Un
espíritu de insurrección de masas humanas se extiende por el mundo,
ocupando el único espacio que les queda: las calles y plazas. El
movimiento apenas está comenzando, primero en el norte de África, luego en España con los “indignados”, en Inglaterra y Estados Unidos con los “ocupas”, y en Brasil con la juventud y otros movimientos sociales.
Nadie se refiere a las banderas clásicas
del socialismo, de la izquierda, de algún partido liberador o de la
revolución. Todas estas propuestas o están agotadas o no ofrecen la
atractivo suficiente para mover a las masas. Actualmente interesan los
temas relacionados con la vida cotidiana de los ciudadanos: el trabajo
participativo, la democracia para todos, los derechos humanos,
personales y sociales, la presencia activa de las mujeres, la
transparencia pública, el claro rechazo a todo tipo de corrupción, un
nuevo mundo posible y necesario. Nadie se siente representado por los
poderes instituidos que generan un mundo político palaciego de espaldas
al pueblo o manipulando directamente a los ciudadanos.
Interpretar este fenómeno supone un reto
para cualquier analista. No basta la razón pura, tiene que ser una
razón holística que incorpore otras formas de inteligencia, datos no
racionales, emocionales y arquetípicos y acontecimientos propios del
proceso histórico e incluso de la cosmogénesis. Sólo así tendremos una
forma más o menos completa de hacer justicia a la singularidad del
fenómeno.
Para empezar, hay que reconocer que es
el primer gran evento resultado de una nueva fase de la comunicación
humana completamente abierta, una democracia en grado cero que se
expresa a través de las redes sociales. Todo ciudadano puede salir del
anonimato, tomar la palabra, encontrar sus interlocutores, organizar
grupos y reuniones, alzar una bandera y salir a la calle. De repente, se
forman redes de redes que mueven a miles de personas más allá de los
límites del espacio y del tiempo. Este fenómeno debe ser analizado
cuidadosamente, porque puede representar un salto civilizatorio que
marcará un nuevo rumbo a la historia, no sólo de un país, sino de toda
la humanidad.
Las manifestaciones de Brasil provocaron
manifestaciones de solidaridad en decenas y decenas de otras ciudades
del mundo, especialmente en Europa. De repente, Brasil
ya no es sólo de los brasileños. Es una parte de la humanidad que se
identifica como especie, en la misma Casa Común en torno a causas
colectivas y universales.
¿Por qué estos movimientos masivos han
estallado en Brasil ahora? Hay muchas razones. Me detengo solamente en
una y volveré a las demás en otra ocasión.
Mi sentimiento del mundo me dice que, en
primer lugar, se trata un efecto de saturación: el pueblo está saturado
del tipo de política que se practica en Brasil, inclusive por las
cúpulas del PT (preservo las políticas municipales que
aún conservan el antiguo fervor popular). El pueblo se ha beneficiado de
los programas de bolsa familia, luz para todos, mi casa mi vida, del
crédito consignado, ha entrado en la sociedad de consumo. ¿Y ahora qué?
Bien dijo el poeta cubano Ricardo Retamar: “el ser
humano tiene dos hambres: hambre de pan, que es insaciable, y hambre de
belleza, que es insaciable”. Por belleza se entiende la educación, la
cultura, el reconocimiento de la dignidad humana y de los derechos
personales y sociales, atención sanitaria de calidad y transporte básico
menos inhumano.
Esta segunda hambre no ha sido atendida
adecuadamente por el poder público, sea el PT u otros partidos. Los que
han saciado su hambre, quieren ver atendidas otras hambres, no en último
lugar, el hambre de cultura y de participación. Aumenta la conciencia
de las profundas desigualdades sociales que es el gran estigma de la
sociedad brasileña. Este fenómeno se hace más y más intolerable en la
medida en que crece la conciencia de ciudadanía y de democracia real.
Una democracia en sociedades profundamente desiguales como la nuestra es
puramente formal, practicada sólo en el acto de votar (que en el fondo
es el poder de elegir a su “dictador” cada cuatro años, porque el
candidato una vez elegido, da la espalda al pueblo y practica la
política palaciega de los partidos). Ella se muestra como una farsa
colectiva y esa farsa está siendo desenmascarada. Las masas quieren
estar presentes en las decisiones de los grandes proyectos que les
afectan y para los que no se les consulta en absoluto. Y no hablemos de
los indígenas cuyas tierras son secuestradas para el agronegocio o las
industrias hidroeléctricas.
Este hecho de la multitud en las calles me recuerda la obra de Chico Buarque de Hollanda y Paulo Pontes
escrita en 1975: “La gota de agua”. Se ha llegado a la gota que
desborda el vaso. Los autores de alguna manera intuyeron el fenómeno
actual al decir en el prefacio del libro: “La clave es que la vida
brasileña pueda ser devuelta, en el escenario, al público brasileño …
Nuestra tragedia es una tragedia de la vida brasileña”. Ahora, esta
tragedia es denunciada por las masas que gritan en las calles. El Brasil
que tenemos no es para nosotros, no nos incluyen en el pacto social que
garantiza siempre la parte del león para las élites. Quieren un Brasil
brasilero donde el pueblo cuenta y quiere contribuir a la reconstrucción
del país sobre otras bases, formas más democráticas, participativas,
más éticas y menos malvadas de relación social.
Este grito no puede dejar de ser escuchado, comprendido y seguido. La política puede ser otra en el futuro.
Leonardo Boff
Publicado originalmente en Servicios Koinonía
Vía:
http://www.elciudadano.cl/2013/07/05/72745/las-multitudes-en-las-calles-como-interpretarlo%E2%80%A8/
http://www.elciudadano.cl/2013/07/05/72745/las-multitudes-en-las-calles-como-interpretarlo%E2%80%A8/
No hay comentarios:
Publicar un comentario