casi nada. Ni siquiera de mirarse a los ojos y cincelar un te quiero.
No suele haber tiempo para las despedidas. El policía corrió. Empuñó su
arma reglamentariamente extraída. Concertó el pacto vacío con la muerte
y trazó la línea de la crueldad. No suele haber azar en la ferocidad.
No hay un hado de malignidades que designie la muerte temprana. Hay que
buscar en otro lado. En los sitiales viejos de la impunidad. Del gatillo
alegre.
“Mi hija estaba en una
cola para entrar a un club y le pegó a ella. Estaba con su hermana más
grande y un amigo”, dijo el padre a la prensa. “Cuando yo llegué al
hospital, la doctora me dijo que no tenía pulso. El balazo lo recibió
cerca del estómago, fue un solo disparo”.
El policía –que corría
detrás de cuatro jóvenes después de un robo- se llama Mauricio Aguirre,
sargento de la división Motorizada de la Departamental La Plata. El
único estruendo de bala salió de su arma. En plena calle. Y cortó de
cuajo la historia no escrita todavía.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7933:nelida&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7933:nelida&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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